Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo XI: Seirén "Σειρήν"






Soportar la risa de ese dios era lo más humillante que había soportado en mucho tiempo. Antes prefería las broncas de Zoe, e incluso el modo en que lo dejaba Tatiana en evidencia. En definitiva, todo era mejor que rebajarse a pedir ayuda a Ares, dios de la guerra y principal sospechoso de cualquier tipo de traición contra el Olimpo.

Ares ya había demostrado antes ser merecedor de sospechas al formar un complot, junto a la verdadera mente pensante, Afrodita, para destronar a Zeus. Todo gracias a la muerte de Hera, y razón por la que él tuvo que ir al futuro en busca de Zoe. Así que Ares no era un dios que despertara su simpatía.

No se llevaban bien. Y sabía que al pedirle ayuda tendría la fabulosa ocasión de burlarse de él tanto como quisiera.

Y lo había hecho.

― ¿Vas a estar mucho rato más riéndote? ―gruñó Hermes cruzado de brazos.

Ares secó un par de lágrimas que habían escapado de sus ojos, intentando respirar y contener las carcajadas.

― Un momento... ―murmuró. Un par de risas escandalosas más acompañaron sus palabras, para respirar un par de veces y volver a enfrentar al dios, visiblemente enfadado―, Vale, a ver si lo he entendido... ¿Necesitas mi ayuda?

― Yo no he dicho que...

― ¡Sht! ―lo calló, todavía de buen humor―. No vengas con tonterías, Herm. Me necesitas, ¿verdad? Por los dioses, dilo. Quiero escuchártelo decir.

Hermes gruñó.

― Si te piensas que voy a rebajarme a suplicarte...

― Por supuesto que lo harás. Sea por la razón que sea, necesitas ese elixir. Supongo que Kayros no ha querido echarte un cable en esta ocasión ―Ares contuvo de nuevo la risa―. Me encantan esas expresiones modernas, ¿a ti no? ―Hermes le dedicó otra mirada envenenada―. En fin. Si has acudido a mí, tiene que haber una razón de peso. ¿Zoe se ha vuelto a meter en un lio?

― ¿Ya te has reído suficiente?

― No, pero lo dejaré para luego. Quiero tener más motivos para reírme. ¿Sabes que está casada con el poderoso Zeus? ―la ironía en la palabra poderoso fue más que notoria―. Eres tan lamentable.

― Zoe está bien. Y ya sé que está casada, asistí a sus dos bodas.

Ares alzó las cejas, todavía con visible bueno humor.

― ¿Entonces, para qué quieres el elixir? ¿Qué tan importante hay en el pasado o el futuro para que vengas a suplicarme?

― Yo no te he suplicado... ―Ares volvió a interrumpirle, alzando una mano.

― No habrías venido de lo contrario, Herm. Me necesitas, va, dilo ―exigió con jocosa indiferencia. Hermes, con los ojos en blanco, volvió a gruñir.

― Necesito Aión, para ir al pasado. Tatiana ha desaparecido, no puedo dejarla sola allí. ¿Vas a ayudarme o no? ―refunfuñó. Ares se cruzó de brazos, con la expresión de alguien que parece estar interesado en algo.

― Tatiana, ¿la hermana de Zoe? Que... interesante.

― Ares... ―el dios alzó las manos.

― Muy bien, pero no te saldrá gratis. ―Hermes rodó los ojos.

― ¿Qué quieres?

Ares solo sonrió.

-------

Ola tras ola, el vaivén de la marea alta en el hogar de Zale había conseguido adormilar a Tatiana. El muchacho se había arrinconado en una zona elevada, desde donde podía controlarla a ella y la puerta. No lo culpaba, de estar en su lugar, Tatiana tampoco se fiaría de sí misma. Era una extraña. Y había demostrado ser también un incordio.

Suspiró.

Aunque nada de lo que había sucedido cuatro años antes era real, Tatiana recordaba muy bien las peleas y los gritos de Zoe cuando sus padres murieron en el viaje de su segunda luna de miel a Grecia. Después de que desaparecieran, Zoe se había ocupado de ella y de todo lo demás. Había cargado con todo el peso de la familia, de su custodia, de la casa. Y ella no se lo había puesto fácil. Se sentía traicionada por el modo en que todo iba mal en su vida. Sus amigos salían de fiesta, tenían pareja o iban de viaje a millones de sitios. En cambio ella, tenía que quedarse en casa a ayudar, o ir a comprar a pesar de que también tenía que estudiar y sacar el curso a delante. Se sintió horrible al pensar que odiaba tener que hacer todo aquello. No era culpa de Zoe que sus padres hubieran muerto. Ni que tuviera que ocuparse de ella. Zoe hacía lo que podía, y ella se había comportado como una... Como una niña mimada y malcriada.

Todos pensaban que era la niña perfecta. Lista, estudiosa, educada... Pero la verdad era una de muy distinta. Durante esos cuatro años que no habían existido, Tatiana había suspendido, se había revelado contra su única familia y había hecho amistades poco convenientes. Durante ese tiempo que nadie más recordaba, Tatiana se había mostrado tal y como era. Y los únicos que lo habían visto eran Zoe, que seguía viéndola como su hermanita pequeña a la que adoraba, y Hermes.

Hermes era el único que sabía cómo era ella. Y por eso la odiaba. Por eso era un dolor de cabeza para él. No era la niña perfecta que todo el mundo creía. La que merecía todo eso era Zoe. Ella había logrado más que nadie en esos cuatro años. Y por eso Zeus se había enamorado de ella. La había visto de verdad.

Tatiana dirigió una escueta mirada a Zale. Ese muchacho también había conseguido verla. Y por eso no sentía simpatía hacia ella. Todo aquel que llegara a conocerla de verdad, estaba destinado a odiarla... Porque no era quien fingía ser, y solo unos pocos lograban ver a través de eso.

Estaba cansada. Cansada de ser quien era. Si su hermana estuviera allí sabría qué hacer, pensó ocultando el rostro entre sus brazos cruzados.

Un grito sordo acompañó el oleaje que siguió, alterando a Tatiana y consiguiendo toda la atención del muchacho. El grito se demoró unos segundos, consiguiendo confundirse con el silbar del viento a través de las rocas. Sin embargo, el grito era inconfundible, distinto. Y el nerviosismo en el muchacho dejó claro que no era un sonido natural.

― ¿Qué es eso? ―consiguió preguntar.

El joven saltó de la roca donde había estado encaramado, alzándose en cuanto estuvo a su nivel en la cueva. Sus ojos la evaluaron con furia. De hecho, desde que se encontraron jamás lo había visto dirigirle otra mirada.

― Las oyes ―aseguró. Tatiana frunció el ceño. Segundos antes de abrir los ojos de par en par cuando el muchacho la sujetó del cuello y la arrinconó en la pared rocosa, situando un afilado cuchillo de hoja de ostra contra su cuello―. ¿Quién te envía? ¡Eres una espía! ¿Crees que vas a poder engañarme? ―rugió.

― ¿Es-espía? ―gimió asustada―. ¡No me envía nadie! ¿Espía de qué? ¿Quién crees que soy? ―preguntó confundida.

Zale observó sus ojos dilatados, dirigió un escueto vistazo al claro del agua, donde las olas seguían agitándose y el grito había cesado.

― Llevaban años sin localizarme.... No pretendas que crea que es una maldita coincidencia, Seirén.

Zale había pronunciado la palabra con desdén, esperando que reconociera la palabra en griego antiguo. Ni siquiera sabía exactamente cómo lo entendía a él, pero lo hizo. Y junto a esa palabra, Tatiana recordó también lo que Hermes le dijo en el presente.

Sirenas.

― Son si-sirenas... ―murmuró, todavía con el cuchillo de ostra contra su cuello, amenazante. Zale presionó con ira.

― ¡Embustera! Sabía que había algo en ti que no me gustaba. ¿Quién te manda? ¡Contesta! ―gritó. Tatiana apretó los ojos, intentando no llorar. Se sentía tan impotente, tan inútil. ¿Qué haría su hermana de estar allí?

― No lo sé... Zale, te juro que no me manda nadie. Estoy aquí por un error, yo...

― ¡Calla! ¿Te crees que voy a confiar en ti? ―Tatiana tragó con fuerza. Mirándolo a los ojos, se pegó más a la pared.

― No ―aseguró―. No confiarás en mí. ¿Quién lo haría en su sano juicio? No me conoces. Ni yo a ti. Pero si no te marchas, ellas llegarán. No sé por qué te buscan, ni qué quieren de ti. Pero por cómo has reaccionado, creo que será prudente que te marches. Ahora.

― ¿Dame una sola razón por la que no debería matarte antes? ―rugió. Tatiana se encogió de hombros.

― Supongo que puedes hacerlo. De todos modos acabaré muerta tarde o temprano. Tal vez es mejor así ―aseguró con resignación―. Una arpía, tú, una sirena. Si tengo que elegir, creo que prefiero la hoja de este cuchillo a esos dientes afilados...

Zale vaciló un instante, miró hacia el exterior por la puerta de cortinas de algas. El mar agitado y el viento las hacía mecer.

― Pero no tardes en hacerlo... Parecería presuntuosa si dijera que me da igual morir. Lo cierto es que estoy muerta de miedo...

Tatiana lo vio mirarla por fin con sus ojos azules como el mar en un día tranquilo. Claros y expresivos. Intentó matarla. Lo vio en sus ojos. Pero también pudo comprobar que el muchacho no era un asesino. Y lo confirmó cuando apartó la daga, la guardó y la sujetó bruscamente de un brazo para instarla a correr.

― ¡No me sirve de nada matarte aquí! ¡Eres más útil si vienes conmigo! Si eres una espía como creo que eres, me servirás de escudo ―gruñó.

Tatiana se vio arrastrada por las rocas punzantes nuevamente. Vestida con la misma ropa mugrienta, pero esta vez descalza y con un manto por encima que la resguardaba ligeramente del viento frio del océano.

Los gritos de las sirenas cada vez más cercanos consiguieron ponerla nerviosa. Zale la arrastraba por las rocas, saltando y brincando con ella cogida de una mano. Tatiana intentaba imitarlo, llevándose arañazos y rasguños en sus pies y manos. Las algas se le adhirieron a la piel, igual que el cabello, hecho un amasijo alrededor de su rostro. Cuando creía que no podría caminar más, Zale se detuvo.

Tatiana se volvió, quitándose el cabello de delante de la cara para ver mejor lo que tenía delante. Se trataba de un túnel en medio de millones y millones de rocas más. Todas idénticas. Seguramente de tratar de encontrarlo habría sido imposible de no conocer exactamente donde se hallaba la entrada.

Introduciéndose en la oscuridad de la roca, Tatiana se abrazó a sí misma, siendo todavía arrastrada por la mano del muchacho. Sintió una superficie menos escabrosa bajo sus pies descalzos y encallecidos. Y una humedad sustituyó la salina de las rocas. La oscuridad apremiante fue tal que pronto se vio acercándose más al muchacho.

No dijo nada. Procuró no hablar, sabiendo la desconfianza creciente del joven que la acompañaba. Se había visto muerta. Habría jurado que la habría matado. El cuchillo había rasgado levemente su piel. Jamás había sentido tanto miedo en su vida. Pero había demostrado ser menos cruel de lo que se había figurado. Zale no era un asesino. Y no había podido matarla a sangre fría.

Llegaron, minutos más tarde, a un pequeño recinto aislado por una verja de hierro oxidado. Tatiana pudo verlo cuando Zale encendió con un par de piedras dos cuencos de aceite. La joven reconocía la técnica de cuando fue a esa excursión en la ESO (Educación, secundaria, obligatoria), sobre "cómo sobrevivir a la intemperie". Era la salida más interesante organizada durante esos cuatro años de estudios. Y por primera vez entendió que no era útil cualquier tipo de piedra para hacer un fuego, y hacer una fogata no era tan sencillo como lo pintaban en las películas. La monitora los había instruido con diferentes métodos, pero el que más resultó fue el de chocar dos tipos de piedras; una dura, como el sílex, y otra rica en hierro, como la pirita. Dos tipos diferentes de roca producían la chispa que podía ocasionar un fuego. En este caso, la chispa en contacto con el aceite ardía hasta formar un pequeño contenedor de luz que permitía ver dónde estaban.

Recordar este tipo de cosas ayudó a Tatiana a mantener la calma. Leer, estudiar o cualquier tipo de información que conllevara pensar era suficiente para distraerla. Era lo que hacía cuando murieron sus padres, el problema era que su interés se centró más en otros temas no relacionados con el instituto. Porque lo que llamaba su atención no era las matemáticas, la lengua o la filosofía, a Tatiana le atraían los misterios del mundo, del universo. Podía pasarse horas leyendo sobre agujeros negros, o sobre el modo de construcción de una pirámide, antes que coger el libro de texto para hacer un inútil examen del que no tenía el menor interés.

La luz del aceite mostró una estancia repleta de víveres y armas. Sobre todo armas. Espadas, más ondas de diferentes tamaños y formas, ballestas con flechas de madera y hierro, arcos, hachas, cuchillos... Los guerreros de la edad media habrían disfrutado de ese almacén.

― Pasa ―ordenó, empujándola hacia el interior de la celda abarrotada.

Tatiana no dijo nada, pero se vio incapaz de mantener el equilibrio cuando el muchacho la empujó.

Arrodillada en el suelo, Tatiana se frotó los pies, sintiéndolos arder bajo sus palmas. Se cubrió más con el manto que el muchacho le dejara en la cueva, y recolocó sus cabellos hacia atrás en un gesto nervioso y poco elegante. Escucharon los sonidos estridentes de las sirenas, removiendo las rocas en el exterior. Miró hacia arriba, como si pudiera verlas desde donde estaban.

― ¡Encontrad al muchacho!

El grito de esa en concreto la hizo temblar. ¿Por qué lo buscaban? ¿Qué querían de él? ¿Quién era ese muchacho, para empezar?

Solo tenía una pista. Su nombre. Y la voz sonante en su cabeza del recuerdo de esa mujer de su sueño. Alguien le había dicho que era una sirena, pero era algo más que eso. Era alguien más que eso.

― Pisínoe... ―murmuró. Zale se detuvo en seco, observándola con incredulidad.

― ¿Qué has dicho? ―Tatiana alzó el rostro, ahora decidido.

― Pisínoe ―repitió―. Ella me envía.

----

― ¿Qué es este lugar?

La pregunta de Hermes resonó en un eco eterno, tan continuo al final, que permaneció como un suave rumor igual que otros tantos antes. Ares lo había transportado, sin contestar a su pregunta, hacia un lugar que no conocía. No sabía muy bien cómo había logrado llegar hasta allí, o cómo había descubierto ese lugar. Él era el dios mensajero. Se ocupaba de saber y conocer todo lo que sucedía con tal de mantener a su señor informado. Y seguía siéndolo pese a los siglos transcurridos. Y ese lugar jamás lo había visto. ¿Cómo era eso posible?

― En realidad este lugar no existe ―respondió Ares andando como si fuera su propio templo―. Es un lugar etéreo, existente dentro de su inexistencia.

― Eso no tiene ningún sentido ―aseguró Hermes, frunciendo el ceño. Últimamente lo había tomado por costumbre. Siempre parecía estar enfadado.

― Te lo diré de otro modo, nuevo dios malhumorado, estamos en el origen de Aión.

Hermes suspiró.

― Los nombres no son lo tuyo, Ares, déjalo. Y eso que dices no existe. Kayros es el poseedor del Aión.

Ares rio, con una risa tan clara que también se perdió en el espacio uniéndose a los demás rumores.

― Aión no puede ser poseído, es manifestado. Kayros encontró el modo de hacerlo posible, porque él también es etéreo. No tiene una definición exacta. Igual que Cronos antes de que Zeus lo desterrara al Tártaro.

Hermes refunfuñó un insulto que mostró claridad en el resonar, haciendo reír de nuevo a Ares. Al parecer, ese lugar conseguía empequeñecer lo que parecía grande y engrandecer lo pequeño. Una colisión de puntos en el universo donde no encontraban lógica, solo una realidad.

― Entonces aquí está el dios Aión ―concluyó Hermes. Ares negó con la cabeza.

― No lo has pillado ―se burló empleando una de sus tantas frases modernas favoritas―. Esto es Aión. No hay nada que lo represente como un dios. No es nada, y al mismo tiempo es todo. Por eso no logras ver nada con claridad ―aseguró―. Te parecerá ver un árbol, pero no será más que una roca. Te parecerá ver el cielo, pero será el suelo, o será ese árbol que insistes en ver. Te parecerá que estas aquí, pero en realidad no existes. Nadie existe, solo es.

Hermes enarcó una ceja.

― ¿Puedo preguntar cómo has encontrado este si... esto? ―preguntó con cautela.

Ares pareció animarse con esa pregunta.

― Gracias a mi padre, por supuesto. Tras mi último intento por apoderarme de su trono, Zeus me desterró. ¿Recuerdas cuáles fueron sus palabras exactas?

Hermes pareció pensarlo un instante, pero no lo recordaba. Habían sido tantas las veces que Zeus había desterrado a Ares que ya no recordaba las palabras que empleaba para ello.

― ¿Estaba presente esa vez? ―preguntó con sorna. Ares fingió reír.

― Muy gracioso, Herm ―apuntó―. Pero sí, como siempre tocando las pelotas.

― ¿Puedes olvidar ese vocabulario? Me pone nervioso.

― ¡Pero si es lo mejor del siglo XXI! ―aseguró. Luego carraspeó―. En fin. Te lo diré. Mi queridísimo padre decidió enviarme a ninguna parte. Así, tal cual.

<<― "¡Desaparece de mi vista, traidor! ¡No quiero saber dónde vas, ni qué haces, solo quiero que desaparezcas!" ―imitó Ares―. "¿Pero, señor, donde lo envío?" ―actuó de nuevo burlándose esta vez de Hermes para luego volver a adoptar la expresión furiosa de Zeus―. "¡Donde te plazca! ¡A ninguna parte! ¡Fuera!"

Hermes permaneció callado, con los ojos entornados en una mueca de disgusto.

― ¿Has terminado? ―Ares alzó una mano, como queriendo añadir algo más.

― ¡No, no! Si eso no es lo más gracioso. Luego me enviaste a ninguna parte, añadiendo para ti mismo que ya podía largarse también tu señor a ese fabuloso sitio. Y lo hiciste ―aseguró―. Así encontré este sitio. Creo que no tiene una definición mejor. Estamos en ninguna parte.

Hermes seguía con los ojos entornados.

― Estás enfermo, ¿lo sabes? ―aseguró―. Fuiste desterrado aquí por intentar sabotear a Zeus de nuevo, solo para encontrar en este lugar un nuevo modo de traicionarlo. ¿Qué narices tienes en la cabeza, Ares?

Ares bufó, sentándose en algún lugar parecido a una piedra, o tal vez era solo el suelo.

― La guerra es fascinante, pero acaba por cansarme. Los humanos son tan previsibles. Siempre luchan por lo mismo; poder, fe, orgullo, amor. Siempre es igual; dos bandos, guerra, pelean y luego nadie gana. Porque aunque uno sea el vencedor, siempre muere gente de ambos lados. Es un aburrimiento. ¿Qué satisfacción tiene cuando la historia se repite una y otra vez? ―refunfuñó―. En cambio con dioses, aunque también un poco previsibles, es más divertido. En cada una de las ocasiones que he traicionado a Zeus me envía a un lugar distinto, por no decir que cada vez me encuentro luchando con seres más extraños. ¡Mira la última, una humana insignificante exactamente igual físicamente a mi madre y que resultó ser más peligrosa de lo que parecía! Y ahora es mi madrastra, alucinante ―exclamó―. Me dirás que no es para repetir a ver qué pasa.

Hermes tenía esa expresión de incredulidad mezclada con cansancio, indeciso entre aplaudir al dios o darle de hostias.

― A ver si lo he entendido. Traicionas a Zeus porque te aburres.

― ¡Bingo! ―exclamó.

― ¿Y qué te ha mantenido ocupado estos últimos siglos para que no lo hayas intentado de nuevo? ―Ares rodó los ojos.

― Bueno, aparte de que he estado de nuevo desterrado, gracias a tu queridísimo señor. No he planeado nada porque ahora ya no sería divertido ―aseguró―. Está casado. Felizmente por desgracia. Así que dudo que volviera a desterrarme si hiciera algo que pudiera repercutir en su esposa o sus hijos. Es posible que me matara definitivamente. Y déjame decirte Herm, que aprecio mucho mi existencia.

Hermes no lo dudaba. Había demostrado que adoraba ser quien era. Y ahora estaba disfrutando con ese instante. Lo veía en sus ojos. Porque sabía mejor que él mismo que Hermes lo necesitaba. Necesitaba ese Aión para ir de nuevo al pasado y traer a esa mocosa entrometida de vuelta.

― Deberían llamarte el dios del discurso. ¿Podemos ir al grano? Dónde está el Aión.

Ares refunfuñó de nuevo, solo para hacer aparecer un frasco entero en su mano. Al principio solo fue un borrón, pero poco a poco tomó forma.

― ¿Cómo...?

― Ni hablar. Me has pedido esto, no entra en el trato explicarte cómo funciona ―aseguró―. Y te ofrezco tres gotas, como las que te dio Kayros la última vez. Una para ti, otra para tu amiguita y la otra para que puedas regresar.

― A cambio de... Todavía no me has dicho qué quieres ―gruñó.

― No voy a pedir tu divinidad, tranquilo. Kayros lo exige porque no quiere entregar esto ―apuntó alzando el frasco al decir eso último―. Mi petición es más asequible. Y no puede haber regateo. Así que o lo tomas o lo dejas.

Hermes puso los ojos en blanco y asintió.

― Escúpelo ya.

Ares sonrió de nuevo.

― Lo que quiero es regresar al Olimpo definitivamente. No más destierros, no más trampas. Estar confinado en las Bermudas no es divertido.

― ¿Crees que puedo hacer yo algo al respecto? Es Zeus quien te expulsó, no yo ―gruñó.

― Apuesto a que te concede este permiso si le dices que es el precio que debe pagar para que la hermanita querida de su esposa regrese del pasado. ―Hermes tuvo que reconocer que tenía razón. El muy cabrón lo tenía todo pensado.

Aunque lo pensó unos instantes, pronto supo que no tenía elección. Si quería ese frasco, debía concederle su petición. Aunque lo último que quería era que el dios de la guerra regresara al Olimpo.

Asintió.

― Pero será cuando regrese. No puedo decirle a Zoe que su hermana está en peligro y en el pasado. Tiene un hijo al que cuidar, y si sabe que su hermana está allí querrá ir, o en su defecto se martirizará pensando en lo que puede pasarle. Y Zeus me matará por consiguiente.

Ares frunció el ceño esta vez.

― Muy bien. Entonces yo también voy.

Hermes abrió los ojos de par en par.

― ¡¿Qué?! ¡Ni hablar! ¿Estás loco? Tú no vas a ninguna parte.

― No es una petición, mensajero. No tengo ninguna garantía de que lleves a cabo esta misión hasta el final. Si no regresas, no tendré recompensa por este trato. El precio, o es por adelantado o iré para asegurarme de que pagas. Tú decides.

La frustración brilló en los ojos del dios mensajero, gruñendo, intentando encontrar una solución. Estaba claro que no podía pedirle a Zeus que aceptase a Ares sin más. Preguntaría por qué razón. Y Hermes se vería con el dilema de decir que Tatiana había sido transportada al pasado por culpa de Kayros. Y que este no la habría encontrado nunca si la joven no hubiera estado en el Olimpo, lugar al que él mismo la envió. Zeus lo mataría e iría él mismo en busca de Tatiana. Y si se lo decía a Zoe, ella misma haría el trabajo, o de nuevo Zeus al enterarse de que había inmiscuido a su esposa en otro de sus problemas.

Por otro lado, podía aceptar que Ares fuera con él al pasado. No lo soportaba, pero era mejor que enfrentarse a Zeus... o a Zoe. Además, tal vez podía serle útil fuese lo que fuere lo que encontraran en el pasado. Porque Tatiana había ido allí con un propósito. Para salvarle a él, se tratase de quien se tratara.

Así que, de hecho, no tenía opción.

Miró al dios con fastidio, suspiró y vio en los ojos de Ares que tenía la batalla ganada. En el fondo se moría por ir, estaba seguro. Si se aburría tanto como decía, una aventura así no debía querer perdérsela.

― Muy bien, pero sin juegos. Y si Tatiana resulta herida por tu culpa, te aseguro que en comparación, los destierros de Zeus te parecerán lo más divertido que has hecho nunca.

Ares sonrió de nuevo, y le lanzó la botellita de aión, haciendo aparecer una idéntica en su otra mano.

― ¿Puedo preguntarte algo, mensajero? ―Hermes volvió a refunfuñar, y Ares siguió sin esperar su respuesta― ¿Estás seguro de que haces esto solo para salvar el pellejo?

― ¿Qué quieres decir? ―gruñó. Ares se encogió de hombros y antes de desaparecer de Aión, añadió;

― Solo que parece preocuparte demasiado. Siempre has sido extremadamente obediente. Y sigues a las órdenes de Zeus, si no me equivoco. Pero esa joven...

― Es la hermana de Zoe, y ella es esposa de Zeus. ¿Te parece razón suficiente para querer salvarla?

― No, ciertamente ―aseguró encogiéndose de hombros―. Pero yo soy Ares, dios de la guerra y el eterno traidor, como dice tu señor. Solo me preguntaba hasta qué punto vas a arriesgarte para salvarla.

Hermes frunció el ceño con decisión, su cabeza parecía estar lejos.

― Haré lo que haga falta, y luego le daré una paliza por no escucharme ―aseguró. Ares abrió los ojos de par en par.

― Metafóricamente, supongo ―Hermes sonrió, y desapareció de Aión sin contestar.

Ares, incrédulo por una vez en mucho tiempo, se encaminó a desaparecer también.

― Vaya, esto es nuevo ―admitió―. Interesante... Muy interesante.

.......


¡Hola! Hace mucho que no actualizaba, la verdad es que no sabía muy bien cómo seguir. Siempre tengo claro por donde va la historia, pero me cuesta decidir el modo en que transcurre todo para que lleguen a ese fin... jajaja

¡En fin! ¡Basta de cháchara! ¡FELIZ AÑO NUEVO! Y felices fiestas también! ¡Espero que lo esteis pasando de fabula!

¡Un besazo!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro