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Capítulo XIV: Un rescate inesperado


                  

En la lejanía, Tatiana pudo ver un pedacito muy pequeño de tierra. El viento soplaba a favor, pero por mucho que ayudara no podían avanzar más de lo que era posible.

                Encaramada al borde de proa, Tatiana miró las olas con cierto desdén. Era una sirena, ¿verdad? Al menos eso parecía quedar claro. Pisínoe, por la cual no guardaba un gran cariño por cierto, se había encargado de eso. De hecho, estaba furiosa. No solo se había apoderado de su voluntad, sino que esa sirena había intentado matar a su hermana. ¿Y ahora ella tenía que ayudar a su hijo? Se moría por decirle a ese tal Zale que no iba a ir a ninguna parte con él, que ya podía despedirse de ella. Pero por desgracia, no era él el que parecía precisar ayuda. Más bien al revés. Tendría que convencerle de que la dejase acompañarle. Porque muy a su pesar, era la única pista que tenía para regresar a su época.

                Maldita sirena.

                Maldita época.

                ¡Y maldito Zale!

                ― No tenía ni idea de que las sirenas gruñeran.

                Tatiana se volvió todavía enfurecida hacia el muchacho. El timón seguía navegando solo, ayudado por el viento.

                ― Resulta que no hace demasiado que soy una sirena ―protestó―. Y lo de enfadarme es algo que me pasa recientemente también.

                Zale alzó las cejas en un gesto indiferente. Centrando su atención en un cuchillo que estaba afilando. Se acercó al borde de proa, junto a Tatiana, y se apoyó en la madera.

                ― Así que estás enfadada. Soy yo el que parece tener que hacer de niñera, y tú eres la indignada. ¿Qué sentido tiene eso, Seirén?

                Tatiana se apartó unos centímetros hacia la derecha.

                ― No soy una niña, no tienes que cuidar de mí, ¿vale? Y deja de llamarme Seirén. Me llamo Tatiana. Y si no te gusta, te aguantas. Es mi nombre.

                Zale detuvo el afilador a mitad de la hoja del cuchillo. Sus ojos se entrecerraron un instante apenas perceptible.

                ― ¿Sabías que el nombre es el primer regalo de tus padres?

                Las facciones enfurecidas de la joven se suavizaron momentáneamente ante la sorpresa. El recuerdo que abocó esa pregunta la hizo sonreír. Era cierto, el nombre es el primer regalo de los padres. Pero no había sido ese su caso. Para Tatiana, su primer regalo no se lo habían dado sus padres.

                ― El mío no ―aseguró. Ahora fue el turno de Zale de sorprenderse―. Cuando mi hermana nació, mi madre estuvo a punto de morir. El... bueno, quien la ayudó a que ella naciera la aconsejó que no tuviera más hijos, porque podía suponer un peligro para la madre y para el bebé ―Tatiana no sabía por qué lo estaba contando, pero necesitaba hacerlo. Observó el mar en la lejanía, esta vez con la expresión tranquila―. Pero años más tarde, Zoe, mi hermana, empezó a pedir a mi madre con verdadera insistencia que quería una hermanita ―entonces rio―. Sí, sí, una hermanita. No un hermanito. Tenía claro que iba a ser una niña. Y que iba a ser morena y tendría los ojos oscuros. Me describió a la perfección. Y luego le dijo a mi madre que iba a llamarme Tatiana.

                ― ¿Y tu madre aceptó?

                La voz incrédula de Zale la hizo sonreír.

                ― Mi madre pensaba que eran deseos de niña pequeña, caprichos porque todos tenían hermanos menos ella ―aseguró―. Pero a los meses se quedó embarazada, y meses más tarde nací yo. Sin problemas. Exactamente igual a como ella me había descrito. Y desde el primer instante en el que nací, fuimos inseparables. No es solo mi hermana. Es mi mejor amiga. Mi aliada. Mi familia. De hecho, durante años creí que era la única que me quedaba...

                Tatiana se volvió hacia Zale, este parecía haber olivado que estaba afilando su cuchillo.

                ― Mi primer regalo me lo dio mi hermana. Así que... aunque a ti no te guste, a mí me encanta. Y preferiría que lo usaras. Seirén es un apelativo que detesto, porque lo que soy ahora no es un regalo, es una maldición. Y te aseguro que este es el último sitio en el que querría estar.

                Zale pareció verla por primera vez desde que se encontraron. Verla de verdad. No había rastro de sospecha. Creía realmente en sus palabras.

                Se reincorporó en la madera, guardó el afilador en un bolsillo y clavó el cuchillo en la barandilla de proa. Con decisión, y el ceño ligeramente fruncido, se acercó a Tatiana en un par de zancadas. Tatiana quiso retroceder, pero la mano grande y fuerte del joven atrapó la suya antes de que pudiera huir. Luego la estrechó con cuidado, la volteó y depositó un ligero beso en el dorso. Tatiana parpadeó, incrédula.

                ― Mi nombre es Zale Stathopoulos. Soy un hibrido y voy hacia Nauplia, para poder llevar a una hermosa joven a tierra y ayudarla en lo que me sea posible. Es un placer.

                La reverencia fue digna de enmarcar, a juicio de Tatiana.

                ― Em... yo... Soy Tatiana Vinarós. Soy algo así como una Sirena, siempre he sido humana, y voy en un barco con un extraño chico para llegar a "nosedónde" para que me ayude a "nosequé". Es un placer también.

                La imitación de la reverencia no fue tan memorable, pero sin duda consiguió su cometido.

                ― No ha estado mal, pero se nota que no conoces la diferencia entre una reverencia majestuosa y una cordial ―se burló expresamente. Tatiana achinó los ojos.

                ― Y tú sí, ¿verdad? ―Entonces sonrió. Otra sonrisa de verdad, una que animaba a dejar las armas y firmar la paz.

                ― Por supuesto.

                La joven acompañó al muchacho con otra sonrisa. Si bien era cierto que no habían empezado con buen pie, también lo era que Tatiana necesitaba enderezarlo fuera como fuese. No tenía a nadie más en ese lugar, solo cabía esperar que pudiera llevarse bien con el muchacho. Al menos el tiempo suficiente como para encontrar un modo de volver a casa.

                El cambio repentino de actitud del joven alarmó a Tatiana instantes más tarde. Sus ojos azules observaron el barco como si en él se hubiera instalado una horda de buitres hambrientos. Imitó el gesto a su vez, esperando en vano ver algo más que madera y agua salada.

                ― ¿Qué pasa? ―preguntó ligeramente asustada.

                ― ¿Oyes eso?

                Su rostro serio la obligó a agudizar el oído. Pero fuese lo que fuese, ella no lo escuchaba. Tal vez las sirenas no lo tenían tan bien desarrollado.

                ― No oigo nada...

                ― Exacto ―contestó en un susurro―. Ni siquiera se oyen las olas ni el viento.

                Tenía razón. Las velas ya no estaban hinchadas por el viento que soplaba hasta ahora a favor. El mar se había calmado hasta tal punto que ni la más pequeña ola conseguía que el navío se balanceara. Parecía que estaban flotando en un charco de aceite. Inmutable y tranquilo.

                ― No me gusta.

                La afirmación la puso en alerta. Lo vio correr hacia popa, subiendo las escaleras y dejando el timón, que ya no navegaba solo, olvidado. Tatiana lo siguió, e intentó ver lo que para el muchacho era tan claro.

                ― Maldita sea...

                ― ¿Qué...?

                Un movimiento brusco en el barco la interrumpió, haciéndola perder el equilibrio y obligándola a sujetarse a una de las jarcias.

                ― Las oceánidas no nos han podido rastrear desde la isla ―escuchó que decía Zale exaltado, cogiendo el timón deprisa para cambiar de rumbo, o al menos lo intentó.

                Tatiana lo siguió, situándose a su lado mientras intentaba mantenerse en pie a causa de los vaivenes del navío.

                ― ¿Qué está pasando? ―consiguió decir―. ¡Van a volcar el barco!

                ― Pensé que tendríamos más tiempo. De llegar al estrecho al menos ―escuchó que gritaba por encima del estridente sonido del agua chocando con violencia la madera del barco― ¡Tendrás que ayudarme, Tatiana!

                ― ¿Qué tengo que hacer?

                Preparada para hacer lo que fuera con tal de evitar que el barco se hundiera, se sujetó con fuerza a las jarcias del barco dispuesta a atravesarlo de arriba abajo cogiéndose a todo lo que le fuera posible.

                ― ¿Ves los barriles sujetos a babor y estribor? ―Tatiana se volvió un instante, evaluando lo que decía. Asintió cuando se giró de nuevo―. Tíralos al agua. Contiene pescado podrido. No hay nada peor para una sirena que la contaminación del agua por pescado podrido.

                Tatiana abrió los ojos de par en par, pero decidió que las preguntas era mejor hacerlas cuando una horda de sirenas furiosas no quisiera hundir el único trozo de superficie que tenían. Asintió con firmeza y se dispuso a obedecer.

                ― ¡Tatiana! ―la llamó de nuevo―. Ves con cuidado, recuerda que también eres una sirena.

                Sorprendida por la muestra de consideración, sonrió un instante y se giró para llevar a cabo su cometido.

                Llegar hasta los barriles no fue lo más difícil de la tarea. Tatiana había conseguido, sujetándose a la barandilla de la escalera, los mástiles y jarcias del barco, llegar hasta los barriles, pero el problema era mayor de lo que pensaba. Los contenedores estaban atornillados o incrustados a la cubierta. No había modo de moverlos para poder verter el contenido al agua.

                Lo primero que pensó, por lo cual creyó que Zale le había dicho que tuviera cuidado, fue en encontrar algo con lo que coger el contenido y tirarlo por la borda. Una pala, un cubo, una olla vieja. Pero no había nada en cubierta que no estuviera sujeto a los tablones de madera. Era algo muy normal, pues si eso fuera una tormenta, nada quedaría en la superficie. Maldijo su suerte. Y al mismo tiempo la alabó cuando vio el cuchillo que Zale había estado afilando y seguía clavado en la madera del barco. Una idea cruzó su mente.

                Con dificultad, Tatiana logró llegar al otro lado del barco. Sujetó el arma con fuerza, tirando de ella hasta que consiguió extraerla de su lugar de reposo, cual Arturo al empuñar Escalibur.

                Con una sonrisa ante su logro, Tatiana regresó junto a los barriles. Se agachó a la altura de ellos, y clavó con fuerza el cuchillo en la parte inferior del barril, justo donde se hallaba el corcho. La primera apenas consiguió hundir la hoja. Tardó un par de intentos más antes de profundizarla lo suficiente como para girar la empuñadura y extraer el corcho junto con un trozo de madera del barril. El contenido de este empezó a salir por el orificio recién hecho inundándolo todo de un pestilente olor que logró marear a la joven.

                Sin perder el tiempo. Tatiana siguió con la maniobra barril tras barril. Hasta que no quedó ninguno. Por suerte, el vaivén del barco se redujo poco a poco hasta que prácticamente no quedó ni un solo movimiento efectuado por las sirenas.

                Tatiana se incorporó, satisfecha con su trabajo. Se volvió hacia Zale, que manejaba con brío el timón.

                ― ¡Misión cumplida, capitán! ―gritó con voz teatral y una sonrisa satisfecha.

                ― ¡Bien hecho, grumete! ―la sonrisa de Zale murió tan pronto como había comenzado. Abrió los ojos de par en par ―¡Tatiana, cuidado!

                Pero ya era demasiado tarde, un pez enorme con unos dietes afilados como agujas, se había abalanzado contra el barco moviendo la madera con violencia. El nuevo vaivén consiguió que Tatiana perdiera el equilibrio, precipitándola por la borda hasta el agua.

                El choque fue mejor que lo que vino después. La repugnancia del agua contaminada por los peces se le clavó en la piel cual agujas. Intentó llegar a la superficie con esfuerzos, rezando porque ninguna sirena o el pez que había balanceado el barco la mataran o la hundiera más. Por desgracia, ese no era su principal problema. El agua le pesaba. Sabía nadar mejor que nadie, y era incapaz de llegar a la superficie.

                "No hay nada peor para una sirena que la contaminación del agua por pescado podrido". ―Recordó―.

                Era una sirena. O parte de ella al menos. Por eso le pesaba el agua, por eso hacía daño. Igual que las sirenas que habían huido o muerto por lo que ella había tirado, tampoco era capaz de escapar de su propia trampa.

                Iba a morir.

                Otra vez con la soga al cuello.

                Y esta vez Zale no podría rescatarla. Él también era en parte tritón. Si intentaba salvarla, moriría en el intento. Jamás se arriesgaría por ella. No por la chica que resultaba ser una molestia para él.

                Sintió arder los pulmones. Aunque notaba que no se ahogaba, el veneno del agua contaminada conseguía que el dolor fuera peor que ahogarse. Alzó una mano, intentando en vano llegar a la superficie. Pero no encontró nada.

                Entonces, su mundo se oscureció.

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                ― ¡Ahora! Vamos, como te mueras te mato, ¿me oyes?

                El sabor nauseabundo del agua contaminada salió de su garganta en una tos asfixiante. Apoyó las manos en la madera mojada, intentando respirar a pesar de que lo único que era capaz de hacer era toser y vomitar. El cabello mojado se le pegó a la cara y los hombros, y los apartó con una mano temblorosa. Abrió los ojos, no se había encontrado tan mal en toda su vida.

                ― Gracias a los Dioses que estas bien. Después del viaje que me he pegado, habría sido un fastidio que hubieras muerto.

                Tatiana parpadeó al escuchar esa voz tan familiar llena de resentimiento. Alzó el rostro poco a poco.

                ― ¿Qué...?

                ― Supongo que no te alegras de verme. No te preocupes, a mí tampoco me hace ilusión. En realidad, preferiría que estuvieras muy lejos de aquí, en tu casa, por ejemplo. No metiéndote en problemas y no metiéndome a mí en ellos.

                Completamente empapado y con los cabellos dorados pegados a su enfurecido rostro, estaba Hermes, mirándola con esos ojos oscuros cargados de reprobación. Tatiana tembló por un instante. Había estado a punto de morir en múltiples ocasiones, pero esa había creído que sería la definitiva. Nunca había pasado tanto miedo.

                Apretó los puños.

                ― ¡Idiota! ―gritó sin poderlo evitar―. ¿¡Quién te ha pedido ayuda!? ¡Si tanto te fastidia salvarme, no vengas! ¡Vete! ¡Jamás te ha preocupado realmente lo que me pasara, lo haces solo porque si no, Zoe nunca te lo perdonaría! ¡Ni siquiera te importa que haya pasado días sola en este sitio! Solo te molestas por tener que venir a buscarme, como si fuera una especie de parasito que ha decidido invadir tu vida y no puedes deshacerte de él.

                La rabia y el agotamiento, acompañados del miedo que había sentido, había logrado que las lágrimas salieran de sus ojos. Apretó los dientes, conteniendo la furia. Por suerte, el agua conseguía que las lágrimas se ocultaran. Parecía únicamente enfadada.

                ― ¿Pero qué...? Al menos podrías agradecérmelo, ¡mocosa ingrata!

                Tatiana no contestó. Dedicándole una mirada furiosa, le dio un empujón y se levantó a trompicones. Vio entonces a Zale, que la observaba con cierta curiosidad. Tampoco le dirigió una mirada afable a él. Se alejó, intentando mantener la compostura a pesar de que lo único que quería era seguir vomitando.

                ― ¡Tiana! ¡Vuelve ahora mismo, nos vamos! ―gritó en vano el Dios.

                Zale, cruzado de brazos y apoyado en uno de los mástiles del barco, alzó una ceja curiosa.

                ― ¿Y tú qué miras? ―gruñó, Zale sonrió.

                ― Los Dioses siempre hacéis lo mismo. Pensáis que como sois seres divinos podéis mandar sobre cualquier ser terrestre. No sé de qué conoces a Tatiana, pero no es una mujer que acepta que la manden, y es muy cabezota, te lo aseguro. Si pretendías realmente que regresara, vas por mal camino.

                Hermes alzó una ceja reflejando cierta incredulidad.

                ― Parece que tú sí la conoces bien. No se puede decir lo mismo de tu conocimiento de los Dioses... ―gruñó. Zale abandonó el mástil y alzó el mentón con orgullo.

                ― Sé más de lo que te figuras, créeme. Tal vez eres tú quien no sabe lo suficiente.

                ― ¿Quién demonios eres tú, para empezar?

                ― Ni siquiera te importa realmente, pero puedes llamarme Zale ―Luego miró la puerta por la que había desaparecido Tatiana―. Me parece que hay algo dentro de ella que no funciona demasiado bien. Antes de juzgarla, tal vez deberías preguntar. Lo digo por experiencia. Las equivocaciones no son solo humanas.

                Sin añadir nada más, Zale se dio media vuelta dispuesto a ocuparse del timón, enderezando de nuevo el rumbo.

                ― No necesito ningún consejo moral, no todos los Dioses somos tan egocéntricos. Y soy Hermes, por cierto.

                Zale lo miró por encima del hombro.

                ― Nadie te ha preguntado.

                Hermes abrió los ojos de par en par. Perfecto, pensó. Se había adelantado porque tenía un mal presentimiento, y resultó ser cierto. La pequeña ala plateada consiguió su cometido. Pero ahora tenía que esperar a ese inútil de Ares, y ese lugar no era ni remotamente afable. Tendría que aguantar a una mocosa consentida y gruñona, acompañada de un muchacho insufrible que no tenía el menor respeto por nada.

                Con Zoe había sido todo más agradable. ¿Por qué tenía que soportar a esa mocosa? ¿Y por qué incluso ese tal Zale que había acabado de conocer parecía saber tratar con ella mejor que él mismo?

                Enfurecido, Hermes se dispuso a abandonar la cubierta. Lo mejor sería hablar cuanto antes con Tatiana y terminar con esto de una vez por todas. Aunque lo último que le apeteciera fuera volver a discutir con la joven.

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¡Hola de nuevo! :)

Muchas gracias a todos los que siguen esta historia y han leído la primera parte; Hera. :D Espero que esta continuación no esté decepcionando.

Esto es una pequeña confesión respecto a Hera y Vinculo, no hace falta que lo leáis si no queréis ^^

En este episodio hay una parte que es bastante importante para mí porque contiene algo de verdad. Como algunos ya sabréis (o tal vez no), la protagonista de la historia anterior la basé un poco en mí. No en su situación, claro, pero sí en su forma de pensar y cuestionarse cosas. En lo que se refiere a Tatiana, por otro lado, esta inspirada en mi hermana pequeña. La relación que llevan ellas es muy parecida a la que llevo con mi hermana, por eso esta historia es tan especial para mí. Por eso, me gustaría decir que el momento en el que Tatiana confiesa que su hermana eligió su nombre, es un trozo de mí misma. Aunque parece raro y surrealista, cuando era pequeña le pedí a mi madre una hermanita, le dije que quería que se llamara Carolina, y tenía una imagen idealizada de ella. Fue raro, como si supiera que ella iba a existir incluso antes de que existiera. Mi hermana es lo más importante para mí, la quiero muchísimo, incluso antes de que naciera. Por eso Hera y Vinculo estan basados en nosotras. Sé que muchos pensareis que es raro que los hermanos se lleven bien, pero os puedo asegurar que la relación que Tatiana y Zoe tienen es totalmente posible. Yo la tengo.

Gracias por leer, quien haya leído esto. Era solo un pequeño apunte respecto este capítulo. :)

Y Gracias a todos por leer la historia, claro ^^ ¡Besitos!

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