45. Osadía
En un bosque de Kanto, una pequeña niña perdida camina buscando protección. El tiempo apuró su paso volviendo la mañana una tardecita cálida, pero la noche acecha con su frío manto y la imaginación de monstruos malvados comienza a desesperarla.
—No debí haber venido.
Serena camina hace mucho tiempo buscando y buscando, a pesar de que el bosque no es el mismo. No sabe si fueron días, meses o años. Cree que alguna vez un niño con el pelo negro debió aparecer, pero ya no lo recuerda. Siente que le han hecho daño, pero no recuerda cómo. Sabe que si se queda quieta y opta por tomarse un descanso podría no volverse a levantar jamás.
De pronto, un golpe se oye a lo lejos, y un avecilla roja con detalles negros que la observa desde la rama de un árbol comienza a trinar. La reconoce y aunque siente que debería huir, sus pies desobedecen y acaba por hacer lo contrario, acabando por ingresar a un túnel oscuro con una inmensa luz al final. Al entender hacia dónde se dirigía, sus pasos dudan.
—No había nadie en el bosque. Al menos aquí no me sentiré tan vacía.
Llega a una sala colosal repleta hasta el último asiento de personas que se ríen con saña de una pequeña Fennekin en medio del escenario que no puede parar de tropezar con miles de perlas y lazos los cuales salen de su cuerpo. Trata de ayudarla a detenerse, pero solo consigue que las burlas caigan sobre su persona, y la sensación de vacío se hace extrañar.
En los palcos no logra reconocer ninguna cara conocida. Solo hay dientes afilados chasqueando de mofa y desprecio brillando en caras negras, deformes, enfermizas. Aunque el llanto toma el control de sus ojos, a nadie parece importarle. Un nuevo estallido se escucha y ve rostro negro y rojo resaltar en medio de las demás. Lo persigue, y aunque no parecía estar tan lejos, el viaje se le apetece interminable. un nuevo túnel se ciñe entorno a ella, y no logra reconocer el final.
Repentinamente, acaba en un campo precioso, lleno de flores y con una arena de entrenamiento en medio donde los niños juegan con los Rhyhorn riendo sin parar.
—¡Aquí no! ¡Por favor, por lo que más quieras, sácame de aquí!
Una de las niñas, impaciente porque su pokémon no se mueve, comienza a golpearlo con sus tacones ocasionando que el molesto rinoceronte cmenzara a protestar.
—¡Por favor, haré lo que sea, pero sácame de aquí! No quiero ver esto... —El Rhyhorne enfurecido comienza una estampida—. Los niños deben aprender con Skiddo, Rhyhorn es peligroso.
Llora. Sabe que aunque interfiera en la situación, el final de la secuencia es inevitable. La estampida crece y los niños huyen desesperados mientras algunos hombres ingresan al corral. Ha tratado tantas veces de impedirlo que sus fuerzas merman y no le queda más que gritar en tanto su padre interfiere con su cuerpo y su propia vida entre el Rhyhorn enfurecido y la niña que lo hizo enojar.
—Papito... —Serena llora sin poderse contener. Observa la imagen de su madre cuando todo termina, y aunque la mujer perdonara al pokémon, en su interior le cuesta mucho aceptar que lo que pasó fue decisión del hombre que le dio la vida, y no puede perdonar a su madre por insistirle en que el sueño de su padre era verla correr.
—Sácame de aquí. Llévame adonde sea, pero sácame de aquí.
A lo lejos, una nueva estampida estalla y reconoce en ese sonido que es momento de volar. Uno de los Rhyhorn lleva los detalles en rojo que tanto había estado buscando, y cuando este la atropella se siente caer por un túnel colmado de olor a hogar.
Cae, repentinamente, y sus entrañas se estremecen al entender que se encuentra en el sofá de su casa, y que nuevamente está absolutamente sola. Por la tele, un muchacho moreno y de rasgos atractivos intenta tranquilizar a un Garchomp para que se deje ayudar. Se encuentra en la cima de la Torre de Luminalia demostrando ser temerario, algo que le vale la confianza del dragón, el cual permite que el joven lo ayude y todo parece un respiro de felicidad, pero aquel breve instante de luz desaparece cuando el piso bajo el Pikachu que acompañaba al muchacho se desmorona y el entrenador salta detrás de su pokémon, pero nadie alcanza a salvarlo.
Lo reconoce, sabe que lo quiere, algo dentro de ella se rompe junto al charco de sangre que observa por aquella pantalla. Una especie de miedo la domina y echa a correr fuera de su hogar sin saber hacia dónde iría. Todos los sitios que visitaban le parecían iguales. A lo lejos, algo incomprensible ocurre provocando que la tierra se sacuda.
Corriendo sin rumbo, un tropiezo la lleva a caer en la fuente, donde un enorme ser similar a un ave con detalles rojos la devora, y en su interior encuentra un interruptor de luz que le revela la ciudad Luminalia en ruinas, y en medio, una serpiente verde gigantesca se dedica a destrozar los restos de la civilización que alguna vez amó.
Frente a la serpiente hay una niña muerta. El cabello amarillo, un Dedenne en su bolsa y llorándola, un muchacho de aspecto similar, pero con un símbolo de la SS tatuado en su hombro.
—Era mi hermanita —cuenta el joven en un claro acento alemán.
Ignorándolo, camina hacia el pokémon serpiente y ve como sus tonos escarlata se ruborizan hasta volverse fluorescente como un rubí con motas azabache.
—Tú —acusa—. Muéstrame lo que está pasando.
En los ojos del Zigarde rojo puede ver una mirada iracunda enfrentarla desde la lejanía. «¡Devuélveme a mi Serena!», urge el entrenador. No lo logra reconocer.
Por su parte, Satoshi pelea como si su vida misma dependiera del resultado. Ya había vencido una vez a aquella ave, y lo volvería a hacer cuantas veces fuera necesario para volverla a encontrar.
Ho-oh e Yveltal cruzaron ataques y al chocarlos se descubrieron empatados. El vínculo entre el entrenador y el legendario no era suficiente para derrotar al ave del caos, pero sabía que lo lograría hacer a como diera lugar.
Ala mortífera seguía siendo un obstáculo, no solo por el efecto que provocaba al ser utilizado como ataque, sino también porque le permitía al pajarraco servirse de los pokémon salvajes y los entrenadores que no habían huido para recargar sus fuerzas del modo más cobarde que el Azabache hubiera conocido.
«Debe de haber un modo, algo que pueda hacer para romper el vínculo que los une y poder rescatarla de esa cosa».
Pikachu metió un trueno a traición, y el aderezo se apuró a rescatarlo antes de que Yveltal se vengara, atrapándolo en sus brazos mientra salía rodando por los suelos.
«Si tan solo pudiera meterme en la mente de Yveltal y hacerlo reaccionar... o al menos, tomar el control del vínculo para llevármela... ¡Eso es!»
Regresando a Ho-oh a su pokebola, Satoshi se paró frente al pokémon de la destrucción, elevó sus manos al cielo y lo esperó con la mente completamente ensimismada y haciendo fuerza para no manchar sus propios pantalones.
A su lado, un Rocket que lo observaba sin poder sacarle los ojos de encima exclamó completamente sorprendido:
—¡Pero mira el tamaño de esos huevos!
El pico gigantesco amenazó al Mostaza, pero este no reaccionó. Yveltal lo capturó y se lo llevó volando hasta donde el cuerpo de Serena lo esperaba con un cuchillo en la mano.
—Te dije que esta vez sí sería tu final.
—Todos los finales siguen con un principio.
La chica atacó al muchacho, pero cuando este se abalanzó hacia ella para detenerla con un abrazo, un estallido de luz los poseyó y Serena, la que observaba desde los ojos del Zigarde bermellón, pudo sentir como si los latidos de su corazón se aceleraran. Entonces, un Boom, o quizás un Caploom, o algo tan inefable como la caricia de un ser amado vino a alcanzarla después de todo un año de vagar entre sus peores recuerdos cuando la mano de Satoshi alcanzó la suya.
—Estás aquí —observó Serena al tenerlo cerca por primera vez.
—No por mucho; Serena, vámonos. Te llevaré a casa.
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