4. Fortalezas
Arribar a Kalos había sido el sueño de Serena desde el momento mismo en que lo abandonó para poder viajar a Hoenn a perfeccionarse como artista Pokémon hacía ya cinco años. Hoy, ese sueño cobraba vida sosteniendo la mano de Satoshi, quien le servía de apoyo para poder bajar del yate de la familia Oak. Aquel lugar aún olía a nostalgia.
—Creí que bajaríamos cerca de la ciudad —reprochó el moreno abriéndose espacio entre la maleza para poder colocar sus mochilas mientras Gary despachaba al capitán.
—Ustedes dos son reconocidos héroes en esta región, mientras que mi novio es el campeón de Kanto. ¿Te parece buena idea acercarnos a la urbe ahora? —respondió Erika en tono neutro, el azabache suspiró fuerte a modo de respuesta.
Avanzaron despejando el camino a fuerza de machetazos y algunas patadas, quejándose del picor del césped, la humedad de la jungla, la presencia amenazante de los Pokémon bicho y de las ocurrencias inoportunas del castaño, quien no desperdiciaba ningún chance para hacer chistes malintencionados sobre las intensiones de Satoshi al invitar a Serena a hacer ese viaje solos.
Bordearon un arroyo por algunos minutos hasta encontrar un claro donde descansar, y para la hora del ocaso el grupo ya se había establecido dividiéndose las tareas entre ellos de modo que cada uno pudiera tener tiempo para trabajar y para descansar.
—¡Iré a buscar leña seca! —anunció el Azabache ni bien terminar de alzar la tienda de los muchachos.
—Te acompaño —Se ofreció Serena, pero el Campeón apuró el paso para alcanzarlos.
—¿Y a dónde creen que van ustedes dos solitos?
—Oh, Gary, no haremos nada. No quiero que él vaya solo al bosque, podría perderse.
—Desde lejos verá el humo de la fogata y sabrá dónde estamos.
—Pero si lo ataca un pokémon...
—¡Tiene a ese Pikachu mutante, por todos los cielos! Vete ya Satoshi, tu novia se queda con nosotros.
El azabache se encogió de hombros y ella le dedicó una mirada de auténtica preocupación en tanto se alejaban sin apenas perderse de vista el uno al otro.
Un aire misterioso y umbrío impregnaba el bosque, como si una fiera agazapada los observara desde algún punto sin decidirse si lanzar sus garras al encuentro con la yugular u observarlos divertida, como aquel que admira un espectáculo inimaginable por primera vez.
Y el espectáculo ocurrió.
Serena, que sabía que debía mejorar sus performances si quería ser la Reina de Kalos —Aunque aquello le resultaba poco factible debido a la situación de su anonimato —, tomó lugar junto a sus pokémon y comenzó a repasar lo que aún no había olvidado de sus viejas actuaciones.
Erika y su novio la observaban encantados: a ambos les gustaba aquel tipo de exhibiciones llenas de vida, energía, fuerza y alegría; aunque en medio de una de las acrobacias de su rutina la perfourmer pudo oír a la líder mencionar algo que sin dificultades logró robarle la sonrisa.
"Es hermoso lo que hace, aunque yo no sé si podría. No le veo utilidad".
"¿Utilidad?" Se planteó la pelimiel para sus adentros, "Es normal que ella piense así, es una líder reconocida, una bióloga renombrada y una gran empresaria de los perfumes" En su mente trataba de justificarla, pero algo en aquel tipo de pensamientos, aunque lo respetaba, no le cuadraba en lo absoluto, y sin temor a la confrontación decidió planteárselo a Erika de la manera más frontal que le fuera posible.
—Disculpa, pero he oído lo que conversaban y creí escuchar que decías que las actuaciones no tienen utilidad. ¿De verdad piensas eso?
La líder se apuró a disculparse agregando en medio de una risita avergonzada. —No era eso lo que quería decir, es sólo que soy yo la que no podría hacerlo. No me sentiría cómoda.
—¿Con qué?
—Con estar haciendo algo que no ayude a alguien más —Sus explicaciones, lejos de invitarla a defender su actividad tal como había planeado, la hicieron notar que Erika llevaba algo de razón en lo que planteaba—. Antes me dedicaba a hacer perfumes: ¡perfumes! Un día entendí que tenía el potencial y los recursos para salvar vidas y ya no quise dedicarme más a algo tan banal.
—Lo que yo hago es banal...
—¡No no! Yo no quise decir eso....
—Pero si hubieras querido decirlo tendrías razón.
El ambiente se tornó tenso: Erika no sabía cómo confortar a Serena, ella había perdido el brillo al notar que habían dejado la seguridad de la isla para perseguir un sueño egoísta y Gary, que se había mantenido contemplativo, sin razón alguna se echó a reír, haciendo que los nervios de las muchachas saltaran al infinito en un segundo.
—Lo siento, lo siento, es sólo que... ¡Perdón!, pero esta charla es algo que habría esperado de Satoshi, no de ti, Serena.
Las miradas poco intuitivas lo abordaron sin lograr que amedrentara su gesto de confianza.
—¿Por? —Se animó a cuestionar la dama del sombrero rosa.
—Porque te dejas avasallar muy fácil, te pareces a tu novio. Mira, no importa si lo que haces es funcional o no; nuestra vida no puede ser considerada en función a si sirve a alguien o no. Con que a ti te haga feliz sin dañar a otro basta.
—¡Exacto! —agregó Erika agradecida de la intromisión de su novio— De todas maneras lo que haces es algo hermoso y difícil, no hay nada malo en ello. ¡Al contrario!, eres admirable.
—Pero si no vivo para servir, no sirvo para vivir.
—Entonces, ¿de qué manera podrías usar lo que tienes para servir a los demás?
Gary permanecía con la serenidad inmutable en tanto retomaba sus tareas de anotar en un mapa todas las opciones que se le ocurrían para preparar una carpa para el equipo Rocket sin arriesgar demasiado a sus amigos, quienes voluntariamente se habían ofrecido como cebo.
—Una vez —prosiguió la Pelimiel tras meditarlo unos segundos—, al terminar la liga de Kalos, vi a la gente tan desolada que decidí organizar un espectáculo junto a una amiga para regresarles la sonrisa.
—Eso es algo muy bonito, Serena.
—¿Sí?, pero no es suficiente. Si hubiera aprovechado para juntar fondos, tal como hace Dawn, ¿a cuántas personas más habría podido ayudar? Y lo que es más; a veces puedes darles a las personas todos los medios para estar mejor protegiendo los bosques, desarrollando formas nuevas de prevenir enfermedades, abriendo escuelas; pero si las personas no dejan de producir basura innecesaria, no se familiarizan con esas medidas preventivas ni se enteran tampoco de la importancia de estudiar para su futuro, ¿de qué sirve todo ese esfuerzo? Todos los esfuerzos anteriores quedarían en nada.
La chica caminó hasta posicionarse al lado de Delphox para recibir la sensación de la manito huesuda y cálida de su Pokémon sobre su hombro antes de anunciar.
—A veces veo a los entrenadores pokémon y creo que ellos tienen tanta fuerza que podrían cambiar el mundo. Sus batallas, sus movimientos, su pasión... Esas veces me olvido que yo también, como perfourmer, tengo una enorme fuerza: la fuerza de transmitir cosas. Será sonrisas, como cuando era niña, será consciencia, será información, pero los artistas tenemos el poder y la obligación de hacer que la gente se una a nosotros para defender una buena causa.
—Un gran poder conlleva a una gran responsabilidad —parafraseó el castaño.
—Es verdad... No sólo yo, todos los artistas tienen el poder y la obligación de usar su talento para servir a los demás: un músico cuyas letras sólo hablan de conquistas de una noche puede ser un gran músico, pero está malgastando su talento, un escritor que escribe elogiando el incesto en lugar de concientizar sus peligros, o sobre abusos, o sobre drogas... Todos somos libres de usar nuestro arte para lo que queramos, pero...
—Tú lo dijiste: "El que no vive para servir, no sirve para vivir" —completó Erika.
—Exacto, aunque no fuera yo quien lo dijera inicialmente.
—Entonces ve, sigue tus ideales y usa esa fuerza de ser una artista para servir —Gary dejó de lado lo que estaba haciendo y comenzó a apilar hojas para hacer la fogata—. Tendrás que leer y formarte mucho para no estar defendiendo la causa equivocada, pero ajá. Debes conocer mucha gente ahora que no eres tan famosa, Serena, así no formas una imagen equivocada y...
Se frenó en seco indicándoles a las chicas la pila de hojas secas con una mano y su calma inmaculada descendió hasta el mismísimo haberno al notar un pequeño detalle que se les había escapado a todos hace un momento.
—Oigan chicas, si yo iba a hacer una fogata para que Satoshi no se perdiera, pero él fue a buscar la leña, ¿entonces cómo hago para que nos encuentre otra vez? —Los rostros de las muchachas se crisparon en el momento— Ya hace rato debería haber regresado.
En ese momento un estallido a lo lejos los hizo voltear alterados y rápidamente montaron a sus pokémon volador. Algo no andaba nada bien.
Y lo que ocurría era que unos minutos antes, a cientos de metros dentro de las arboledas, el Azabache había tenido un encuentro un tanto peculiar.
—¡Rayos! —Se quejaba al avanzar lentamente entre la maleza—, me desacostumbré bastante a esto de andar en pleno bosque después de tanto tiempo viviendo en el hotel. Había olvidado lo desagradable que se ponía a veces.
La humedad acompañada de un calor irritante y el peso absurdo de la bolsa de leña lo tenían de mal humor, y las irregularidades monótonas de paisaje no hacían más que acentuar su desgano de seguir macheteando para hallar el camino de regreso al campamento.
Tenía que encontrar el arroyo que habían seguido, algún árbol que le resultara familiar o al menos un sitio donde poder trepar para buscar desde la distancia el humo que había prometido Gary. El llegar de manera inesperada a un claro lo hizo respingar de la sorpresa, y ésta se acrecentó mil veces al notar que no estaba solo. Del otro lado del claro un par de ojos le mantuvieron la mirada.
Un muchacho alto, delgado, con ropa desgastada como todo viajero, y unos cuantos años mayor que él había clavado sus ojos color canela sobre los suyos, y eso entre entrenadores sólo podía indicar una cosa. El muchacho, sin siquiera dirigirle la palabra, elevó una pokebola en dirección a su Pikachu. El azabache sonrió.
—De acuerdo, si eso quieres, ¡Pikachu, yo te elijo!
El roedor eléctrico, harto de estar tan tenso sobre su hombro, saltó vivaracho al combate. El otro entrenador los sorprendió con su elección: otro Pikachu.
Satoshi ordenó a su pokémon que iniciara con ataque rápido y observó complacido como el otro entrenador respondía con idéntica maniobra, pero la alegría se le hizo humo al ver que el Pikachu del contrincante lograba no sólo esquivar al suyo, sino además acertar un fuerte cabezazo en pleno movimieno.
—¡Impacktrueno!
El oponente respondió con una onda voltio que sin embargo los empató en velocidad y potencia. Algo no andaba bien, Pikachu no solía perder contra otros Pikachus. Cada golpe del azabache era contraatacado con uno superior y poco a poco fue viendo a su compañero mejor entrenado caer ante estrategias superiores que lo hicieron sentir como un novato... ¡Esto no podía estar pasando!
No lo debía de hacer, ni tampoco lo tenía permitido, pero al ver que su pokémon cedía contra su propia voluntad ante el poder de su rival, no le quedó de otra opción que arriesgarlo todo contra aquel formidable oponente: la luz eléctrica de la vinculación debía volver a brillar.
El extraño entrenador se mostró atónito ante aquel cambio, mas pronto se repuso y siguió ordenando ataques como si nada en aquel sitio se hubiera alterado. Cambiaron su forma, su poder se incrementó hasta invertir la relación de fuerzas de aquel combate, o al meno eso esperaba, pero... No. Otra vez, el Pikachu del forastero lo superaba en fuerzas, y el choque de su energía ocasionó una enorme explosión que sacudió a todo el bosque.
¿Quién era ese extraño? ¿Cómo era posible que lo estuviera derrotando? Algo dentro de todo aquello carecía de sentido para Satoshi, y sin embargo su instinto de pelea lo estaba haciendo efervecer de la emoción: era increíble que en medio de un bosque tan alejado pudiera haber encontrado a un entrenador tan fuerte como aquel.
Repentinamente, el Fearrow de Gary descendió y de éste bajó también Serena, quien lo miraba preocupada y sin comprender el cuadro con que se había encontrado.
—¡Satoshi! —Lo llamó la damita extendiendo amablemente su mano. Lo estaba invitando a la última fase de la sincronización, su poder máximo, uno que sin lugar a dudas podría darle la ventaja en aquella difícil pelea, pero... ¿sería justo?
Observó indeciso como su querido Pikachu perdía en velocidad y potencia contra su formidable adversario, reflexionó mucho y aún sin estar completamente convencido de por qué lo hacía, negó con su rostro ocultando de Serena su mano. Si había de perder, que fuera dando lo mejor de sí y no involucrando a una tercera en aquella situación que él sólo había iniciado.
Intentó con sus mejores estrategias acorralar a su rival, pero éste una a una las fue superando. Sus defensas cayeron, sus fuerzas no alcanzaron, Pikachu recuperó su forma normal. Con un último golpe todo había terminado.
Satoshi cayó de rodillas, rendido por el dolor que ocasionaba en él el daño infringido a su pokémon sincronizado, cerró los ojos, tragó saliva, se arrastró como pudo hasta la rata amarilla para verificar si estaba bien, y cuando levantó la vista el entrenador misterioso ya no estaba ahí.
—Se fue... desapareció como un fantasma.
—No era un fantasma, idiota, usó Vuelo —Se burló Gary antes de esparcir un spray curador sobre Pikachu—. Se pondrá bien, no debes estar preocupado.
—Está bien, Pikachu es fuerte —alegó el moreno—, aunque ese entrenador fue más fuerte que nosotros. Me derrotó aunque estuviéramos usando todo nuestro poder.
—No todo —Se apuró a negar Serena. Su novio la miró con desconfianza—, ¿o te olvidas que yo también soy parte de esa fuerza que ustedes poseen?
—Es verdad —concordó Gary—, las personas que nos aprecian también son parte de nuestra fuerza, aunque este entrenador te pateó el trasero, novato.
—Sí... Y se fue sin decirme quién era.
—Pues esperemos que no sea del Team Storm —Los muchachos asintieron a la observación de Serena y Satoshi no tardó en disculparse.
—Debí tomar tu mano cuando me la ofreciste.
—Sí debiste —contestó juguetona.
—¿Sabes?, puede que no la haya tomado en medio del combate, pero te garantizo que si dependiera de mí, preferiría jamás soltarla en mi vida cotidiana. Tú eres parte de mi fuerza, Serena.
Y dicho esto, la conmovida muchacha abrazó a su novio y le regaló un casto beso en los labios. Erica, que se había mantenido al margen por la impresión de ver a Satoshi perder, se acercó al oído de Gary para susurrar.
—Fallaste.
—¿A qué te refieres? —cuestionó éste arrugando el entrecejo.
—Le prometiste a Delia no permitir que ellos dos tuvieran intimidad, y si bien es cierto que no estuvieron solos ni una sola vez, aunque no hayan hecho el amor no han parado de construirlo en cada segundo desde que los encontramos: la preocupación de Serena por Satoshi al verlo ir solo al bosque, la manera en que se miran reflejando ese deseo de no alejarse el uno del otro, el preocuparse por el bien de su novia al no dejar que se involucrara en la batalla, el aceptar sus errores dejando de lado el orgullo, aceptarse mutuamente fuertes al reconocerse necesitados el uno del otro y ahora esto: ellos dos quieren un futuro juntos. Puede que no hayan tenido sexo nunca, pero definitivamente hacen posible el amor con sólo mirarse a la cara, y eso vale mil veces más.
Y así, en medio de explicaciones acompañadas de gestos vulgares e hipótesis pervertidas por parte del nieto del Profesor Oak, el grupo se dirigió nuevamente a tratar de encontrar su abandonado campamento.
—¡Un momento! —chilló Serena cuando las anécdotas de los muchachos al rededor de la hoguera orbitaron en torno a recuerdos sobre los movimientos Zeta—, ¡¿ustedes me están diciendo que existen movimientos hermosos que se activan con un baile sincronizado entre humanos y pokémon y nadie me había avisado?!
—Nunca se nos ocurrió que podría interesarte para tus performances...
—Satoshi —La mirada azulada de la pelimiel parecía brillar con luz propia al momento de pedir aquello—, quiero poder hacer movimientos Zeta.
—Pero... pero... pero... No se pueden aprender en Kalos, son algo muy propio de Alola.
—No necesariamente —La interrupción de Gary le valió una mirada curiosa por parte de todos los presentes—. De hecho, estás de suerte porque aparentemente una tal Mayla, kahuna de la isla aloliana de Akala, acaba de venir a la ciudad para firmar un pacto diplomático en una feria pública. Quizás podrías tomar su prueba aquí mismo, en Kalos, y con ello mostrar un poco más de la cultura de Alola en esta urbe.
—¿Cómo estás enterado de estas cosas? —cuestionó la de los orbes azules.
—Es parte de ser campeón: me invitan a eventos de todos lados —repuso sin más.
—¡Bien! Ese será nuestro próximo destino —aseveró Satoshi, quien nunca se resistió a ir hasta el fin del mundo con tal de complacer a la chica de sus sueños.
—Mayla, allá vamos.
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