Capítulo 06. Limpiar su Basura
VIKTOR
Por
WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 06.
Limpiar su Basura
En la Mansión Montallo ya los esperaban desde temprano, pero igual les tocó aguardar un poco en la acera antes de que les entregaran a la sierva que iban a recoger. Ambos vehículos policiacos se estacionaron frente a la gran reja de metal del portón principal, y los cinco oficiales se bajaron para poder tener mejor visión de los alrededores por si algo ocurría. Aun teniendo a un espía que hubiera oído absolutamente todo su plan del otro lado de la puerta cuando hablaron de éste en la oficina del capitán, igualmente era poco probable que Karllone pudiera moverse tan rápido como para planear un ataque justo en ese momento, pero igual había que ser precavidos. Todos tenían cerca uno de los rifles de carga semiautomática de última generación que el Señor Wallace les había proporcionado. Los dos oficiales de mayor rango, así como la oficial Williams, ya tenían cierta experiencia con ese tipo de armas; Cedric y Luke, los dos detectives novatos, "experiencia" no era precisamente como lo llamarían, pero no había mucho tiempo como para que practicaran; quizás ya en la casa de campo pudieran darse ese lujo.
Cedric aguardaba afuera del vehículo en el que había llegado, recargado contra éste mientras veía con interés hacia la casa y comía uno de los emparedados que Jolly les había traído. Lo comía despacio en pequeñas mordidas. Su rifle se encontraba apoyado a su lado contra el neumático delantero del vehículo. La niebla no se había disipado del todo pero al menos desde su posición era bastante apreciable la silueta de la casa; esto igualmente ayudaba a que el sol no los molestara tanto todavía. No había dicho mucho en el camino hasta ahí, ni tampoco ya estando en el sitio. Pero aún en su silencio, la ansiedad que todo ello le causaba era bastante tangible.
Mientras Cedric miraba hacia la casa, su nuevo compañero lo observaba a él. Klauss se encontraba a un lado del segundo vehículo, sosteniendo su rifle contra su hombro, que en comparación con su corpulento físico se sentía un tanto pequeño. Si la ansiedad de Cedric era clara, el desagrado del Detective de Primer Grado lo era incluso más.
—En serio no sé cuál es el problema de este chico —murmuró despacio para que sólo Suzane, quien estaba cruzada de brazos y apoyada contra el coche, la escuchara—. Dime loco, pero no sería buen detective si no me diera cuenta de que se trae algo con esta Sierva. Lo hubieras escuchado en la oficina del capitán hablando de ella. Es tan... No quiero pensar que mi nuevo compañero es uno... de esos...
El hastío que se acumuló en su boca al pronunciar esas últimas palabras fue tan grande que no pudo evitar hacer una cara de repulsión tan marcada, similar a como si hubiera visto el insecto de apariencia más asquerosa del mundo, y encima de todo pisado en la acera con toda su bilis de fuera.
—Exageras —masculló Suzane, no del todo interesada en su plática—. No lo conozco aún muy bien, pero me parece que es un chico que simplemente se toma demasiado en serio todo, no como tú. En todo caso, puedes tomar ese supuesto interés en la sierva como algo positivo, y que en base a él va a desempeñarse muy bien en esta misión ¿No se supone que tenemos que cuidarla, después de todo?
—Sí, está bien... siempre y cuando sea por interés en hacer bien su trabajo, y no por otro tipo de cosas que sean sólo una distracción.
—Mira quien habla de distracciones —murmuró la detective, acusadora, y miró discretamente de reojo hacia su derecha, en donde la oficial Williams y Luke conversaban al tiempo que vigilaban la calle, cada uno con sus respectivos rifles en mano. Klauss miró de reojo al notar hacia donde miraba, y sonrió de una forma nada disimulada.
—¿Lo dices por Jolly? No negaré que es un lindo dulce para el ojo, pero recuerda quien es su padre y quien es su prometido; ni siquiera yo intentaría algo más que maravillarme con su hermosura.
—Y recuerda tú quién es tu prometida —le advirtió Suzane, causándole un pequeño respingo en la espalda; la Lycanis esperaba que ese pequeño recordatorio ayudara a mantenerlo sereno. La vida amorosa de ese individuo no podía importarle menos, pero estaban por empezar una misión complicada y lo necesitaba concentrado si querían volver con vida.
Las puertas principales de la mansión se abrieron de pronto en ese momento, haciendo que la atención de todos se centrara en el mismo punto.
—Al fin —masculló Klauss algo fastidiado. Los cinco oficiales se aproximaron más a la reja, aunque Jolly y Luke igualmente se mantuvieron un poco en la retaguardia,
De la puerta salieron la baronesa, acompañada de tres de sus siervas, y una cuarta con un vestido más convencional, aunque igualmente muy simples, con una capa color gris oscuro sobre los hombros, y una pequeña maleta marrón en sus manos; ella debía ser Melissa. Avanzaron hacia el portón con paso escrupuloso. Melissa tenía su cabeza agachada, y entre la neblina Cedric distinguió en ella una expresión pensativa... y preocupada.
—¿Ella es la sierva? —cuestionó Luke sin menor miramiento desde su posición—. Se ve como cualquier otra sierva.
—¿Y cómo pensaste que se vería? —inquirió Suzane, mirándolo sobre su hombro.
—No lo sé —respondió Luke sonriente, encogiéndose de hombros—. Ya que se hará todo este movimiento para protegerla, creí que se vería diferente... quizás más alta.
Cedric lo miró discretamente sobre su hombro, un tanto descontento por su comentario, pero de inmediato prefirió centrarse más en quienes ya estaban justo al otro lado del portón de acero.
—Buenos días, detectives —les saludó la Baronesa con tono serio—. Veo que ahora vienen más de ustedes.
—Sólo lo mejor de lo mejor, Baronesa Montallo —le respondió Klauss con ánimo—. Todo para poder cumplir esta importante misión. Si me permite decírselo, se ve radiante esta mañana, excelencia...
—Ahórreselo, detective —le interrumpió de golpe la Baronesa, alzando una mano hacia él de forma autoritaria, y obligándolo a tragarse sus palabras; al parecer la mala impresión que se había llevado de él el primer día, continuaba vigente. La noble echó un vistazo rápido a todas las caras que se encontraban de pie frente a su portón—. ¿La Oficial Corleone no viene con ustedes?
Esa pregunta hizo que Klauss se estremeciera disimuladamente; ¿qué tan malo era que la mención de su prometida le hubiera causada reacciones tan parecidas en un lapso de tiempo tan corto?
—Sí, Detective Romani —murmuró Suzane con sarcasmo en su voz—. ¿Dónde está la "oficial" Corleone?
—Ah sí, ella... —balbuceó indeciso—. Ella está asignada a otra misión esta mañana.
—Entiendo —murmuró Illia con tono estoico. Se giró entonces directo hacia Melissa que aguardaba unos pasos detrás de ella—. ¿Estás lista, Melissa?
—Sí, mi señora —murmuró despacio sin alzar la mirada. La Baronesa le sonrió con amabilidad y se permitió colocar una mano reconfortante sobre su hombro
—Eres muy valiente. Mi padre estaría orgulloso de este servicio que realizas hacia él y hacia mí,
Melissa se atrevió en ese momento a verla sólo un poco, y a regresarle igualmente la misma sonrisa.
—Muchas gracias por depositar su confianza en mí, mi señora —murmuró despacio, tomándose la libertad de alzar su mano y tocar apenas con la yema de sus dedos el codo de la Baronesa.
Estos pequeños actos parecieron incomodar un poco a algunos de los espectadores del otro lado de la reja, sobre todo al Detective Romani. El barón fallecido era abiertamente propulsor de los derechos de los siervos, pero al parecer su hija igualmente compartía gran parte de su filosofía, algo que ya les había expuesto de cierta forma en su primera visita.
—Le prometo que cuidaremos muy bien de Melissa, Baronesa —intervino Cedric, dando un paso más cerca de la reja—, y que haremos todo lo que esté en nuestras manos para atrapar a los culpables.
—Una gran promesa, detective —musitó Illia, volteándolo a ver sobre su hombro—. Espero sea lo suficientemente responsable como para poder cumplirla.
La baronesa se hizo entonces a un lado para que Melissa pudiera pasar. Otra más de las siervas que las acompañaban se adelantó a abrir el candado y jalar la pesada reja hacia adentro. Melissa suspiró ligeramente, y con una última reverencia a su señora como preludio, caminó hacia los oficiales. Les sonrió de forma gentil, aunque tímida, a todos.
—Buenos días detectives, y gracias por cuidar de mí —expresó moderadamente, intentando ocultar sus nervios.
Cedric abrió su boca con la intención de decir algo, pero desde atrás la voz de Jolly se hizo presente y opacó cualquier intención de su parte.
—¡Buenos días, Melissa! —exclamó con entusiasmo, agitando su mano en el aire para que pudiera verla. Melissa, por su lado, se sobresaltó un poco sorprendida por la repentina efusividad—. Tranquila, estarás bien con nosotros. ¡Sabemos proteger a la gente importante!, y por estos días tú serás la persona más importante para nosotros.
El resto de los oficiales se viró hacia Jolly, cada uno con su rasgo diferente de emoción. Los más tangibles eran los de Cedric, de suma sorpresa al verla hablarle de esa forma a una sierva; y la otra era la de Klauss, que se debía al mismo motivo, pero sorpresa no era lo único que le causaba dicha declaración.
Cedric se sobrepuso un poco a la impresión inicial, y entonces se aproximó a Melissa por un costado.
—Buenos días, Melissa —le susurró despacio, llamando su atención—. Sé que tienes mucho miedo, pero tienes mi promesa de que todo saldrá bien. Tu esfuerzo y tu valor no serán en vano.
Melissa asintió levemente y le ofreció una media sonrisa, quizás un poco forzada.
—Muchas gracias, detective. Confío en su capacidad.
Decía eso, pero realmente se veía muy insegura. Por dentro, lo más seguro era que realmente estaba aterrada por lo que pudiera pasar esos días.
—Bueno, bueno —intervino Klauss, ya algo impaciente—, ya habrá tiempo para hablar en el camino. Todos suban a sus autos, andando. Suzane, que la sierva se vaya contigo.
Todos comenzaron a moverse, pero antes de hacerlo Cedric se aproximó a Klaus con cautela con una pequeña petición.
—Yo me ofrezco para ir en el mismo vehículo que Melissa si es posible... señor...
Klauss bufó burlón.
—Oh claro, y luego nos detenemos a comer pastel si quieres —espetó sarcástico—. Sube al auto; la sierva se va contigo, Suzane.
—Sí, sí. De acuerdo —murmuró la Detective Lycanis con desgano mientras caminaba hacia el auto. No le emocionaba mucho la idea de transportar a una sierva en su auto, pero una misión era una misión.
Cedric se mostró algo frustrado por tal negativa tan renuente. Melissa, por su lado, miraba a ambos lados, indecisa de adónde dirigirse exactamente. Aunque la actitud de Suzane era menos agresiva, igualmente fue capaz de presentir que no era del todo bien recibida por ella tampoco. De pronto, sintió que una mano se colocaba sobre su hombro desde atrás, haciéndola sobresaltarse un poco asustada. Al girarse levemente hacia atrás para ver quién era, sin embargo, se encontró de frente con el rostro pálido, pero sonriente y alegre de Jolly, la misma oficial que le había saludado tan efusivamente desde atrás de unos segundos.
—Vamos, es por aquí —le murmuró la Nosferatis, guiándola hacia el vehículo de Suzane—. Yo me subiré contigo, ¿está bien?
Al escuchar tal afirmación y ver cómo se aproximaba, Klauss de inmediato saltó.
—¡Oye!, ¡¿a dónde vas, Jolly?! —le gritó ya en la puerta del otro vehículo—. Tú vienes con nosotros, ¿lo olvidas?
—Lo siento Klauss —dijo con fuerza la oficial mientras se dirigía junto con Melissa al otro vehículo—, pero creo que sería mejor que las chicas se fueran con las chicas. Será más divertido así, ¿no lo crees?
Volteó entonces a ver a Melissa en busca de su opinión. La sierva se veía un tanto confundida por su cercanía. Esa oficial no había ido a la casa el primer día, pero realmente tenía un aire bastante liviano a su alrededor que no la incomodaba como el resto. Además de la forma en la que le hablaba y la veía, era bastante inusual. Y encima de todo ello... era muy, muy hermosa; nunca había visto una Nosferatis, o un Nuitsen en general, con unos ojos tan grandes y hermosos, un rostro tan refinado, y un...
Los ojos de Melissa bajaron disimuladamente, y sin que se lo propusiera, hasta el nada disimulado busto de Nosferatis, que encima con el vestido que traía puesto era más apreciable aún. El rostro de Melissa se puso rojo de golpe, y se volteó hacia otro lado rápidamente.
—Está... está bien, señorita oficial... —fue lo único que logró pronunciar entre toda su pena.
—¡Oye! —exclamó Klauss con fuerza—. ¡Yo ordené que...! ¡¿Me están escuchando?! —Jolly y Melissa siguieron andando hacia el vehículo de Suzane—. ¿Pero qué le pasa?
—Quizás no quiere ir con usted porque metió la mano en su vestido, Detective Romani —señaló Luke con bastante normalidad.
—Pero si sólo le estaba haciendo un favor —murmuró Klauss indiferente, mirando hacia el cielo—. Bien, hagan lo que quieran, ¡sólo vámonos! ¿Tú dónde te piensas subir, Stillion?
Luke pareció dudar un poco, mirando a un carro y luego al otro.
—Jolly dijo que las niñas fueran con las niñas. Yo a veces me considero a mí mismo como una niña honoraria. Tengo tres hermanas mayores con las que crecí, y a veces cuando era niño me vestían de niña...
—¡Suficiente información! —exclamó Klauss con fuerza, deteniendo cualquier otra cosa que estuviera pensando decir—. Tú vete con Suzane también, no creo poder soportar todo el viaje hasta la casa de campo contigo.
—¡Sí, señor! —le saludó Luke a estilo militar, y se dirigió de inmediato al asiento delantero del pasajero a un lado de Suzane, mientras Jolly se subía en la parte trasera.
La Nosferati se recorrió hacia un lado en el asiento para darle espacio a Melissa. Ésta se detuvo unos instantes antes de subir, para virarse hacia la mansión Montallo y hacia su señora que aguardaba en el portón a que partieran. Suspiró levemente, un poco por cansancio, un poco por miedo, y quizás un poco por resignación.
Se subió poco después con todo y su maleta, o más bien la maleta que su señora le había prestado, sentándose a un lado de Jolly. Colocó la maleta sobre sus piernas y la abrazó contra sí. Miró a la oficial a su lado, y ésta le sonrió de forma amistosa; Melissa no el regresó la sonrisa, aunque por dentro había tenido el pequeño impulso de hacerlo. Los dos oficiales en los asientos delanteros, no la voltearon a ver en ningún momento.
Por su parte, molesto, frustrado y resignado, Klauss se subió al volante de su propio vehículo. Cedric se subió en el asiento del copiloto, con una bastante evidente sonrisa de satisfacción en los labios que a Klauss sólo le empeoró el mal humor.
—Deja de sonreír o te quitaré esa sonrisa a golpes —murmuró entre dientes el detective de primer grado. Cedric no respondió nada. Sin embargo, en sólo un par de días de conocer a su nuevo compañero, realmente le había tomado un gusto particular el ver que alguien le llevaba la contraria tan directamente.
Se sentía también más tranquilo si la oficial Williams viajaba con Melissa; esperaba que con su contagioso buen humor, lograra calmarla.
El vehículo de Klauss y Cedric partió primero, dirigiendo la caravana. Suzane y el resto los siguieron por detrás. Mientras se iban, Melissa se permitió ver por la ventana como se alejaban de la casa, y como el resto de las chicas la despedían con un delicado movimiento de sus manos, y la baronesa la veía firme desde su posición.
— — — —
El Casino Gold Island era quizás el más lujoso, grande y popular del Distrito Once, y quizás también de los Distritos circundantes a éste. El puro casino se conformaba de tres niveles enteros, a los que también había que agregarle dos hermosos restaurantes, tres salones para eventos privados, dos auditorios para shows, los diez pisos superiores sólo de habitaciones de hotel, un pent-house, tres piscinas, y un enorme "etc." al final. Era el sitio de reunión favorito de varios de los nobles y más adinerados de CourtRaven, aunque también de algunos Nuitsens de no tan alta posición pero sí la suficiente para ir a disfrutar al menos una noche de sus bebidas, sus juegos y espectáculos.
Era un sitio digno de visitar aunque fuera una vez.
Era también además, como bien sabían prácticamente todos en esa ciudad, el corazón mismo de las operaciones delictivas realizadas por uno de los grupos criminales de más poder de la ciudad: La Mafia Karllone.
El propio Serge Karllone, cabecilla absoluto del grupo, vivía en el pent-house de ese enorme edificio, mirando a toda la ciudad desde las alturas como se ve a las hormigas caminando debajo de los pies de cualquiera. Y si ibas a pasar la noche en aquel sitio, la mitad de las veces era probable que vieras a aquel Spekerus alto y corpulento, de piel amarillenta y lunares azules, riendo a todo pulmón desde alguna mesa de póker, o desde el bar. Todos lo sabían, incluída la policía, pero era la historia usual con ese tipo de criminales de más alto rango. Tal y como Klauss y Bertold le habían comentado al novato Cedric Helsung: todos sabían que él era el jefe, pero nadie nunca podía probarlo ni remotamente, situación que se había encargado con bastante astucia en mantener por lo menos en más de una década. Para el mundo, era sólo un empresario dueño de un muy lujoso casino y hotel, además de otras propiedades, que representaban su único ingreso.
Esa mañana de neblina, el sitio se encontraba realmente tranquilo, en contraposición con todo el ajetreo usual que había cada noche. Sólo uno de los restaurantes se encontraba abierto por si alguno de los huéspedes de las habitaciones del hotel quería desayunar algo. El otro, el más grande, se encontraba cerrado aunque solamente para el público; después de todo, si el jefe de todo eso quería desayunar con algunos amigos, ¿quién se lo iba a impedir?
Serge Karllone se encontraba sentado en una de las mesas más espaciosas del lugar, en compañía de un grupo de siete, hombres y mujeres todos bastante bien arreglados, peinados y vestidos pese a que era relativamente temprano. El propio Karllone usaba un traje gris oscuro, que se apretaba y pegaba a sus músculos, aparentemente de forma intencional. Además de ellos, había quizás otros cinco hombres vestidos de negro, repartidos en otras mesas y en silencio, sólo vigilando los alrededores y a la mesa en cuestión. El grupo reía y charlaba, mientras en la mesa estaban servidos al menos diez platillos variados, y cuatro botellas de diferentes alcoholes. Las copas siempre estaban llenas, al igual que los platos de los comensales. Y Karllone era el centro indiscutible de la reunión. Su rostro cuadrado y de facciones gruesas lograba intimidar, incluso cuando sonreía. Su cabello se encontraba perfectamente peinado hacia atrás, brillante y lustroso.
Parecía ser una buena mañana para él.
Estaba sentado frente a un plato con un gran pescado a medio comer, y una copa de vino en la mano al tiempo que terminaba con su relato.
—...y entonces, miré a la chica bonita y le dije: "esa no es mi aleta, querida..."
Se soltó riendo con gran fuerza, chocando su gruesa y pesada mano contra la mesa, y todos los demás empezaron a reír al mismo tiempo y casi con la misma intensidad; bien, todos excepto la mujer Spekerus de anteojos, piel verdosa y cabello verde oscuro que se encontraba comiendo tranquilamente de su plato, en silencio. Usaba un traje de corte ejecutivo, de falda de tubo y saco color morado, algo escotado.
—Si no mal recuerdo, esa situación fue al revés, señor —masculló la mujer de lentes sin apartar sus ojos color miel de su plato.
Karllone siguió riendo varios segundos más, antes de poder calmarse.
—La historia la escriben los ganadores, querida —señaló acompañado de los últimos rastros de risa—. Como sea, fueron unas vacaciones muy interesantes. Les recomiendo visitar la costa este más seguido. —Tomó entonces un pedazo de su pescado y se lo introdujo en su gran boca con su tenedor—. Este pescado está exquisito. Joffreo se lució esta vez en la cocina, ¿o no? Tiene una sazón excepcional, para ser un Lycanis. Algún día lo secuestraré, lo robaré, y lo pondré a trabajar sólo para mí en la cocina de mi pent-house.
Los invitados a su mesa volvieron a reír al unísono por su ocurrente comentario, aunque en realidad sí lo había considerado en algún momento... Nunca seriamente, por supuesto.
A pesar de que el restaurante se encontraba cerrado, esto no impidió que alguien abriera las puertas principales e ingresara al local como si fuera suyo. Era un hombre Nosferatis alto que al venir de la calle traía encima una larga gabardina negra con capucha, y lentes de sol. Cuando ingresó, los hombres que vigilaban en las otras mesas lo voltearon a ver unos segundos, pero al reconocerlo siguieron en lo suyo sin mutarse. El recién llegado se aproximó hacia la mesa de los comensales. Le sacó discretamente la vuelta, hasta colocarse a un lado de Karllone; éste sostenía su copa de vino tinto cerca de su rostro.
—Señor —le susurró despacio cerca de su oído, con voz grave algo apagada—. Le tengo una actualización sobre el asunto de ayer.
Serge lo miró de reojo sin darle particular importancia, o al menos no más que el vino delante de él.
—¿Sobre la rueda de prensa? —murmuró despacio sin mucho pudor—. ¿Qué pudo haber dicho de interesante el viejo Bertold como para que vengas a interrumpir mi desayuno con mis amigos?
—No sé qué tan importante pueda ser, pero de seguro le resultará al menos lo suficientemente interesante, señor.
La mujer de anteojos a un lado de Karllone miró también al hombre a su lado; desde su posición, igual logró escuchar lo que decía.
—Tal vez deba escucharlo —sugirió despacio—. Si Edward cree que es importante, ha de tener sus razones.
Karllone siguió comiendo con total tranquilidad por unos segundos más sin decir nada. Luego de un par de bocados, se detuvo, tomó su servilleta y se limpió con cuidado sus labios.
—Bien, sabes que a ti siempre te hago caso, querida Anabelle —señaló un tanto burlón, y entonces se puso de pie, arrojando su servilleta a la mesa—. Si me disculpan, damas, caballeros... son negocios, ustedes saben. Sigan comiendo, y pidan más vino aunque sea temprano. No tardo.
Los invitados lo saludaron con un ademán de su cabeza y Karllone se retiró apresurado, abrochándose de nuevo su saco en el camino; Anabelle y Edward lo siguieron por detrás manteniendo su justa distancia, sin que él tuviera que ordenarles. También tres de los cinco hombres de negro se pusieron de pie y fueron detrás del grupo. Karllone y sus dos seguidores se metieron en un apartado cerrado del restaurante, y los tres guardaespaldas cerraron la puerta detrás de ellos y aguardaron afuera. El interior del privado se componía de una mesa rectangular con seis sillas, y una pequeña sala de estar con dos sillones pequeños y uno largo. No había ninguna salida de ese sitio que no fuera la puerta por la que entraron, ni tampoco había alguna ventana. Por lo menos a simple vista, se veía bastante discreto.
Karllone se dejó caer de manera pesada en el sillón largo.
—Espero que sea importante, Eddie —comentó algo serio. Extendió entonces su mano hacia un lado, chasqueando los dedos para luego colocar su dedo índice y medio en la posición adecuada para sostener un puro. Anabelle sacó una pequeña caja plateada del interior de su traje y extrajo de ésta un puro café oscuro que colocó sin problema entre sus dedos. Inmediatamente después sacó también un encendedor de aceite que accionó cerca de la punta del puro para que éste se prendiera. Karllone lo acercó a sus labios, dio una fuerte inhalación de humo, mismo que soltó por completo por su nariz y boca, cubriendo todo su rostro de una neblina opaca.
Anabelle se sentó en el sillón a su lado, y el jefe criminal deliberadamente la jaló contra él, haciendo que pegara su cuerpo al suyo. Ella se mantuvo inexpresiva y sin oponer resistencia. Edward se retiró sus lentes y su capucha, dejando al descubierto su cabello pelirrojo y corto. Al parecer había esperado hasta que tuviera su puro con él para poder hablarle abiertamente.
—Como ya ha de saber, en la rueda de prensa de ayer el Capitán Strauss y el Fiscal Bertold declararon que tenían un testigo presencial del asesinato del Barón Karl Montallo, y que cuando la investigación diera con un sospechoso, esta persona podría identificarlo.
—Cosa que no les cree ni su abuela —señaló Karllone con tono irónico, aunque la mira estoica de Edward se mantuvo igual.
—Quizás. Pero investigamos más a fondo el origen de esas declaraciones, y pudimos dar con información adicional, señor. Lo primero, es que al parecer la testigo de la que hablan es una sierva del difunto Barón.
La expresión jovial de Karllone se fue disipando poco a poco, hasta tomar un semblante casi sombrío.
—¿Una sierva? Dime que es una broma de mal gusto —masculló con cierta agresividad en su voz, acompañado por otra bocanada de humo.
—Es lo que los rumores dicen, señor —recalcó Edward sin mutarse.
Karllone miró hacia otro lado, pensativo. La hija de Montallo no estaba esa noche, y esa había sido una razón importante para elegir precisamente ese momento para atacar. Si en verdad la policía tenía un testigo... sólo podía ser uno de los siervos. Soltó una pequeña maldición en su cabeza al darse cuenta de la gran mala suerte que representaba ello; dos meses atrás, poco o nada hubiera servido lo que uno o cien siervos hubieran visto. ¿Cómo podía un empresario respetable como él trabajar cómodo si le cambiaban las leyes a cada oportunidad?
—Sierva o no, nuestro chico nunca había dejado una testigo antes. ¿Qué opinas, Annie? ¿Será puro juego?
—Suena muy poco probable que sea cierto —respondió la mujer a su lado, algo fría.
En efecto, sonaba poco probable... pero no del todo imposible.
—¿Y entonces afirmaron que esta "sierva" había visto al asesino? ¿Tanto así como para identificarlo? —Soltó una pequeña risilla sarcástica—. Tienen que estar blofeando.
—Eso pensábamos también —comentó Edward—, pero preguntando en las calles nos encontramos seguido con el mismo rumor: que la sierva confirmó que el asesino del barón había sido, efectivamente, el Cráneo.
Cualquier rastro de indiferencia que le hubiera quedado a Karllone con respecto a lo que le estaban informando, se esfumó en ese preciso instante. Inclinó su cuerpo hacia el frente, sosteniendo aún su puro; Anabelle se vio forzada a retroceder para darle espacio. El aire que lo envolvía se había vuelto bastante denso de golpe. Sus penetrantes ojos verdes se fijaron en Edward como agujas, haciendo que el Nosferatis comenzara a ponerse nervioso.
—Sólo los que estamos en esta habitación ahora mismo sabíamos de este asesinato —sentenció el Spekerus con voz fúnebre—. Karl no tenía ningún nexo directo conmigo o con mis operaciones como para que alguien más relacionara su muerte con nosotros. No lo hicimos público, ni lo informamos a otros grupos, ni siquiera a nuestros propios hombres. No hay forma de que ese... rumor, pudiera haber llegado a las calles, al menos de que a alguno de nosotros, o al mismo Cráneo, se le hubiera escapado...
Los ojos de Karllone centellaban de una forma bastante amenazante, que a Edward hizo temblar.
—O... al menos de que en efecto tengan una testigo de lo sucedido... —murmuró el Nosferatis, intentando mantener la mayor calma posible. Karllone lo miró en silencio unos segundos, antes de volver a apoyarse por completo contra el sillón.
—Sí, al menos de que en efecto tengan una testigo —repitió lentamente, antes de colocar su puro en sus labios.
—Entonces, ¿cree que realmente esa sierva pueda identificar a Cráneo? —cuestionó Anabelle, algo incrédula.
—Claro que no —contestó Karllone tajantemente—. Todos sabemos que eso no es posible, y en el remoto caso de que lo fuera, no lo dirían tan abiertamente. Por obvias razones que los tres sabemos...
Anabelle asintió lentamente.
—Debe ser entonces una trampa. Debería ignorar el asunto y no darles lo que quieren.
¿Era una trampa?, era lo más probable, una en la que quizás pasaría de largo en circunstancias normales... pero esa no era una circunstancia "normal".
Tuvo un momento de cavilación. Siguió fumando su puro en silencio un par de minutos, como si intentara repasar en su mente cada detalle y cada palabra que había escuchado, y cerciorarse de que no se le pasaba nada.
—Lo que me preocupa es qué más podría saber esta sierva, quizás incluso sin haberse dado cuenta aún —susurró despacio, como si fuera un simple pensamiento para sí mismo. Miró hacia la pared mientras movía su puro entre sus dedos, como si fuera un mondadientes o una moneda—. Si Karl o Cráneo dijeron algo durante el ataque... algo indebido que tal vez aún no ha entendido qué es, y se lo comenta a alguna de esas estrellitas de Strauss como Romani y Constantine...
El puño de Karllone se cerró de golpe en torno al puro, partiéndolo a la mitad con su fuerza. Rastros del tabaco y de su envoltura cayeron en su pantalón, y su mano se quedó manchada de negro. Edward y Anabelle enmudecieron hasta que su jefe volvió a hablar.
—Averigüen si esa dichosa testigo existe. Averigüen en dónde está, y que Cráneo limpie su basura, que no debió haber permitido que algo como esto pasara en primer lugar.
Edward realizó entonces una pequeña reverencia afirmativa con su cabeza.
—Sí, señor. Enseguida me comunicaré con el Cráneo, y pondremos en marcha la búsqueda de la testigo.
Antes de que le dijeran alguna otra cosa, el Nosferatis aprovechó esa oportunidad para retirarse. Se dio media vuelta hacia la puerta y salió por ella a paso firme.
En el privado dejaba atrás a Karllone, quien molesto tiró los rastros de su puro al suelo y luego lo piso tajantemente con la planta de su zapato. Miró pensativo hacia la pared de su derecha, apoyando su rostro contra su mano.
—Ese chiquillo malagradecido se está confiando —balbuceó despacio como un pensamiento en voz baja—. Se deja llevar demasiado por sus emociones, y normalmente eso no sería gran problema. Pero le dije claramente que esto era algo importante, y que ocupaba mayor discreción de la habitual. Si sigue así... tendré que deshacerme de él de una vez. —Este comentario hizo que la mujer a su lado se estremeciera un poco—. Lo bueno es que tengo con quien reemplazarlo, ¿no? Y a ese otro con alguien más; siempre habrá una fila de estos perros dispuestos a servirme.
Anabelle se quedó callada unos segundos. Discretamente, se le volvió a pegar por un costado, aunque ahora aún más que antes. Colocó su mano izquierda sobre su muslo, pasando su palma lentamente por la suave tela de su pantalón.
—No se precipite, señor —murmuró algo estoica—. Dele oportunidad de limpiar su error; ha sido un elemento importante para usted estos últimos años.
Karllone sonrió malicioso.
—Ya veremos, ya veremos... —susurró Karllone como si recitara alguna poesía. Rodeó el cuerpo de la mujer con un brazo, jalándola por completo hacia él, tanto que el torso entero de ésta quedó contra sus pectorales—. Ese estúpido de Karl, hasta muerto me provocará dolor de cabeza. Primero por su estúpida ley, luego por meter sus narices donde no le llaman, y ahora incluso sus siervos se meten conmigo. ¿Qué sigue, eh? Debí haber quemado toda su estúpida casa, con él y sus siervos de paso.
Anabelle respiraba un poco agitada sobre su cuello, pues por la forma en la que la tenía sujeta no le quedaba realmente mucha alternativa. El olor al puro se desprendía de él y le impregnaba la nariz.
—Ese hombre le causa problemas hasta en la tumba —señaló la Spekerus entre suspiros—. Pero no deje que lo agobie o realmente él habrá ganado
Karllone rió con ímpetu.
—¿Qué dices, Annie? Yo siempre gano, ¿lo olvidas? —La tomó entonces de una forma un tanto agresiva de su cadera y de sus hombros. La jaló hacia él, haciendo que se pusiera un instante sobre él, y sus cuerpos se frotaran entre sí; esto parecía hacerlo con bastante facilidad, gracias a su musculoso cuerpo. Luego, la bajó casi obligándola a caer al suelo de rodillas. La mujer quedó frente a él con cierta sumisión en su postura, quedando entre las piernas de su jefe, y mirándolo desde abajo por encima del contorno de sus anteojos—. Pero ya no hables de ese idiota que me quitas la inspiración. Sabes cómo me pongo justo después de ordenar un asesinato. —Pasó sus dedos por sus cabellos, al principio de una forma delicada, pero luego los tomó con algo de fuerza, haciendo que soltara un leve gemido de dolor—. Así que ya sabes qué hacer. Y apresúrate, que tenemos invitados esperándonos en la mesa...
FINDEL CAPÍTULO 06
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