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Parte 20

―¿Seguro que estás bien?―Hinata sonrió débilmente ante la pregunta de Kiba, uno de sus dos mejores amigos, mientras no dejaba de empujar el columpio para bebés en el que estaba sentada Himawari.

La niña reía y pedía más, ir más alto, que la empujase más fuerte, mientras su madre estaba haciendo grandes esfuerzos para no desmoronarse.

Un poco más allá, Boruto recorría la caseta de juegos y se tiraba por el tobogán, bajo la vigilante mirada de Shino, su otro mejor amigo. Las risas de sus pequeños consiguieron mitigar un poco la terrible soledad y el oscuro miedo que amenazaba con ahogarla.

Aquella tarde, Shinachiku había partido junto con su padre para reunirse con Sakura, con la que era su madre biológica. El terror de que al pequeño le gustase la Haruno y se encariñase con ella, de que Sakura le gustase más como madre que ella misma, era algo que no podía evitar, que la consumía cada hora un poco más.

―S-sí―consiguió tartamudear a duras penas―. E-estoy... bien. ―Kiba hizo una mueca y frunció el ceño.

Al lado del tobogán, Shino elevó las cejas sobre sus gafas oscuras, intercambiando una mirada de preocupación y comprensión con Kiba.

Tanto el Inuzuka como el Aburame sabían que su amiga no estaba bien, ni mucho menos. Tenía los ojos enrojecidos, se le notaban las marcas del llanto a pesar de la capa de maquillaje que se había aplicado para tratar de disimularlo. También tenía unas pronunciadas sombras oscuras bajo sus párpados, y parecía más delgada, como si no hubiese comido bien en días. Aquello era lo primero en lo que se habían fijado, porque si bien Hinata nunca había tenido sobrepeso sí había sido algo regordeta en los lugares justos, con amplias caderas, senos grandes, un buen trasero y los muslos anchos.

Y todo ello unido al hecho de que a la Uzumaki le encantaba comer, y comer bien. La única vez que se había puesto a dieta había sido cuando empezó a salir con Naruto, en un intento por caber en aquellos mini vestidos que estaban tan de moda y que tanto parecían agradar a los hombres. Hasta que el propio Naruto le dijo, sin haberse dado cuenta del hecho de que su novia pasaba hambre, de que estaba perdiendo mucho peso y que si no estaría enferma.

―Me preocupas, Hinata-chan. ¿Segura que estás bien? Pareces Karin e Ino cando hacen una de sus tontas dietas―había bromeado el rubio―. Espero que no sea eso, porque tú estás muy bien así como estás. Me encantas, toda tú, enterita. ―Y cada vez que lo recordaba se le coloreaban las mejillas, porque aquella conversación había terminado de una manera no apta para menores de dieciocho.

Desde aquella no había vuelto a pensar en ponerse a dieta, por lo que encontrarse ahora conque la ropa le quedaba floja y que tenía la cara algo chupada, era motivo suficiente de preocupación para sus amigos.

―No puedes dejar que la muy pu-

―Kiba-kun. ―El castaño se mordió los labios, reteniendo la segunda sílaba de la palabra que estaba deseando decir. Himawari lo miró, curiosa, como esperando a que él continuara su frase inconclusa. Hinata suspiró. Kiba solía olvidarse de la presencia de los niños constantemente, lo que le había granjeado alguna que otra discusión con Naruto, porque este estaba empeñado en no dejar a sus retoños que ninguna mala influencia los corrompiera. Y, al parecer, Kiba entraba en esa categoría.

―... que la muy pusilánime―Shino alzó las cejas ante la elección de la palabra, ligeramente sorprendido porque su amigo conociese, además, el significado de una palabra tan complicada como aquella―te agüe la fiesta. No puedes dejar que entre en tu terreno. Naruto es tu marido, tú eres su esposa y estos y Shinachiku―hizo un gesto hacia Boruto y Himawari―son tus hijos. No permitas que Sakura destruya todo lo que has conseguido. ―Hinata cerró los ojos, evocando en su mente el rostro de su esposo, diciéndole unas palabras muy parecidas.

No la dejes entrar, Hina. No en nuestra casa, en nuestro matrimonio.

Sus amigas y su suegra le habían insistido con lo mismo. La teoría la tenía clara y bien presente, pero llevarlo a la práctica ya era otra cosa muy diferente.

Durante diez años, Sakura no había existido, no para ellos. Era simplemente una sombra, una antigua picazón que de vez en cuando molestaba pero que en cuanto te rascabas desaparecía con la misma rapidez. Nunca les había preocupado que volviese a aparecer porque todos pensaban que después de lo que había hecho no se atrevería a volver a poner un pie en Konoha. No tendría la vergüenza para hacerlo. O al menos eso pensaban todos.

Ahora, la misma Sakura los había sacado de su error, apareciéndose de improviso y exigiendo poder ejercer sus derechos maternales con respecto a uno de sus hijos. Porque a pesar de todo eso no había cambiado, no para ella ni mucho menos para Naruto: Shinachiku era su hijo, era hijo de Hinata Uzumaki, lo había amado desde el primer momento como propio, incluso cuando todavía ella y Naruto no habían empezado a salir oficialmente como pareja, aunque ya se comportaran como una de manera inconsciente.

―Kiba tiene razón―dijo Shino, llegando con Boruto de la mano, quién se soltó enseguida para correr hacia un columpio que había quedado libre.

Hinata lo miró un momento para asegurarse de que el niño podía apañárselas él solo antes de volver a empujar a Himawari, quién ya estaba protestando para que la siguieran empujando.

―Shino-kun...

―Puede que Sakura tenga ciertos derechos legales, pero eso no cambia el hecho de que tú eres la madre de Shinachiku.

―¡Eso mismo! ¡Bien dicho, Shino! ¡No deberías agobiarte por... por tonterías!―Hinata sonrió levemente ante el cambio de elección de palabra.

―¿Vamos a merendar algo? ¿Te apetece?―Hinata miró para sus dos amigos.

Quiso llorar al saberse apreciada y cuidada de una forma tan pura y sincera. Cogió a Himawari en brazos sacándola del columpio y llamó a Boruto, quién, tras varios segundos de resistencia, finalmente obedeció, aunque un tanto a regañadientes.

―¿Qué os apetece?―Kiba compuso una radiante sonrisa.

―Hay una pastelería a la vuelta de la esquina. Estoy seguro de que tendrán rollos de canela. ―Con su sonrisa de vuelta, Hinata acomodó a su hija en la sillita de bebés, pasándole las correas por los hombros y abrochándoselas sobre su barriguita. Boruto enseguida se agarró a la mano de su madre mientras era Shino quién comenzaba a empujar la silla.

―¡Akamaru! ¡Vamos, amigo!―El enorme perro blanco que acompañaba a Kiba a todas partes desde que era un niño puso expresión lastimera y, gimiendo, se puso en pie con esfuerzo y siguió a su amo, lamentándose por tener que abandonar su cómodo rinconcito a la sombra de un árbol.

Hinata agradeció en su mente a sus amigos por haber ido a distraerla aquella precisa tarde, sabiendo que ella los necesitarían más que nunca.

Era la mar de afortunada por poder tener a tan buenas personas a su alrededor, velándola, cuidándola, preocupándose por ella.

Eran sus mejores amigos del mundo mundial. Y siempre lo serían.


―Doctora Uchiha, la necesitan en urgencias. ―Dando un gran suspiro, Karin se levantó de su escritorio y dio aviso a su enfermera de que avisara a los pacientes que había haciendo cola para verla que tardaría un rato en volver. La mujer asintió y Karin se montó en el ascensor rumbo a la planta baja, al ala de las urgencias del hospital.

No era raro que la avisaran al menos una vez al día. Su campo era la medicina interna, una especialidad que abarcaba prácticamente todas las dolencias del cuerpo, por lo que cuando no sabían muy bien cómo diagnosticar a un paciente, la llamaban a ella.

Salió del ascensor y caminó hacia la sala de los sillones. La enfermera a cargo se apresuró a llegar a su altura.

―Es un varón, de unos sesenta o setenta años, no ha querido decirnos su edad exacta. Se queja de dolor en el pecho y en el abdomen, pero las pruebas no muestran nada raro. Aún así, el residente a cargo ha querido llamarla, tan solo por si acaso. ―Karin asintió, alabando en su mente a ese residente. En su profesión más valía pasarse de precavidos que quedarse cortos, porque luego venían los disgustos y las demandas por mala praxis.

Se encaminó hacia el sillón que la enfermera le indicó, leyendo por encima el informe inicial. Cuando llegó a la altura del hombre, todos los vellos del cuerpo se le erizaron y levantó la cabeza, solo para toparse con un rostro excesivamente pálido adornado por una sonrisa socarrona.

Dio un paso atrás de forma inconsciente y cerró el expediente que tenía en la mano de golpe, con el ceño fruncido y los dientes apretados. Un gruñido hizo sonreír aún más al hombre.

―¿Qué mierda ha-

―Cuidado, Karin, no querrás que ponga una queja por la mala atención que das a tus pacientes. ―Karin metió la mano libre en el bolsillo de su bata blanca y la apretó en un puño, respirando hondo para intentar calmarse.

―¿Qué haces aquí, Orochimaru?―preguntó, con la voz más sosegada que pudo.

El hombre adoptó ahora una expresión más seria. Cerciorándose de que nadie, ni médicos, ni pacientes, ni enfermeras ni celadores les estaban prestando atención, Orochimaru puso un maletín de cuero sobre sus rodillas y lo abrió, sacando de su interior una carpeta.

―Ten, lo que me pediste. ―Karin se apresuró a ponerlo bajo el expediente que tenía en las manos, simulando así que aquel grueso de papeles formaba parte del informe médico que le acababan de entregar. El corazón le latía a toda prisa―. No ha sido fácil, pero ahí está todo lo que supongo querrás saber sobre esa tal Sakura Haruno. Hay un post it pegado con un número de cuenta para que me ingreses la cantidad que pone al lado. ―Karin asintió, seria.

―Gracias. ―Orochimaru sonrió de forma escalofriante.

―No hay de qué. Y, ahora, simulemos un poco más, ¿te parece?―Karin asintió y, dejando en un sillón libre el montón de documentos, se puso el estetoscopio alrededor del cuello y aparentó estarle auscultando el pecho.

Cualquiera que los hubiese visto antes tan solo habría visto a una médico charlando con su paciente, haciéndole preguntas y recibiendo las pertinentes respuestas. Tenía que reconocer que, ahí, su antiguo profesor había estado de lo más avispado.

Entregó un informe favorable a la enfermera y ratificó el diagnóstico del residente, quien pareció sumamente aliviado.

―Dale unos antiácidos y se pondrá bien. Seguramente comió algo en mal estado y la hinchazón del intestino le habrá subido al pecho por haber ignorado durante tanto tiempo el dolor. Ya sabes, la gente es estúpida por norma general.

―Gracias, doctora Uzumaki. De verdad, gracias. ―Karin hizo un gesto con la mano, quitándole importancia. Luego giró sobre sus talones, satisfecha por no haber levantado ni la más mínima sospecha con su actuación.

Con el corazón acelerado, volvió a montarse en el ascensor y marcó la planta de su consulta. Una vez arriba, comprobó aliviada que tan solo quedaban un par de personas, el resto, como le informó su enfermera nada más verla, habían solicitado una nueva cita por no poder quedarse a esperar a que ella volviera, ya que muchos tenían el tiempo limitado para volver a sus trabajos.

Atendió primero a una joven a la que llevaba tiempo tratando por una enfermedad crónica en la tiroides y luego a un señor mayor cuyo último electrocardiograma había arrojado un resultado preocupante. Le recomendó reposo, que caminase durante dos horas por la mañana y otras dos por la tarde y nada de alcohol ni tabaco. El hombre no pareció muy contento con las últimas sugerencias, pero prometió seguirlas al pie de la letra, algo que Karin sabía que no haría. La mayoría de los pacientes no cumplían sus recomendaciones, no al cien por cien, al menos.

Una vez se vio sola, en vez de ponerse a revisar historiales y pasarlos al ordenador, como era su costumbre, hizo sitio sobre su escritorio y puso encima el expediente que Orochimaru le acababa de pasar.

Enseguida se fijó en que era un expediente bastante grueso. Lo abrió y empezó a leer la primera hoja, donde aparecía el nombre, la edad, el peso y la altura de la paciente. Siguió por las anotaciones de rutina: ritmo cardíaco, tensión, respiración, alergias...

Fue pasando las primeras hojas, en las que tan solo venían enfermedades y la condición física: algún catarro, un par de gripes fuertes, un diagnóstico por agotamiento y mala alimentación, un par de citologías de rutina, análisis de sangre también rutinarios, de orina, de heces...

Hasta que llegó a algo que llamó su atención: un informe de las urgencias del hospital del que provenía aquella copia del historial médico de Sakura Haruno, en el que ponía lo siguiente:

"La paciente ha ingresado con dolores que describe como pinchazos en la parte baja del abdomen, así como con un sangrado continuado que no concuerda con lo que ella asegura es su menstruación, puesto que es muy regular en ese aspecto según dice y hace apenas quince días que tuvo la última regla".

Karin alzó las cejas y agarró ambos lados de la hoja, continuando leyendo, con la curiosidad impregnada en su rostro.

A medida que sus ojos rojos volaban sobre las palabras su ceño se iba frunciendo cada vez más.

Una sucesión de ecografías, radiografías, más análisis, una punción lumbar, un examen vaginal y rectal... pruebas y más pruebas. Karin llegó al fin a la parte en la que, por fin, los médicos habían dado con lo que tenía, sintiendo que el corazón le daba un vuelco en el pecho.

Dejó las hojas sobre la mesa y se echó hacia atrás en su silla. Se llevó las manos a las sienes y las masajeó, intentando mitigar así el dolor de cabeza creciente que había comenzado a molestarla.

―Será puta―susurró. Sacudió su melena pelirroja y la determinación tiñó todos sus rasgos.

Se levantó, se quitó la bata dejándola tirada de cualquier manera sobre la silla. Agarró su bolso, su abrigo, amontonó los papeles de cualquier manera y se los puso debajo del brazo, saliendo a toda prisa y echando la llave en la puerta.

―Si alguien pregunta por mí, he tenido que irme, una... emergencia familiar. Ya mañana hablaré con quien sea. ―Algo sorprendida por el repentino cambio de actitud de la médico, la enfermera asintió.

―Claro, doctora. Que tenga una buena tarde. ―Un gruñido fue la respuesta de la Uzumaki.

―Oh, sí, será una buena tarde―murmuró, mientras se metía en el ascensor y apretaba el historial médico con su mano libre.

Lo primero era mostrarle a su marido aquel expediente. Sabía que no sería válido ante un tribunal, por tratarse de una mera copia y por haber sido esta obtenida por medios ilícitos, pero estaba segura de que a Sasuke y a Shikamaru se les ocurriría algo para conseguir la pertinente orden judicial que les permitiera tener acceso por vía legal a esa documentación que ella misma portaba ahora en sus manos.

Lo que allí había escrito lo cambiaba todo, absolutamente todo. Y estaba segura de que para mejor.

Su primo y Hinata se llevarían la alegría de su vida en cuanto lo supiesen.


―¿Esto es todo?―preguntó Sasuke. Shikamaru asintió, echándose para atrás en su silla y frotándose los ojos. Ambos morenos tenían sombras oscuras bajo los ojos, las ropas arrugadas y el cabello como si no se hubieran peinado en una semana, por lo menos.

―Es todo―afirmó Shiakamaru. Sasuke gruñó, remangándose todavía más las mangas de la camisa.

―Es una mierda.

―Pero es lo que tenemos. Al menos, es mejor que nada.

―¿De verdad crees que unas cuantas borracheras y el sexo con desconocidos durante la época universitaria serán suficientes para convencer a un juez de que no es apta para ser madre? Dime de alguien que no se haya desmadrado cuando estaba en sus veinte. ―Shikamaru alzó las cejas, ligeramente impresionado porque Sasuke hablase tanto durante varios minutos seguidos.

―Es lo que hay. Es problemático, lo sé, una jodienda, pero es lo que hay―reiteró el Nara―. Y nos toca trabajar con ello. ―Sasuke maldijo, pasándose una mano por desordenado pelo negro como ala de cuervo.

Shikamaru suspiró.

―Sasuke...

―Ya lo sé. Joder, vaya si lo sé.

―No le fallarás. Naruto no-

―¡¿Te crees que no lo sé?! ¡Sé que el dobe no me culpará pero yo sí lo haré! ¡Me culparé! ¡Y no solo porque decepcionaré a Naruto, sino también porque Karin perderá toda la fe que tiene depositada en mí! Y, además, ¿Cómo le voy a explicar todo este lío a Sarada?―Shikamaru sintió la angustia del Uchiha a través de su voz. Suspiró nuevamente.

―¿Crees que tú eres el único que se siente así? ¿Crees que yo no tengo a Temari detrás de mi culo todo el día, pendiente de cada pequeño avance que hacemos, por nimio que sea? ¿Crees que yo no sé que nos jugamos muchísimo con esto?―Sacudió la cabeza, incapaz de pensar en cosas negativas por más tiempo―. Centrémonos en lo que tenemos y en sacarle el mejor partido posible. ―Se levantó y contuvo un bostezo, tapándose la boca con la mano―. No sé tú, pero yo necesito una buena dosis de sueño reparador. Me voy. ¿Te vienes?―Sasuke gruñó pero asintió, algo a regañadientes.

Bajaron hasta el parquin del edificio en el que tenía Sasuke la oficina y se fueron cada uno hacia su respectivo coche, despidiéndose con un gesto antes de subirse a sendos vehículos y arrancar. Sasuke dejó salir primero a Shikamaru y luego salió él, enfilando por la carretera hasta su casa.

Metió el coche en el garaje y aparcó en su plaza. Se metió en el ascensor y marcó el ático. Al llegar Sarada estaba repasando los deberes con su madre. Karin iba vestida con unos pantalones grises de tela y una chaqueta de igual color, con capucha. En los pies las zapatillas y su largo cabello rojo estaba recogido en una coleta alta.

Se sintió muchísimo mejor al ver a su familia, a su esposa y a su hija. Sonrió al pensar que si diez años atrás alguien le hubiese dicho a su yo adolescente que iba a acabar casado y teniendo una hija nada más y nada menos que con Karin Uzumaki (ahora Uchiha) seguramente se habría echado a reír a carcajada limpia.

Shinachiku no solo había unido a Naruto y a Hinata, sino también a ellos dos por extensión. Aquellas tardes cuidando del pequeño los habían hecho darse cuenta de que no se les daba mal eso de estar con niños, y tampoco se les daba nada mal eso de estar juntos.

―¡Papi!―Sasuke se agachó justo a tiempo de recoger a su pequeña en sus brazos y levantarla, dejando que le plantara un sonoro beso en la mejilla. No se quejó a pesar de que una de las esquinas de las gafas de la niña se le clavó al lado del ojo, haciéndole un poquitín de daño.

―Hola. ―Karin se acercó a él con una copa de vino en la mano y le dio un pequeño beso en los labios―. La cena estará enseguida. ¿Quieres bañarte primero?―Sasuke negó.

―Lo haré luego, si no te importa. ―Karin asintió.

―Entonces, ve poniendo la mesa con Sarada. Ahora voy yo. ―Sasuke frunció el ceño, intrigado.

Karin se comportaba de una forma un tanto extraña. Parecía como ausente, como si su mente estuviese muy, muy lejos de allí. Sintió un tironcito en su camisa y miró para su hija, quién también tenía su pequeña frente arrugada.

―Mami está rara. Le he preguntado si le duele algo, pero dice que no, que está bien. A mí no me parece que esté bien, papi. ―Sasuke asintió, dejando a la niña en el suelo y abriendo la alacena para sacar platos y vasos.

Sarada se acercó a uno de los cajones y lo abrió, sacando tres juegos de palillos y tres manteles individuales.

Padre e hija colocaron todo en la mesa y poco después Karin llegó y puso una bandeja con un pollo asado recién hecho en el centro de la mesa. Cogió los cuencos y sirvió tres cucharadas de arroz generosas en cada una, cerrando después la arrocera, para que los granos no se enfriaran.

Comieron en silencio, tan solo roto por el parloteo alegre de Sarada, quien les contó todo lo que le había pasado aquel día en el cole. Sonrió ligeramente al escuchar de la nueva travesura de Boruto y cómo a Shikadai lo habían regañado como diez veces por dormirse en medio de clase. De tales padres, tales hijos, pensó Sasuke.

Cuando terminaron, él lavó los cacharros mientras Karin iba a asegurarse de que Sarada se lavaba bien los dientes y se metía en cama. Luego fue él a darle un beso de buenas noches.

Una vez apagaron la luz y le cerraron la puerta de su habitación, escuchando su respiración profunda y tranquila, fue que Karin se giró a mirarlo. Tomó aire y adoptó una expresión seria, como de concentración, que llamó la atención de su marido y lo hizo a él también ponerse rígido. ¿Acaso había algún problema del que él no tuviese conocimiento?

―Tengo que hablar contigo. ―Sasuke asintió y la siguió hasta el salón.

Mientras Karin rebuscaba algo en su bolso, él preparó un té y lo llevó a la mesa baja, sentándose luego en el sofá. Su mujer volvió en ese momento, cargando un enorme fajo de papeles tamaño folio.

Karin se sentó a su lado en el sofá y ordenó cuidadosamente los papeles, tomándose su tiempo para pensar bien lo que iba a decir a continuación.

―En primer lugar... quiero que sepas que... que lo que voy a contarte es algo que hice... algo que... seguramente, no veas con buenos ojos, pero que creí... creí podría ayudar, ayudarte, ayudarnos... ―Calló; respiró hondo y clavó su mirada en su esposo, de pronto insegura.

Sasuke sonrió y le cogió la mano. No era muy dado a los gestos románticos o cariñosos, pero no le importaba si, como en aquel momento, tan solo estaban ellos dos, sin nadie más a la vista, ni siquiera la pequeña Sarada.

―Puedes contarme lo que sea. Lo sabes, ¿no?―Karin se mordió el labio inferior, tardando unos minutos en asentir, cosa que lo intrigó todavía más.

Volvió a respirar hondo y le plantó los papeles en el regazo, tomando luego su taza de té para darle un sorbo al líquido caliente. Estaba delicioso, pero apenas lo notó debido al nudo de nervios que le atenazaba el estómago.

Con curiosidad pero con cautela, preparándose para lo peor, Sasuke abrió la carpeta de papeles y empezó a leer.

―Esto... ¿es un historial médico? ¿Lo has cogido del hospital? ¿O es de uno de tus pacientes?―Karin negó con la cabeza, dándole a entender que por ahí no iban los tiros.

―Lee el nombre de la... paciente. ―Sasuke deslizó sus ojos negros a lo largo de la primera hoja, deteniéndose en cuanto dio con el nombre en la esquina superior derecha.

―Sakura Haruno―leyó en voz alta, en un susurro.

Clavó la vista entonces en su esposa.

―Karin, dime que esto no-

―No es el original, no soy tan estúpida. Tan solo es una copia, el original sigue en su sitio, en el Hospital Central de Suna. Te lo juro―dijo, levantando su mano derecha.

Sasuke se sintió más tranquilo al oírle decir aquello. No obstante, el delito no carecía de importancia. Si alguien se había dado cuenta...

―¿Cómo has conseguido esto?―Karin se mordió de nuevo el labio inferior.

―No puedo decírtelo, de verdad que no. Pero creí oportuno enseñártelo. ―Lo miró fijamente―. Sé que no puedes usarlo, no ante un juez ni nada de eso. Pero pensé que... que si veías lo que ahí ponía... algo se te ocurriría, se os ocurriría. Shikamaru y tú sois los hombres más inteligentes que conozco, estoy segura de que- ―Sasuke la silenció con un gesto, mientras seguía leyendo, atento, página por página, línea por línea, palabra por palabra.

Lentamente, los datos fueron llegando a su cerebro, poniendo a sus cansadas neuronas a trabajar a plena potencia.

Pasó las hojas rápidamente, quedándose solo con los datos que le interesaba en su memoria. Más tarde lo leería con calma, tomaría notas, se lo enseñaría a Shikamaru, porque no sería justo no enseñarle aquello, y ambos diseñarían una estrategia que convenciera a la jueza de que les diera una orden judicial según la cual poder acceder a ese historial médico, ya de una manera legal y segura.

Miró para Karin, aún sorprendido y conmocionado por lo que acababa de leer en aquellas páginas.

Pruebas, análisis, exámenes médicos... estaba todo tan minuciosamente detallado que prácticamente tenían el éxito en la palma de la mano, si sabían jugar bien sus cartas.

Porque Karin les acababa de proporcionar la mano ganadora, y solo hacía falta un poco de astucia y de imaginación para conseguir llevarlo a un buen final.

―Karin, esto...

―Lo sé―la interrumpió ella―. Me costó mucho creerlo, pero te juro que todo lo que ahí escrito es cien por cien verdad.

―No puedo creerlo... la muy zorra... ―Karin desvió la vista a un lado, porque no quería que su marido viese el pequeño atisbo de compasión que leer aquella información había despertado en ella.

Era mujer, al fin y al cabo, y madre. Así que, aunque fuese en parte, podía ponerse en la piel de Sakura y entender el porqué de sus precipitadas acciones.

Pero solo en parte.

―¿Podrás... podrás hacer algo con esto?―Sasuke ordenó cuidadosamente las hojas, tomándose su tiempo mientras dejaba a su mente asimilar y procesar toda aquella información.

―Más que algo. Shikamaru y yo tendremos que tirar de imaginación para lograr hacernos con este historial médico por la vía legal, pero... si lo conseguimos...

―¿Ganaríais?

―Seguramente sí. Ningún juez con dos dedos de frente le daría la custodia completa a una madre que solo va a poder ejercer durante un tiempo limitado. Sería un desastre, con mayúsculas, porque lo arrancarás de lo que conoce, de un entorno en el que se siente seguro y amado solo para llevarlo a algo terroríficamente nuevo y escalofriante para él, y cuando consiga acostumbrarse, hacerse a la idea de su nueva situación, entonces la relativa estabilidad que acaba de conseguir se irá también a la mierda. ―Karin asintió, cogiendo su taza de té entre las manos y apretándola, dejando que el calor le calentara las manos―. Estás muy callada. ―Karin sacudió la cabeza, dando un sorbo a su infusión.

―Perdona, es solo que estoy agotada. Llevo toda la tarde dándole vueltas a las cosas, pensando posibles escenarios, desenlaces... ―Sasuke posó una mano en su hombro y la deslizó a lo largo de todo su brazo, en una lenta caricia que hizo que a Karin se le erizaran todos los vellos del cuerpo.

Miró para los ojos negros de su esposo, los cuales brillaban mientras la observaba, mientras sus pálidos dedos no dejaban de deleitarse con su propia piel blanca.

―Eso es tarea mía, Karin. Tú ocúpate de hacer de hermana, que es lo que se te da bien. ―Una pequeña sonrisa asomó a los labios de la pelirroja.

―Entonces, ¿puedo confiar en ti? ¿En que Shikamaru y tú arreglaréis este desastre y llevéis las cosas a buen puerto?―Sasuke cabeceó, acercándose a ella y pasándole un brazo por los hombros, dejando caer su cabeza contra la de ella.

Karin se acurrucó contra su costado, todavía con su taza de té en la mano, dando pequeños sorbos de vez en cuando. Se sentía reconfortada; habiéndose por fin quitado un peso de encima, se sentía mejor que bien consigo misma.

Había hecho lo correcto, se repitió. Lo que debía. Proteger a su familia siempre había sido su prioridad, y Naruto y Hinata formaban parte de esa familia.

―Te quiero―susurró, levantando su rostro para mirar directamente a Sasuke. El pelinegro sonrió de medio lado y se inclinó para besarla, medio recostándola en el sofá. Karin gimió al sentir su delgado cuerpo apretándose al suyo. Le pasó los brazos por el cuello y subió las manos hasta su cabello, tironeando del mismo para apartarlo y poder hablar.

―Aquí no... Sarada... ―Con un gruñido, Sasuke se incorporó y la levantó en brazos, haciendo que Karin riera.

Sin dejar de besarse, el matrimonio se encaminó por el pasillo hasta su habitación. Una vez dentro, Sasuke dejó a Karin en el suelo y se volvió para cerrar la puerta y echar el pestillo, solo por si acaso a su pequeña se le daba por levantarse en mitad de la noche e ir a su cuarto. No sería la primera vez. Y él necesitaba tener a su mujer. Ahora. En ese mismo instante.

Aquella noche, mientras el sueño se apoderaba lentamente de ella, tras haber sido saciadas las necesidades biológicas de su cuerpo, Karin pensó que no podía ser más afortunada.

Tenía un marido que la amaba, una hija a la que adoraba, un primo que era más su hermano, unos sobrinos a los que quería con toda su alma y unos tíos a los que consideraba padres.

Sí, no podía ser más feliz. Y por eso mismo no podía permitir que aquella felicidad sabía tenía también Naruto se esfumase de golpe y porrazo. Porque el deber de las hermanas mayores era cuidar de sus hermanos pequeños. Aun si estos ya eran adultos hechos y derechos.




¡Holi!

Antes de nada, ¡PERDÓÓÓÓÓÓÓÓN! Sé que me he pasado de hora, lo sé bien (en España ya son más de las doce de la noche).

Pero de verdad que me ha sido imposible traeros antes el capítulo. ¿Sabéis lo que es un día de Reyes con niños? ¿No? Pues ya os lo digo yo.

¡UN PUTO CAOS!

En fin, que ruego sepáis disculparme y que, aunque con retraso, aquí os traigo el capítulo de hoy, tal y como os había prometido, en el día (más o menos) de Reyes.

Así que nada, solo me queda agradeceros a todos por vuestras lecturas, votos y comentarios. Y también desearos unos ¡FELICES REYES!

¡Seguro que Sus Majestades os han traído muchas cosas bonitas porque sois gente bonita!

¡Nos leemos!

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