
Capítulo IV: Pesadillas
― Busca a Kayros...
No recordaba haber estado tan asustada jamás. Ni siquiera cuando sus padres murieron. Tal vez porque su hermana siempre había estado a su lado. Tal vez porque podía controlar mejor la situación.
Llevaba semanas, meses sin dormir bien. Las pesadillas la seguían allá donde iba, y lo peor de todo era que no se lo había confiado a su hermana. Ella no sabía nada. A excepción de Astrid, su mejor amiga, no se lo había contado a nadie más. Aun así, ni siquiera ella sabía lo que realmente ocurría en sus sueños. Le había dicho que no los recordaba, y en su gran mayoría así era, pero últimamente los sueños se caracterizaban por contener siempre una cosa; agua. Mucha agua. Y una voz clara que le susurraba que debía protegerlo. ¿Pero proteger a quién? ¿A qué se refería? Ella no podía proteger a nadie, no conocía a nadie que necesitara su protección. Además de ser una idea realmente absurda.
Esa última noche, sin duda, había sido la peor. Recordaba vagamente el rostro de una mujer que le resultaba muy familiar, pero no tenía la menor idea de por qué. Percibía todo lo que ella sentía, y por esa razón sabía que ansiaba proteger algo con todo su ser.
Intentó ignorar esa sensación, como ya se había acostumbrado a hacer, debido a la inminente boda de su hermana. No podía estropeársela por unos absurdos sueños. Llevaba meses sin contarle nada para no alterarla. En otras circunstancias se lo habría dicho sin tapujos y desde el principio, pero Zoe estaba embarazada. De su sobrinito... Así que no. Ahora ya no era solo su hermana, también llevaba una pequeña vida con ella. Y Tatiana se sentía totalmente responsable. Si había podido resistir durante meses, podía aguantar un día más.
O eso creía...
El chico con el que había estado bailando había comenzado a irritarla más de la cuenta, pero no fue eso lo que inició su dolor de cabeza. Fueron unos chillidos y palabras amenazantes las que la alteraron. Eran unos ruidos ensordecedores, altos, tanto que miró hacia todas partes convencida que todo el mundo estaría igual que ella; tapándose los oídos. No era así.
Confundida, se había alejado del gentío dirigiéndose con toda la dignidad de la que fue capaz hacia el servicio. Una mano la detuvo antes de que pudiera entrar y resopló enfadada hacia el muchacho. Ese chico era un completo imbécil. ¿Es que no sabía interpretar un "no quiero bailar más"? Así que se había enfurecido de un modo extraño. Ella no se enfadaba, ella actuaba de forma sensata. Pero cuando su mano retorció la del muchacho, no sintió que hubiese sido ella la que impartía tal acto.
Se miró las manos confundida, y luego huyó hacia el interior del baño. Su rostro reflejado en el espejo estaba pálido. Tenía los labios blancos y por un instante, el reflejo cambió. La mujer se parecía a ella y al mismo tiempo no. Con unos rasgos muy parecidos a los suyos, pero de rostro más exótico. Su mandíbula más cuadrada y sus ojos más almendrados. Sacudió la cabeza con espanto y la imagen se diluyó. Fue entonces cuando Hermes entró sorprendiéndola.
Había mirado en su dirección unas pocas veces. Lo había visto bailando con su hermana, y sonrió con satisfacción cuando le sacaba la lengua siguiendo su juego. En realidad, si lo trataba de ese modo era porque la enfurecía que siguiera considerándola una niña. Cuando hablaban, ella era simplemente la hermana pequeña de Zoe. Y la parte de pequeña quedaba realmente resaltada. Odiaba que la hiciera sentir tan joven. Que él tuviera unos cuantos miles de años no significaba que ella fuera una inmadura adolescente descontrolada. Que era precisamente la sensación que daba.
En realidad, desde que lo vio por primera vez se había quedado embobada con él. Zoe no había tenido esa sensación nunca. Al parecer, según lo que habían hablado cuando regresaron del Olimpo, Zoe nunca había visto a Hermes de ese modo porque se había sentido totalmente abrumada por Zeus desde la primera vez que lo vio. Tal vez se tratase del destino, tal vez Zoe tenía unos gustos muy específicos. O tal vez ambas cosas... Pero el hecho era que Tatiana sí se había fijado en Hermes la primera vez, y la segunda, y la tercera... Era muy atractivo. Pero odiaba cómo la trataba. Y por esa razón se divertía haciendo que perdiera los estribos. De ese modo se sentía mucho menos estúpida. Porque cuando Hermes se enfadaba, él lo parecía muchísimo más.
Así que no era de extrañar que cuando Hermes comentó lo que ella le había hecho al muchacho con el que había estado bailando, se sorprendiera extremadamente al comprender que la había estado mirando. Y se sintió todavía más complacida cuando lo vio asombrarse cuando hizo la observación. Enfurecer a Hermes era su pasatiempo favorito. Odiaba saber que se sentía atraída por alguien que jamás la vería como otra cosa que "la hermana de" o una mocosa, como siempre la llamaba él. Así que contrarrestaba ese sentimiento con uno de completa satisfacción cuando lo molestaba y lo irritaba. Dejándolo siempre con la palabra en la boca. Y esta vez no fue distinta...
O eso creía también...
Las imágenes y los gritos volvieron de nuevo a su cabeza. Esta vez eran muchos más; más fuertes, más dolorosos, más insistentes. Y entonces la vio. Ella. La mujer que la había atormentado durante todos aquellos meses. La mujer que seguía en su mente...
― Por favor... Por favor... ―suplicaba.
Tatiana miró a su alrededor. Ya no estaba en el baño de mujeres del hotel donde se celebraba el convite de la boda de su hermana, ahora se encontraba en el filo de un acantilado, con una tormenta cayendo sobre su cuerpo totalmente empapado. Las olas chocaban con brío haciendo que las rocas brillaran por los relámpagos cayendo furiosos hacia el horizonte. Las nubes negras gruñían, logrando que la tarea de escuchar la débil voz de la mujer frente a ella resultara realmente agotadora.
― ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ―gritó por encima del ruido de la tormenta. La mujer la miró con los ojos completamente negros.
― Lo sabes... lo sabes... ―murmuraba―. Protégelo, debes protegerlo.
― ¿A quién? ―gritó―. ¿A quién debo proteger?
La mujer se acercó con los ojos lagrimosos. Miró hacia el mar y luego señaló una montaña a lo lejos, en dirección contraria.
― Quieren matarlo ― dijo―. Escapó... escapó pero ya no está a salvo. No debe tocar el mar. Él lo mataría...
― ¿Él? ¿El mar lo matará? ―Tatiana intentaba saber lo que la mujer quería decir, pero sus palabras temblaban.
― Zale... Encuentra a mi Zale... Mi corazón ya no está para protegerlo...
Tatiana miró hacia el horizonte, luego a la montaña y finalmente a la mujer. No entendía lo que estaba diciendo, pero sí lo que le estaba pidiendo.
― Cuida de mi bebe... ―murmuró. Tatiana cogió a la mujer por los hombros, estaba derritiéndose delante de ella. Algo se la estaba llevando hacia abajo. Su cuerpo borroso desaparecía sobre la tierra, formando tubos subterráneos hacia alguna parte―. Prométeme que lo protegerás. Prométeme que lo encontrarás.
― Yo... No sé... Cómo voy a... ―La mujer tocó su corazón con una mano medio derretida y algo logró llegar hasta lo más profundo de su ser. Sintió un enorme peso que no logró identificar. Era algo atrayente, poderoso. Lograba fortalecer su mente de un modo sobrecogedor.
― Busca a Kayros... el trato es justo... el trato será justo...
― ¿Trato? ¿Qué trato? ¿Qué tengo que hacer? ―gritó mientras veía que la mujer desaparecía poco a poco sobre la tierra―. ¡No entiendo qué debo hacer! ―chilló desesperada sobre el acantilado, esta vez completamente sola―. ¿Cómo voy a encontrar a Kayros?
Busca a Kayros... Busca a Kayros... Kayros... Kayros...
Los truenos fueron substituidos por los susurros, la arena por un mar negro y oscuro que intentaba tragársela. Las nubes empezaron a caer mientras los rayos iluminaban la densa oscuridad que se cernía sobre ella. Y cuando creía que ya no podría volver a ver la luz, abrió los ojos y se incorporó en la cama.
Parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la luz blanca y cegadora. En un primer instante se sintió desorientada. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? Pero aunque quiso preguntarlo en voz alta, su voz se apagó al comprobar que estaba sola. Las paredes limpias y blancas, igual que el techo, le daban al lugar un aspecto angelical. La única ventana, grande y adornada por unas cortinas también blancas que dejaban entrar la luz del sol, estaba completamente limpia. Tanto que no pudo asegurar si realmente había o no cristal. A su lado había otra cama idéntica a la suya. Blanca, con sabanas también blancas, con cojines blancos. Todo, absolutamente todo era perfectamente blanco. No fue hasta que se volvió hacia el otro lado que vio el monitor de signo vital, un desfibrilador y una botella de suero que, se percató, conectaba con su brazo. Miró por unos instantes la aguja introducida con cuidado y sujeta con esparadrapo. Luego volvió a prestar atención a la cama y al resto de la habitación blanca y llegó a la única conclusión lógica.
Estaba en un hospital.
― ¡Tati, cariño!
Tatiana se volvió tan deprisa como pudo hacia la puerta justo en el instante en el que una mujer preocupadísima y embarazadísima entraba corriendo.
― ¡Zoe! ¿Quieres no correr? ¡Estas embara..!
― ¡Embarazada no inválida! Intenta recordar eso ―protestó Zoe hacia su marido, el cual caminaba a una distancia prudencial de ella.
Zoe llegó a su lado tan deprisa como su enorme barriga le permitía y se sentó a su lado. Tatiana estaba confundida. ¿Qué había pasado? Lo último que recordaba era...
― La... boda... ―murmuró deteniendo sus pensamientos. Primero observó a Zoe, la cual seguía preocupada. Luego a Zeus, el cual estaba totalmente serio y con los brazos cruzados, dedicándole miradas inquietas de vez en cuando a su mujer. Seguramente pendiente de que no le ocurriera nada. Finalmente, Tatiana reparó en el último que había entrado en la habitación. Prudentemente lejos de ella. Hermes ―. ¡La avisaste! ―gritó Tatiana dirigiéndose a este último.
Hermes alzó la mirada hacia ella totalmente sorprendido de que se refiriera a él en primer lugar. Sus ojos oscuros y confusos la estudiaron intentando encontrar las palabras para hablar, o eso le pareció a ella, pues sus labios se abrieron y cerraron pero ningún sonido salió de ellos.
― Tati... ¡Claro que me avisó! ¡Perdiste el conocimiento! ―exclamó Zoe llamando de nuevo su atención.
― Era tú boda... ¡No tenía ningún derecho a estropeártela por un desmayo de nada! ―se quejó finalizando la frase enviándole una mirada envenenada a Hermes.
― ¿Un desmayo de nada? ―murmuró Zoe―. Cariño... llevas inconsciente tres días...
― ¡Te dije que no la llamaras! ¿Y qué es lo primero que haces? ¡Seguro que lo has hecho para que me sienta culpable por...! ―Pero aunque había empezado a hablar sin escuchar a su hermana, las palabras de esta impactaron en su mente como un rayo―. ¿Cómo? ―dijo volviéndose hacia Zoe con los ojos abiertos de par en par.
― Que llevas inconsciente tres días. ―Pero fue Hermes quien repitió lo que Zoe había dicho―. Y no te angusties, la bronca me la he llevado yo. Siéntete orgullosa.
Aunque habría podido sentirse así, Tatiana estaba demasiado aturdida como para pensar en nada más. El recuerdo del sueño impactó con fuerza provocándole un intenso dolor de cabeza. Zoe se inclinó hacia ella al percatarse de ello. No pretendía preocupar más a su hermana, pero las imágenes habían llegado deprisa y no podía detenerlas. La mujer, el acantilado, los rayos, el suelo tragándosela... Y un trato, algo que debía hacer... Un nombre; Kayros.
― Tati... ―murmuró Zoe con preocupación―. Túmbate, no te esfuerces más. ―Luego se volvió hacia Hermes con el ceño fruncido dirigiéndole una mirada de advertencia. A veces, su hermana podía dar mucho miedo.
Tatiana alzó un poco el rostro para verla dirigirse con decisión hacia la puerta. Hermes no se había movido del sitio, lo cual logró que esbozara una pequeña sonrisa al comprobar que no era la única que intentaba ir con pies de plomo con las hormonas alteradas de su hermana mayor.
― ¿Dónde vas? ―preguntó Zeus siguiendo a su esposa.
― A buscar al médico, ¿no es evidente? ―dijo Zoe con el ceño fruncido y sin dirigirse a su marido.
― Estoy bien, Zoe... ―se apresuró a decir Tatiana con la voz apagada y forzando una sonrisa. Zoe la miró por encima del hombro y negó con la cabeza.
― Claro. ―Y sin más salió por la puerta.
Zeus no tardó ni dos segundos en seguir a la joven, al parecer ella no era la única a la que sobreprotegían. Aunque dado que Zoe estaba embarazada, y que el responsable era el mismísimo Zeus, lo que le extrañaba era que siguiese caminando sola.
― Quédate con ella. E intenta que no vuelva a desmayarse, ¿quieres? ―le ordenó Zeus a Hermes antes de desaparecer por la puerta.
Tatiana espero que contestara a su orden, pero simplemente se quedó quieto mirando la puerta por la que se habían ido Zeus y Zoe. Ni siquiera se había movido.
― Te ha faltado decir; Como ordene, señor ―puntualizó Tatiana imitando una voz solemne.
Dejó escapar una pequeña risa burlona, a sabiendas que eso lo molestaría. No esperaba que su reacción fuera una de muy distinta. Hermes seguía serio. Completamente estático. Y antes de poder preguntar qué ocurría, le dedicó una mirada glacial y ruda y se acercó a ella con paso firme pero sin prisa. Había visto muchas facetas del Dios, pero ninguna como esa. Al parecer, no estaba para bromas.
― Vas a contarme lo que te ha ocurrido. Y luego decidiré si eres muy lista o muy idiota al esconder algo así.
Tatiana tardó unos pocos segundos en reaccionar. El día de la boda lo había pasado bien. No había sufrido dolores de cabeza a pesar de las profundas ojeras que había visto en cuanto se levantó por la mañana. La alegría de ver a su hermana casándose con el amor de su vida había sido suficiente para que esbozara una sonrisa permanente que duró el día entero. O prácticamente entero...
Recordaba los gritos, los sonidos ensordecedores que inundaban la sala del convite. También al joven con el que había bailado. El pesado que no la dejaba tranquila y que había conseguido que se enfureciera, algo que no solía ocurrirle. También recordaba haberle retorcido el brazo. Luego huyó hacia el baño y poco después...
― ¿Entraste en el baño de chicas?
Hermes enarcó una ceja y se apoyó sobre el metal del final de la cama. Su rostro denotó lo sorprendido que estaba por su superflua pregunta. Tatiana lo sabía, pero no pudo evitarlo ante tal recuerdo.
― ¿Por qué será que a las chicas Vinarós les gusta tanto hacer preguntas estúpidas en momentos importantes?
Tatiana no sabía, aunque tampoco tenía claro si quería saber, por qué Hermes había dicho aquello. ¿Zoe también le había preguntado algo estúpido? Seguramente. Ella solía hacerlo cuando estaba nerviosa. Y estaba segura de que cuando Hermes intentaba convencerla de que era una Diosa se habría sentido más que alterada.
― Recuerdo que me dolía mucho la cabeza... Y que estaba mareada... Estábamos... ¿discutiendo? ―se atrevió a preguntar. Hermes la estudió unos instantes.
― Te desplomaste delante de mis narices. No sabes el susto que me diste. ―Tatiana lo miró con los ojos abiertos de par en par antes esa confesión. No se la esperaba, por nada del mundo. Por suerte o por desgracia, el muy imbécil terminó de aclarar las cosas―. ¿Sabes lo que me habría hecho Zoe si te hubiese pasado algo más grave? No me ha hablado desde la boda.
― Pobrecito... ―murmuró con sarcasmo.
Durante los meses anteriores había sufrido mareos, pero siempre se desvanecían antes de desplomarse. Eran unos instantes que podía controlar y que atribuyó al calor, el estrés y los nervios por los exámenes. Ese año en concreto había resultado muy tedioso. Había tenido que lidiar con un curso para el que no estaba del todo preparada. Sin que nadie lo supiera se había saltado un año, y segundo de bachillerato no era fácil. Además, como al año siguiente cumpliría los dieciocho, decidió hacer el examen teórico de coche y así ahorrarse tiempo. No podía sacarse el carnet hasta ser mayor de edad, pero sí podía hacer la primera parte para poder dedicarse luego únicamente al teórico. No sería difícil.
Así que se le habían acumulado muchas cosas; exámenes, responsabilidades que antes no tenía, amigos con los que no contaba, trabajos que no comprendía y clases particulares con cierto Dios insufrible que no quería. Por esa razón, había atribuido las pesadillas y los mareos al estrés.
Todo cambió cuando los sueños empezaron a ser más insistentes, más concretos, logrando preocuparla. Fue entonces cuando se lo contó a Astrid, la cual ya no se mostraba tan escéptica.
― Dijiste el nombre de Kayros. ―La voz de Hermes la devolvió a la realidad.
Alzó la cabeza para ver que sus brazos estaban en tensión sobre la barra de metal que limitaba la cama del hospital. Sus ojos parecían más oscuros ―si eso era posible― y la miraban con curiosidad y cierta preocupación. Kayros. Recordaba perfectamente ese nombre. Era un Dios muy poderoso. El más poderoso de todos, en realidad. Aunque como el poder no era algo que deseara, también era solitario. Considerado Dios del tiempo y las estaciones. Kayros las había devuelto, a ella y a Zoe, a su época. Kayros era el Dios que las devolvió a ambas a casa...
― ¿Vas a hablar o voy a tener que decírselo a tu hermana? ―prosiguió amenazante. Tatiana alzó los ojos hacia él.
― Eso es muy maduro... Luego soy yo la cría ―replicó. Hermes no se inmutó.
― Si el problema es grave los métodos, aunque poco ortodoxos, son válidos. Así que habla de una vez. ¿Qué pasó en la boda?
Tatiana aferró con fuerza las sabanas y lo miró con cierta furia. Estaba frustrada, porque no sabía exactamente lo que había ocurrido. Tal vez debería contárselo todo. Los sueños, la mujer, su promesa...
― Me desmayé ―consiguió decir. Hermes puso los ojos en blanco.
― Eso puedo decírtelo yo. ―Abandonando el final de la cama, se acercó hasta llegar a su lado―. ¿Por qué dijiste su nombre? ¿Qué viste?
Qué vio. Esa era la pregunta. Qué vio.
Tatiana alzó los ojos cargados de preocupación. Quería contárselo, pero las palabras se atascaban en su garganta y un peso que antes no había tenido en el corazón la detuvo. Como si algo en su interior la obligara a guardar silencio. Ignorando esa sensación, Tatiana abrió los labios dispuesta a hablar. Hermes la observó con curiosidad, esperando sus palabras. Unas que nunca llegaron.
― Veamos cómo se encuentra ―escuchó que decía una voz grave entrando por la puerta. Hermes se alejó tan deprisa como pudo, dejando paso al doctor.
― Ha despertado hace muy poco ―lo informó Zoe, la cual venía detrás del médico seguida de cerca por su marido.
Tatiana, aunque dejó que el doctor la examinara y comprobara su estado, no dejó de mirar a Hermes. Estaba confusa, con las palabras todavía atascadas en la garganta. Este, a su vez, la escudriñó con cuidado, asegurando sin palabras que hablarían pronto.
Y esta vez no iba a librarse.
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¡¡Hola!! :) Aquí vengo con otro capitulo! Espero que esté gustando la continuación. Sé que está tardando, pero me cuesta compaginar esto con los estudios U.U Y más ahora que se acerca diciembre XD
Muchas gracias a todos los que leyeron Hera y siguen con esta segunda parte! ^^ ¡Cualquier pregunta, sugerencia o comentario, no dudeis en decirmelo!
¡¡Besos a todos!!
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