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1. Identidad

El crucero turístico arribó a las costas de Isla Canela permitiendo a los ansiosos tripulantes pisar sus playas de arena blanca resplandecientes por el sol. Todos parecían felices y asombrados por la hermosura propia del paisaje, todos menos un pequeño grupo de cuatro jóvenes que ni bien respirar el aire limpio de aquel paraíso tropical emprendió la marcha resuelta hacia uno de los hoteles de la periferia.

—¡Bienvenidos visitantes!, ¿en qué les puedo...? —Las palabras se hicieron polvo en la boca de la amable viejita de rostro demacrado por la edad que los recibía del otro lado del mostrador. Rápidamente, en una maniobra forzada, fingió recibir una llamada a su teléfono móvil y excusándose vagamente indicó que serían recibidos por el dueño del hotel. A Citron todo aquello le pareció muy extraño.

—¡Bienvenidos, queridos extranjeros! ¡¡Ay!! —El viejo cuya silla de ruedas era cargada por una señora esbelta chilló exasperado al ver de quiénes se trataba— Es... es un honor tenerlos aquí moc, ¡digo!, señor Citron, líder de gimnasio de Kalos, señorita Dawn, Maestra de Concursos de ciudades distantes, Erica, mi buena compañera, y a en especial a usted, señor...

—Oak, y prefiero que cambies ese "señor" por un "profesor", si no es mucha molestia.

El viejo fingió alegría mientras buscaba entre sus carpetas el libro de huéspedes y lo colocaba sobre la repisa ya abierto. —Gustarán habitaciones separadas, quizás.

—¿Quién eres? —intervino Citron, convencido de que toda aquella situación no tenía ni pies ni cabeza.

—¿Ya me olvidaste, muchacho? Soy Blaine, el líder de gimnasio de esta isla.

—No.

—... ¿No?

El grupo miraba con curiosidad a Citron escuchando atentos cada una de sus palabras. ¿Por qué se sentía digno de cuestionar la identidad de otro? Cada uno de nosotros somos la persona que más nos conoce, ¿cómo podría Citron saber quién es Blaine aún más que el mimsmo Blaine?

—El señor Blaine murió cuando luchamos contra Yveltal, yo lo vi.

—Sí —admitió sin miramientos—, ese pájaro enorme me convirtió en piedra por algunos días, pero luego vino Xerneas y se compadeció de mí, devolviéndome a la vida.

—No.

Otra vez su respuesta dejaba confundidos a sus acompañantes. Dawn intentó ayudarlo a entrar en razón: aquel sujeto frente a ellos se veía como Blaine, poseía la historia de Blaine, su gimnasio, sus actitudes disparatadas, su hotel, ¿por qué en lugar de alegrarse por encontrar a su viejo amigo con vida se resistía sagazmente pretendiendo ver un engaño?

—No tuve mucho tiempo de conocer a Blaine, pero sé que si él me viera y yo lo viera a él, algo en mí se haría pedazos y correr a abrazarlo sería una necesidad imposible de frenar —Adelantó su cuerpo por sobre la repisa para poder observar más de cerca al viejo en silla de ruedas, pero la mujer que lo acompañaba le frenó el paso interponiendo una mano en su camino hacia el anciano—. Y como tú no causas eso en mí, yo sé que no eres Blaine.

Todo aquello sonaba disparatado, pero aunque para los chicos que lo acompañaron fuera una locura, para Citron tenía todo el sentido: Tener el nombre, la historia, su casa, su trabajo, sus aficiones y todo lo demás que caracterizaban a Blaine de nada sirve si no podemos vernos reflejados en los sentimientos de las personas que lo amaron. Por más que aquel viejo fuera, en teoría, la misma persona, sin el amor de quienes lo hacían ser, realmente no era nada; era un suplantador parasitando su cuerpo, su identidad, su vida.

—Citron —intentó nuevamente la peliazulada, pero Gary la interrumpió.

—Si usted es quien dice ser, entonces quizás nos pueda dar más información sobre aquello que buscamos.

—Tú ya viniste hace como tres años y entonces te dije todo lo que sabía. También vinieron la líder del gimnasio de Ciudad Celeste, el ex líder de Ciudad Plateada, la hija de Norman, unos cuantos tipos de  diferentes regiones e incluso, si no me equivoco, también estuvo por aquí tu hermana.

—¡Yurika estuvo aquí? ¿Cómo puede ser posible?, no me dijo nada al respecto.

—Es que en realidad vino a vacacionar con un muchacho a la isla y me encontró de casualidad.

—¡Ah! Sabía que andaba con ese maldito mocoso. Ya va a ver cuando la encuentre al volver a casa.

—Si me disculpan, chicos, me temo que si no vienen por una habitación deberé seguir con mis labores. Están invitados a quedarse en el patio de recreo, si es que quieren.

—¡Aguarde un momento! —Todos miraron a Dawn, aunque Blaine fue el único que lo hizo con rostro hastiado.

—Déjame adivinar: si en verdad soy Blaine lo deberé demostrar en una batalla pokémon, ¿no?

—Bueno, pues.. sí.

—Claro, todos dicen lo mismo. Ni me voy a molestar en hacerles acertijos hasta que puedan averiguarlo. Síganme, es por aquí.

La mujer esbelta empujó la silla descendiendo hasta alcanzar una ruta oculta que conducía hacia el cráter del volcán, lugar donde el viejo les presentó su increíble arena de combate colgante de sus cuatro esquinas por gruesas cadenas que la mantenían suspendida a tan solo unos cuantos metros de altura del burbujeante magma anaranjado.

Blaine, la mujer que cargaba la silla, la ancianita horrible que los había recibido tras el mostrador y una pareja compuesta por un hombre pelirrojo y su mujer embarazada, ambos vestidos como mayordomo y mucama respectivamente, se posicionaron del otro lado de las gradas para observar la batalla. Citron miró de reojo al hombre de cabello de fuego estipulándole unos treinta o cuarenta años, demasiados para parecerse a Satoshi, aunque la muchacha que lo acompañaba aparentaba ser más joven... Quizás ella sí era el entrenador del Pikachu, pero de ser así, ¿dónde estaría éste? Jamás se alejaban el uno del otro. No podía ser él.

—Si este Blaine no es quien dice ser —murmuró hacia sus amigos—, si él es Satoshi disfrazado, entonces enviará a la batalla al último pokémon que esté entrenando, olvidándose por completo de la tabla de elementos. Chespin, muéstrales de qué estás hecho.

El puercoespín lo insultó en su propio idioma ni bien salir de la pokebola y cruzarse con aquel campo rodeado de fuego. Su contrincante no dudó en atacarlo verbalmente.

—Oye, si eres un líder de gimnasio deberías saber que no puedes enviar a un tipo hoja en una batalla contra un líder de fuego —Resopló decepcionado antes de lanzar su pokebola al aire—. Bien Arcanine, acabemos con esto pronto.

El cánido legendario bramó exhalando un vaho de fuego consiguiendo que las pobres articulaciones de Chespin temblaran. El duelo comenzó, y aunque el resultado estaba cantado, Citron no cayó sin antes dar una buena batalla. Su uso de las lianas para desplazarse a alta velocidad hubiera puesto en problemas hasta a los más hábiles entrenadores de fuego, pero el viejo Blaine cargaba a un pokémon realmente veloz, y toda la batalla se resumió a quién controlaba mejor las evasivas.

—Muy bien Citron, espero que te haya quedado claro. Y ya si no tienen nada más que hacer aquí, creo que todos deberíamos seguir con nuestro trabajo.

—¡Aguarde! —Más de una docena de ojos de diferentes colores se clavaron sobre el rostro serio del nieto del Profesor Pokémon—, quizás le creamos que usted es quien dice ser, ¿pero qué hay de ellos?

—¿Disculpa? —contestó Blaine confundido en tanto el dedo de Gary apuntaba firme al hombre pelirrojo— Ellos son los empleados de este gran hotel, ¿no pensarás que en mi estado puedo manejarlo solo, o sí?

—Entonces, ¿por qué en lugar de trabajar les permite observar la batalla? Eso no es normal en un hotel de esta zona.

—Eso es porque además de mis empleados son mis aprendices, y tienen derecho a ver cada batalla de este volcán. Son realmente pocas.

Gary alzó la voz nuevamente. —Entonces quiero desafiarlos a una batalla pokémon. Si son aprendices del gimnasio no pueden decir que no. —Intentó por todos los medios que sus miradas se cruzaran, pero los aprendices desviaron el rostro confundidos y luego de consultarlo con Blaine resolvieron que no les quedaba otra que aceptar. Esas eran las reglas.

—Lo haré yo —oyeron decir a la gruesa voz del hombre—. No quiero que te pongas nerviosa, podría afectar a nuestro bebé.

—Por favor, cuídate. —La mujer parecía realmente preocupada como si dar batallas no fuera lo suyo. Todo esto olía muy mal para Gary que sin dar rodeos envió a la contienda a Blastoise, su mejor pokémon, y para su sorpresa y el enmudecimiento de todos, el pelirrojo envió a un Torracat.

—Un tipo fuego... ¡Tú! —Blastoise derramó inmensos chorros de agua contra el felino, quien los esquivaba con audacia y elegancia buscando acercarse para atinar mejor sus pobres movimientos de arañazos y mordiscos— Después de que me vinieras a buscar salí de nuevo en un viaje pokémon. Investigué en el camino, sí, pero ciertamente encendiste una chispa en mí, algo que no podía ignorar. He derrotado a cada gimnasio: ¡diez de los ocho que hay! y luego, cuando la competencia se puso difícil, derroté a cada entrenador en la Liga Pokémon, alcancé al Alto Mando, me hice con el título de campeón y ¿sabes qué? ¡No me valió de nada!

La tortuga saltó tratando de inmovilizar al gatito huidizo, pero su esfuerzo sólo le valió acabar boca abajo para recibir un nuevo mordisco en toda la cara. Los movimientos de aquel entrenador eran ágiles como los de Blaine, pero... Su poder, no era ni remotamente cercano al de Satoshi.

—¿Sabes por qué? —El pelirrojo no respondía a ninguna de las provocaciones del nieto de la eminencia en pokémon— Porque el que derroté no era nadie. No había vencido al campeón, abandonaste sin dar batalla. Por tu culpa, mi triunfo se vio opacado anonadándose entre cientos de otros que llegan hasta el campeón sólo para que su enfrentamiento quede en nada, porque aquel no era el campeón. Ese, eres tú.

La mirada de Gary se colmaba de furia en tanto su mejor compañero intentaba atrapar a Torrcat para poder atinarle un golpe, pero el rostro de su oponente permanecía inexpresivo. Esa batalla parecía no generarle nada. Pronto Gary comprendió que había algo que estaba fallando, algo andaba muy mal: si ese era Satoshi, ¿por qué aquella batalla le resultaba tan insípida? Sabía que ganaría, era cuestión de tiempo antes de que el felino cometiera un error que le costara toda posibilidad de victoria, pero su entrenador no hacía nada; no había jugadas arriesgadas y alocadas de las cuales aprender, no había poder, no había nada que destacar.

¿Qué nos define? ¿Qué nos hace ser quienes somos? ¿Es nuestra historia? No, todos podemos corregir nuestra historia y hasta el peor ladrón encuentra la redención cuando se propone hacerlo. ¿Son nuestros gustos, nuestros intereses, o es la pasión que ponemos en cada uno de ellos? Para Gary era fácil reconocer a Satoshi: era un niño hiperactivo con tendencia al fracaso, pero muy inventivo a la hora de probar cosas nuevas. Éste que tenía en frente no se le parecía en nada.

—¿Qué pasó, Satoshi, con todo ese poder y esa pasión casi obsesiva con la que peleabas? ¿La perdiste toda cuando renunciaste a ser el Maestro Pokémon en que te habías convertido? —El tipo del cabello rojo permanecía inmutable. Los amigos de Gary lo observaban como si estuviera loco al derramar sobre aquel extraño todas sus frustraciones para con Satoshi— Nunca entendí por qué habías abandonado, ahora que te encuentro, al fin lo comprendo: Ya no eres ese entrenador capaz de inspirar algo en los demás, eres un demente, un cobarde, alguien débil que no merece representar a la liga de Kanto.

Un tropiezo en el intento de huida de Torracat brindó chance al poderoso Blastoise de aplastarlo con una magnífica hidrobomba la cual sin pena ni gloria lo dejó fuera de combate. Todos hubieran esperado que el tipo pelirrojo corriera a socorrer a su pokémon, pero éste permaneció con gesto abstracto en tanto la anciana horrible que los había recibido se acercaba a rescatar al gato de la arena de combate.

—Se ha terminado: tu carrera, el combate, tu amor por las batallas pokémon. Ya no eres nada. Blastoise, regresa.

La ira de Gary no cesaba, y aunque el tipo humillado parecía no atreverse siquiera a dirigirle la mirada, su mujer atravesó a zancadas el espacio que la alejaba del lugar reservado para los combatientes antes de gritarle a Gary con voz autoritaria.

—¡Espera un momento! No regreses a ese pokémon aún.

El castaño volteó sin perder la mirada cargada de rencor, pero se encontró con unos ojos aún más iracundos que los suyos, y al menos el doble de decididos. La pequeña mujer llevaba tanta enojo encima que su marido se apuró a tratar de calmarla, pero por más que insistía, no lograba que ella le hiciera caso.

—No puedes tratar así a una persona y salirte con la tuya como si nada. Hagamos esto: dos de dos. Finjamos que esta era una batalla doble, invita a tu novia o a quien quieras, me da igual. Yo pelearé junto a él y veremos si todavía te sobran agallas para cuando esto acabe.

—Escuche a su marido, señora. Las emociones fuertes pueden hacerle mal a su bebé.

—¿Quieres encontrar las respuestas que viniste buscando o no?

El oriundo de Pueblo Paleta giró para volver a cruzarse con la mirada más enfadada y resuelta que podría imaginar, y ya sin atreverse a cuestionar nada, invitó a su novia a pelear junto a él contra la pareja de empleados del hotel, y Erika aceptó sin dudar enviando a la contienda a su temible Venasaur.

—Muy bien, elijan —apuró el joven profesor—. Quiero ver si sus pokémon están a la altura de tus palabras.

—Ya venciste a uno de nuestros pokémon, esta pelea no es una batalla nueva, es la misma que la anterior, la cual aún no acaba y ahora pasa a ser doble. —La mujer se oía más decidida a cada palabra dejando a Gary y a los demás completamente intrigados.

La pareja se paró en el área de combatientes desde donde el grupo de entrenadores pudo oír algunas de las palabras que intercambiaron.

—¿Estás segura que esto está bien? Tengo un mal presentimiento —decía el hombre.

—No permitiré que ese bravucón siga diciendo tantas cosas feas, no es correcto. Sé que no estás de acuerdo, pero no me dejes sola, por favor. Te necesito...

Él, por primera vez desde que entraron al gimnasio, sonrió. —No, no estoy de acuerdo con lo que haces, pero hasta en dirección equivocada lo mío es ir contigo, y ser tu compañero.

Intercambiaron una tierna mirada de complicidad antes de anunciar. —Estamos listos.

—Muy bien, pues si sólo van a enviar a un pokémon, háganlo de una vez. Ya me cansé de humillar a este perdedor.

La muchacha, ofendida por el comentario, avanzó levantando con ambas manos la parte baja de su polera, momento en el que una mancha fugaz se deslizó desde su vientre hasta ocupar sitio en centro exacto del área de pelea en tanto la voz fuerte e iracunda de Serena se elevaba pronunciando claramente:

—Pikachu, yo te elijo.
















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