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10. Humildad

NA: Wattpad me está cambiando todas las rayas de diálogo por guiones altos. Perdón por eso, no lo puedo corregir y me exaspera.

Con los Ultra guardianes derrotados, la gente huyendo, el estadio colapsado en un nerviosismo general causado por la presencia de las violentas tropas del equipo Rocket amenazando a cuánto humano o Pokémon se pusieran su camino, la única esperanza de salir lo más ilesos  posible de aquella situación yacía sobre las figuras de la kahuna y en la pareja de enamorados, Satoshi y Serena.

Mewthree brillaba con luz propia emitiendo constantemente unas extrañas ondas de poder que recorriera el estadio completo poniendo de revés todo lo que alcanzaran. Parecía no poder controlarse, hecho que poblaba de miedo tanto a sus opositores como los mismísimos soldados pertenecientes a su fuerza.

—Nos volvemos a encontrar —saludó Giovanni con una sonrisa socarrona en el rostro.

—Nos volemos a encontrar —correspondió el Azabache serio mientras apretaba los puños—. Supongo que viniste a matarnos.

—Supones mal. No tengo intenciones hacer algo semejante.

—¿Entonces qué quieres de nosotros?

Los soldados del Team Rocket rodearon a su CEO volviéndolo un blanco imposible para el ataque que Mayla acababa de idear.

—Cosas tan minúsculas como tu vida o la de tu novia no son importantes para mí. No vine a capturar a tu Pikachu ni mucho menos a ti o a esa mocosa, pero sí vine a eliminarte. Hoy no mataré a la persona si no a la leyenda.

—¿La leyenda? —cuestionó Satoshi sin comprender

—Tú.

Giovanni tenía bien en claro que quien tenía en frente era mucho más que un simple entrenador Pokémon: era el que se opuso a equipos poderosos en todas las regiones que visitó, era el último ser humano en lograr una sincronización perfecta no con uno sino con varios Pokémon, era el campeón de las Ligas Naranja y Kanto, el vencedor de La Batalla de la Frontera, el salvador de Kalos, un entrenador poderoso repleto de títulos y admiración, un Maestro Pokémon que no se podía menospreciar. Vencerlo no era derrotar a un entrenador común; era demostrar que el Equipo Rocket estaba por sobre cualquier leyenda. Derrumbar su reputación significaría consolidar la propia.

—Hace cuatro años por una de esas jugarretas de la suerte lograste derrotar a nuestra organización robando un título que no te correspondía, y desde entonces huiste como un despreciable animalejo intentando por todos los medios que no descubriéramos tu paradero —Caminó en medio de sus secuaces hasta pararse del otro lado de la arena justo frente al Azabache—. Me toca recuperar lo que nos pertenece: cuando te vean caer ante mí la gente recordará lo que es tener terror ante la mención del Equipo Rocket.

Satoshi no sabía qué hacer, la batalla que se le presentaba podía fácilmente ser la más difícil de su vida. ¿Qué pasaría si perdía? Toda la gente a su alrededor... no, todo el mundo sería vulnerable a las garras del Equipo Rocket. ¿Y si ganaba? ¿Cuánto tiempo tardaría Giovanni hasta acabar por enfadarse y matarlo tanto a él como a todos los que amaba, sin importarle ya las batallas Pokémon, regresando así al mismo panorama?

Ninguna de las opciones parecía muy prometedora. En ese momento una sensación extraña se apodera de su pecho indicándole una verdad oculta que se había negado a asumir en todo el tiempo que llevaba de incógnito en la Isla Canela: él no era suficiente. Esa falsa imagen de Maestro Pokémon invencible, líder de gimnasio indómito, Campeón de Kanto, del archipiélago Naranja, gran entrenador y cuentas patrañas más precipitaba ahora con un realismo meteórico al reconocerse incapaz frente al inmenso poder de Mewthree, el cual ya lo había despojado de su mayor tesoro como entrenador, su Pikachu. ¿Qué podía hacer él a partir de ahora?

La sensación repentina de la mano de Serena presionando la suya lo hizo recuperar la confianza. No era cierto que él no fuera nada, y si acaso perdía el autoestima reconociéndose vulnerable, el saberse amado por esa persona qué le parecía tan importante le daba un nuevo motivo para reconocer también sus propias fortalezas.

Porque la humildad no se trata de humillación, el verse a uno mismo pequeño o despreciarse no es ser humilde. Humildad es sinónimo de  verdad.

Reconocerse humano al igual que los demás, asumir que cada persona es distinta, que en algunas cosas podemos ser muy buenos como lo era Satoshi en el caso de los enfrentamientos Pokémon, y en otras nos tocará encontrar a quien nos supere, y de quién podamos aprender. Eso es ser humildes y verdaderos.

Un rey que diga no ser rey no es humilde, es un mentiroso.

Un maestro Pokémon que diga ser débil no podría estar hablando con humildad.

Y él no era débil.

Greninja salió de su pokebola y bombardeó de shurikens el cuerpo enfermizo de la quimera que se paraba frente a él, pero las ondas que expelía el cuerpo de Mewthree fueron suficientes para frenar los ataques de la rana Ninja.

Cien copias inundaron el estadio arrojando por diestra y siniestra toda clase de ataques que el Pokémon psíquico se dedicó a frenar creando campos psíquicos, desapareciendo esporádicamente para volver a aparecer cerca del batracio y con golpes de poder e ira lanzarlo a volar.

Una nueva sincronización puso rojas sus mejillas dibujando la z inexplicable que ahora compartía con su entrenador, pero incluso el poder de Satoshi-Greninja no parecía ser suficiente.

Mil colones de sombra inundaron la arena. Mil clones de sombra cayeron.

El poder de Mewthree era alucinante.

Serena quiso intervenir, pero un grupo de soldados se paró frente a ella para complicarle las cosas y Satoshi se apuró a rogarle.

—Por favor, deja que me encargue de él.

No era orgullo lo que lo impulsaba a semejante petición, era asumir su responsabilidad. No tenía en claro si debía perder o ganar, pero sabía que cual fuera el camino sólo podría alcanzar el final si lo tomaba solo. Giovanni estaba ahí por él, su novia no podía intervenir y ella lo sabía.

Moltres salió de su pokebola causando una enorme admiración en el líder del equipo Rocket. Muchas bolas de sombra buscaron impactar el veloz cuerpo del ave flamígera y ésta las esquivó abusando de sus propias habilidades para así poder sumergir en un mar infernal el cuerpo delgaducho y blanquecino de aquel Pokémon pero mientras más aumentaba el poder de las llamas, su barullo se veía superado por el respirar asmático de Mewthree, quien en un arrebato de violencia extinguió la llama eterna con un rayo de energía concentrada, dejando un poco herido al legendario Pokémon.

Giovanni se mostró orgulloso cuando la fuerza psíquica de su Pokémon estampó contra el piso al poderoso Moltres y todos los ataques que había logrado esquivar descendieron en picada como proyectiles de un bombardero desproporcionado en poder y magnitud, dejando al Azabache con una última pokebola habitada.

—¡Ya basta! —gritó Serena.

—No interfieras, niña boba.

Serena explotó. —¿Por qué todos los miembros del equipo Rocket usan con tanta soltura la palabra «boba»?

—Todavía me queda una opción —Le recordó Satoshi elevando la pokebola de Charizard—, aún podemos ganar.

—Satoshi... —Los orbes azules temblaron sin que esa sea su intención—. Sabes que sólo hay una manera.

—¿A qué te refieres? —cuestionó incrédulo Satoshi, pero viendo la sonrisa incómoda y tierna con que Serena la miraba supo entender sin palabras la pena que la aquejaba—. No. Serena, no. Ya sabes lo que pasa cada vez que entras en ese estado. No te quiero perder, ¡no podría! Yo no...

—Deja que sea así por ahora. Yo tampoco lo deseo, pero creo que ya no tenemos alternativa —respondió la peli miel sin perder la nostalgia la voz.

El entrenador del Pikachu bajo la mirada ignorando las provocaciones de su impaciente adversario y en un susurro se olvidó de todo lo que había planeado para buscar el modo de conservar a su Serena por siempre a salvo.

—¿Y si nos sincronizar ambos a la vez con Pikachu? Tal vez así pueda tener un último dejo de energía como para destellar encegueciendo a todos... Eso nos dejaría escapar.

—¡Elige de una vez! —Una bola de poder proveniente de Mewthree estalló entre los entrenadores quienes miraron al iracundo Giovanni con tanto temor que no lo pudieron disimular.

Satoshi extrajo en su bolsillo dos pokebolas agrandándolas en sus manos para exhibir en una un rayo, mientras que la otra llevaba el dibujo de un candado.

—Tú eliges, pero sabes que a donde irás no te puedo proteger.

Serena quiso tomar la bola con el candado y el entrenador la ocultó en un reflejo casi involuntario.

—Satoshi...

La sonrisa de Serena derritió las barreras del entrenador azabache, quien escondiendo la mirada bajo la sombra de su gorra, volvió a exponer ambas pokebolas permitiendo que ella tomará la que había elegido desde un primer momento. Satoshi se sintió muy tonto.

A veces ser humilde significa reconocer que no podemos influenciar sobre las decisiones de los demás. La verdad y la libertad van de la mano; la humildad es verdad, el respeto es libertad. Para Satoshi, el deseo de Serena consistía en un golpe profundo a su orgullo, pero lo aceptó sin miramientos por amor. El amor a la libertad ajena es uno de los más elevados y difíciles de comprender.

—¿Quieres derrotar al entrenador más fuerte en este estadio? —Giovanni asintió con una sonrisa maliciosa dibujada en los labios—. No soy yo, es ella.

—¡No me hagas perder el tiempo!

—¿Por qué no disputas el último Pokémon contra Serena y lo averiguas?

El CEO dudó. —Como vea que esto es una trampa, juro que te aniquilaré.

—Te lo advierto te hará papilla en un santiamén.

Serena, que hasta entonces se había mantenido callada acariciando la pokebola, adelantó sus pasos hasta tomar la postura del retador y elevó la esfera depositando todos sus sentimientos en ese Pokémon.

—Ya hacía un buen tiempo que no te veía, mi corazón...

Una especie de aura macabra cubría a la muchacha y Mewthree, que estaba intentando leer sus pensamientos, no podía comprender cómo un ser con tanta luz pudiera desviarlo elevando la oscuridad de su corazón hasta límites inapropiados para un ser humano. Ese ser que no conocía de sentimientos comenzó a experimentar lo más parecido que hubiera hallado en su vida a uno de ellos: Serena le generaba muchísima curiosidad.

La perfourmer abrió los ojos y se dispuso a hacer lo mismo con la pokebola.

—Sal de ahí, Yveltal.






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