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18. Dolor

Me cuesta un poco hablar de las cosas que hacen sufrir al otro. Me cuesta dar a entender aquello que por cuenta propia no comprendo. Porque el dolor ajeno siempre viaja acompañado de las vivencias de la persona; no se puede entender lo uno sin lo otro.

Satoshi observa con gesto casi ausente los rostros de quienes lo acompañan. Son dos personas: el chico castaño de ropajes deportivos rojos a su izquierda baja el rostro tratando de no ser identificado. Seguramente sea alguien muy conocido buscando algo de anonimato. Achina los ojos tratando de reconocerlo, pero falla en el intento, aunque un aire familiar rodea sus gestos. A su lado se encuentra una muchacha a quien reconoce enseguida: se trata de Yellow. Su cabello rubio escondido torpemente tras un enorme sombrero, la ropa característica, una mirada melancólica.

—¿Por qué los atraparon? —cuestiona el muchacho para romper el hielo.

—Por lo mismo que a ti, genio —responde fríamente el chico cuyo rostro sigue escondido en la oscuridad.

—¡Ruby! —retó Yellow—. No le hagas caso. Él está asustado, como nosotros, pero no lo sabe manejar. Llevamos unos días aquí.

—Mi nombre es Satoshi de Pueblo Paleta. —Sonrió a manera de saludo y ella le devolvió el gesto.

—Eras el campeón desaparecido de Kanto.

—Uno de tantos... —Yellow rió por su comentario, mas a Ruby no le pareció gracioso.

—Seguramente al decir «de tantos» hablas de Red. Él no está desaparecido, genio —Otra vez esa palabra...—, sólo continúa entrenándose a su propio ritmo.

—¿Y tú sabes dónde está? —La ansiedad por tener un combate contra el campeón anterior lo invadió por completo, pero su interlocutor no parecía compartirla.

—Sí, y no a la vez. —Meneó la cabeza dejándose ver por completo. Definitivamente en hermano mayor de May tenía mucho en común con ella: la misma mirada, los mismos gestos, hasta la piel era similar. Satoshi recordaba a la castaña haber mencionado que su padre enfureció cuando su hijo decidió dedicarse a los concursos porque pretendía que fuera su sucesor en el gimnasio, pero al verlo partir de casa tan joven para no volver jamás sintió tanta pena que cuando ella eligió el mismo camino lo tomó de buena manera—. Sé lo que está haciendo, pero no sé exactamente dónde.

—¿Y qué estaría haciendo?

—Lo mismo que todos: volverse más fuerte para ayudar a algún poblado. Esa es la verdadera misión del Maestro Pokémon: ayudar.

La mirada del azabache se endureció. Nunca lo había pensado así. Antes de ganar la liga caminaba el mundo andariego, y en el trayecto siempre se detenía a dar una mano a quien lo necesitara, pero desde que volvió de Kalos y recuperó a Pidgeot no volvió a hacer algo que no fuera ganar batallas y pelear contra el equipo Rocket. Ese no era el espíritu de un Maestro Pokémon. Posiblemente los otros Pokedex Holders no le tuvieran gran estima, aunque Yellow parecía no pensar de ese modo.

—¡Siempre he querido conocerte! Estoy segura de que cuando Blue venga ella se pondrá feliz por poder entablar un combate contigo.

—Otra vez con eso. —Ruby rodó los ojos causando disgusto en sus compañeros de prisión.

—Ella vendrá, yo lo sé. Es mi amiga.

—¿Sí? Pues también es amiga de Sylver.

—¡Mis compañeros también vendrán! Están cerca. —Se apuró a decir Satoshi. Ruby sonrió.

—Oye, tú viajaste con mi hermana hace unos años, ¿no es verdad?

—Sí, conocimos juntos todo Hoenn.

—Entiendo —Asintió repetidas veces fregando sus manos atadas por sus captores de un modo maquiavélico—. Bien, Satoshi, desde que te vi hace un rato vengo queriendo preguntarte: ¡¿has tenido algo con mi hermanita?!

Su mirada furiosa causó risa en el aderezo, provocando que Yellow también se riera sin saber porqué, molestando aún más al de los ojos celestes que no dudó en demostrarlo con su rostro ofuscado.

—Para nada. Ella estuvo un tiempo saliendo con un tipo llamado Drew, pero hace poco me enteré que se separaron en muy malos términos, así que supongo que está sola.

—Me parece muy bien.

—No te tenía por hermano celoso —protestó Yellow—. Deberías dejar a tu hermanita vivir su vida, al fin de cuentas es su vida y no te pertenece, ¿no lo crees?

—¡La dejo vivir!, ¿o ves que me esté metiendo? Yo sólo quería saber.

Rápidamente las palabras brotaron hasta convertirse en una conversación amena que pronto se llenara de bromas y chismoseos entre los tres entrenadores maniatados y confinados a pequeñas seldas. El clima lúgubre de aquel encierro se pobló de alegría en la medida que las anécdotas de viajes pasados, de experiencias, de combates, de concursos, de personas y personalidades, de sentimientos y sueños eran rememoradas por el trío hasta alcanzar la complicidad que da espacio al posible inicio de una amistad.

Y es que el dolor nos une: compartir los sentimientos más profundos nos hermana, abre espacios y nos ayuda a sentirnos menos solitarios. Ellos tres no eran iguales; cada uno cargaba con una historia y miles de expectativas diferentes; pero el juntarse en la esclavitud, en el hambre de justicia, en la resignación de haberse separado de sus pokémon y sentirse impotentes; todo eso los hacía iguales. Ante el dolor no importan las diferencias sino el hombro amigo que se presta a escucharnos, a acompañarnos, a ayudarnos sin tomar ventaja por ello.

Y yo los veo a los tres como un grupo de ingenuos que se acercan uno al otro para aislarse del mundo. Porque a veces el dolor genera eso: muros. Aprendemos a buscar el medio más simple para evitar dañarnos levantando muros al rededor de nuestros pechos a fin de protegernos del afuera, considerándolo un adversario capaz de doblegarnos, consiguiendo en el camino volvernos estériles al universo que nos espera. El dolor nos hermana a los compañeros mientras nos aleja de los demás.

Y los veo juntos, cada vez más alejados.

Y deberían estar más atentos que nunca a los demás.

Porque allá afuera, donde el mundo no para de correr, ya pasaron tres días desde que desapareció Satoshi, y Gary prometió ir a Kanto a buscar a un familiar capaz de dar una mano. Luna, Lillie, Erika y Serena encontraron el recinto y vieron salir a Butch hace poco, y ya planean el modo de entrar a rescatar al azabache. En las noticias la cacería de Pokedex Holders se hizo viral.

La puerta de la cabaña se abre de golpe y una melena color miel la atraviesa atolondrada para encontrarse de frente con un Sylver de mirada sombría que pronto corre a tomar su arma. El poder psíquico de la zorra ígnea de Kalos se anticipa doblando el cañón a la mitad, ocasionando un gruñido de aquel entrenador legendario el cual no dudó en enviar a sus pokémon Weavile y Honchkrow para que pronto el choque de ataques especiales comenzara. Llamarada como única iniciativa de la de los orbes azules mientras que su contrincante de ojos color plata atacaba con frialdad y violencia, ocasionando que los cimientos del lugar temblaran, provocando una pequeña sonrisa en el de cabello azabache.

«Ya llegó» susurró casi para sí mismo. Los demás no lo comprendieron.

Sylver no entendía cómo aquella entrenadora de inferior nivel se planteaba hacerle frente con tan solo un pokémon. Magra fue su sorpresa cuando una de las pokebolas que había secuestrado a sus prisioneros rodó desde la mesa dejando ver un trueno pintado en ella, para luego liberar a un Pikachu lleno de poder que corriera a acompañar a la novia de su entrenador derribando a Honchkrow de un solo ataque. Su pelaje era raro, parecía haberse mimetizado con las greñas de la chica del sombrero rosa. El hijo de Giovanni no podía permitirle que lo venciera.

Una nueva pokebola se abrió y un enorme Rhyperior hizo acto de presencia, seguido de una lluvia de ataques dirigidas directamente hacia su persona, los cuales no lograron causarle el menor daño. Era fuerte y resistente, mucho más que los pokémon de Serena.

Pikachu-S lo hizo retroceder estampándole su poderosa cola de acero al grito inentendible de «¡Soy su nuevo Pika-God!, adorenme, perras» en un idioma que sólo él pudo comprender y luego la llamarada de Delphox dio de lleno en la espalda de Weavile para hacerlo caer.

Rhyperior usó su Fisura para derribar a la zorra y rápidamente el Decidueye de Luna llegó a hacerle compañía en el combate. Poco a poco Sylver se fue viendo superado en la batalla, y aunque le costó admitirlo, si no huía sería derrotado y posiblemente lo capturarían como a un pokémon despreciable. Tenía que correr.

Butch recibió un mensaje: «Fuimos derrotados, debí huir. La novia del asesino de tu prometida lo ha recuperado. Ya no me importan ellos, la noticia de mis actos trascenderá hasta llegar a todos los Holders. Tienes mi permiso para hacer con ellos lo que quieras».

El peliverde sabía dónde habían acampado, estaba cerca además.

—Él me quitó al amor de mi vida, ya nada me impedirá que le quite al suyo...

Los pasos decididos avanzan sobre la espesura y descubre con regocijo a una dama exhalando gritos de alegría por saber que la misión había salido de maravilla. Sus labios muertos por la asfixia de tantos besos que no pudieron dar acaban de desprenderse del rigor que los inundaba, resucita su sonrisa, la alegría le devora el alma. La ve hablar por la radio completamente ajena a los ojos que la observan, al arma que la apunta. Su vestido se bambolea un segundo antes de caer.

En otro lado, muy lejano, los pasos de un entrenador joven alcanzan a aplastar el verde opaco que cubre las tumbas en hilera donde sangre de su sangre visita a alguien que marcó su pasado y su vida para siempre.

—Sabía que te encontraría aquí.

Green permaneció un momento inmutable.

—Rendir honor a los que nos hacen falta es la mejor manera de recordarlos. Nos humaniza.

Porque el dolor bien sabe volver frágil un corazón endurecido.

—¿Raticate otra vez? Has tenido muchos otros pokémon importantes en tu equipo, ¿no crees que ya es momento para dejarlo ir?

Así como también sabe endurecer uno que en algún momento fue frágil.

—El tiempo y sus momentos son una ilusión. Para mí, lo único real es el deseo; todo lo demás es una consecuencia.

Pero la fragilidad y la fortaleza no dependen de la emoción sino de la persona.

—Como sea. Tengo algo en lo que necesito que me ayudes, primito.

Nosotros decidimos cómo tomar nuestras emociones y qué haremos con ellas, para bien o para mal.

—Gary, sea lo que sea, sólo tienes que pedirlo. No me gusta andar con rodeos y a ti tampoco.

Aunque a veces las decisiones no son nada fáciles.

—Muy bien; quiero que me ayudes a derrotar a tus viejos enemigos, el Equipo Rocket.

Y algunas veces tomar la resolución correcta y convertirla en actos parece imposible.

—Oí que estaban detrás de ti, y también creí que tarde o temprano vendrías a verme.

—Y he venido.

Aun sabiendo diferenciar lo que está bien de lo que está mal...

—No puedo ir contigo.

—¡¿Por qué no?!

Aun sabiéndolo, y pese a nuestro propio instinto, los riesgos de hacer lo que está bien nos empujan al dolor de maneras que no todos podríamos soportar...

—Porque ellos, para llegar a mí, irían primero por mi familia.

La felicidad es un bien que pocos encuentran, y que nadie querría perder...

—¡Yo soy tu familia! Ya están detrás de mí, ¿eso no te importa?

Y tomar la decisión correcta implica un riesgo...

—Gary, por favor... déjalo antes de que sea demasiado tarde.

—¡¡¡Te has convertido en un cobarde!!!

El dolor nos hermana, pero a veces también puede alejarnos.

—¡Y tú en un tonto!

—¡Bien!

Gary no lo sabía, pero pronto comprendería a la perfección el pensamiento de Green. Las cosas, como uno las planea, no siempre salen, y eso, muchas veces, duele hasta el alma.

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