Capítulo 10. Charla Bajo las Estrellas
VIKTOR
Por
WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 10.
Charla Bajo las Estrellas
La intención de Jolly al subir al cuarto de las chicas, por supuesto, era dormir unas horas y guardar energías para estar fresca y descansada cuando fuera su turno de hacer guardia. Como las noches anteriores en donde le había tocado igualmente hacer guardia, no se cambió a su ropa de dormir y se quedó con su mismo atuendo, para estar lista para levantarse en cuanto el despertador de cuerda sobre el buró sonara para marcarle la hora. Sólo se retiró su calzado, lo colocó a un lado de la cama, se recostó y cerró los ojos.
No pasaron ni cinco minutos antes de que se diera cuenta de que su intento de dormir no sería tan sencillo, pues a través del muro que dividía su habitación con la contigua —la ocupada, por supuesto, por Klauss y Vermillia—, comenzaron a escucharse los nada discretos sonidos de gemidos, golpes y gritos de la... feliz pareja de Lycanis. Y en esa ocasión eran aún más apreciables, pues estaban justo a su lado.
Intentó ignorarlo lo mejor que pudo, pero resultaba una tarea casi imposible. Los viejos muros de esa casa parecían prácticamente estar hechos de papel, lo que hacía que casi se sintiera como si los dos amantes estuvieran justo en ese mismo cuarto. Y ese sólo pensamiento bastó para espantar el poco sueño que había sido capaz de reunir.
«¿Cómo pueden seguir haciéndolo luego de esta tarde?» pensó azorada, con sus ojos bien abiertos fijos en el techo sobre ella. «¿De dónde sacan tanta energía?»
Se preguntó si acaso era algo innato de los Lycanis, o quizás era sólo la manera de ser de esos dos. No se imaginaba a los otros Lycanis que conocía comportarse de esa forma.
Jolly se giró, recostando la cabeza de costado en la almohada, y volteando a ver en dirección a la otra cama, ocupada en ese momento por Melissa. Ésta estaba recostada, dándole la espalda, y con sólo las piernas tapadas por la manta. Era evidente que intentaba dormir, pero igualmente le resultaba un poco complicado. Incluso Jolly pudo notar como temblaba un poco como si tuviera frío, pese a que era una noche bastante agradable en realidad. Eso, obviamente, debía ser por otro motivo.
—Hey, Melissa —susurró Jolly, pero lo suficientemente en alto para que su compañera de cuarto la escuchara. Melissa se sobresaltó un poco al escucharla, y se giró rápidamente en la cama para mirarla. Sus ojos bien abiertos como platos, fueron la señal suficiente para indicar que ni de cerca se encontraba dormida—. ¿Estás bien?
—S... sí —susurró la sierva en voz baja, asintiendo lentamente. En la oscuridad, la aguda vista nocturna de Jolly le dejaba en evidencia el sonroja que coloreaba sus mejillas, y sus oídos percibían los acelerados latidos de su corazón—. Lo siento. Es que no estoy acostumbrada a... escuchar... este tipo de...
No fue capaz de terminar su frase, pero no fue necesario. Un gemido bastante más fuerte y agudo que los anteriores resonó en ese momento, haciendo que las dos muchachas se sobresaltaran, casi al mismo nivel que si hubieran escuchado una explosión.
—Ay —exclamó Jolly, un tanto (muy) avergonzada—. Descuida, ¡yo tampoco, en realidad! Lamento si te estás llevando la imagen equivocada de nuestra jefatura. Te aseguro que la mayoría de los oficiales no son... así.
—¡No!, ¡claro que no! —se apresuró Melissa a aclarar, alzándose a la vez un poco de la cama—. No podría pensar mal de ustedes de ninguna forma. No después de todo lo que están haciendo por mí, y por mi señor. Y no pienso mal tampoco de...
Miró en ese momento discretamente en dirección a la pared, pero desvió rápidamente su rostro hacia un lado, como si temiera en realidad ver algo que no debía si miraba demasiado.
—Se ve... que el Det. Romani y la oficial Corleone se... quieren mucho.
—Sí, eso creo —masculló Jolly, un tanto distante. Era difícil para ella juzgar la relación de esos dos. A veces parecían la pareja perfecta, en efecto. Pero otras veces no entendía cómo era que podían estar juntos si casi siempre peleaban por cualquier cosa.
Bueno, no por "cualquier cosa" en realidad; principalmente por una.
Jolly miró de nuevo hacia Melissa, y notó como sus temblores parecían incluso haber aumentado mientras miraba afligida hacia abajo. Sería imposible que ninguna de las dos durmiera ni un segundo, hasta que esos dos terminaran. No había opción, tendrían que esperar. ¿Qué tanto pudieran tardarse, después de todo?
Mientras tanto, lo que podía hacer era intentar que Melissa se distrajera. Un poco de charla más casual de seguro la relajaría; y a ella también, de paso.
—¡Ah!, platiquemos sobre otras cosas —propuso con entusiasmo, jalando por completo la atención de Melissa. Se sentó también en su cama, y pasó a encender con una cerilla la lámpara de aceite que tenían en el buró para iluminarlas un poco. Ella no lo necesitaba, pero estaba segura de que Melissa sí—. ¿Cómo te has sentido últimamente? Sé que el estar en una posición de riesgo como ésta no debe ser nada fácil para ti.
—He estado bien —explicó la joven sierva, esbozando una pequeña sonrisa—. Digo, sí da un poco de miedo, por supuesto. Pero todos ustedes han sido muy amables conmigo.
—Todos nosotros, ¿eh? —repitió Jolly en voz baja, mirando de soslayo hacia un lado.
A su mente vinieron de inmediato aquellos momentos a lo largo de esos días en los que Klauss, e incluso Suzane, no podría decir que precisamente la trataban "muy amable". Y Vermillia, que llevaba apenas unas horas ahí, ya había demostrado también su posición al respecto. Luke intentaba ser un poco más amable, como era su naturaleza. Pero incluso en él se notaba la distinción en su trato hacia Melissa, si uno era lo suficientemente observador.
Pero al final de cuentas, ninguno de ellos se comportaba con Melissa tan distinto a como la mayoría de los Nuitsens trataba a cualquier siervo, propio o ajeno. Así que recriminarles o esperar algo distinto, carecía un poco de sentido.
—¿Cómo te trata la familia Montallo? —preguntó Jolly de pronto, destanteando un poco a Melissa por lo repentino del cuestionamiento.
—¿Eh? ¿A qué se refiere?
—Es bien sabido que el barón era de ideas liberales con respecto al trato a los siervos —se explicó Jolly—. Y me pareció percibir el otro día que su hija comparte en cierta medida sus ideales. ¿Te tratan bien?
Melissa parpadeó dos veces, al parecer un poco desconcertada por la pregunta, o quizás dudosa de cuál era la forma correcta de responderla. Agachó su cabeza, contemplando el suelo entre la oscuridad del cuarto, mientras con un brazo se rodaba el torso y se tomaba su otro brazo firmemente entre sus dedos.
—Sí, claro —respondió con voz apagada—. Mi señor y mi señora siempre han sido muy buenos conmigo, pero...
Calló un instante, como si las palabras se hubieran atorado en su garganta. Jolly aguardó paciente a que terminara, pero casi de inmediato fue obvio que no podría hacerlo.
—¿Pero? —inquirió Jolly, curiosa.
Melissa alzó su mirada hacia ella, y Jolly logró captar en ésta cierto desasosiego, incluso temor.
—Pero nunca un Nuitsen me había tratado como usted, oficial Williams; o como el oficial Helsung. Ambos me hablan y me tratan como si fuera... como si fuera...
De nuevo, la frase murió en sus labios.
—¿Cómo si fueras qué, Melissa? —preguntó Jolly, instándole a continuar.
—Casi como si fuera una persona —susurró la sierva con voz afligida.
—¿Qué dices? —soltó Jolly, seguida de una risita apenas apreciable—. Pero claro que eres una persona...
—No, oficial; no es así —le cortó Melissa, sonando sorprendentemente tajante al hacerlo—. Aunque nos veamos y hablemos como los Nuitsens, no somos y nunca seremos como ustedes, los elegidos y protegidos de Alzama Molak. Yo soy sólo una sierva, propiedad la familia Montallo para servir a ésta en todo lo que necesiten. Así lo determina esta marca...
Extendió su brazo hacia ella, dejando que la luz opaca de la lámpara de aceite dejara a la vista el tatuaje sobre su piel lisa: el escudo de la familia Montallo, dos caballos negros sobre un escudo rojo y amarillo, con el nombre de la familia escrito debajo. Por encima de esa marca, había una quemadura ovalada de tono rosado, que muy seguramente ocultaba una marca anterior a la actual.
Jolly sabía muy bien lo que era aquello. Todo siervo con un dueño tenía algún tatuaje parecido que marcaba a qué familia pertenecía. Las familias nobles solían marcarlos con su distintivo escudo familiar, mientras que las de más bajo rango que podían darse el lujo de tener un siervo, se limitaban a marcar el nombre de la familia y el número de identificación del siervo. Era este segundo método con el que Jolly estaba más familiarizada, pero ambos servían para lo mismo: era una prueba de propiedad. Cuando un siervo era adquirido por una familia, quemaban la marca de la familia anterior, si tuviera alguna, y se colocaba la suya propia en un sitio visible. Un requisito de implicación legal, que incluso una familia liberal como los Montallo debía seguir.
Melissa retiró rápidamente el brazo tras unos segundos, y lo pegó contra sí, como si le avergonzara exponerlo por demasiado tiempo.
—Pensar por un momento algo más que eso, es totalmente incorrecto —susurró Melissa con pesar—. Mi deber es servirles y atenderlos, como la sierva que soy. Por eso, el que ustedes me traten de esa forma tan distinta...
—¿Te hace sentir incómoda? —susurró Jolly, claramente preocupada.
Melissa tardó unos segundos, antes de ser capaz de responder.
—No, no es eso. En realidad, me hace sentir muy bien el ser tratada e incluida en sus conversaciones y en su mesa, como uno de ustedes. Pero... temo acostumbrarme a un trato tan fuera del lugar como ese, y que luego me sea difícil volver a mi vida anterior una vez que todo esto termine. Que comience a aspirar a tener algo más...
Jolly sintió una pequeña punzada de dolor y culpabilidad en el estómago al escucharla decir todo eso. No había visto las cosas desde esa perspectiva. Hacía mucho que su familia ya no tenía un siervo, y su trato con ellos en general era limitado desde entonces. Esos días que había pasado con Melissa, habían sido el tiempo más largo que había pasado con uno en año. Su intención había sido ser amable con ella como lo era con todo el mundo, pensando que no habría fallo alguno en ello. Jamás consideró que hacerlo pudiera de hecho resultar contraproducente de algún modo.
—Lo siento —se disculpó Jolly, apenada—. No había pensado que podría traerte problemas mi comportamiento. Debí ser más consciente.
—¡En lo absoluto! —se apresuró a exclamar Melissa en alto, alzando su mirada de nuevo hacia ella con decisión—. No diga eso, por favor. Yo le agradezco mucho... lo que hace por mí, yo... Ah, no sé qué estoy diciendo. —Agachó de nuevo su mirada, rehuyendo la de la Nosferatis—. Lo siento oficial Williams.
Jolly tuvo el impulso de corregirla y decirla que podía llamarla por su nombre, pero se contuvo de hacerlo al final. Dado lo que acababan de hablar, lo consideró un tanto inapropiado.
Se hizo un silencio incómodo entre ambas. Jolly miró pensativa hacia la ventana, contemplando el cielo estrellado que se apreciaba a través de ésta. Muchos pensamientos pasaron por su mente en aquel momento, y quizás lo mejor hubiera sido dejarlos ahí. Pero para bien o para mal, esa no era su forma de ser. Quizás lo que tuviera que decir no serviría de mucho, pero era algo que tenía deseos de decir de todas formas.
—Cuando era niña, tenía una nana —comentó de pronto, jalando rápidamente la atención de Melissa una vez más, que la contempló con sumo interés—. Era una sierva de nombre Uma. Era una mujer mayor, que se encargaba de mí y de mis hermanos menores. Nos cuidaba, nos daba de comer, limpiaba nuestra ropa, y a veces incluso nos daba algunas lecciones. Recuerdo que ella también tenía una marca en su brazo, aunque en su caso era sólo nuestro apellido, "Williams" y un número largo. De niña yo pensaba inocentemente que aquello era genial, pues para mí era una prueba de que Uma era un miembro de nuestra familia. Y por mucho tiempo en verdad creí que era así. Tuvieron que pasar algunos años antes de que comprendiera la verdadera implicación de ello, y quién o qué era Uma en realidad. Y aquello me hizo sentir... muy triste. Una vez le conté a Uma al respecto, y le dije que lamentaba mucho su situación. Lo que me respondió fue... extraño, pero se me quedó grabado hasta ahora.
»Ella me dijo: "no sientas lástima por nosotros los siervos, joven señorita. Es sólo la manera en la que se acomodaron las cosas; tú de ese lado, y yo de éste. De haber sido al revés, todo sería exactamente igual. Los siervos seríamos lo que tendríamos el poder, las casas bonitas, y el dinero; y ustedes, los Nuitsens, serían los... esclavos." Esa palabra nunca la había oído antes: esclavo. Lo investigué, es una expresión antigua, de antes de la llegada de Alzama Molak, según dice. Se refiere a una persona que carece de cualquier tipo de libertad, y está bajo el dominio de otra. Me pareció una palabra horripilante, y no me sorprendió que ya no se usara más. Pero... en realidad no es muy diferente a lo que nosotros llamamos siervos, ¿no es cierto?
»Y me di cuenta que era justo así como Uma se veía a sí misma. No era un miembro de nuestra familia como yo pensaba: era nuestra esclava... Sólo con otra palabra diferente.
Desvió entonces su atención desde la ventana hacia Melissa, y ésta respingó un poco al sentir esos grandes ojos azules en ella, brillando en la oscuridad.
—Y lamento mucho si tú también te sientes así, Melissa —susurró despacio—. Pero quiero pensar que las cosas van a mejorar con el tiempo. Quizás tome mucho, pero con hombres como tu antiguo amo, poco a poco las cosas serán mejor. Y quizás, en algún momento en el futuro, una chica como tú y una chica como yo, puedan en verdad ser amigas, sin ningún tipo de obstáculo. Eso... sería algo lindo, ¿no crees?
Dibujó en sus labios una larga y radiante sonrisa de alegría, que casi hizo que la habitación se iluminara más que la lámpara de aceite. Y el rostro de Melissa se coloreara de rojo, y su corazón se acelerara con fuerza.
—¿En verdad cree que eso pudiera ser posible, oficial Williams? —susurró Melissa, incrédula, pero también algo esperanzada.
La sonrisa de Jolly se ensanchó aún más.
—Yo en verdad estoy convencida de que sí. Algún día...
Y mientras contemplaba aquel hermoso rostro pálido, alumbrado con la tenue luz de la lámpara, Melissa sintió como algo inundaba por completo el interior de su pecho, como una explosión que envolvió todo su ser de un calor tan intenso que por un momento sintió que desfallecería. Se giró rápidamente hacia un lado, hacia la oscuridad, buscando algún lugar seguro apartado de aquellos ojos. Respiró hondo, rogando a su corazón para que se calmara, y a su mente para que se despejara. Fue difícil, pero lo logró.
Y fue consciente entonces de lo realmente silencioso que se encontraba todo en ese momento.
—¿Eh? —murmuró despacio, y alzó la vista en dirección a la pared—. Ya no se escucha ruido.
Jolly se volteó también en la misma dirección, y se percató de lo mismo.
—Parece que ya terminaron —murmuró con un tono ligeramente jocoso—. Quizás ya van a dormir, y nosotras deberíamos hacer lo mismo.
—Sí, supongo que sí —murmuró Melissa en voz baja. Pero en lugar de volver a recostarse, bajó sus pies descalzos hacia el suelo de madera y se puso de pie.
—¿Pasa algo? —preguntó Jolly, preocupada.
—No, nada —se apresuró a responder Melissa, negando rápidamente con la cabeza—. Sólo quiero tomar un poco de agua.
—Te acompaño —indicó la oficial, apresurándose a ponerse también de pie.
—No, no se moleste. Usted tiene que descansar para tomar la guardia en unas horas. Por favor, intente recostarse. No se preocupe, sólo iré a la cocina y volveré. Seré silenciosa al entrar para no despertarla. Comparto habitación con mis demás compañeras, así que sé cómo moverme sin hacer ruido.
—Está bien —masculló Jolly, aún algo insegura, pero igual volvió a acomodarse en la cama—. Pero si necesitas cualquier cosa sólo grita, ¿sí?
—Lo haré —asintió Melissa—. Descanse.
—También tú.
Melissa salió con paso calmado por la puerta. Y sólo hasta que estuvo en el pasillo, dejó escapar todo el aire que había contenido. Apoyó su espalda contra la puerta, y palmó su pecho con una mano, sintiendo los intensos latidos de su corazón. Cerró los ojos, y respiró lentamente, intentando obligar a su mente a hacer a un lado todos esos pensamientos y deseos, totalmente fuera del lugar y que no eran propios de alguien en su posición.
No eran propios de una sierva...
Y quizás, en algún momento en el futuro, una chica como tú y una chica como yo, puedan en verdad ser amigas, sin ningún tipo de obstáculo.
«Eso es algo imposible» pensó Melissa, sintiéndose al instante abatida.
Dejó escapar un largo suspiro, y se encaminó sin más hacia las escaleras.
— — — —
Como habían acordado, Cedric se colocó en la terraza de la casa, que daba hacia los campos laterales de la propiedad, para vigilar desde ahí cualquier movimiento extraño que pudiera percibir sus agudos sentidos amplificados gracias a la oscuridad de la noche.
La gente coloquialmente decía que los Nosferatis podían ver en la oscuridad, pero no era precisamente ese el caso. Era más que su cuerpo entero fuera más receptivo a los estímulos externos cuando se encontraban cobijados con el agradable manto de las sombras. Y claro, no en todos los Nosferatis funcionaba de la misma forma, pero en general todos eran capaces de captar más fácilmente movimientos, colores y sonidos que otros Nuitsens definitivamente no lo harían tan fácil.
En el caso de Cedric, desde su puesto de vigilancia era capaz de percibir en el campo abierto, el movimiento de la maleza, la brisa fría de la noche, el sonido de los grillos, el crujir de las ramas de los árboles al moverse, e incluso el coche de los oficiales del Distrito Cuatro aparcados en el bosque, y las pisadas del Det. Stillion debajo mientras hacía su ronda alrededor de la casa.
Si alguien intentaba colarse en secreto a la casa, la tendría muy difícil mientras él estuviera atento. Aunque, si todo lo que se decía del Cráneo era cierto, no podían confiarse ni un poco.
Cedric había colocado en la terraza una silla, y una pequeña mesita redonda a su lado. Tenía sobre ésta última su taza de café, ya en ese momento vacía, una jarra de agua y un vaso. No usaba la silla de momento, pues en su lugar caminaba de un lado a otro por el reducido espacio de la terraza, con su rifle al hombro, y sin apartar su mirada del campo. Sólo se sentaba unos minutos, cuando sus piernas se cansaban. Pero su estado de casi perpetua alerta no le permitía estar lo suficientemente tranquilo o relajado.
Aquella era su tercera noche en aquel lugar. Mientras se acercaban a la fecha límite, en la que supuestamente su testigo hablaría con el Tribunal de Justicia, más se hacía inminente que Serge Karllone hiciera su movimiento. Y aunque aquello era justo lo que el Det. Romani y la Det. Constantine estaban esperando con ansías, Cedric seguía esperando que no ocurriera nada. Nada que pudiera ponerlos en peligro, en especial a...
Sus agudos y atentos oídos captaron algo distinto a su alrededor. Una serie de pisadas, diferente a las suyas propias, o a las del Det. Stillion. Aquello lo puso aún más en alerta, y lo hizo tomar su rifle con ambas manos, preparado. Puso más atención, enfocándose sólo en aquellas pisadas, y pudo obtener más información. Eran pies descalzos contra un entablado. Y no venían de afuera, sino de dentro de la casa, en el pasillo cerca de la puerta que llevaba a la terraza.
Aquello lo obligó a moderar un poco más su arrebato; lo más seguro era que fuera alguno de sus compañeros. Aún con cautela, se aproximó hacia la puerta y echó un vistazo al interior. No tardó en ver por el pasillo avanzar la figura menuda, vestida con la bata de noche color azul celeste, en dirección a las escaleras que llevaban a la planta baja. En la oscuridad del pasillo, los agudos ojos de Cedric la reconocieron sin problema,
—¿Melissa? —pronunció en voz baja, provocando que la sierva soltara un pequeño gritito de susto al aire. Se giró rápidamente, alarmada, pegando su espalda contra la pared. Se tranquilizó un poco en cuanto reconoció el rostro pálido del policía en la puerta de la terraza.
—Es usted, Det. Helsung —suspiró aliviada.
—Lo siento, no quería asustarte —se disculpó Cedric, un poco apenado—. ¿Está todo bien? ¿Necesitabas algo?
—Todo está bien —se explicó Melissa, asintiendo rápidamente con la cabeza—. Sólo iba a la cocina por un vaso con agua.
Cedric asintió, y luego tuvo un pequeño momento de vacilación. Miró de reojo hacia la jarra de agua que tenía sobre la mesita. Su primer impulso había sido sin dudarlo ofrecerle un poco, pero las palabras de la Det. Constantine taladrando su cabeza lo habían hecho detenerse unos segundos. ¿Ofrecerle un poco de agua a su testigo protegida entraba dentro de esos comportamientos incorrectos de los que la detective le habló?
Aunque ese fuera el caso, decidió al final que no le importaba. La detective no estaba ahí para juzgarlo, ni nadie más de paso. Haría lo que consideraba correcto, sin más.
—Tengo un poco de agua aquí, si gustas —indicó el oficial, señalando hacia la terraza con su cabeza—. Así no tienes que bajar hasta la cocina.
—Oh, es muy amable —susurró la sierva, un poco dubitativa—. Pero es su agua, no quiero quitársela...
—No digas tonterías —insistió Cedric, sonriéndole con gentileza—. Yo puedo bajar más al rato si me da sed. Ven.
Antes de que Melissa pudiera decir algo más para negarse, Cedric se encaminó de regreso a la terraza. Melissa vaciló unos momentos, pero al final no le quedó más opción que seguir a Cedric hacia afuera. La fría brisa del exterior la tocó en cuanto puso un pie afuera, obligándola a abrazarse un poco a sí misma. Ahí en el campo las noches parecían ser un poco más frías, aunque el interior de la casa se mantenía a una buena temperatura.
Cedric tomó la jarra de agua y sirvió un poco en el vaso.
—Aquí tienes —indicó extendiéndole el vaso. Melissa lo tomó entre sus manos, y dio un pequeño sorbo de éste. El agua estaba fresca; no fría, sino más bien acorde con el ambiente de afuera.
—Gracias —susurró Melissa, asintiendo.
—No hay de qué.
—¿Cómo va la vigilia? ¿Nada extraño?
—Todo tranquilo, no tienes de que preocuparte —explicó Cedric, apoyándose de espaldas contra el barandal de la terraza para mirarla—. ¿No has podido dormir?
—No, no realmente —masculló Melissa, mirando apenada hacia su vaso para intentar ocultar su sonrojo, sin lograrlo del todo.
Cedric no necesitó preguntar; podría hacerse una idea de qué la mantenía despierta. A la terraza igualmente hasta hace unos minutos atrás llegaban aquellos gritos estridentes procedentes de la habitación del Det. Romani y su prometida.
Los dos guardaron silencio. Melissa dio otro sorbo de vaso, y alzó su mirada hacia el cielo, totalmente cubierto de estrellas a dónde quiera que veía.
—Creo que nunca había visto tantas estrellas al mismo tiempo —mencionó de pronto, casi sin darse cuenta. Cedric miró igualmente en la misma dirección que ella.
—Es porque estamos fuera de la ciudad —explicó el detective—. Aquí las luces artificiales son mucho menores. Así que se puede decir que en realidad el cielo siempre es así, sólo que nosotros, atrapados entre las luces, el ajetreo y las preocupaciones de la ciudad, no somos capaces de verlo.
—Eso suena muy bello —susurró Melissa, un poco maravillada—. Y un poco triste.
—Sí, eso creo.
Se volvió a hacer el silencio. Ambos miraban al cielo, uno al lado del otro, mientras Melissa seguía tomando de su vaso. Parecía querer terminarlo antes de retirarse, y así no llevárselo consigo. Pero, al mismo tiempo, su sed no era tanta como para empinarse todo el vaso de una sola vez, y en su lugar sólo se animaba a dar pequeños sorbos.
—Todo es tan pacífico por aquí —indicó Melissa de pronto, mientras recorría el cielo y los alrededores de la casa con su mirada—. ¿En verdad piensa que ese hombre, el asesino de mi señor, vendrá aquí?
—Nada es seguro —señaló Cedric—. Pero si viene, estaremos preparados.
Melissa asintió, con la cabeza agachada, y dio otro sorbo del vaso. Cedric percibió de inmediato que su afirmación no le causó precisamente seguridad.
En ese momento, captó los pasos de Luke, aproximándose por un costado al frente de la casa. Como lo había hecho el par de veces anteriores, se detuvo frente a la fachada, y alzó su atención hacia la terraza, alzando en alto la lámpara de aceite que traía consigo para alumbrar su rostro y que Cedric pudiera notar que era él, aunque no lo necesitara en realidad.
—¡Sin novedad en el horizonte, Det. Helsung! —informó el Spekerus con entusiasmo. La luz de la luna le reveló entonces a la persona de pie a lado de su compañero—. ¡Hola, Melissa!
—Ah, ¡hola, Det. Stillion! —le respondió la sierva en alto, agitando una mano a modo de saludo—. Muchas gracias por todo su esfuerzo.
—No hay de qué —respondió Luke, despreocupado—. Daré otra vuelta en la parte de atrás de la casa, ¿está bien?
—Adelante —le respondió Cedric, asintiendo.
Luke volvió a andar, ahora hacia la parte trasera, y se perdió en la oscuridad.
Una vez que estuvieron de nuevo solos, Melissa dejó escapar un largo suspiro, que parecía casi de agotamiento.
—Sé que es importante que aparezca para que lo puedan atrapar, pero no puedo evitar desear que no viniera —susurró Melissa en voz baja, como un simple pensamiento que era arrastrado y alejado por el viento—. No quisiera que ninguno de ustedes se pusiera en peligro por mi culpa.
Cedric se giró a mirarla, algo sorprendido por lo parecido que era aquel pensamiento, con el que él mismo había estado teniendo un momento antes.
—Es normal que tengas miedo —explicó con calma—. Pero no tienes que preocuparte por nosotros. Es nuestro trabajo.
—¿Y por qué eligió un trabajo como éste? —cuestionó Melissa por mero reflejo, volteándolo a ver. La pregunta destanteó un poco a Cedric, y al parecer ella lo notó, pues rápidamente se sobresaltó, visiblemente apenada—. Lo... lo siento. No debería hacer una pregunta como esa. No es de mi incumbencia.
—No, descuida —se apresuró a responder Cedric, negando con la cabeza—. Es una buena pregunta, en realidad. ¿Por qué alguien elegiría un trabajo tan peligroso como éste?, ¿cierto?
Volvió a apoyar su espalda contra el barandal, con los brazos cruzados. Levantó la mirada al cielo, pensativo.
—Cada quien tendrá sus motivos; ninguna persona es igual. En mi caso, me gustaría decir que lo decidí por el deseo de ayudar a las personas, hacer el mundo más seguro, o alguna de esas otras respuestas ingeniosas y valientes que de seguro otros dan cuando les preguntan lo mismo. Sin embargo, debo admitir que si en un inicio me sentí empujado a intentar esta vida, luego de que mi familia lo perdiera todo, fue por culpa de mi primo.
—¿Su primo? —masculló Melissa, confundida.
—Es un escritor de novelas de ficción, en especial policiales, de aventura y misterio. Es un imbécil la mayor parte del tiempo, pero debo admitir que escribe muy bien. Desde que éramos jóvenes, tenía talento para contar historias. Y en sus novelas, los detectives e investigadores son sujetos increíbles, que siempre resuelven el misterio, atrapan al villano, y salvan al mundo. Y tan joven e impresionable como era, bueno... debo confesar que me dejé llevar un poco por esa idea.
Sus mejillas se colorearon por la pena, y se giró hacia un lado, rehuyendo de la mirada de Melissa, aún a sabiendas de que posiblemente ella no lo podría notar en la oscuridad.
—No le había contado esto a nadie antes. Es muy tonto, ¿no te parece?
—¡No!, ¡claro que no! —se apresuró Melissa a responder—. Yo... me temo que no podría decirle si una novela es algo tonto o no, pues lamentablemente nunca he podido leer una directamente... ¡Pero suena muy interesante lo que describe!
Cedric la miró de soslayo. ¿Se refería acaso a que no sabía leer? Era lo más probable. Rara vez la familia dueña de un siervo se tomaba la molestia de enseñarle ese tipo de habilidades, al menos de que las tareas que deseaban que realizara lo requiriera de alguna forma. Pero hubiera creído que el barón Montallo, tan liberal como pareciera ser, sería diferente. Quizás estaba sobreestimando de más lo que un noble estaba en realidad dispuesto a hacer por sus siervos.
Tenía como ejemplo a sus propios padres, pero ellos estaban muy lejos de ser liberales.
—Además —masculló Melissa, jalando de nuevo su atención—, aunque diga que no lo hace para ayudar a las personas, yo sé que un poco de eso debe ser —indicó con una pequeña sonrisita nerviosa—. De otra forma, no sería tan amable y atento conmigo, que soy una simple sierva. ¿O no?
Cedric la observó pensativo un rato, y luego se giró lentamente en dirección al barandal, hasta darle por completo la espalda.
—¿Tú también sientes que mi actitud hacia ti es extraña? —inquirió de pronto, tomando por sorpresa a la joven sierva.
—Yo no la llamaría extraña, oficial Helsung. Sólo... inusual. Además, es evidente que eso le ha traído algunos problemas con sus compañeros, y eso me apena un poco...
Así que sí se había dado cuenta de la forma en la que Romani y los otros lo trataban. Bueno, tampoco era que fueran del todo discretos; actuaban frente a ella todo el tiempo como si ni siquiera estuviera ahí o pudiera oírlos.
—Sí, supongo que para todos es raro que siendo un Nuitsen, haga este tipo de cosas—masculló mirando al cielo, sin dejar muy claro si en realidad le hablaba a ella o a sí mismo—. Incluso el que estemos aquí los dos conversando, debe resultar "inusual", ¿verdad?
Melissa no respondió nada, pero no era necesario que lo hiciera; la respuesta era obvia.
—Mi trato hacia ti no está condicionado a que tú seas una sierva o yo un Nuitsen —explicó el detective con seriedad—. Sencillamente eres una persona, y debo ser educado contigo como lo sería con cualquiera.
Aquellas palabras sonaban un tanto cortantes, pero también falsas. Cedric sabía muy bien que no se trataba sólo de eso, pero era lo que mejor podía decir para acatar la instrucción que la Det. Constantine le había dado más temprano. Sólo esperaba que Melissa lo creyera, y que también no la hiciera sentir mal de ninguna forma.
Volteó a mirarla de reojo, intentando escrutar su reacción, pero resultaba un poco difícil de descifrar. Su expresión era serena, quizás incluso un poco indiferente.
—Persona —susurró la joven sierva en voz baja, como si aquella palabra le resultara ajena. Miró al instante hacia el frente—. Entiendo... Aun así, le agradezco que me trate y me considere tanto. Usted y la oficial Williams me han hecho sentir especial, diferente. Pero sería mejor para ambos que dejaran de darme ese trato, para ahorrarse problemas.
Había pesar en su voz, y sobre todo preocupación. Genuinamente parecía afectada.
—No te preocupes por eso —se apresuró a Cedric indicar—. No puedo hablar por la oficial Williams, pero yo estoy acostumbrado a que las personas me traten así. Siempre he sido un poco... diferente.
—¿Diferente? —preguntó Melissa, curiosa.
—No es un tema del que me apetezca hablar en estos momentos. Sólo diré que incluso estando entre otros Nuitsens, incluso entre los miembros de mi propia familia, siempre he sido hecho un poco de lado. Por eso, desde que tengo memoria, siempre he preferido un poco el estar solo. Lo cual, si lo piensas bien, no es una cualidad esperada en alguien que se dedica al servicio público.
No era claro si aquello era una broma o no, pero igual Melissa no pudo evitar reír un poco.
—Lo siento.
—No, descuida —le respondió el Nosferatis, sonriéndole con gentileza, y al final riendo también—. Creo que es la primera vez que te escucho reírte.
—¿De verdad? —exclamó Melissa, sorprendida—. Bueno, me enseñaron que es un poco inapropiado expresar ese tipo de emociones tan ruidosas en presencia de tus amos. Pero admito que estos días me he descuidado un poco.
—Nosotros no somos tus amos, Melissa —le recordó Cedric.
—Lo sé, pero siguen siendo Nuitsens. Eso nunca cambiará.
—Bueno, ¿quién sabe? —declaró Cedric con voz abstraída, mirando de nuevo hacia el horizonte—. Las cosas han cambiado un poco, con las nuevas leyes que se están aprobando. Sólo podemos suponer qué pudiera cambiar más adelante. Quizás algún día las cosas sean mucho más fáciles para los Siervos.
Una sonrisita alegre se dibujó en los labios de Melissa.
—La oficial Williams me dijo algo parecido hace rato —murmuró, sonando casi soñadora al decirlo.
—¿De verdad? —preguntó Cedric con curiosidad—. La verdad es que no la conozco mucho todavía, pero me parece...
Cedric alzó su vista hacia el cielo estrellado sobe ellos, en busca de las palabras adecuadas con las cuales describir a su nueva compañera. Aquella muchacha Nosferatis le provocaba opiniones diversas, dependiendo incluso del día o del momento. Sin embargo, había una que prevalecía siempre por encima de las demás, incluso desde el primer día.
—Una persona muy noble, con un corazón siempre abierto para cualquiera que esté dispuesto a acercarse.
—Es una persona maravillosa —añadió Melissa con entusiasmo.
—Sí, lo es —asintió Cedric.
Aún seguía pensando que la oficial Williams era quizás demasiado buena y noble para el trabajo de policía. Pero, al mismo tiempo, consideraba que todo sería un poco mejor si de hecho cada oficial tuviera aunque fuera un pedacito de esos sentimientos.
Se giró a mirar a Melissa de pie a su lado, y contempló con sorpresa como miraba hacia el cielo, con una ancha sonrisa en los labios, y un brillo en los ojos que rivalizaba con el de las estrellas. Una expresión soñadora y alegre, que se diferenciaba bastante del aire cohibido y temeroso que había tenido gran parte de esos días. Sólo la había visto ponerse de un humor parecido cuando estaba con...
Un pequeño golpe de sentido le llegó al detective en ese momento. Y por un momento se sintió como uno de esos antiguos Nosferatis de las leyendas, capaz de captar vívidamente lo que cruzaba por la mente de la joven humana. Pero no era que pudiera leer su mente, sino más bien que Melissa no ocultaba ni un poco en qué estaba pensando; o, en quién.
«Ya veo, así que era eso» pensó, al principio aún algo sorprendido, pero poco a poco se fue recuperando. Quizás estaba sacando una conclusión apresurada, pero no sentía que fuera del todo mal encaminada.
Pero, si en efecto fuera el caso, no podía evitar sentir por un lado una pequeña punzada dolorosa en el pecho; y, por el otro, un poco de pena por Melissa, pues dudaba que fuera correspondido. A pesar de los cambios que habrían de venir en el futuro, estaban muy, muy lejos de que una relación como esa estuviera bien vista, no se diga permitida.
Eso él lo sabía muy bien...
Melissa se giró a mirarlo de pronto, y Cedric reaccionó girándose hacia el frente, fingiendo que lo estaba mirando.
—Usted también lo es, oficial Helsung —murmuró Melissa con voz dulce. Cedric agradecía el gesto, pero estaba seguro que lo decía más por obligación—. Creo que los dos se hubieran llevado muy bien con mi señor. Él también aspiraba a que la convivencia entre Nuitsens y Siervos cambiara y mejorara algún día. Solía contarme a veces sobre esos planes que tenía a futuro. Aunque yo no entendía mucho de lo que me decía, me alegraba escucharlo hablar al respecto. E incluso me permitía soñar un poco con ese futuro que describía.
La expresión de la sierva se ensombreció un poco de golpe, y dejó escapar un largo suspiro, casi doloroso.
—Pero ahora que ha muerto, lo mejor es olvidarse de esas cosas.
—Aunque el barón haya muerto, no quiere decir que su causa terminara con él —le corrigió Cedric—. Habrá otros que seguirán luchando por ver ese futuro hecho realidad.
—¿Como usted, oficial Helsung? —preguntó Melissa, esperanzada.
—Eso quisiera, pero yo no tengo el poder ni la presencia para hacer un verdadero cambio. Sólo me queda hacer lo mejor posible con mi trabajo.
Melissa se limitó a asentir, en apariencia conforme con la respuesta, pero a Cedric le pareció que no era lo que ella esperaba escuchar. Tenía deseos de decirle que sí, que lucharía por hacer que ese futuro que su amo y ella buscaban se hiciera realidad; uno en el que Melissa pudiera compartir abiertamente esos sentimientos que al parecer tenía por esa persona. Pero lo cierto es que ni siquiera cuando tenía su posición anterior, había mucho que pudiera hacer. Sólo le quedaba su trabajo, como bien había dicho. Y de entrada intentar resolver ese caso de la mejor forma posible.
Cedric decidió enfocarse en eso, en lo que sí tenía control. Y ahora que habían mencionado al barón Montallo y el trabajo que realizaba, se le ocurrió que quizás había algo más que Melissa pudiera compartirle. Quizás no serviría de nada, pero igual no perdía nada con preguntarlo.
—Melissa —pronunció de pronto, y la sierva se volteó de inmediato atenta hacia él—. Disculpa que lo pregunte tan de repente pero, ¿alguna vez el barón te mencionó a un hombre llamado Serge Karllone?
—¿Karllone? —repitió Melissa en voz baja, notándose que batallaba un poco para pronunciarlo de forma correcta.
—Un Spekerus. El barón y él eran viejos amigos, crecieron juntos de hecho. ¿Nunca lo mencionó?
Melissa arrugó el entrecejo, y miró hacia un lado mientras su mente navegaba de forma rápida en el mar de sus recuerdos.
—Lo lamento —respondió tras un rato, negando con la cabeza—. No solía ponerles mucha atención a los amigos de mi señor. Un siervo no debe inmiscuirse en asuntos de sus amos, al menos que estos se lo indiquen.
—Lo entiendo —suspiró Cedric, resignado—. Gracias de todas formas.
Era lo esperado, pero al menos había que intentarlo.
Melissa apuró lo último que quedaba de agua en el vaso, y una vez vacío se lo extendió a Cedric para que lo tomara.
—Creo que debería volver al cuarto, antes de que la oficial Williams se preocupe. Muchas gracias por el agua.
—No hay de qué —le contestó Cedric con amabilidad—. Descansa, Melissa.
La sierva le ofreció una pequeña y respetuosa reverencia como despedida, y se encaminó entonces hacia el interior de la casa. Cedric avanzó hacia la mesita y colocó el vaso sobre ésta. Se disponía a seguir observando los alrededores como hasta hace un momento, pero estando ya frente al marco de la puerta, Melissa se detuvo y se quedó quieta en su sitio por algunos segundos.
—Aunque... —dijo de pronto, al tiempo que se giraba lentamente de nuevo hacia el detective—. Ahora que lo recuerdo, muy temprano ese mismo día, un hombre Spekerus visitó a mi señor.
—¿Un hombre? —preguntó Cedric, con ligero tono de alarma.
Melissa asintió.
—Se encerraron en su estudio a conversar, el mismo en dónde... bueno, usted sabe. Yo entré un poco después para llevarles algo de té, pero mi señor me ordenó que me fuera. Lo noté un poco alterado, en realidad. Creo que él y ese hombre estaban discutiendo.
Aquello ciertamente despertó algo en el interior de la mente de Cedric. ¿Una discusión el mismo día de la muerte de la víctima? ¿Con un hombre Spekerus? Esa podría ser la clave. Pero, ¿pudiera ser realmente Karllone en persona?
—¿Lograste escuchar lo que decían? —inquirió Cedric apremiante, aproximándose a ella un par de pasos.
—No, lo siento —respondió Melissa, afligida, negando con la cabeza—. Como dije...
—Un Siervo no debe inmiscuirse en los asuntos de sus amos, lo entiendo. —Cedric suspiró con un poco de frustración; estaba tan cerca de algo, podía sentirlo—. ¿Estás segura que fue ese mismo día?
—Sí, muy segura.
—¿Cómo era ese hombre?
De nuevo Melissa puso la misma expresión pensativa de hace rato, mientras intentaba hacer memoria. Por suerte no había pasado mucho tiempo, apenas poco menos de una semana; aún podía haber algunos detalles en su memoria.
—Era un Spekerus alto, hombros anchos, de cabello negro, me parece. Piel amarilla...
Guardó silencio, y su expresión se convirtió casi en un rictus de dolor mientras intentaba hacer memoria. Al final volvió a negar, derrotada.
—No recuerdo más, lo siento. Sólo que vestía un traje marrón oscuro, y fumaba un puro, aunque a mi señor siempre le molestó mucho el humo de cigarro. Se me hizo extraño que le permitiera fumarlo ahí en su estudio, que siempre procuraba tenerlo tan limpio y a su gusto.
Cedric pasó una mano por sus cabellos oscuros, mientras repetía en su cabeza la descripción. Era vaga, pero concordaba con la de Serge Karllone, según había leído en su expediente, y en fotografías que había visto de él. Aunque lo más seguro es que igual concordaría con cientos de Spekerus más en la ciudad.
Pero era un indicio. Si lograban probar que Karllone estuvo en esa casa ese día, quizás...
—¿Cree que eso tuviera algo que ver con su muerte? —preguntó Melissa aturdida, sacando a Cedric de sus cavilaciones—. Lo siento, no pensé que fuera algo importante. Lo había olvidado hasta ahora.
—Está bien, no te preocupes, Melissa —se apresuró a aclarar el detective, colocando ambas manos en sus hombros y mirándola a los ojos. La sierva se puso al instante tensa por el contacto, por lo que Cedric se apresuró a retirar sus manos en cuanto lo notó—. Lo siento... Puede que no sea nada, pero lo investigaré. Quizás nos lleve a algo.
—Muchas gracias, Det. Helsung —asintió Melissa, ofreciéndole además una sonrisita esperanzadora—. En verdad, pienso que mi señor y usted...
Lo que sea que fuera a decir, murió en su boca en ese momento, pues al instante ambos percibieron primero el enorme destello de fuego que se alzó desde el campo a un costado de la casa, seguido por el estruendo de la explosión que hizo retumbar la casa entera.
Cedric se sobresaltó, se giró rápidamente contemplando la bola de fuego a la distancia, y al instante reaccionó lanzándose hacia Melissa.
—¡Al suelo! —gritó presuroso, y antes de que la sierva pudiera entender lo que ocurría, Cedric la derribó, colocándose sobre ella de forma protectora.
El aire empujando por la onda expansiva de la explosión los alcanzó un segundo después, haciendo que las paredes y las ventanas vibraran.
En el pequeño milisegundo que Cedric logró virarse en la dirección de la explosión, alcanzó a identificar el punto exacto en el que había ocurrido. Y aún con la adrenalina del momento, recordó de inmediato qué se encontraba edificado en ese punto, hasta hace unos instantes.
FIN DEL CAPÍTULO 10
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