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9. Libertad

La zorrita rosada parecía bailar esquivando las gigantescas masas de roca que le lanzaba el otro cánido a pedido de su entrenadora, despidiendo destellos a lo largo de su marcha, irradiando alegría con su rostro de inmutable ternura. El ambiente al rededor, en cambio, era caótico: gritos e improperios se elevaban por sobre el barullo de la batalla, todas las personas se agitaban e intentaban escapar a conciencia de la proximidad del ataque del equipo Rocket, y es que nadie que conociera el nombre de Satoshi era ajeno a los peligros que orbitaban entorno a su persona.

El azabache había dejado de ser un ente frente a la mirada del groso de la población y se había convertido en una especie carnada ambulante; dos agrupaciones criminales de alcance mundial habían jurado aniquilarlo sin importar cuántas vidas tuvieran que desechar con tal de conseguirlo. ¿Qué clase de loco podría acompañar a una víctima directo al matadero? Solo aquellos que compartieran con el chico de la gorra intocable una vínculo más importante que sus propias vidas, quizás.

Sylveon se movía como una hoja llevada por el viento acompañando pasivamente las corrientes de aire de los ataques provenientes por el Lycanrock diurno de la kahuna, en tanto éste se mantenía en movimiento para no ser blanco fácil de los contragolpes del de tipo hada. La experiencia como coordinadora había convertido a la pelimiel en un rival difícil de enfrentar: aventarle piedras era directamente proporcional a recibirlas de vuelta impulsadas por el viento de hadas, intentar taclearlo dejaba en evidencia que el pequeñín podía superar la velocidad del pokémon de la mismísima kahuna restándole mérito a la promoción de las actividades en Alola, cada mordida, cada movimiento resultaba en un intento vano. El orgullo y la estrategia jugaban por igual en esta contienda, ninguna de las dos quería ceder.

—Tu pokemón está muy bien entrenado —observó Mayla algo sorprendida—, empiezo a creer que si quisieras marcharte no habría forma de que te detuviera.

El lobo se aventó a gran velocidad pretendiendo aprisionar con sus colmillos al pequeño hada danzarín, pero una corriente de viento desde abajo de su vientre lo elevó haciéndolo perder el rumbo para ser víctima de las esferas del poder del Sylveon que lo enfrentaba.

—Puede que tengas razón, pero no me quiero marchar aún —respondió Serena achinando la mirada para seguir la coreografía de su rival—, no sin antes poder hacer lo que estás haciendo.

Posturas cuadradas, expresiones fuertes, la voz autoritaria. El movimiento Z de Lycanrock se elevó como una mole para aplastar al pequeño Sylveon causando que la protección de éste último cediera a causa de la presión. Sus fuerzas flaquearon dejando a ambos pokémon en una condición deplorable. Los dos hacían un esfuerzo descomunal para mantenerse en pié.

—Aún no, Lycanrock, resiste un poco más. Necesitamos que ellos lleguen... Necesitamos que los Ultra Guardianes sepan lo que es el mundo más allá de Alola.

Serena se sorprendió al oír las aspiraciones de Mayla. —¿No te importa que para que ellos vean lo que les quieres mostrar mi vida y la de los que amo corran peligro?

—¡No digas esas cosas! Si alguien llega a hacerte daño nosotros estaremos junto a ti para defenderte.

Los orbes azules se abrieron de par en par. Había creído erróneamente que Mayla era una villana capaz de arriesgar la vida de otros con tal de cumplir sus pretensiones; la vio planificar con tanto detalle la derrota de Satoshi y su revelación frente al mundo que intuyó una mente malvada detrás de esas acciones. No tenía idea de que en el fondo pensara protegerla, aunque por como se veían las cosas, más allá de que la kahuna fuera una persona muy fuerte, la misma no era consciente de contra quienes planeaba enfrentarse. Mayla aún no sabía qué tan rudo era el mundo que pretendía mostrar a los demás.

—Quedarnos aquí es peligroso y nuestros pokémon ya están cansados. Lo mejor será que lo dejemos —espetó la pelimiel, pero su contrincante no cedió.

—¡No te vayas aún! ¿Qué no lo ves?, sólo podrán ser libres si se enfrentan a la verdad cara a cara, porque el mundo al que pertenecen es una fantasía.

—Yo tenía una amiga que solía decir que todos vemos el mundo a nuestra propia manera, por eso no creo que esa fantasía deje de ser una realidad ni tampoco creo que sea un impedimento para hacer un bien por los demás.

Las cabezas de ambos pokémon chocaron casi sin fuerzas, sus músculos temblaron pero ellos no se rindieron. Serena intentó regresar a Sylveon, pero la misma le huyó al rayo rojo de la pokebola.

—Incluso tu propio pokémon sabe que frente a ella hay una realidad que debe enfrentar y que no debe huirle. No quiero que los chicos vivan en una mentira, aunque para ellos esté bien. Quiero darles libertad.

—Mejor terminemos con esto, por favor. Es una locura —La perfourmer insistió en regresar a su pokémon sin mayores efectos—. ¿Qué tipo de libertad piensas darles si los obligas a ver en lugar de proponérselos?

—La única libertad que existe: en este mundo las opciones son ser libres o no ser nadie.

—Veo que tú ya decidiste por ellos, y eso no es ninguna libertad.

Pero Mayla se equivocaba: no se puede obligar a alguien a ser libre. Es asunto de cada uno el decidir: el amigo que está en las drogas, la madre que no cuida a sus hijos, el novio que piensa distinto, la persona que no quiere progresar. Todos somos esclavos de nuestros deseos y en la medida que nos liberamos de las pretenciones de los demás, nos arriesgamos a perdernos en un mundo de caprichos que no nos pertenecen porque, aunque no todos lo sepan, nadie sabe lo que quiere en esta vida.

Nadie puede ser libre de hacer lo que quiera porque las personas no somos seres preparados para saber siquiera qué queremos a cada momento. Siempre podemos acompañar, educar, corregir si hace falta, pero sin dejar de aceptar las decisiones de los otros y comprender sus motivos Esa también es una forma de liberarse de la esclavitud a nuestros propios deseos.

Y Serena aceptó.

Si Sylveon quería pelear, estuviera bien o mal, ella aceptaría.

Un viento rosado surgió como por obra de magia desde abajo de la entrenadora y su pokémon al tiempo que el ritmo de sus corazones se sincronizaba permitiendo que las emociones del par de amigas se alcanzaran hasta brindarle a Sylveon un nuevo poder. El fenómeno lazo evolucionó a la zorra dándole listones azules y un extraño brillo dorado al rededor del pelaje. Mayla no comprendía lo que acababa de ocurrir y Gary, si se enteraba, se iba a querer arrojar de la Torre Prisma por no haber estado ahí para mirar.

Cientas de mariposas rojas y doradas revoloteaban en el tornado en que se había convertido el viento de hadas de ese pokémon ocasionando que Lykanrock sucumbiera ante la magnificencia de su poder.

Mayla bajó los brazos frustrada. Ella entendía por qué habían alcanzado esa situación. Serena no. Lo aceptaba, pero entenderlo, no.

Los pokémon aun siendo capaces de pensar por cuenta propia y de manifestar su opinión elegían usar su libertad para obedecer a sus entrenadores. Los entrenadores aun siendo libres de elegir no hacer pelear hasta causarle daño a sus pokémon decidían que esas prácticas crueles eran lo mejor y se sumían al sistema a cambio de un poco de fama y gloria.

La libertad es una misma para todos. Las cadenas no. En este mundo existen demasiadas libertades y muy pocas mentes capaces de descubrir sus cadenas detrás de cada acto.

—Es todo —aceptó la morena—, he ganado.

—Generalmente te diría que la única victoria aquí es que ningún pokémon haya salido herido, ¡pero en este caso en particular gané yo! ¿Me das mi cristal?

—Sí, ganaste la batalla, pero la que más ganó aquí soy yo. Mira.

Al comprender las palabras de su rival, la pelimiel giró su rostro aterrada para encontrarse con cientos de uniformados vestidos de negro con enormes R rojas en medio del pecho poblando las gradas y reduciendo violentamente a las personas del público. Los gritos comenzaron, había llanto, las luces del estadio centelleaban sobre gruesas gotas rojas derramadas en los palcos y los asientos. Nunca antes el equipo Roquet se había mostrado tan violento.

—¡Serena, debemos huir! Ellos vienen por nosotros —La voz alterada de Satoshi logró alcanzar a su amada y ésta emprendió la retirada en tanto los Ultra Guardianes desesperados les abrían paso en medio de miles de ataques demostrando un inmenso poder.

Pikachu unió su corazón al de la pareja que lo acompañaba, alcanzando su máximo poder para encabezar la marcha. Un ejército de soldados vestidos de negro rodeó al grupo, pero de un momento a otro varios movimientos Z se activaron para abrir una brecha que les permitiera alcanzar la salida.

Avanzaron a las zancadas ordenando ataques a diestra y siniestra, y justo cuando parecía que lograrían salir, los pokémon de los Ultra Guardianes se quedaron quietos y una luz blanquecina rodeó su figura haciéndolos perder el control de sus actos.

—¡¡¿Qué demonios está ocurriendo?!! —chilló a la nada Chris, el menos apto de todo el grupo—, parece como si alguien los estuviera controlando con una especie de poder psíquico.

—Oh, no... —susurró Satoshi con un hilo de voz. Su sangre se heló y todos sus temores se materializaron frente a él cuando un destello de luz reveló al CEO de la temible agrupación criminal portando a su pokémon más poderoso— Es Giovanni, y no viene solo.

Un pokémon sin libertad venía con él. Sus miembros huesudos, blancos, su rostro enfermizo. Nunca un pokémon había podido intercambiar de ese modo la dicha y la libertad por el poder irresquebrajable como lo había hecho quien creara a ese desdichado clon. Ante la mirada anonadada de cada entrenador allí presente, Mewthree jadeaba su respiración rasposa debilitando hasta al mismo Pikachu en una sola onda de poder.

***

NA: hola chicos, ¿están disfrutando la historia? Espero que . Notarán que es una trama más interna que externa donde lo más importante son las emociones.
Notarán también que cambié la portada y sinopsis. Quisiera hacerlo regularmente así que no se asusten si la portada no les suena.
Llegamos a un K, ¡muchas gracias a todos ustedes! Un saludo de alegría 🐺

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