41. Destino
A mi al rededor, una luz blanca lo colma todo y la sensación de paz que inunda mis sentidos es el único vestigio de algún sentimiento que pudiera experimentar.
«¿Quién eres?»
La figura frente a mí parece estar llamándome. Extiendo una mano en dirección a ella, pero no reacciona. Tan solo sigue con su suave llamado:
«Ven».
—¿Eres Arceus?
No parece ser un pokémon, pero no puedo distinguir su contorno. De pronto, una voz me llega de lejos:
—¿Arceus? Claro que no, tarado. Bueno, he hecho que muchas chicas griten su nombre... ya sabes, lo normal: «¡Oh, sí, sí! ¡Oh, por Arceus! ¡Oh, mi Arceus, estoy por...! ¡Oh, Arceus! ¡Ya voy a llegar!»
Los chillidos que profería Gary con voz afeminada me hicieron reaccionar y abrir los ojos de golpe, llevándome la sorpresa de un ardor molesto en las córneas que me obligara a volverlos a cerrar. Como pude, miré a mi al rededor notando que me encontraba en una especie cuartito de hospital con apenas el espacio suficiente para estar adentro junto al chamaco de cabello castaño, quien seguía con su imitación coordinando manos y cadera en tanto la cosa se ponía más y más sabrosa.
—Me duele la cabeza —informé para que se callara—. ¿Cómo terminé aquí?
Gary me contó sobre los últimos sucesos narrándome cómo ingresé cual loco en las instalaciones del equipo Rocket, según él para impresionar a Koharu, y derroté a cuanto macho osara cruzarse frente a mi mirada para acabar en un depósito al fondo de todo, donde los soldados me habían acorralado, me habían apuñalado y me desmayé al perder sangre, momento en el que él ingresó para sacar mi trasero de ahí.
—Creo recordar algo... había una pelirroja, su nombre era... ¡Pikachu!
—¡¿La chica se llamaba Pikachu?!
—Ella no, tonto, ¿dónde está mi Pikachu? ¡¿Qué pasó con él?!
Como respondiendo a mi llamada, el roedor amarillo subió desde una silla al lado de la cama hacia mis brazos para recibir un diluvio de caricias casi desesperadas de mi parte. Por un momento creí que lo había perdido.
—Pikachu se ha ganado mi respeto —anunció Gary—. Cuando yo llegué al lugar, solo vi tu cuerpo ensangrentado, como veinte soldados y pokémon Rocket tirados por ahí, algunos de ellos con quemaduras de electricidad, y a tu Pikachu en medio, tronando energía desde sus mofletes. Parecía una criatura legendaria.
Él me salvó. La manera eufórica en que lo acariciaba cambió por una cariñosa de inmediato en la medida que aceptaba que estar cerca de mí para ese pokémon pequeñito y valiente había resultado uno de los peores peligros, y nunca había dudado en aceptarlo por el simple hecho de quererme.
El instinto victimista casi me gana haciéndome pensar que quizás lo mejor, pensando en su bien, sería liberarlo o mandarlo pal rancho, pero eso no tendría sentido. Pikachu quiere estar conmigo, es él quien decide protegerme, sin importar su propio bienestar. Si lo liberara, no sería amable ni bondadoso, no sería altruismo ni tampoco sería preocuparme por él ya que lo que lo hace feliz es estar a mi lado. La única manera que podría tener de preocuparme por él sería no involucrándome más en todos estos asuntos peligrosos, pero lo veo imposible ya que la pelirroja quiere matarme y parece perseguirme.
¿No ocurriría lo mismo con Gary, con mi madre e incluso con todos mis amigos?
—Satoshi —me llamó gary, luego de expresar su alegría por haberme visto nuevamente despierto y con conciencia plena—, hay alguien más que quiere verte. Los investigadores del otro día se quedaron muy preocupados por ti.
—Dime que quien quiere verme no es el chico con cara de...
En ese momento, Goh entró por la puerta y se sonrojó al verme ahí, tendido en la cama, momento en el que rogué con la mirada a Gary que no se fuera, pero este se escabulló en la más mínima oportunidad.
—No sabes cómo lo lamento —dijo el moreno—. Mis cálculos revelaban la presencia de Yveltal, jamás me había equivocado así. De verdad, campeón Satoshi, no era mi intención que algo de esto sucediera.
—¿Campeón Satoshi? Qué manera rara de referirte a un colega. Soy solo otro investigador.
—¡Es que yo no quería...!
—Descuida. —Me levanté un poco sobre la cama para tomar agua y sentí la punzada dolorosa en el costado donde había sido apuñalado, cosa que puso al chico alteradísimo—. Llevan tiempo tratando de atraerme a su guarida. Es normal que descubrieran cómo hacerlo. Después de todo, tienen gente infiltrada hasta en el Alto Mando, ¿no?
—Ellos no te engañaron.
—¿Qué quieres decir?
—Estuve hablando con los lugareños y ellos juran haber visto a Yveltal en los al rededores en más de una ocasión. Te tendieron una trampa al llevarte al subsuelo, pero no es cierto que el pokémon del caos nunca haya estad en ese lugar.
Corroído por la curiosidad, me interné en sus ojos buscando algún dejo de temor que me diera a entender que aquel extraño investigador me estaba mintiendo para sacarme de en medio como un colega celoso de mis investigaciones, pero Goh parecía firme. Sí temblaba, pero no del modo en que lo haría alguien que pretende engañarme. Los entrenadores pokémon sabemos entender una mirada.
Se despidió de mí ofreciéndome cualquier novedad que se presentara en sus investigaciones sobre Yveltal al minuto cero, y yo agradecí el gesto para luego verlo partir. En ese momento, Koharu ingresó por la puerta trayéndome una cajita con medicamentos.
—Es para el dolor. Mi padre suele fabricar este tipo de concentrados extraídos de los pokémon planta de su laboratorio, y dijo que te servirían.
—Es un buen hombre. Gracias.
—Cuéntame una cosa —planteó ella—: ¿por qué entraste a una fortaleza del equipo Rocket si sabías que podías morir?
—¿Eh? Pero si ustedes nos habían dicho que lo hiciéramos.
—Sí, pero yo esperaba que sacaras un Zeraora de tu pokebola, no un Pikachu.
No conocía a ese pokémon, pero no importaba. La respuesta que ella buscaba no era un razonamiento, se notaba en sus ojos. Ella quería una historia de amor.
—Porque donde quiera que esté Yveltal, ahí tengo la posibilidad de encontrar a mi esposa.
Koharu abrió los ojos manteniendo su gesto entre serio y ausente, y yo me digné a continuar.
—Su nombre es Serena, es una gran entrenadora, investigadora y artista pokémon. La conocí en el campamento del profesor Oak cuando era niño, o al menos eso me dijo porque yo no la logro recordar, a pesar de haberle dicho que sí. Recorrió conmigo la región de Kalos junto a otros dos hermanos cuando teníamos 16. Luego, se despidió de mí besándome en un aeropuerto y confesándome que yo sería su objetivo, y eso me sacudió la cabeza. Pensé en ella todo el verano que me quedé cuidando mi casa de Pueblo Paleta mientras mi madre se tomaba unas merecidas vacaciones en Alola, y ella mientras tanto recorrió Hoenn ganando experiencia y volviéndose más fuerte. Cuando nos reencontramos, yo cumplí mi sueño de ser el campeón de mi región, pero ella no pudo cumplir el suyo de ser la Reina de Kalos, y para colmo el equipo Rocket ya había jurado arrancarme el pellejo, por lo que para estar juntos nos tuvimos que ocultar, y dedicamos unos años a investigar el fenómeno lazo en una guarida secreta situada en una isla. Nos divertíamos mucho juntos, fuimos una pareja muy feliz.
—Parecieran una de esas parejitas de novelas románticas —se le deslizó a ella en medio de un suspiro.
—¿Tú dices? Cuando se ama la magia se vuelve cotidiana. En fin, un día la vi triste. Yo sabía que Serena había notado que ya estaba por cumplir la edad límite para concursar por el título de Reina, y aún soñaba con hacerlo, pero nosotros no podíamos salir sin ponernos en peligro. Tomé la decisión más tonta: decidí jugar nuestras vidas para cumplir con aquello que le devolviera la sonrisa a mi único amor, y por eso salimos a recorrer Kalos concursando en espectáculos pokémon donde ella, una vez más, logró ganar un listón. Entonces, todo lo que podía salir mal, ocurrió.
Mi voz, entrecortada y sin tono, se transformó en silencio bajo la respetuosa mirada de Koharu, quien no sonreía ni tampoco intentaba de darme ánimo de ninguna forma, solo mantenía su seriedad absorta en tanto parecía meditar al respecto. No pasó mucho antes de que pudiera completar mi relato:
—El día de nuestra boda, el equipo Rocket enloqueció e intentó derrotarnos frente a todo el mundo, con una emisión televisiva.
—¡Oh, sí! Yo lo vi. Los derrotaron de un modo alucinante. Eso fue hace mucho, ¿no?
—Hace casi un año. Aquella vez perseguí a Giovanni, el anterior líder del equipo, hasta una cueva donde nos pasaron muchas cosas que no vale la pena detallar. El asunto es que al salir, mi esposa ya no estaba allí. La busqué por días, por menes; todavía la busco desde entonces, pero Serena no aparece. No hay rastro de ella. Pareciera como si se la hubiera tragado la tierra.
Llorando, Koharu apoyó su mano en mi hombro y por fin su seriedad cedió paso a una expresión de preocupación en la cual me sentí comprendido.
—El equipo Rocket ha enviado a un grupo de agentes especiales preparados para asesinarme. De entre ellos hay una chica que me recuerda mucho a Serena. Sus ojos son muy parecidos, y los entrenadores pokémon somos expertos en miradas, pero no es ella. Mi Serena nunca me habría apuñalado, sin importar quién se lo ordenara. Era tan coqueta, ni siquiera quiso que Meowth le arañara la cara para escapar de un pokémon hipnotista.
—De verdad la querías mucho.
Asentí con la cabeza sin saber qué se debería contestar ante una pregunta tan evidente.
—Entonces —dijo ella—, no deberías preocuparte. Tarde o temprano se volverán a ver. Ten fe.
—Fe...
La chica siguió con varias frases para levantarme el ánimo y luego de que le ofreciera media sonrisa de compromiso, ella se despidió diciendo.
—Ojalá un chico se preocupara tanto por mí como tú lo haces por ella.
Salió de la habitación y yo sentí verdaderos deseos de decirle «oye, no me obligues a friendzonearte», pero aquella palabra que había usado la chica no dejaba de sonar en mi cabeza: fe. Yo creía estar muerto y vi a una especie de pokémon que me llamaba, pero no era Arceus. No soy un creyente de esa religión, no desde que vi a Fennel; y además, no estaba realmente en el otro plano, solo me había desmayado; pero entonces, ¿quién era ese ser que me llamaba?
El rostro de Gary se asomó por la puerta.
—Oye, ¡bien hecho! Dejaste a Koharu sensible. Es mi momento de atacar. Espérame un rato que luego estaré contigo, ¿sí? No te dejaré solo, Mostacilla. Ya vuelvo, viejo sabroso.
Lo vi salir disparado del marco de la puerta y luego el silencio me permitió respirar en paz. Había mucho qué pensar: ¿por qué permitía que tanta gente se involucrara conmigo, si aquello era tan peligroso? ¿En qué momento terminaría todo este lío en que me había metido con el equipo Rocket? ¿Saldría vivo de esto? Y por último, ¿tendrá algo que ver todo este desastre con la forma en que desapareció mi padre? Giovanni había mencionado algo sobre él. Tal vez a él también lo persiguieran y decidió alejarse para protegernos.
«Ven». La voz grave resonaba en mis recuerdos, y algo dentro de mi mochila parecía reaccionar a ello. La abro y de pronto comprendo lo que debo hacer. Los remedios del padre de Koharu me hicieron efecto casi de inmediato, permitiendo que me levantara de ahí, cargara la mochila al hombro, tomara a mi pequeño amigo amarillo y abandonara la habitación por donde las enfermeras no podrían verme.
«Ven». Lo podía sentir cada vez más cerca. Siento que el final de esta historia está a la vuelta de la esquina, y estoy dispuesto a darlo todo para que en ese momento Serena y yo volvamos a estar lado a lado.
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