Parte 15
―¡Arriba, arriba!―Naruto sonrió, con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones de lino, observando a sus tres hijos saltar y volver locos a Nagato, su primo más mayor, y a Yahiko, el mejor amigo de este que, por extensión, se había vuelto un buen amigo del rubio, a pesar de que ambos le sacaban varios años.
―Entonces... ―Kushina llegó en ese momento, interrumpiendo lo que su marido estaba a punto de decir. Minato ayudó a su esposa a servir el té, mientras él volvía a la mesa y se sentaba al lado de Hinata, quien tenía la mirada baja, con los ojos enrojecidos de tanto llorar.
El miedo, la angustia de no saber lo que pasaría, la habían hecho pasar unas noches terribles.
―No puedo creerlo―soltó Kushina, arrastrando una silla hacia atrás y sentándose sobre ella. Rodeó su taza de té con las manos y la apretó, no importándole que esta estuviera caliente―. Simplemente, no puedo creerlo. ¿Cómo se atreve'ttebane?―Minato dio un respingo al escuchar aquella antigua muletilla que, a día de hoy, tan solo le salía cuando se alteraba por algo.
―Cariño...
―Ya somos dos'dattebayo―dijo Naruto, dejando escapar un largo suspiro. Hinata puso una mano sobre la suya y se la apretó. Naruto le dio la vuelta y entrelazó sus dedos con los de ella, mirándola intensamente con sus ojos azules. Minato suspiró él también.
―Tarde o temprano... iba a pasar. ―Naruto frunció el ceño y apretó los dientes.
―Papá, ni se te ocurra defenderla. ―Minato arqueó una ceja ante la advertencia en la voz de su hijo.
―No la defiendo, pero tampoco creo que esté bien condenarla...
―¡Abandonó a su propio hijo a su suerte!―exclamó, dando un fuerte puñetazo sobre la mesa y haciendo respingar a Hinata. La miró, culpable―. Perdón. ―Hinata negó con la cabeza, dándole a entender que lo comprendía. Naruto tuvo que respirar hondo, tratando de calmarse―. No tiene derecho alguno a llamarse a sí misma madre. Aquí la única madre que hay para Shina-chan es Hinata. ―Como para remarcar sus palabras, levantó la mano que tenía unida con la de su mujer y se la llevó a los labios. Kushina no pudo menos que sonreír ante esa muestra de cariño verdadero que entrañaba una familiaridad y una intimidad que ya la quisieran muchas parejas de la actualidad.
Hinata se sintió conmovida por las palabras de su marido. Sí... ella era la madre de Shinachiku, al menos lo había sido durante los últimos diez años, casi once. Ella también consideraba al pequeño como su hijo, a pesar de que él sabía de las circunstancias de cómo ella y Naruto habían acabado juntos y enamorados hasta la médula el uno del otro.
No obstante, había una verdad innegable, y era que Sakura era la madre biológica de Shinachiku. Por muy mal que se hubiese comportado en el pasado, y tras muchas horas de sueño perdido y de llanto, de sufrimiento, nadie podía quitarle ese puesto a la pelirrosa. Por mucho que le doliese, no había sido ella la que lo llevó dentro durante nueve meses ni la que lo había dado a luz.
En parte, podía comprender la actitud de Sakura hacía diez años. Verse embarazada, a los diecisiete años, por mucho que tu novio estuviese dispuesto a ayudarte y hacerse responsable, era un golpe muy duro de digerir. Seguro que muchas noches, en la soledad de su habitación, Sakura se había planteado todos los escenarios posibles, se vería a sí misma, seguramente, teniendo que ponerse a trabajar para mantener al bebé, tendría que renunciar a su sueño de ser médico y Naruto... Naruto también tendría que abandonar cualquier sueño que pudiese haber tenido en aquel entonces, aunque más allá de hacerse famoso y ganar mucho dinero no recordaba gran cosa...
Sonrió con nostalgia al pensar en el pasado, un pasado en el que todos habían sido felices, con las dificultades que suponía ser un adulto todavía lejanas, libres de responsabilidades y con tiempo aún para cometer errores y levantarse de nuevo.
Entonces, pensó en Naruto, en cómo había vivido toda aquella situación del embarazo de la que era su novia en total y absoluto secretismo. Tan solo había hecho partícipes a sus padres, y Minato y Kushina, respetando los deseos tanto de Sakura como de su propio hijo, no habían dicho nada a nadie, no al menos hasta que la Haruno dio a luz y el pastel se descubrió.
Sakura los había hecho a todos pasar por un infierno. Fueron dos años infernales, en las que tanto Naruto como ella y los demás tuvieron que aclimatarse a la nueva situación de su amigo. Gracias a Dios, el rubio había podido contar con el apoyo no solo de su familia, sino también de sus amigos. Todos se volvieron una piña, apoyándolo y ayudándolo con cualquier cosa que necesitara.
¿Que había que cangurear a Shinachiku? Hinata, Ino, Karin, Temari posteriormente, Tenten e incluso Sasuke e Itachi se ofrecían de buen grado; ¿que Naruto no podía salir porque el pequeño estaba malo? Enseguida se montaba una noche de pelis en la casa Uzumaki, con el permiso, por supuesto, de Minato y Kushina.
Y así sucesivamente.
Luego, claro está, había estado la cuestión de su noviazgo. Cuando empezaron a salir oficialmente como pareja, Hiashi Hyūga no había estado nada convencido. ¿Cómo iba a dejar a su hija en manos de un tipo que, al parecer, no podía mantener sus impulsos bajo control? Prueba era Shinachiku.
No obstante, con mucha paciencia y perseverancia, Naruto había conseguido hacerse con su suegro, a base de demostrarle una y otra vez que sí era digno de estar junto a Hinata.
Lo que acabó por derretir la capa de hielo del patriarca de los Hyūga fue el despliegue de encantos de Shinachiku. Porque este siempre sonreía en cuanto Hinata andaba cerca, y cuando llamó por primera vez mamá a Hinata con Hiashi delante, este se lo quedó mirando, curioso, analizando las cosas.
Fue ese mismo día cuando por fin les dio su bendición para estar juntos (aunque al rubio Uzumaki no le hacía falta ninguna dicha bendición, él ya había decidido estar con Hinata y nada ni nadie se lo iba a impedir), junto con el permiso para que Shinachiku lo llamase abuelo.
―¿Hinata? ¿Te encuentras bien? Llevas un rato pensativa'ttebayo. ―Hinata pestañeó, volviendo a la realidad. Enrojeció al sentir dos pares de ojos azules y un par de orbes violeta fijos en ella.
―L-lo siento, yo...
―No tienes nada por lo que disculparte, querida. Es lógico que le andes dando vueltas a la cabeza. Yo misma no he podido pegar ojo en varios días. ―Kushina le tomó la mano por encima de la mesa, de forma afectuosa. Hinata respiró hondo, apretando tanto la que todavía mantenía entrelazada con su esposo como la que acababa de cogerle su suegra.
―L-la verdad es que sí... ―Calló, insegura, no sabiendo muy bien si hacer partícipes o no a la familia Uzumaki de sus pensamientos.
―¿Hinata? ¿Qué ocurre?―Insistió Naruto. La peliazul se mordió el labio inferior antes de levantar el rostro, decidida. Puede que su marido no quisiese asumir la realidad, pero ella no había podido más que hacerlo, obligada por las circunstancias.
Por mucho que le doliese, Sakura era la madre biológica de Shinachiku, y ello le otorgaba ciertos derechos que, si bien nunca había hecho amago de querer ostentarlos, la posibilidad siempre había estado ahí, esperando silenciosamente a que la pelirrosa tomara valor para hacerlos valer.
―Naruto-kun―empezó, con un tono que al rubio no le gustó nada; era el mismo tono que empleaba cuando quería que su opinión fuese tenida en cuenta―. Sé... sé que no quieres oír esto pero... Sakura... ella... ella es, la madre de Shinachiku-
―¡No, maldita sea, no lo es! ¡No vuelvas a decir eso! ¡Tú eres su madre! ¡Desde que nació no ha conocido ora madre más que tú! ¡Y no permitiré que pienses otra cosa'dattebayo!―Hinata sintió su corazón hincharse de amor por ese hombre al que ahora mismo amaba más que nunca.
―Lo sé, sé que yo soy su madre... a todos los efectos. Pero Sakura es la que lo llevó en su vientre y la que lo trajo a este mundo. ―Sus palabras hicieron a Naruto bajar la vista, avergonzado, sintiendo el dolor palpitar en su pecho.
Si no existiese Shinachiku, habría dejado claro años atrás que acostarse con aquella que había sido su mejor amiga había supuesto el mayor error de su vida, pero no podía decirlo cuando, por culpa de sus hormonas adolescentes, tenía uno de sus tesoros más preciados con él.
―Hinata... ―dijo, con voz ronca, los ojos llenos de lágrimas no derramadas. Hinata sonrió dulcemente y negó con la cabeza, al tiempo que le acariciaba una de las bronceadas mejillas.
―Lo sé, mi amor. Pero tenemos que enfrentar la realidad, juntos: Sakura tiene una serie de derechos y... s-sé que sería muy hipócrita de su parte pe-pero... estoy segura de que... de que los hará valer, nos guste o no. ―Naruto apretó los dientes.
Sí, eso lo sabía, por eso había ido en busca de asesoramiento jurídico y había puesto a Sasuke y a Shikamaru a trabajar en ello. Sus dos amigos llevaban semanas dejándose la piel, recabando toda la información posible e investigando en la vida de Sakura, tanto la de los pasados diez años como la presente.
―No dejaré que nos quite a nuestro hijo―murmuró, con voz firme, apretando la mano que Hinata aún mantenía en su mejilla, acunando su rostro―. No lo permitiré. ―Hinata se sintió tremendamente aliviada al oír esas palabras con semejante firmeza provenir del hombre al que amaba.
―Yo tampoco―musitó―. Pero habrá que pensar en... qué hacer. ―Mudos espectadores de la escena entre el matrimonio, Minato y Kushina se miraron entre sí y sonrieron, dando sorbos a sus sendas tazas de té.
―Estoy seguro de que Sasuke-kun sabrá encontrar una solución―dijo Minato, tras varios minutos de silencio. Naruto y Hinata se volvieron, enrojecieron levemente al darse nueva cuenta de que habían tenido público y carraspearon, algo incómodos. Kushina no pudo resistirse a soltar una carcajada.
―Ay, cómo os adoro.
―Mamá... ―protestó Naruto ante los ojos brillantes con los que su progenitora los estaba mirando.
Ni que estuvieran en un manga...
―Ya puede pasar, señorita Haruno. ―Sakura se levantó y respiró hondo, repasando por última vez su apariencia.
Ese día tenía cita con una de las mejores abogadas especializadas en familia que había en Konoha, así que se había vestido con la intención de dar la mejor impresión posible. Llevaba un pantalón blanco de vestir con un lazo al frente de cintura alta y una blusa a rayas azul marino. Completaba el conjunto con un bolso en color camel y unos zapatos de tacón del mismo tono marrón que el bolso. Su bonito pelo rosado estaba perfectamente peinado y adornado con una cinta también azul marino.
Irguió la espalda y, haciendo gala de una seguridad que estaba muy lejos de sentir, dirigió sus pasos hacia la puerta que custodiaba un elegante despacho. La amable chica que la había guiado hasta allí la invitó a sentarse y le ofreció tomar algo mientras esperaba.
―La señora Nara no tardará en llegar... ―Sakura asintió, parándose en medio de la enorme estancia. Se notaba que aquella abogada debía de ser muy buena en lo suyo, a juzgar por el lujo que se respiraba en aquel despacho.
―Gracias. ―La chica salió, dejándola sola. Pasaron aún varios minutos hasta que la puerta se abrió de nuevo y dio paso a una alta y elegante mujer enfundada en un exquisito vestido del mismo tono verde agua que sus ojos. Alzó una ceja al ver a Sakura en medio de su lugar de trabajo.
―Usted debe de ser la señorita Haruno. ―Sakura intentó sonreír.
―A-así es... ―Se aclaró la garganta, intentando disipar su nerviosismo. Los rumores eran ciertos. Temari Nara imponía con su sola presencia.
Temari anduvo hasta su mesa, dejó caer el bolso en el suelo, al lado de su cómoda silla de cuero negro y se dejó caer sobre la misma, cruzando sus largas piernas una sobre la otra y acomodándose contra el respaldo. Tamborileó durante unos segundos con los dedos sobre el borde de su escritorio, observando a Sakura, escrutándola minuciosamente, analizando hasta el más mínimo detalle de su apariencia, al parecer de la Haruno.
―Tengo curiosidad, señorita Haruno, tras haberle echado un vistazo a su solicitud. ¿Por qué yo?―Sakura tomó aire, aceptando la invitación de la abogada para tomar asiento.
Empezó a hablar, tratando de no atropellarse con las palabras:
―Bueno, tengo entendido que usted es... la mejor en su campo, en ser abogada de familia, y necesito a la mejor, señora Nara. Desesperadamente. ―Temari alzó una ceja, pero no dijo nada; la instó a seguir hablando con otro gesto de la mano―. Verá... no voy a pararme en las circunstancias que me han llevado a estar aquí hoy, solo diré que... hace muchos años cometí un error, uno imperdonable, y que hoy estoy aquí para intentar remediarlo, en la medida de lo posible. Y necesito su ayuda para poder lograrlo. ¿Me ayudará?―Temari quedó pensativa unos minutos, antes de contestarle:
―He leído su petición, de cabo a rabo, varias veces, además. Si no me equivoco, pretende recuperar sus derechos maternales de ver y educar a su hijo biológico, un hijo al cual abandonó hace diez años, en las manos de su padre. Por lo que usted misma me ha contado, el susodicho padre ni siquiera puso su nombre en el certificado de nacimiento, por lo que, a efectos legales, usted no figura como su madre. Eso es solo un escollo, puesto que fácilmente se puede solicitar una orden judicial para una prueba de ADN y, de esta confirmarse...
―Se confirmará―aseguró Sakura.
―... en teoría, ya podría tener acceso a ese niño y ejercer como su... madre. Eso, en caso de que el padre no ponga objeciones. En caso contrario... ―Sakura sintió que todo el optimismo que empezaba a sentir ante las palabras de la abogada se esfumaba. Por supuesto que Naruto iba a poner objeciones, le advirtió que lo haría, que no la dejaría acercarse―... le espera una larga y dura batalla legal. Es todo lo que puedo decirle. ―Sakura pestañeó.
―Perdone... ¿qué... qué quiere decir?―Temari suspiró, clavando la vista en la mujer que tenía enfrente.
―No sé si se ha percatado de mi apellido: Nara. ―Sakura asintió, confusa, sin entender lo que Temari Nara estaba tratando de decirle―. Estoy casada, señorita Haruno, Nara es el apellido de mi marido, alguien a quién usted también conoce. ―Los ojos verdes de Sakura se abrieron como platos ante semejante revelación.
No lo había asociado, no había caído en la cuenta... pensó que se trataría de una coincidencia, que sería alguien más con el mismo apellido, pasaba mucho, Japón era un país muy grande...
―¿Qui-quiere decir que usted es... la esposa de... de Shikamaru?―Temari asintió.
―Así que espero que entienda que no puedo aceptar su caso, sería un tremendo conflicto de intereses por mi parte. Espero que lo comprenda. ―Sakura tragó saliva y aferró su bolso. No podía darse por vencida.
―Por favor, señora Nara... e-entiendo que sería difícil para usted pero... ¿no podría, al menos, considerarlo? Necesito a la mejor, pagaré lo que sea, puedo permitírmelo... ―Temari suspiró. Aquella mujer parecía realmente desesperada, pero ella no pensaba aceptar el caso. Si había concertado una entrevista con ella era por simple y mera curiosidad, por ver en carne y hueso y conocer, al fin, en persona, a la causante de tanto sufrimiento y dolor a dos de sus mejores amigos.
―No es cuestión de dinero, señorita Haruno―respondió Temari al fin, tras varios minutos de tenso silencio―. Sino de ética. No creo que pudiera sentirme a gusto defendiéndola. Es todo. ―Temari se giró hacia su ordenador, dando la reunión por terminada.
Apretando los dientes, Sakura se dio la vuelta y salió de aquel despacho, con el ánimo por los suelos.
Tendría que empezar la búsqueda desde cero. Pero no pensaba rendirse.
Antes muerta que rendirse.
El sonido de la melodía que anunciaba una llamada entrante en su teléfono móvil la hizo encogerse sobre la cama de la habitación de su hotel. Buscó a tientas entre las sábanas hasta dar con el molesto aparato y cogió la llamada, sin siquiera comprobar quién podía ser su posible interlocutor o interlocutora.
―¿Diga?
―Sakura. ―La voz que le contestó la hizo sentarse de golpe.
―Tsunade-shisou...
―¿Cómo estás?―Fue directa. Sakura tragó saliva y sintió cómo todo su cuerpo comenzaba a temblar. Tuvo que tragar saliva y parpadear para intentar disipar las lágrimas que amenazaban con anegar sus ojos por enésima vez en el día.
Abrió la boca dispuesta a mentir, a decir que todo iba de maravilla, pero no pudo hacerlo. Su maestra era la última persona a la que podría mentirle, le debía tanto... y, además, enseguida se daría cuenta si lo hacía.
―Fatal... ―Un suspiro la hizo suspirar a ella también.
―Las cosas... ¿no van bien? ¿No... no has podido verlo...?
―Solo de lejos. Su padre... él... no... n-no me permite acercarme. ―Se mordió el labio inferior y apretó las mantas que la cubrían―. ¡Tsunade-shisou, no sé qué hacer! ¡Estoy desesperada...
―¿No fuiste a ver a esa abogada que me comentaste?―Sakura gimió al recordar su breve reunión con Temari Nara.
―Sí, fui, pe-pero ella... no quiso aceptar mi caso porque... porque los conoce.
―¿A quienes?
―A... al padre de mi hijo y a... s-su esposa―pronunciar la última palabra le provocó un nudo en la garganta. Si hubiese hecho las cosas diferentes, si tan solo hubiese pensado más allá... tal vez...
―¿Está casado?
―Sí... con una mujer maravillosa―murmuró sin poder contenerse.
Necesitaba desahogarse, contarle a alguien lo que había ocurrido. No podía recurrir a sus padres para ahogar sus penas porque ellos no se merecían que echase más carga sobre sus hombros. Bastante tuvieron cuando les confesó su más oscuro secreto y bastante hicieron aquel día con perdonarla, aunque sabía que la confianza que ellos habían tenido siempre en ella se había visto seriamente dañada. Nunca volverían a fiarse de su propia hija, pero Sakura no podía culparlos por eso.
―Vaya... Eso... complica las cosas... un poco.
―Sí... ―asintió Sakura―. Él... él cree que ella es su madre... y además... tiene hermanos... dos hermanos pequeños...
―Medio hermanos, Sakura, no lo olvides. Solo comparte media genética con ellos. ―Sakura tragó saliva e intentó sonreír ante el pobre intento de su maestra por animarla, aunque sin conseguirlo.
―¿La abogada?―volvió a preguntar. Sakura tragó saliva una vez más.
―Y-ya te dije que los conoce y... no quiso aceptar mi caso porque dice que sería un terrible conflicto de intereses por su parte ya que su marido... Shikamaru Nara, es uno de los abogados de... del padre de mi hijo. ―Decirlo aquello en voz alta le provocó un sordo dolor en el corazón.
―Entiendo... ―Un silencio se hizo presente. Sakura aprovechó para cerrar los ojos y respirar hondo, intentando calmarse―. Sakura, si quieres... puedo recomendarte un abogado. ―La Haruno abrió los ojos como platos y contuvo la respiración ante aquella frase de su profesora.
―Shisou...
―Es... bastante conocido, aunque por nada bueno, eso también te lo adelanto. Es un Uchiha, debe rondar mi edad, más o menos... y es de los mejores. Puedo llamarlo y concertarte una cita con él, en el pasado ayudó a un... amigo, en una difícil situación, y consiguió que saliera indemne, a pesar de que todo apuntaba su culpabilidad. Es un maestro retorciendo la verdad y adaptando la realidad a su conveniencia. Te cuento todo esto para que sepas donde te metes. Es odiado incluso por sus propios compañeros de profesión y ninguno querría, por nada del mundo, topárselo en un juzgado, mucho menos teniendo que enfrentarse a él. Sus tácticas, cuanto menos, algo cuestionables, aunque los resultados... bueno, si buscas su nombre en internet no te saldrán más que éxitos. Por la cantidad adecuada, estoy segura de que tomará tu caso.
Un Uchiha... Sakura pensó de quién podía tratarse. No era Sasuke, eso seguro, porque este se encargaba del caso por Naruto junto con la ayuda de Shikamaru. Tampoco podía ser Itachi, ya que este, a pesar de lo inteligente que era y de que la abogacía podría habérsele dado más que bien, se había hecho cargo de la empresa familiar. Tampoco podían ser Fugaku o Mikoto.
Obito tampoco era. Ni Izumi, la que había sido novia de Itachi cuando ella aún iba al instituto y que, según había podido saber, hoy en día era su esposa.
Sacudió la cabeza, diciéndose que no importaba. Si era un abogado tan bueno como decía su maestra, por muy cuestionables que fueran sus métodos, a ella solo le interesaba que obtuviera resultados. Nada más.
Estaba desesperada y, como se suele decir, a casos desesperados, medidas desesperadas. Así que respiró hondo, puso su mejor mirada de determinación y aferró el teléfono con fuerza.
―Hágalo, por favor, Tsunade-shisou. Le regalaré una botella del mejor alcohol que encuentre si me hace este favor. Se lo prometo. ―Casi pudo ver la sonrisa que tendría la rubia en estos momentos.
―No hace falta que hagas semejante dispendio, claro que yo tampoco soy nadie para despreciar tu regalo, si es que te hace tanta ilusión regalarme algo así... ―Ahora fue el turno de Sakura de sonreír. Tsunade nunca cambiaría―. Lo llamaré hoy mismo. Te mando un mensaje más tarde, con los detalles, si es que consigo convencerlo de que te entrevistes con él, al menos. Es un poco... selectivo, en lo referente a sus clientes. Aunque nadie realmente por qué toma unos casos sí y otros no. Es bastante rarito. ―Sakura suspiró.
―Si puede ayudarme a ver a mi hijo, aunque sea, no me importa. Por mí como si es un alienígena que viene del espacio exterior. ―Tsunade soltó una risotada.
―No vas muy desencaminada, niña. En fin, me alegro de haberte podido ayudar. Pasando a otra cosa... ya casi se te habrán acabado los medicamentos... ―Sakura hizo una mueca ante el recordatorio de la mujer―. No puedes saltarte ni una toma, Sakura, o podría empeorar y entonces ya nada podré hacer por ti. Lo sabes, ¿no? Ve a un médico y que te renueve las recetas. ―Sakura cerró los ojos.
―Lo haré.
―¿Seguro?―preguntó Tsuande, nada convencida. Sakura suspiró.
―Seguro. Lo haré. Iré a ver a un médico. Lo prometo. ―Tsunade seguía sin estar convencida pero acabó aceptando su palabra con un suspiro.
―De acuerdo. Te creeré. Ahora tengo que dejarte. Espera mi mensaje. ―Colgó la llamada y Sakura se quedó unos segundos escuchando el pitido del teléfono, antes de despegarlo de su oreja tirarlo sobre la enorme cama del hotel.
Miró por la ventana, viendo el cielo gris y encapotado cubrir el cielo cual manto amenazando lluvia. Llevaba lloviendo desde que había regresado, como si los mismos dioses desaprobaran su presencia en Konoha, instándola a marcharse y diciéndole que el sol no volvería a brillar sobre aquella ciudad mientras ella permaneciera en ella, manchándola, ensuciándola con su presencia.
Negó con la cabeza, sonriendo, diciéndose que estaba siendo estúpida. Ella nunca había sido supersticiosa y no iba a empezar ahora. Seguramente el cambio climático tenía más culpa de la inminente lluvia en aquella época donde normalmente brillaría el sol que ella misma.
Ni que tuviera algún tipo de poder especial. Era absurdo. Esas cosas no existían más que en la imaginación de los más fantasiosos.
Y ella no era fantasiosa, sino una persona de lo más racional.
No debía olvidarlo.
Despidió al último paciente y suspiró, pasando a ordenador los últimos datos obtenidos sobre el mismo. Amaba su trabajo, pero había días, como aquel, en que le tocaba pasar consulta, que lo odiaba. La gente podía ser un verdadero dolor de cabeza, sobre todo para la cosa más nimia. Siempre tendían a pensar o que tenían algo gravísimo o que no era nada, nunca un término medio, y se enfadaban cuando comprobaban que no tenían razón. Era como si les gustase llevarles la contraria a los médicos pero, ¿qué culpa tenía ella de que sus cuerpos no funcionasen como ellos querían o les convenía?
―Debería haberme hecho pediatra―murmuró. Al menos, los niños no eran tan tocapelotas como los adultos. Se levantó de su silla y anduvo hasta la camilla donde hacía los reconocimientos de los pacientes, justo en el momento en el que la enfermera abría la puerta y entraba con el siguiente.
―Desvístase de cintura para arriba y-
―No creo que... eso vaya a ser necesario... ―La voz temblorosa y cargada de auténtico pánico la hizo volverse, con una ceja alzada.
Sus ojos rojos se abrieron como platos y, casi sin darse cuenta, apretó las manos en puños y rechinó los dientes.
―¡TÚ! ¡¿Qué estás haciendo aquí, zorra malnacida?!―La enfermera jadeó, con los ojos abiertos como platos por la sorpresa.
―Doctora Uzumaki... ―empezó, con tiento.
―Está bien―dijo la paciente―. Somos... viejas conocidas. Está bien. Déjenos solas, por favor. ―La enfermera pasó la vista de una mujer a otra y, no muy convencida, hizo caso de la chica de cabellos rosas con la que acababa de entrar en la consulta.
Aunque, en el fondo, le agradeció. Los estallidos de ira de la doctora Uzumaki eran legendarios en el hospital, y todos rogaban porque no les pillara cerca de la médico pelirroja cuando esta tenía uno de los mismos.
Sakura respiró hondo y se giró de nuevo a mirar a Karin. Se había llevado tremenda sorpresa a la par que susto cuando la amable enfermera que la llamó para que la siguiera en la sala de espera le comentó que "no se preocupara, que la doctora Uzumaki era muy buena médico". Solo conocía a una Uzumaki que hubiese decidido estudiar la misma carrera que ella aunque en distinta universidad, y sus sospechas se confirmaron cuando, al abrir la puerta, lo primero con lo que toparon sus ojos fue con una espesa cabellera de un rojo intenso.
―Te... te veo bien, Karin...
―No puedo decir lo mismo―soltó Karin, en tono afilado―. La ética profesional me impide echarte o ponerte una mano encima, pero créeme que eso cambiaría si te hubiera encontrado por la calle. ―Sakura respiró hondo. Se estaba volviendo muy buena en eso de los ejercicios respiratorios.
―No... no eres la primera que me lo dice... desde que he vuelto. ―Aquello pareció aplacar a Kasrin―. Aunque tú has sido mucho más directa.
―Siempre he creído en la sinceridad. ―Aquello fue un golpe bajo que hizo a Sakura bajar la cabeza y morderse el labio inferior―. ¿Qué quieres? No tengo todo el día y odio pasar consulta, en este momento más que nunca. Así que ve al grano. ―Sakura se apresuró a abrir su enorme bolso y a rebuscar en su interior, con dedos nerviosos, hasta sacar un taquito de papeles, doblados en dos.
Los desdobló y se los tendió a Karin, quién los cogió con algo de brusquedad mientras se sentaba en su silla, tras la mesa del consultorio. Les echó un vistazo mientras ponía en marcha en el ordenador el programa dispensador de recetas, intuyendo que a eso habría ido aquella mujer: a por medicinas. Aunque no le importaba lo más mínimo el por qué o para quién...
No hasta que leyó los nombres de un par de ellas. Alzó una ceja y repasó cuidadosamente cada una de las recetas. Cuando terminó miró fijamente para Sakura.
―Aquí hay algunos antidepresivos muy fuertes, y también unos cuantos químicos que-
―Solo dame las recetas. Por favor. Se me están acabando y... no puedo pasar sin esas medicinas. ―Karin no dijo nada, se limitó a mirarla, con sus ojos escarlatas, escrutándola.
Tras unos minutos de tenso y pesado silencio, la Uzumaki empezó a teclear en el ordenador, metiendo el código de paciente de Sakura. El ordenador le remitió una entrada en el sistema nacional de salud, aunque, claro está, el historial era confidencial puesto que pertenecía a otro hospital. Salvo que pidiera verlo por los canales oficiales...
Le tendió las recetas y Sakura las recuperó, con evidente alivio al ver que ya podía salir de allí.
―Sakura―Se detuvo justo cuando estaba a punto de agarrar el pomo para darle la vuelta y salir de allí―. No vuelvas, no si estoy yo pasando consulta. No sé si podré controlarme la próxima vez. ―Sakura asintió sin darse la vuelta, abriendo la puerta―. Le hiciste daño, ¿sabías? Lo destrozaste. ―No pudo contenerse Karin de decir.
Sakura no contestó, tan solo se limitó a alejarse de aquel consultorio a paso rápido, rogando por encontrar pronto una farmacia para poder tragarse un par de ansiolíticos.
La ansiedad y el estrés eran lo peor para su condición de salud, pero no era como si pudiera controlar sus emociones.
Llevaba tanto tiempo haciéndolo que ahora que estaba en Konoha y la caja de Pandora se había abierto ya no había forma de volver a cerrarla.
Tal vez tendría que habérselo pensado mejor, pero aquella era su última oportunidad. Su última oportunidad para hacer las cosas bien.
Aunque hubiese tenido que llegar al borde del abismo para decidirse a hacer las cosas bien.
Pos ale, un capítulo más. El encontronazo entre Karin y Sakura (¿alguien se lo esperaba?), la conversación entre Temari y Sakura, la llamada de Tsunade (¿quién se atreve a especular sobre ese Uchiha abogado? No quedan muchas opciones, ¿alguna idea?), la reunión entre Naruto, Hinata, Minato y Kushina para consolarse mutuamente y darse apoyo moral y comprensión (no pensaríais que iban a dejar que Naruto y Hinata pelearan solos, ¿verdad? xD).
JODER, PUÑETERO TECLADO, DEJA DE TOCARME LAS NARICES.
Estoy tardando la mitra en escribir las notas de autor, porque no sé porqué mi teclado no quiere colaborar hoy.
Por cierto, estoy escuchando música en youtube mientras escribo esto y también anda medio tonto. ¿Alguien sabe si youtube está teniendo problemas en el día de hoy o es que el universo ha decidido que hoy es el día de "Vamos a fastidiar a esta mujer"?
Ea, nada más, tan solo agradeceros todos vuestros votos, lecturas y comentarios. ¡Me encantan y me encantáis vosotros! ¡Os amodoro!
¡Nos leemos!
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