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Capítulo XXXII: Asombrosamente extraño


Las olas del mar rompían con fuerza sobre las rocas. Había estado allí en sueños, lo recordaba muy bien ahora. Se miró las manos con cierto recelo, esperando ver algo extraño. Pero no. Nada volvería a ser extraño. Y saber que ya no volvería a experimentar esos cambios, la inquietó. Al parecer, se había llegado a acostumbrar a esa parte de sí misma.

― Debes estar contenta, ya no tendrás que preocuparte por tu dieta.

Tatiana miró a Zale de soslayo. El joven tritón jugueteaba con el medallón que su padre, Océano, le había entregado. Miraba con sus azules ojos el mar. Esperando. Igual que ella.

― No te creas, le había pillado el gusto a la carne cruda ―apuntó en alto, haciéndose oír por sobre el oleaje.

Zale la miró entonces, y ante su rostro incrédulo, inocente, no pudo evitar dejar escapar la carcajada que se había obligado a contener.

― Eres imposible. ¡Nunca consigo entenderte del todo! ―le reprochó. Tatiana sonrió, y tocó intencionadamente el ala plateada que colgaba de su cuello.

― Yo un poco sí, me parece ―se atrevió a decir. Zale enrojeció ligeramente, volviendo su rostro al frente.

― Imagino que te debo una disculpa.

Tatiana hizo un ruidito afirmativo.

― No es necesario que me lo expliques. Pero acepto tus disculpas. Nadie salió herido, de todos modos ―aseguró con un encogimiento de hombros. Sin embargo, al parecer, Zale no creyó que fuera eso suficiente. Y algo en su interior le decía que no podía dejar las cosas así.

― Reconozco que creí que serías un problema, y de hecho lo fuiste.

― Vaya, gracias ―replicó ella. Zale sonrió.

― Pero me has salvado, y no solo a mí, también a mi padre. Y gracias a ti he podido conocer a mi madre.

Tatiana lo miró entonces, el viento mecía sus cabellos, apartando algunos de la cara, otros ocultando parcialmente su rostro.

― No es excusa, lo sé, pero guardé tu medallón porque sabía quién te lo había dado. Estaba... supongo que es justo decir que estaba celoso ―confesó. Entonces clavó sus ojos azules en los de ella―. Y también debe ser justo que te diga que la razón es que estoy enamorado de ti.

Tatiana parpadeó. Aunque en el fondo lo sabía, oírlo era distinto que suponerlo. Y Zale había sido muy valiente al decirlo en voz alta. Ella no había tenido tanto valor.

― ¿Lo... guardaste? ―dijo con una ceja alzada. Zale enrojeció.

― Bueno, lo... tomé prestado... ―Tatiana acentuó su ceja alzada y entonces Zale perdió los nervios por un segundo―. ¿¡Cómo...cómo puedes haberte quedado solo con eso de todo lo que he dicho?!

Tatiana volvió a dejar escapar una carcajada.

― Lo siento ―aseguró―. No esperaba que lo dijeras.

Zale esbozó una triste sonrisa.

― Ni yo espero que tú lo hagas.

Tatiana lo miró con ternura.

― Lo siento ―repitió, no queriendo darle falsas esperanzas―. Me siento realmente cómoda a tu lado. Confío en ti más de lo que confío en mí misma. No me haces perder los nervios, ni me vuelvo una estúpida al hablar contigo. De hecho, has logrado que saque lo mejor de mí misma.

― Recuerdo algo que me dijo Elma una vez. "Mi marido me aportaba una paz insoportable". ―Tatiana sonrió con tristeza―. Y por eso se marchó.

― Mi hermana se casó con un hombre que la volvía loca, y no me refiero al sentido romántico. La volvía loca de verdad. Siempre acaban gritándose. Y... y es la mujer más feliz del mundo a su lado.

Zale asintió.

― Así que yo no te vuelvo loca.

Tatiana suspiró.

― Creo que... tú eres mi refugio. Pero no soy una mujer que necesite esconderse. Necesito la tormenta en medio del mar para sentirme viva. Necesito...

― A alguien como Hermes.

Tatiana se volvió con los ojos como platos y un rubor inevitable en sus mejillas. Zale sonrió.

― Es evidente. No soy tan estúpido ―aseguró―. Estáis peleando todo el tiempo. Siempre estás pendiente de lo que hace o deja de hacer. Preguntando dónde estará. Lo supe desde el instante en el que apareció en el barco. Aunque entonces todavía creía que podría persuadirte.

― ¿En serio soy tan transparente?

― Lo sois, sin duda ―Tatiana frunció el ceño ligeramente, lo que consiguió arrancar una carcajada en el muchacho―. Eres realmente lista para algunas cosas, y para otras, muy lenta, Seirén.

Tatiana torció el gesto.

―Creí que ya habíamos dejado ese nombre atrás. Además, ya no soy una sirena.

― Para mí, siempre serás la chica rara que apareció en mi isla para salvarme ―dijo él.

Tatiana sonrió, y sin poder evitarlo, le dio un fuerte abrazo.

― Espero poder verte.... En el futuro. ― Zale sonrió.

―Todavía no puedo creerme que tenga que esperar tanto para verte de nuevo. Es... ¿cómo lo decís en el futuro? ¿Flipante?

Tatiana dejó escapar una carcajada, apartándose de los brazos del joven.

―Aprendes deprisa, tritón ―Zale apretó el medallón.

― Ahora, dios de los mares, no lo olvides.

Tatiana torció el gesto.

― Todavía no. No del todo.

Como si se tratase de un conjuro de invocación, después de esas palabras, el mar embravecido les dio la señal. La espera había sido larga, pero al fin había llegado el mensaje.

El oleaje crepitó, mojándolos a ambos. Zale la sujetó con fuerza, impidiendo que las olas la arrastrasen. Él era parte del mar. Solo necesitaba que alguien más lo supiera.

El mar se abrió para dar paso a una figura solemne. O lo fue años atrás. La obsesión y la venganza lo habían degradado. Y Zale se sintió más seguro de sí mismo al contemplar a quien debía destronar.

― Poseidón.

El dios alzó su ciego rostro, percibiendo la presencia de quien estaba delante de él.

― Maldito engendro inmundo... ―gruñó, furioso por haber sido arrastrado hasta su presencia. Zale alzó una mano, sellando sus palabras.

― Has hecho uso indebido de tu poder. Utilizando a quienes debías proteger para tus propios planes de venganza ―lo amonestó.

Tatiana pudo ver a sirenas y oceanides, las que quedaban después de tal afrenta, y también algunos tritones, asomarse entre rocas y recovecos de la playa.

― El titán Océano, mi padre, ha sido liberado. Ha cumplido con su condena y ha claudicado.

Poseidón hizo rechinar los dientes, incapaz de echar mano a su poder para hacer callar al joven.

― Significa que ahora el "engendro", ha heredado sus poderes y piensa expulsarte de tu puesto ―aclaró Tatiana, deleitándose con la información. Pese a no poder ver, Tatiana pudo sentir que el dios de los mares la maldecía por sus palabras.

― Muy bien explicado ―dijo Zale―. Pero haciendo honor a mi padre, no pienso matarte ―sus ojos se dirigieron a Tatiana, la cual entendió que le cedía la palabra.

― Da gracias que vuestro nuevo señor de los mares es benevolente, porque de ser por mí, te habría despedazado sobre una roca como pensabas hacer con tu hija ―le espetó―. Pero, vuestro dios, señor del océano ―dijo solemnemente al pronunciar el título, ganándose una mirada de reproche de su compañero―, ha considerado que la muerte no es un destino justo para tus crímenes.

― ¿Me enviareis al tártaro? ―gruñó Poseidón, derrotado. Tatiana sonrió.

― O, no. Todavía no. Hay que seguir un orden ―dijo con orgullo. Zale se lo estaba pasando en grande viendo cómo la joven disfrutaba con lo que iba a decir―. Vuestro señor dios del mar, va a daros la misma consideración que le ofrecisteis a su padre.

Poseidón pareció perder el color ante la noticia.

― Morarás en la tierra como hombre. Despojado de tus poderes, solo conservando unos pocos. Vivirás eternamente, pero como un humano. Y si mueres, si buscas la muerte, entonces sí, tu destino será el tártaro. Donde sufrirás una condena eterna hasta que alguien de tu misma sangre ―Zale miró entonces a sirenas, oceanides y tritones que habían perdido hermanos, hijos, maridos y esposas a manos de Poseidón―, quiera liberarte.

La voz de Zale fue ley sobre el mar, y ante su poder, el agua despojó al dios de sus facultades. Lo volvió pequeño, humano, y sus ojos se llenaron de una visión distinta. Podía ver el mundo, uno cruel y complicado, pero se sintió más ciego que nunca. Pues no podía ver el mar del mismo modo.

Apareció entonces Tetis, titánide de los mares, y se inclinó ante el poder de su sobrino. Sonrió al saber el papel que le tocaba. Zale correspondió la sonrisa de la diosa liberada.

― Llévalo lejos. Donde no pueda volver a ver estos parajes nunca más ―le pidió. Tetis asintió, y alejó al ahora humano Poseidón del acantilado de Nauplia.

Las sirenas, Oceanides y tritones se acercaron entonces a la orilla. Miraron a su nuevo señor, temerosos algunos, cautos otros, desconfiados la mayoría. Zale se volvió un instante hacia Tatiana, dudoso e inseguro también. Ella sonrió.

― Adelante. Este es tu legado. Puedes hacerlo, lo llevas en la sangre ―aseguró con una sonrisa.

Zale tomó su mano, y besó con gesto galán su dorso. La miró a los ojos con su inmensidad azul.

― Volveremos a vernos, Tatiana.

Ella sonrió.

― Eso espero.

Tatiana le dejó espacio, observando como avanzaba hacia la punta del acantilado. Sus puños se cerraron un instante, y su rostro dejó de estar atemorizado.

― El océano es parte de nosotros ―dijo―. Mi nacimiento no es importante. No deseo que creáis eso. No estoy aquí por quien soy, estoy aquí por lo que deseo ser ―Las sirenas se asomaron más, y las oceanides y los tritones relajaron ligeramente la mirada―. Quiero formar parte del mar, del océano. Quiero ser responsable de vosotros. Quiero seros útil. Seré vuestro escudo ante el resto del mundo. Deseo proteger el mar, y el mar... sois vosotros.

<<Os he elegido, ahora os toca escoger a vosotros.

El silencio fue sobrecogedor. Por un momento, Zale creyó que su legado llegaría a su fin antes incluso de poder empezar. Pero después de unos instantes, una tras otra, sirenas, tritones y oceanides inclinaron sus cabezas en señal de respeto.

Habían aceptado a su nuevo guardián. No dios de los mares, no gobernante, no soberano. Sino protector. Como fue hace siglos y como debía haber sido. Como tenía que ser y sería por el resto de la eternidad.

***

― Tal vez se lo ha vuelto a pensar.

Hermes emitió un apenas audible gruñido ante el comentario de su compañero. Ares sonreía. Había encontrado el modo de molestar a Hermes, molestarlo de verdad. Y no estaba dispuesto a renunciar tan pronto.

Salir del tártaro y ascender hasta la superficie, lugar de los vivos, había sido más sencillo que descender. Caronte se mostró de buen humor al verlos regresar. Aunque aceptó los óbolos como pago, estaba mucho más dispuesto a llevarlos a la otra orilla que cuando quisieron llegar al tártaro. Hermes entendía la razón. El barquero era también un ser condenado en el inframundo. Un castigo impuesto por el propio Hades que tendía a sumar siglos a su condena por cada pequeñez que consideraba inadecuada. Por esa razón los óbolos eran importantes. Y por esa razón también llegar al tártaro había sido tan complicado.

― Siempre había pensado por qué razón no habíamos vuelto a tener noticias de Poseidón cuando tuvo lugar tu última traición ―comentó instantes más tarde. Ares alzó una ceja.

― Entonces, el pececito lo ha conseguido de verdad, ¿eh? Nos habrías ahorrado muchos dolores de cabeza si compartieras ese tipo de información con el resto del grupo ―dijo Ares. Hermes lo miró de reojo.

― Primero, no he pensado en ello hasta ahora, cuando he visto claro que Poseidón iba a ser destituido. Durante estos siglos, Zeus y el resto de dioses del Olimpo, hemos tenido cosas más importantes que hacer que estar pendientes del desastre que se había formado en el mar. Igual que pasa con el infierno, el Oceano no entra en...

― ¿No está en vuestra jurisdicción?

― ¿No crees que has visto muchas películas, Ares?

― No ―aseguró después de pensarlo unos instantes―. No me lo parece.

Hermes suspiró.

― Y segundo ―decidió continuar―, ¿has dicho "con el resto del grupo"?

Ares pareció reparar en ese pequeño detalle. Debería haber pensado mejor en lo que decía antes de hablar.

― Bueno, grupo, "escuadrón suicida", "la liga de la justicia" ...

Hermes alzó una mano, deteniendo sus desconcertantes comparaciones.

― Reconoce que ha llegado a importarte un poco lo que nos pasara.

― Tanto como importarme... ―renegó. Hermes alzó una ceja―. ¡Vale! No sois tan inútiles como había pensado. Pero eso no significa que me haya afectado de algún modo que esa sirenita muriera momentáneamente.

― Gracias por preocuparte, Ares, también yo creo que no eres tan inútil como pensaba.

Tanto Ares como Hermes se volvieron al escuchar la voz femenina. De detrás de uno de los árboles, cerca del replano en el bosque de Nauplia donde Hermes y Ares se habían sentado a esperar, apareció Tatiana con una sonrisa orgullosa.

― ¿Quién ha dicho nada de estar preocupado? ―se quejó Ares.

― ¿Todo bien? ―preguntó Hermes, casi al mismo tiempo. Tatiana decidió ignorar las palabras de Ares, y responder a la pregunta que realmente importaba.

― Poseidón ya no va a volver a influir en las sirenas y las oceanides. Por fin, Zale ocupará el lugar que le corresponde.

Hermes la observó sonreír con ternura. Su rostro parecía entristecido. La despedida debía haber sido dura para ella.

Ares carraspeó, llamando la atención de sus dos compañeros. Hermes y Tatiana lo observaron rebuscar, o eso parecía, entre las capas de tela y los rincones de la armadura. Solo para hacer aparecer de la nada un pequeño frasco que Tatiana reconoció al instante.

― ¿Quién quiere un chupito?

Hermes le dio un instante la espalda, volviendo su rostro hacia Tatiana. Ella se había sorprendido ante lo que el dios de la guerra sujetaba. Aion, lo recordaba bien.

― Ares, ¿te importa dejarnos un momento a solas? ―Tatiana lo observó entonces todavía más sorprendida si cabía.

― ¿Vais a besaros o algo así? ―Hermes se volvió hacia el dios, rojo como un tomate ante el comentario.

― ¡Ares! ―le gritó. El dios se encogió de hombros.

― No sé, así terminan las historias estas de aventuras. No quiero perderme el final.

Hermes, sin perder el color, le envió una mirada de advertencia.

― ¡Vale, vale! No me mires así. Pero si vais a tardar mucho, voy al pueblo y...

― ¡Vete!

― Que sí, que sí. Ya me voy ―se quejó dándose la vuelta dispuesto a irse―. ¿Para qué esperar a llegar al presente? Si es mejor que el dios de turno se vaya a mirar setos por ahí... ―Hermes permaneció en silencio hasta que la voz del dios se perdió entre la espesura del bosque.

Entonces, se dio la vuelta hacia una Tatiana totalmente roja, y extrañamente callada también.

― No le hagas caso ―dijo. Tatiana asintió.

― Ya lo sé. Es... Ares.

― Sí... ―Hermes desvió inevitablemente la mirada. No sabía muy bien cómo afrontar esa situación. Pero debía hacerlo. No podía olvidarse del tema.

― Hermes... eh...

― Estás triste ―la interrumpió. Tatiana frunció ligeramente el ceño―. Sé que te pedí que no te quedases. He dicho muchas cosas egoístas, de las que no me siento demasiado orgulloso, la verdad. Pero creo... Creo que lo peor es verte así.

― ¿Así cómo?

Hermes la miró entonces, no directamente, Tatiana se percató de ello, pero al menos no desvió el rostro.

― Si lo que realmente deseas es quedarte, no voy a oponerme a ello.

― ¿Qué? ―Hermes carraspeó.

― Kayros no puede guiar tus pasos ahora. Has muerto en el pasado, tu destino se ha reescrito y... puedes elegir. Elegir de verdad.

Tatiana tragó con fuerza.

― ¿Lo estás diciendo en serio?

Hermes pareció romperse por dentro por un segundo, pero no cejó en su empeño.

― Cuando regresaste al presente, me recriminaste muchas cosas. Me contaste lo que había sufrido Zoe. Y te culpaste por ello. Dijiste que había llorado mucho por tener que separarse de Zeus.

― Pero lo encontró en el presente ―concluyó. Hermes boqueó un instante, sin saber muy bien qué decir.

― Lo que... intento decir, es que odiaría hacerte regresar solo para que te arrepintieras luego.

Tatiana entornó ligeramente el ceño.

― ¿Quieres decir que, si ahora te digo que me quiero quedar porque me encanta este sitio y quiero permanecer aquí para siempre, te va a dar igual?

Hermes se volvió hacia ella, estaba enfadada, lo podía ver en sus ojos. Aunque no terminaba de entender la razón.

― No me dará igual, Tiana. Pero no quiero obligarte a hacer nada que tu no desees.

Tatiana se cruzó de brazos, intentando contener su fuerte carácter para no volver a empezar otra discusión inútil con él.

― ¿Has hecho irse a Ares solo para decirme que puedo quedarme si me apetece?

― ¿Por qué te enfadas? Creí que estarías contenta de saber que no iba a obligarte a volver. Que no voy a controlarte más. ¿No te molestaba eso?

Tatiana se mordió la lengua, pero no podía sujetarla eternamente. Empezaba a resultarle frustrante la situación.

― Lo que me enfadaba, Hermes, es la razón por la que querías que regresara. ¡No que te impusieras a ello, zoquete!

Muy bien, estupendo ―pensó Tatiana―, ¡así se controla la lengua!

― ¿Por qué nunca acierto contigo, Tiana? ¿Qué tengo que hacer para que estés contenta? Si te digo que volvamos, porque lo digo, si te propongo quedarte, porque te lo propongo. ¿Qué quieres de mí?

― ¡Nada! ―le gritó. Hermes se acercó a ella, descruzando sus brazos para que no hubiese una barrera tan clara entre ellos―. ¡Déjame!

― ¡Eres imposible! No te entiendo. ¿Quieres que te pida que regreses? ¿Cuál es el punto?

Tatiana forcejeó, pero las manos de Hermes estaban firmemente sujetas a sus muñecas.

― ¡Lo que quiero es saber qué narices quieres tú! Me dices que regresemos, porque mi hermana está muy preocupada, porque mi sitio es el presente. Y ahora me dices que puedo quedarme, porque no quieres que esté triste o me arrepienta al regresar. Pero no sé qué es lo que preferirías tú. ¿Que regrese para no tener que lidiar con mi hermana? ¿Que me quede para no aguantarme a mí más? ¿Qué?

Hermes la miró incrédulo. No era extraño que estuviera tan enfadada. Creía que sus peticiones eran por un egoísmo distinto al que sentía.

― Cuando he dicho que te había pedido muchas cosas egoístas, ¿has creído que me refería a eso?

Tatiana gruñó de impotencia.

― ¿A qué sino? Mi hermana y Zeus podrían matarte por perderme, es eso lo que piensas. Pero si me quedo por decisión propia, quizás te libras, y además también te deshaces de mí. No hace falta que confirmes lo mucho que he destruido tu vida tranquila. Soy un estorbo. Una mocosa. ¡Pero no hacía falta que fueras tan evidente!

Hermes la vio llorar. Estaba llorando. De rabia, de dolor, de pena, de ira. No importaba. Lo que sí lo hacía era que estaba sufriendo. Y él parecía ser el responsable.

― Es cierto que has destruido mi vida tranquila ―aseguró, consiguiendo que los ojos oscuros de la joven se contrajeran de dolor. Hermes se acercó un poco más, acto que hizo que Tatiana reculara―. ¿No has escuchado nada de lo que he dicho en el tártaro?

Tatiana parpadeó.

― No puedo volver a ser como era antes. No quiero una vida tranquila. He estado huyendo de ella toda mi existencia. Mis decisiones egoístas fueron esas. Pedirte, exigirte que regresaras. Esta petición, no lo es ―Tatiana parecía confusa―. En el tártaro, cuando estuve a punto de cambiar mi vida por la tuya, lo comprendí. Amar a alguien no significa estar conforme con que se vaya de tu lado, ni exigir que se quede. Amar a alguien significa no poder soportar el sufrimiento de la persona amada. Estar dispuesto a cualquier cosa para protegerla, para que sea feliz.

― Pero...

― Te he dicho que puedes quedarte si lo deseas, porque odiaría saber que eres infeliz. Como no pude soportar que murieras. Prefiero sufrir yo, llorar solo, o permanecer para siempre en el inframundo, que ver que tus ojos pierden ese brillo otra vez. No podría soportarlo.

Tatiana no daba crédito a lo que estaba escuchando.

― ¿Estás... intentando decirme... que me amas? ―Hermes dejó escapar una carcajada.

― Por todos los dioses, ¡sí! ―exclamó frustrado―. Pensaba que era evidente. No suelo ser muy discreto con mis sentimientos. Pero en cambio, sigues pensando que he venido aquí por un deber o una obligación. Cuando ni siquiera Zoe tuvo que pedirme que viniese a rescatarte. ¿Crees que fue ella quien me dijo que no te perdiera de vista? ¿Crees que ella me dijo que te siguiera a tu cita ese día que perdiste el control? ¡Ella ni siquiera lo sabía!

Tatiana se había quedado con la boca abierta. No podía creer lo que estaba diciendo. ¿Se había equivocado tanto?

― Pero... tú siempre dijiste que lo hacías por ella. Decías que si no fuera por mi hermana...

― Tiana. ¿Qué pretendías que dijera? ¿Que cada día me recordaba que eras una molestia y un dolor de cabeza, únicamente para no admitir que me pasaba día y noche pensando en dónde estarías, con quién y qué estarías haciendo? Eres la hermana pequeña de Zoe, maldita sea. Lo único que me pidió fue que te ayudara con las clases, no que te vigilara constantemente.

Tatiana parpadeó, sintió sus manos temblando al escuchar sus palabras. No parecía real.

― ¿No te pidió que me vigilaras?

Hermes no pudo evitar sonrojarse ante la pregunta. Era humillante.

― Nunca me pidió eso expresamente. Únicamente me pedía que comprobara que estabas bien. Si te sucedía algo, que la avisara. Pero nunca me dijo que te siguiera, o te protegiera de nada. No me pidió que fuera a buscarte a la playa, o te siguiera cuando desapareciste en su boda. Ni tampoco que fuera a tu casa o apareciera en tu cita ―aseguró―. Y por supuesto, tampoco me dijo que viniera aquí y te trajera de vuelta.

― Pensaba que... que me odiabas. Que no soportabas verme. Y pese a que en ocasiones parecía que no era así, me obligaba a pensar lo contrario. Para no hacerme daño. Para no llevarme otra decepción...

Hermes sonrió, más tranquilo ahora.

― ¿Odiarte? ¿Cómo podría?

― Siempre te enfadabas conmigo. Nunca te enfadas con nadie. Pero conmigo, siempre.

― Porque me vuelves loco. No puedo comportarme correctamente a tu lado. Siempre logras desbordar todos mis sentidos y emociones.

Tatiana dejó escapar una risa avergonzada.

― Bueno, eso no es nuevo.

Hermes la miró con el ceño ligeramente fruncido.

― Vale. No tengo más que decir. Quería aclarar las cosas. No quiero que hagas nada de lo que puedas arrepentirte ―aseguró―. Voy a llamar a Ares. No creo que esté muy...

Hermes no pudo seguir hablando. Tatiana se había abalanzado hacia él. Se volvió, preparándose para sujetarla y no caer ambos al suelo, pero la fuerza de la joven fue tan inesperada que no pudo evitarlo. No se preocupó demasiado, de todos modos. Pues la caída no había detenido las intenciones de la joven, que se inclinó para poder besarlo. Hermes no tenía fuerzas ya para seguir luchando. Y pese a la sorpresa, la sujetó por la cintura para que no tuviera opción de escapar.

Sin abandonar el beso, Hermes la hizo girar, dejándola tendida en el suelo y aguantándose con un brazo para no aplastarla. Tatiana abrió ligeramente los ojos cuando él se apartó un poco.

― Perdón ―dijo ella―. Te he tirado.

Hermes sonrió.

― ¿En serio? ―Tatiana dejó escapar una risa, rodeando su cuello con los brazos para que no escapara.

― Tú también me vuelves loca ―aseguró―. De hecho, estaba tan enfadada porque creía que jamás te fijarías en mí.

― Eso es bastante imposible. No hay forma de que pases desapercibida. ―Tatiana miró hacia arriba, como pensando en sus palabras.

― Me lo tomaré como un cumplido.

Hermes acarició su nariz con la suya, llamando su atención.

― Quiero que vuelvas conmigo al presente. Quiero que regreses porque quieres regresar.

― Está bien ―cedió. Hermes alzó una ceja.

― ¿Por qué? ―Tatiana pareció confusa.

― Por qué, ¿qué?

― ¿Por qué quieres regresar? ―Tatiana puso los ojos en blanco.

― ¿En serio no puedes adivinarlo?

― Me he equivocado demasiadas veces. Quiero oírlo. ―Tatiana sonrió.

― Qué exigente.

―Tiana...

Ella suspiró.

― ¡Vale! Quiero volver porque echo de menos a mi sobrinito.

Hermes frunció el ceño. Y Tatiana no pudo evitar dejar escapar una carcajada ante su expresión.

― ¡Vale! Lo siento... Aunque es cierto ―aseguró. Tatiana se acomodó en el suelo, mirando esos ojos oscuros con una intensidad pasmosa―. Nunca he pensado en quedarme, Hermes. Siempre he querido volver.

― ¿Sí?

Tatiana asintió.

― En mi visión en el tártaro, mi mayor miedo no era solo el tiempo que había pasado. Mi pesadilla era tu indiferencia. Quiero volver, pero aunque regresara, seguiría teniendo miedo si estoy sola.

― Siempre tendrías a Zoe.

― Pero solo te quiero a ti. ―Ante el rostro pétreo del dios, Tatiana sonrió, confesando lo que hacía tiempo sentía, y no se había atrevido a decir―. Estoy locamente enamorada de ti, Hermes.

Hermes retuvo el aire por unos instantes, saboreando esas palabras que jamás pensó que fuera a escuchar. Con una sonrisa de oreja a oreja, volvió a besarla. Y esta vez, no hubo más risas.

Había tenido miedo de sentir algo, lo que fuera. Le habían hecho daño demasiadas veces, pero sabía que ese sería el golpe final. No habría podido soportar que ella le dijese que estaba enamorada de Zale, o de cualquier otro. Y tampoco había podido soportar verla morir. Jamás había sentido la necesidad de luchar por lo que sentía. Creía que se había enamorado de Zoe, pero no hizo nada para retenerla. Creyó que eso era lo que debían hacer los humanos, sacrificar su amor por aquel que amas. Pero al pensar en perder a Tatiana, había muerto por dentro poco a poco. Era una sensación insoportable. Había tenido ganas de matar a Zale únicamente por hacerla reír. No era lógico.

Al parecer, no había comprendido nunca el amor humano. Aquel que te desgarra por dentro. Había tenido que perder la cabeza y destruir la lógica para entender que el amor era un sentimiento contradictorio.

― Supongo que ahora, dejarás de discutir constantemente conmigo ―sugirió Hermes, cerca aún de sus labios. Tatiana sonrió.

― Eso no te lo crees ni tú ―dijo al borde de una dulce carcajada―. No entiendo cómo has permitido fijarte en mí. No me parezco en nada a mi hermana, ni a tu antigua señora.

Hermes la miró con los ojos entrecerrados.

― Existe una razón muy buena para ello.

― ¿De veras? Me encantaría escucharla ―lo provocó. Hermes se apoyó sobre un codo, mirándola con cierta curiosidad.

― Hera fue, además de mi señora, una buena amiga. Me sentía especial, y quería sentir que lo era. Quería... que mi existencia tuviese algún sentido. Lo supe cuando vi a Helena darlo todo por el amor que le profesaba a Paris ―explicó―. Con Zoe fue distinto. Era humana, y después de ver lo que los humanos hacían por amor... Sentí envidia. Quería amarla, porque de ese modo todo tendría un propósito. Podía valorar mi existencia como solo los humanos podían hacerlo.

― ¿Y qué hay de mí? ―preguntó confusa. Hermes suspiró.

― Tú... Eres exasperante. Orgullosa como una diosa, valiente como una humana. Y sobre todo eso, me sacas de quicio ―aseguró. La vio fruncir el ceño, y no pudo evitar reír al saber que estaba enfadándola. Otra vez―. He ahí la diferencia, Tiana. Quise, me esforcé incluso, en amar a Hera y a tu hermana. Contigo me esforcé para no sentir nada, incluso intenté odiarte. No quería amarte.

― ¿Y entonces... porque...?

Hermes rio.

― Porque tú me has obligado ―aseguró―. No podía apartarte. No podía deshacerme de ti. Y para cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. Estaba sorprendido, asustado, por saber que incluso sin quererlo, te deseaba. Yo no quería enamorarme de ti. Pero al parecer, eso era lo que debía entender. El amor no se elige. Te elige él a ti.

Tatiana lo miró asombrada. Y dedicándole solo un pensamiento de disculpa a Ares, que seguramente estaría esperando impaciente en algún lugar del bosque, rodeó el cuello de Hermes para besarlo de nuevo. Sabía que tendrían tiempo, mucho tiempo para ello en el presente. Pero el sentido común se había perdido en algún lugar en el viaje. Y pese a ser él un dios eterno, tuvo la sensación de que le faltaría eternidad para estar a su lado.

¿Así que esto es a lo que los humanos llaman amor? ―pensó―. Extraño. Asombrosamente extraño.

*****************

¡Hola! 

Como ya podéis suponer, no queda mucho. Un capítulo más y el Epílogo. Espero no decepcionaros con este nuevo capítulo, ni con el final de la novela. Ojalá os guste y disfrutéis de las últimas páginas de este nuevo viaje al pasado. 

¡Un beso muy grande a todos!

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