Capítulo 04. Melissa
VIKTOR
Por
WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 04.
Melissa
La sirvienta, de nombre Melissa, no pudo evitar sobresaltarse ligeramente por esa repentina presentación. No era nada común que un Nuitsen la mirara tan directamente a los ojos, y encima de todo se tomara la molestia tanto de saludarla como de llamarla por su nombre. ¿Y qué había sido ese gesto con su sombrero? Lo había visto antes, realizado por ciertos caballeros que visitaban a la señorita Illia, pero nunca a ella. Desconocía, sin embargo, qué significaba en realidad.
Agachó su mirada con timidez. Los extraños siempre le causaban cierta incomodidad; especialmente si eran Nuitsens, y especialmente si se trataba de hombres. Con el barón, sus hijos, y los amigos que los visitaban ocasionalmente, sabía qué esperar y cómo comportarse. Sin embargo, cuando aparecía alguien nuevo, nunca sabía cómo iba a ser tratada si decía o hacía algo fuera del lugar. Por ello, la mayoría del tiempo, prefería no hablar o hacer cualquier cosa, si no se lo solicitaban.
Eso volvía doblemente problemática su situación actual, en la que tendría que hablar de más; pues esas personas, venían a que les narrara directamente lo que había visto... y que deseaba con tantas ansias olvidar.
Miró de reojo a los otros dos. La mujer pequeña de hermosos caireles, no le prestaba atención alguna. En lugar de ello, parecía más interesada en contemplar el papel tapiz de las paredes, el mosaico de los pisos, o el diseño exquisito de la cocina. Melissa se sorprendió a sí misma al quedarse contemplando la hermosa forma de su cabello, y la delicada figura de su cuerpo; parecía una hermosa muñeca, hecha a mano y con mucho cuidado hasta el mínimo detalle.
El otro hombre, el Lycanis alto y fornido, sí la miraba... pero de una manera bastante diferente a la que lo hacía el chico Nosferatis. Su expresión, sin embargo, le resultó un poco más conocida: la miraba con hastío, con molestia, como si mirara algo indigno de contemplar por tanto tiempo. Eso la puso aún más nerviosa de lo que ya estaba.
—Así que es ella, ¿eh? —murmuró Klauss con indiferencia en su voz, echándole un vistazo nada discreto de arriba abajo; Melissa se sintió tan cohibida por esa mirada, que inconscientemente se abrazó a sí misma, en un intento de sentirse aunque sea un poco más segura.
Klauss llevó su mano derecha a su cabeza, y pasó sus dedos por sus suaves cabellos rubios. Gruñó un par de veces, y luego se cruzó de brazos en pose de inconformidad.
—Bien... debo admitir que en realidad no tengo idea de cómo proceder con esto, señorita Montallo. Nunca antes había... interrogado a una sierva; ni siquiera sé si es capaz de entender lo que le diga con claridad.
—¿Disculpe? —exclamó la baronesa, mirándolo con molestia—. ¿Qué está tratando de insinuar?
—¡Compórtate! —espetó entre dientes Vermillia, dándole un pequeño codazo en sus costillas, que resultó más fuerte de lo que parecía—. Quiero decir, no insulte a los siervos de otras personas, detective Romani.
—Sí, lo lamento —respondió Klauss de mala gana.
La baronesa no había sido la única en sentirse molesta por su comentario; a Cedric, le parecía que su actitud era bastante inapropiada, y no apoyaba a que su testigo se sintiera confiada y tranquila.
¿Acaso lo hacía a propósito?
—Si le parece bien, yo puedo encargarme del interrogatorio —intervino Cedric rápidamente—. Claro, si así lo desea, Detective Romani. Usted es el superior...
Klauss notó de inmediato el rastro de sarcasmo que arrastraban esas palabras, pero lo dejó pasar; realmente no tenía deseo alguno de llevar a cabo ese interrogatorio, si es que en serio se le podía llamar de tal forma en esas circunstancias.
—Adelante, novato; toda tuya. —Dicho eso, se recargó contra la pared a un lado de la puerta, aún con sus brazos cruzados—. Yo me quedaré aquí, observando cómo lo haces, y cuidando que no lo arruines.
—Es usted muy amable, Detective Romani —expresó Cedric a continuación, con un sentimiento no muy diferente al anterior.
—Yo siempre lo soy. Baronesa, ¿podría dejarnos a solas con la sierva?
—¿Es necesario? —cuestionó la mujer, aunque extrañamente dicho cuestionamiento iba más encaminado hacia Cedric que a Klauss, y éste último lo notó; ¿acaso confiaba más en lo que el flacucho le dijera?
—Es procedimiento —se explicó el Nosferatis—. Es para garantizar que el testimonio de Melissa sea correcto, y no se le esté guiando de alguna forma. Espero que entienda.
—Sí, descuide, Detective Helsung —suspiró Illia—. Soy la más interesada en que todo este asunto se resuelva lo más rápido posible.
Antes de dejar la cocina, se dirigió con paso firme hacia Melissa. Ésta, se había quedado en silencio, sólo contemplando la discusión, sin intención alguna de intervenir. Pero al ver que su señora se le acercaba, le dio un pequeño respingo, y rápidamente se paró derecha.
—No te preocupes por nada, ¿de acuerdo? —le susurró con delicadeza, colocando una mano sobre su hombro. Luego le sonrió, y con su otra mano le arregló un par de mechones fuera del lugar—. Sólo di la verdad; diles todo lo que viste. Y recuerda: mi padre estaría complacido de ver lo que haces por él.
Melissa asintió con su cabeza, mirándola fijamente sin poder ocultar su preocupación.
—Sí; así lo haré, señorita. Gracias.
Illia le ofreció una última sonrisa, y entonces se dirigió hacia la puerta para retirarse, tal y como se lo habían solicitado.
—Acompañaré a la baronesa en la sala —añadió Vermillia con moderado entusiasmo—. Puede darme su declaración mientras tomamos un poco de té.
—¿Su declaración? —exclamó Cedric, casi alarmado—. No creo que eso sea...
—Adelante, oficial Corleone —añadió Klauss de pronto, guiñandole el ojo a su prometida con complicidad—. Cuento con usted.
La muchacha rubia le regresó el mismo guiño, e inmediatamente después acompañó a la baronesa hacia afuera de la cocina, y luego hacia la sala, comenzando a charlar amenamente; o, al menos, lo más ameno que el estado de luto de la mujer se lo permitía.
—Detective Romani —comenzó a expresar Cedric a tono de regaño—. Una cosa es que su prometida nos acompañe a la escena de un crimen. Pero fingir que es un oficial de policía, y que además tome una declaración... eso es...
—Relájate, Helsung —le respondió el Detective de Primer Grado, encogiéndose de hombros con abrumadora tranquilidad—. Deja que yo me estrese con esas pequeñeces. Tú tienes otra cosa de la cual ocuparte.
Klauss señaló entonces a Melissa, que seguía aguardando en su mismo lugar y posición.
Cedric entendió que, en efecto, debía de enfocarse sólo en su trabajo actual, que era tomar la declaración de la única testigo de un asesinato.
Suspiró con pesadez, intentando tranquilizarse.
—Yo... bueno... —balbuceó dudoso por un rato; Klauss tuvo que aguantarse para evitar soltarse riendo—. ¿Por qué no tomamos asiento?
Melissa asintió levemente, aunque luego se sobresaltó casi asustada. Antes de que Cedric reaccionara y le preguntara qué ocurría, Melissa se aproximó apurada hacia la mesa que se encontraba ahí mismo en la cocina, y tomó una de las sillas, cargándola hasta colocarla frente a Cedric.
No dijo nada más luego de ello; sólo juntó sus manos sobre su abdomen e hizo una pronunciada reverencia hacia él.
—No tenías... que hacerlo... —exclamó Cedric entre confundido y apenado—. Pero, gracias... —Acercó un poco la silla hacia la otra en la que ella se encontraba sentada antes de que entraran—. Por favor, toma asiento...
—No, no... —exclamó, Melissa casi con miedo—. Después de usted, señor.
—No, insisto. Después de ti, Melissa.
—No podría, por favor. Después de...
—¡¿Quieren sentarse ya los dos y empezar de una maldita vez?! —les gritó Klauss con una notoria molestia desde su posición, y ambos reaccionaron de manera refleja, sentándose al mismo tiempo en su respectiva silla. Al darse cuenta de esto, ambos se ruborizaron apenados.
Cedric se aclaró un poco su garganta para poder hablar con fluidez. Se abrió su abrigo un par de botones, y sacó del interior de éste una libreta y una pluma; la había traído ya preparada desde su propia casa. Había sido un buen movimiento, pues ni siquiera le habían dejado ir un segundo a su escritorio tras llegar a la jefatura. Igualmente sacó el expediente que el Jefe Strauss le había proporcionado en su oficina.
—Una disculpa —mencionó de pronto, tomando por sorpresa a la sierva—. Te empecé a llamar simplemente "Melissa", sin preguntarte primero siquiera si estabas de acuerdo en que te llamara de esa forma tan informal. ¿No te molesta que te llamen así?
La joven pareció casi espantarse por tal cuestionamiento.
—¿Que... si me molesta? —cuestionó, dudosa—. Pues... no tengo otro nombre con el cual pueda referirse a mí, señor. Puede llamarme como a usted le plazca.
—Entiendo. Melissa estará bien, entonces.
Le ofreció entonces una cándida sonrisa, que resultó causarle un poco de incomodidad. A Cedric le pareció curiosa de pronto la situación, considerando que no hace mucho, esa misma mañana, había conocido a alguien que directamente comenzó a hablarle igualmente de forma informal cuando recién lo conoció.
—No estés nerviosa. Lo creas o no, éste es mi primer día como Detective. Por consiguiente, éste es mi primer caso igual; pero daré todo de mí para ayudar a llevar todo esto a buen fin.
—Ya... veo... —susurró la joven, algo más tranquila—. Sus palabras me dan un poco de alivio, señor. Lo que más deseo es ayudar a mi amo, aún después de muerto.
—Eso es muy noble de tu parte, Melissa; y muy valiente también.
Volvió a sonreírle, aunque esta vez la reacción de Melissa fue un poco más relajada.
—¿Ya terminó, Detective Helsung? —escuchó como Klauss exclamaba con impaciencia desde su posición; ahora le tocaba a él usar el tono de regaño.
Cedric se sintió algo apenado. Volvió a aclararse la garganta, y entonces prosiguió.
—Supongo que a estas alturas ya estás enterada sobre esta nueva ley que se acaba de aprobar hace sólo unas semanas atrás.
—Algo me mencionó la señorita al respecto —respondió la joven sierva con timidez—. Y el señor también me comentó que trabajaba en ello.
—En pocas palabras, gracias a esta ley, se le permite por primera vez a siervos con la antigüedad y confianza como la tuya, testificar en casos de importancia considerable como éste. Por lo tanto, lo que nos digas, puede funcionar como prueba en un juicio criminal, si se lleva a cabo un arresto. El primer paso es tomar tu declaración completa. Luego, ésta será transcrita y presentada al Consejo de Justicia, que decidirá si es válida o no. Luego de ello, será nuestra responsabilidad trabajar en base a dicha declaración, y dar con el culpable. De hacerlo, durante el juicio correspondiente, tendrás que dar tu declaración en persona, frente al Consejo, la Fiscalía, y la Defensa. Ésta última, te advierto, intentará por todos los medios desestimar tus palabras, y frecuentemente usará el hecho de que eres una sierva para hacer menos cualquier cosa que digas. A pesar de esto que te acabo de decir, ¿estás dispuesta a dar tu declaración?
Melissa no dudó ni un poco en responderle, asintiendo con su cabeza; lenta y dudosa, pero asintiendo aun así.
—Haré lo que sea necesario, señor.
—Bien, muy bien. Tú sólo debes de mantenerte segura en lo que dices, y decir la verdad. Mientras tú te mantengas firme, yo te aseguro que todo saldrá bien. Yo estaré a tu lado para ayudarte en todo el proceso.
Melissa se volvió a sobresaltar, asustada y confundida por sus palabras. Cedric se sintió un poco avergonzado por ello, y de inmediato desvió su atención a la libreta en sus manos.
—¿Tienes... alguna duda de lo que te acabo de decir?
La sierva suspiró ligeramente, apretando su mandil entre sus dedos.
—Yo... creo que entiendo todo, señor. Entiendo que será un proceso difícil con muchos pasos a seguir. Estoy acostumbrada a que no se me tome en cuenta cuando estoy afuera de la mansión, pero deseo con todo mi ser que la persona culpable de esto, esté tras las rejas. —Lo volteó a ver al fin lentamente, y le sonrió de forma escueta— Usted dígame cuándo puedo empezar.
Cedric asintió.
—Descríbeme lo sucedido, por favor. ¿Qué fue exactamente lo que viste anoche? Procura si es posible, ser lo más específica y detallada con cada acto.
Melissa bajó la mirada, y cerró los ojos unos momentos, intentando concentrarse en la noche anterior. No habían pasado ni unas horas; las imágenes seguían demasiado vividas, demasiado frescas. Al cerrar los ojos, era como verlo todo de nuevo en su cabeza.
—Ayer en la noche, como a las tres de la mañana, me levanté porque tenía mucha sed. Todas mis compañeras estaban dormidas, así que me escabullí de la habitación, intentando no hacer ruido. En el trayecto a la cocina, noté que provenía una luz del estudio de mi señor. No me extrañó tanto, porque era muy usual que él se quedara hasta altas horas de la noche absorto en sus investigaciones, por lo que yo seguí mi camino hacia la cocina. Cuando sacié mi sed y me disponía a regresar al cuarto de la servidumbre, escuché un ruido muy fuerte... de forcejeo, creo. Y luego, oí a mi señor gritar, y yo...
Hizo una pausa. Sus ojos se apretaron con fuerza, afligida.
—Yo... tuve miedo, pero decidí asomarme un poco por la puerta. Y al hacerlo... vi a un hombre... un hombre que había tumbado a mi señor al suelo. Él intentó escapar, pero el hombre con mucha rapidez, él... —Apretó con más fuerza la orilla de su mandil con sus dedos; pequeñas lágrimas comenzaron a asomarse por la comisura de sus ojos, aún cerrados—. Él lo apuñaló con un arma extraña... una... y otra... y otra... ¡y otra vez!, ¡a pesar de que mi señor ya no estaba en este mundo, él siguió haciéndolo más y más! ¡Y reía como un desquiciado mientras lo hacía!
Su rostro se puso realmente pálido, y su voz se entrecortó. Llevó sus manos a su rostro, y lo cubrió, intentando amortiguar varios sollozos que se le escaparon sin que pudiera evitarlo.
—Está bien, está bien, Melissa —se apresuró Cedric a exclamar. Casi por mero reflejo, y sin pensarlo con demasiada anticipación, el detective extendió su mano, tomando la de ella en un rápido intento de tranquilizarla. Melissa se sobresaltó sorprendida, y sus ojos llorosos se abrieron de golpe, posándose en él directamente. Incluso Klauss terminó bastante confundido por dicho acto—. Entiendo que lo que viste debió de haber sido terrible. Tómate un minuto; respira.
La sierva seguía algo sorprendida por la forma tan repentina en la que había tomado su mano, pero poco a poco intentó dejarlo pasar y tranquilizarse. Cerró de nuevo sus ojos, y respiró agitadamente, aunque poco a poco con más regularidad.
—Lo siento —susurró con pesar.
—No tienes de qué disculparte. Lo estás haciendo bien.
—Gracias. A decir verdad, tuve tanto miedo, que ni siquiera pude gritar. Me congelé. Intenté no hacer ruido; pensé que me mataría si se daba cuenta de mi presencia. Pero de haber intercedido, tal vez mi señor... —Llevó su mano libre a su boca para cubrirla—. El hombre se fue por la ventana, y sólo cuando realmente me aseguré de que no me escucharía, corrí despavorida de ahí gritando como loca que algo terrible había sucedido.
—Hiciste lo correcto. Lamentablemente no había nada que pudieras haber hecho por el Barón en esos momentos. Lo que pasó no es tu culpa; el asesino fue ese hombre, ¿de acuerdo? Tú fuiste muy valiente.
Melissa abrió sus ojos. Varias lágrimas le recorrían las mejillas, pero se veía ya bastante más calmada. Incluso le sonrió débilmente al Nosferatis al escuchar lo que le decía.
—¿Es todo lo que viste? —soltó Klauss con molestia—. ¿Algún detalle más significativo del atacante? ¿Al menos si era Nosferatis, Lycanis, Spekerus, o algo más? ¿Hombre, mujer? ¿Cabello, piel? ¿Complexión? ¿El tono de su voz? ¿Algo importante?, ¿cualquier cosa que sea verdaderamente útil?
El tono del detective era tan agresivo y directo, que inevitablemente puso más nerviosa a la sierva de lo que ya estaba. Cedric lo miró de reojo sobre su hombro, molesto. Eso definitivamente no ayudaba a la causa.
—¿Viste algo más, Melissa? —inquirió Cedric, con mucha más delicadeza en su voz.
Melissa intentó pensar en las cualidades del asesino, pero en su rostro se fue dibujando sólo frustración.
—No pude ver mucho, ya que todo su cuerpo estaba cubierto; también su rostro.
—¿Usaba una máscara?
Melissa asintió.
—Vestía una larga gabardina de color sangre que se veía roída, manchándose más y más con la sangre de mi señor. Guantes negros, pantalón café, y una máscara con forma de esqueleto que le cubría toda la cabeza...
Ni Melissa ni Cedric lo notaron en el primer momento, pero Klauss se sobresaltó de golpe al escuchar esa parte de la descripción.
—¿Algo más? ¿Cualquier cosa? —prosiguió Cedric, intentando no presionar mucho—. ¿Cualquier detalle que sirviera para identificarlo?
Melissa meditó unos segundo, mirando a todos lados, en busca de alguna pista de qué decir. Luego de un largo silencio, algo pareció llegarle.
—¡Tenía una cicatriz en su nuca! —exclamó enérgicamente, alzando su rostro hacia el Nosferatis.
—¿Cicatriz? ¿Qué clase de cicatriz? ¿Podrías describirla?
—No sé... pero quizás pueda dibujar...
Extendió en ese momento su mano hacia la libreta de Cedric, por lo que éste se la pasó sin dudarlo, junto con su pluma. Melissa la tomó, y la abrió en la primera hoja en blanco, que de hecho era una de las primeras. Dibujó entonces sobre el papel una línea horizontal, que era segmentada por tres líneas verticales en toda su longitud. Le echó un vistazo rápido, y luego le pasó de nuevo la libreta a Cedric.
—Era algo así.
Cedric volvió a tomar la libreta, y miró el dibujo que había hecho. Bastante específico para ser una cicatriz accidental, pensó el detective. Estaba por hacerle más preguntas, cuando notó por el rabillo del ojo que Klauss se le aproximaba por un lado, y de pronto se paraba delante de Melissa, encarándola de una forma amenazante.
—¡Oye! —le exclamó con fuerza, provocando que la sierva se estremeciera de miedo sobre su silla—. ¡¿Estás segura de lo que dices que viste?!
—¿Eh? —exclamó ella a su vez, confundida.
—¡Qué si estás segura! ¡¿Estás segura que era un hombre con una máscara de cráneo, gabardina roja y un cuchillo extraño?!
—Detective Romani... — Cedric intentó intervenir para detenerlo, pero el Lycanis no le hizo caso, e incluso extendió un dedo hacia él sin mirarlo, indicándole que se quedara en su sitio y no interviniera.
—¡Respóndeme! ¡¿Estás segura sí o no?!
—¡Sí! ¡Sí! —Contestó Melissa con efusividad y nerviosismo—. ¡Estoy segura! ¡Así es como se veía!
El semblante de Klauss se llenó de incredulidad. Se apartó lentamente de ellos, se giró hacia la mesa de la cocina, y apoyó sus manos en ésta, dándoles la espalda. Sus largos cabellos rubios caían sobre su rostro y sus hombros. Cedric notó además que sus dedos se movían nerviosos sobre la superficie plana de la mesa.
—¿Qué ocurre, Detective Romani? —cuestionó Cedric confundido, parándose lentamente de su silla.
Klauss se quedó callado un rato, sin cambiar su postura.
—Necesito pensar.
—¿Pensar en qué?
—¡Si quisiera decírtelo ya te lo hubiera dicho, novato! —le gritó, de una forma que sonaba en verdad seria, y algo molesta; muy diferente a la actitud despreocupada y relajada que había tenido la mayoría de esa mañana. Respiró hondo, quizás intentando calmarse, y luego volvió a hablar—. Que la sierva te enseñe la escena del crimen a ver si ves algo útil; anda.
—¿No quiere verla usted?
—¡No!, ¡no quiero! —le gritó de la misma forma que antes, y luego se apartó de la mesa y comenzó a caminar a la puerta de la cocina—. ¡Lo que quiero es que me dejen pensar en paz!
Cedric y Melissa miraron en silencio como Klauss se iba a paso apresurado. Si Cedric se encontraba confundido, Melissa de seguro lo estaba aún más. Tenía gran curiosidad de saber en qué exactamente deseaba pensar con tanto ahínco, y esperaba que se lo fuera a compartir después. Mientras tanto, sólo le quedaba acatar la instrucción que le había dado.
—Melissa, ¿crees que puedas enseñarme el estudio en el que ocurrió el incidente?
La sierva se tapó su boca por unos momentos, en completo silencio. Caviló unos segundos, y entonces se levantó de su asiento.
—Sígame, por favor —asintió, y luego se dirigió a la otra salida de la cocina; la misma por la que hace unos minutos las demás siervas habían salido.
Cedric la siguió en silencio por los largos e iluminados pasillos, que le impedían poder deshacerse de su sombrero y gafas. Las noticias habían dicho que iba a ser un día con sol, y al parecer habían sido acertados.
No se cruzaron con nadie en su camino, y en realidad tampoco tuvieron que avanzar mucho hasta llegar, pues el estudio se encontraba en la planta baja, no muy lejos de la cocina. La entrada de la habitación se componía de dos grandes puertas de madera, que en esos momentos se hallaban cerradas, y dos cintas policiacas amarillas formaban una equis delante de ella, para sellar el cuarto.
—Es aquí —murmuró Melissa, melancólica—. ¿Sabe cuándo podremos limpiarlo?
—De seguro en unos días —respondió el detective, al tiempo que se aproximaba con cautela a las puertas—. Cuando nos aseguremos de que ya tengamos todo lo que necesitamos de aquí.
—Al señor siempre le gustaba tener su estudio impecable y ordenado —suspiró Melissa con pesar—. Quiero poder limpiarlo a cómo él le hubiera gustado en cuanto se pueda.
Antes de entrar, Cedric se colocó de nuevo sus guantes negros; no eran los reglamentarios, pero tendrían que bastarle de momento. Abrió con cuidado una de las puertas, e ingresó al estudio pasando entre las cintas amarillas, sin retirarlas. Le indicó a Melissa que aguardara, y ella se quedó de pie frente a la puerta abierta, mirando al interior.
El estudio era relativamente grande; tenía un escritorio, varias mesas y libreros, e incluso había una pequeña cama. Sin embargo, al contrario de lo que Melissa acababa de señalar hace un momento, todo se veía en desorden; había papeles y libros por todos lados, y era difícil determinar si había sido derivado de la pelea que había relatado Melissa, o por los policías y forenses que habían ido durante la madrugada. Aun así, lo que más llamó la atención del Detective, fue la mancha en la alfombra, justo en el centro de la habitación: una mancha de sangre, donde muy seguramente había estado el cuerpo del Barón.
Cedric caminó hacia la mancha, y se puso de cuclillas a un lado de ella. Revisó el expediente del caso que traía consigo, en dónde se añadía una fotografía de cómo se había encontrado el cuerpo: boca abajo, con su mano derecha extendida hacia el interior del cuarto, y sus pies apuntando a la puerta de entrada. Las fotos de las heridas en la espalda, concordaban con múltiples apuñalamientos, como Melissa había descrito.
Echó un vistazo rápido alrededor; su atención se centró entonces en la pequeña cama colocada en un rincón.
—Comentaste que el Barón acostumbraba estar aquí hasta tarde —mencionó Cedric, lo suficientemente alto para que Melissa lo escuchara desde la puerta—. ¿Sabes qué era lo que hacía exactamente?
—No estoy muy enterada de eso —respondió Melissa, algo insegura—. Sólo sé que le gustaba mucho leer e investigar sobre anatomía, animales y plantas. Algunas ocasiones me contaba un poco de ello, pero nunca lograba entenderle del todo —una sonrisa de ligera vergüenza se asomó en sus labios—. O quizás papeleo referente a las leyes en las que estaba trabajando en el congreso... Tal vez la Señorita sepa más al respecto.
—Entiendo —susurró el detective en voz baja, aunque parecía más un pensamiento para sí mismo.
Revisó de nuevo la fotografía e intentó imaginar la posición del cuerpo sobre la mancha delante de él. Luego de ello, intentó vislumbrar al asesino.
—Dices que tú estabas de pie ahí en la puerta, justo en dónde estás, ¿no? —Le miró sobre su hombro, para ver cómo asentía con su cabeza para responderle—. Y desde ahí, pudiste ver su nuca y la cicatriz que ahí tenía.
Se colocó entonces de rodillas sobre la sangre, dándole la espalda a la puerta, y alzó su mano derecha como si empuñara un cuchillo.
—¿El asesino estaba así?
—Sí, así mismo —se apresuró a responder la sierva—. Pude ver claramente su nuca en el momento en el que el cuello de su gabardina se bajó un poco.
—¿Era mucho más alto que yo?
—Sí, era muy alto; más alto que usted en definitiva... ¡sin ofender!
Melissa agachó su mirada, apenada por su comentario posiblemente tan fuera del lugar, aunque Cedric no le dio importancia.
—Mencionaste que usaba un arma extraña. ¿No era un cuchillo?
—Sólo vi el reflejo de la hoja, por lo que no estoy segura de qué era. Pero se veía más grande que un cuchillo, y de una forma diferente... como... —se quedó callada un rato, cavilando en la mejor palabra para usar—. Como... una guadaña, una guadaña pequeña, o algo parecido.
Cedric la miró sobre su hombro, algo extrañado por tal descripción. ¿Máscara de calavera y un cuchillo de forma de guadaña? Parecía algo demasiado ceremonial, o quizás todo ello era algún tipo de ritual que al asesino debía de hacerle bastante sentido, aunque para él resultara incomprensible de momento.
—Lo siento —exclamó Melissa de pronto, abrazándose a sí misma, como si estuviera a punto de llorar—. Creo que ya le dije todo lo que puedo decirle. Si hubiera algo más con lo que pudiera ayudar, lo diría. Mi señor era un buen hombre, no merecía morir así...
—Nadie merece morir de esta forma, Melissa —exclamó Cedric con algo de pesadez en su voz. Se alzó, y se dirigió de nuevo hacia ella, sonriéndole con gentileza—. Lo hiciste bien, Melissa. Fuiste muy valiente.
—Gracias, señor —le respondió, regresándole sutilmente su sonrisa—. ¿Cree que lo que le dije sirva para dar con un culpable?
Cedric no fue capaz de responder de inmediato. En realidad, lo veía algo difícil. En su declaración no se podía determinar siquiera el sexo o raza del atacante, o una descripción física clara, o alguna seña que pudiera guiar la investigación en alguna dirección. Lo más significativo era quizás la cicatriz en la nuca, pero sin un sospechoso no había mucho por hacer con ello.
El siguiente paso de seguro sería buscar a cualquiera que pudiera tener un motivo para asesinar al Barón, y buscar entre ellos a alguien con una cicatriz como la que Melissa dibujó. Fuera de eso, quizás no había mucho en lo que su testimonio pudiera ayudar.
Sin embargo, ella parecía realmente desesperada por poder ser útil en resolver el asesinato de su señor. Podía verlo en su rostro: se sentía realmente asustada y afectada por lo que vio, pero a la vez apenada y culpable por no haber podido hacer algo para detenerlo. Lo que menos quería hacer era romperle esa última esperanza de poder servirle a su difunto amo; y no lo haría.
—Lo que me has dicho servirá de mucho, te lo aseguro —le susurró despacio—. Una última cosa; ¿podrías dibujarme la máscara que viste que usaba?
—¿Dibujarla? Creo que podría, aunque no recuerdo muy bien cómo era...
—Por favor, inténtalo.
Cedric le pasó de nuevo la libreta y la pluma, y ella comenzó a trazar en la hoja siguiente a la que ella había usado para dibujar la cicatriz.
—Abarcaba toda su cabeza. Tenía los ojos oscuros, carentes de emociones; una sonrisa endemoniada... Y creo que tenía dos colmillos al frente, y una rajada en la parte superior, pero de eso no estoy segura...
Una vez terminado el dibujo, le pasó la libreta a Cedric, quien le echó un vistazo. El dibujo era de hecho más detallado de lo que esperaba; se veía que tenía talento en ello. Iba a señalárselo, pero su atención se perdió unos momentos en los ojos negros del dibujo... esos ojos oscuros y carentes de emociones, como Melissa los había llamado.
— — — —
Luego de dejar la cocina de forma abrupta, Klauss se dirigió afuera de la casa, el sitio que consideró estaría más solo, y sería el más adecuado para poder pensar en todo lo que le cruzaba por la cabeza. En realidad, no era muchas cosas, sino una sola bastante difícil de descifrar.
Se quedó sentado en los escalones frente a la puerta principal por... no sabía con exactitud cuánto, pero bien podría haber sido unos minutos como una hora. Tenía sus codos apoyados contra sus muslos, y su rostro apoyado contra sus manos; miraba fijamente una de las grietas en el cemento del piso. La quietud que se sentía en el alrededor de la casa le sirvió mucho para ensimismarse en sus pensamientos. Hacía un día hermoso, aunque no desde la perspectiva de los Nosferatis, de seguro; el aire era fresco, la temperatura era la adecuada, y hasta las flores y árboles del jardín coloreaban todo el paisaje de una forma difícilmente mejorable.
Desde afuera, sería prácticamente imposible adivinar que hace unas horas, un hombre había sido asesinado justo en ese lugar.
—¿Klaussie? —escuchó de pronto la dulce vocecilla de su prometida, murmurando a sus espaldas. Esto apenas y logró sacarlo ligeramente de sus pensamientos.
—Detective Romani, ¿está usted bien? —le siguió la voz de su impuesto nuevo compañero.
No necesitó voltear a verlos para imaginarlos en su cabeza: los dos de pie frente a la puerta, uno al lado del otro, mirándolo fijamente con preocupación. Helsung, de seguro, envuelto en su abrigo, sombrero y gafas, temeroso de dañar su delicada y suave piel de bebé.
Klauss se quedó en su posición, sin mover ni un sólo centímetro de su cuerpo, o siquiera hacer el ademán de querer responder a sus cuestionamientos. Cedric y Vermillia intercambiaron miradas de confusión entre ellos, pero fue ella la primera en dar un paso adelante, y acercársele con cautela por detrás al hombre rubio.
—¿Sucede algo? —le cuestionó preocupada, colocando sus manos sobre sus hombros con cuidado. Klauss, sin embargo, no reaccionó a tal tacto. En su lugar, se quedó un rato más en silencio, antes de al menos dar una señal de vida.
—¿Terminaron de tomar sus declaraciones? —soltó de pronto con desánimo. Su actitud causó algo de preocupación, pero también molestia en la Lycanis de caireles. Sin embargo, se limitó sólo a suspirar, colocar sus manos sobre su propia cintura, y responder.
—¡Por supuesto que sí! Aunque la baronesa no tenía mucho que aportar. —Meneó entonces en el aire la libretita que había usado para anotar, de forma juguetona—. Dijo que no estuvo presente durante el crimen, que llegó a primera hora de la mañana a la mansión, sólo para encontrarse a la policía ya aquí revisando la escena. Una manera muy horrible de enterarte de que tu padre falleció, si me lo preguntas.
Mientras Vermillia relataba todo ello, Cedric se sintió bastante tentado a intentar señalar, de nuevo, que ella no era un oficial de verdad, y que una declaración dada a un civil no era válida en ningún sentido posible. Sin embargo, igualmente prefirió guardárselo, pues en efecto parecía que no había nada que la Baronesa pudiera aportarles a ese caso tampoco.
—La declaración de Melissa es básicamente la que ya escuchó —añadió Cedric—. Cuando mucho sólo agregó que el atacante usaba un cuchillo similar a una guadaña. Su ruta de escape fue por una ventana que daba al jardín lateral de la casa... y creo que es todo. El resto está claro en el reporte del forense de escena del crimen, a reserva de que la autopsia revele alguna otra cosa.
Suspiró con algo de pesadez y frustración.
—Realmente no creo que haya mucho en estas declaraciones que pueda ayudarnos a proseguir con la investigación.
—En eso te equivocas, novato —espetó el Detective Romani de golpe, alzando su mirada hacia al frente, ahora viendo al portón de la propiedad—. Hay algo que podemos hacer con esta información, pero aún no he decidido qué exactamente...
Cedric y Vermillia volvieron a intercambiar miradas inquisitivas.
—¿A qué se refiere?
Klauss volvió a quedarse callado unos momentos, pero luego se puso de pie, terminó de bajar los escalones, y se quedó parado en el camino de la entrada, dándoles la espalda. Su compañero y prometida, bajaron detrás de él, aunque algo más cautelosos.
—Existe un rumor en las calles, o es más casi como una leyenda. Éste habla acerca de un sicario al servicio exclusivo de Serge Karllone.
Ese nombre hizo resonar con fuerza un eco en la cabeza de Cedric.
—¿Karllone? ¿El jefe de la mafia?
—Ese mismo —le respondió Klauss con sobriedad.
De acuerdo a lo que Cedric había estudiado, la Mafia Karllone era uno de los cinco grupos criminales más grandes de CourtRaven, que se movían y controlaban los círculos bajos de prácticamente todos los distritos. Serge era la actual cabeza de dicha organización; y, según un reporte que había leído hace unas noches, se creía que tenía su centro de operaciones ahí mismo en el Distrito Once, más específicamente en un enorme casino de su propiedad. Esto, sin embargo, no era algo que se pudiera comprobar a ciencia cierta.
Klauss prosiguió con su explicación, sin percatarse, o importarle realmente, el impacto que había causado en su compañero.
—Cada vez que algún competidor, enemigo, o simplemente alguien que indirecta o directamente le estorba a Karllone es asesinado, la gente se lo adjudica a este sicario. —Se giró lentamente hacia ellos. Para sorpresa de Cedric, su semblante se habría tornado bastante serio; incluso, algo sombrío—. La gente lo apoda... El Cráneo...
—¿El Cráneo? —exclamó Cedric, sobresaltado. ¿Cómo la máscara que Melissa había visto que usaba el atacante?
—¿El Cráneo? —repitió Vermillia, algo asombrada— Pero creí que eso era sólo un cuento para asustar a los niños con tal de que no salgan de sus casas en la noche ¿Me estás diciendo que ese cuento es el culpable de este asesinato, Klaussie? ¡Es casi como si estuvieras implicando que el Krukus* salió de una fisura de la pared y mató a este pobre hombre adinerado! —Señaló entonces con una mano a la mansión, dando más énfasis a sus palabras.
Cedric miró sorprendido a la chica rubia tras escuchar lo que decía. ¿Ella tenía conocimiento de dicho asesino del que el Detective Romani hablaba? Aunque el nombre de Serge Karllone sí que lo conocía, incluso desde antes de mudarse al Distrito Once, ese supuesto Cráneo no le sonaba de ninguno de los casos que había estudiado con anterioridad.
—El Cráneo del que estamos hablando es bastante real, Vermi —contestó el Lycanis, cruzándose de brazos—. O al menos eso se cree. En las calles se dice que es el asesino por excelencia de Karllone, y que lo ha usado para eliminar a cientos de blancos. Pero siempre había sido sólo habladurías. Sobre su máscara en forma de cráneo, su gabardina color sangre, su extraño cuchillo... Y se cuentan historias exageradas sobre su velocidad, que se mueve entre las sombras y no puedes verlo venir; que mata por mero placer, y a cualquier testigo potencial. Sólo rumores, ya que nunca nadie lo había visto directamente... hasta ahora...
Giró entonces su atención fijamente hacia Cedric.
—Es la primera vez que alguien declara haberlo visto directamente cometer un asesinato; sin rumores ni nada parecido.
Cedric enmudeció. Se sentía algo aturdido por todo lo que le acababan de decir. ¿Un asesino que era como una leyenda en las calles, y trabajaba directamente con uno de los jefes criminales más poderosos de CourtRaven? Sonaba tan disparatado y fantasioso como alguna de las novelas de misterio de su primo Libius.
El Nosferatis llegó a pensar por un segundo que quizás se estaban burlando de él; algún tipo de novatada, quizás. Sin embargo, se aferraba a la idea de que incluso un hombre como Klauss Romani, podía entender que un caso de homicidio no era el sitio para bromas; de alguna forma tuvo que haber llegado a Detective de Primer Grado, después de todo.
Pero, entonces... ¿todo eso que le decía era real?
—¿Qué es lo que te hace pensar que este supuesto "cráneo" es "El Cráneo", y no un ladronzuelo común con máscara? —cuestionó Vermillia, notoriamente incrédula aún.
—Ella tiene razón, Detective Romani —le secundó Cedric—. Melissa no vio nada claro del atacante; ni su rostro, o su raza, o siquiera su sexo. No hay forma de estar seguros de que haya sido él; cómo acaba de señalar la señorita Vermillia, bien podría ser un imitador.
—No, es él —recalcó Klauss, efusivo—. Lo presiento, la descripción es bastante precisa con todos sus elementos. Nadie se tomaría tantas molestias para achacarle un asesinato a un sicario tan peligroso.
—Eso asumiendo que en verdad sea real.
—Y asumiendo que puedes confiar en la palabra de esa sierva —añadió Vermillia de manera natural, tomando por sorpresa a Cedric—. ¿No sería raro que un asesino al que nunca nadie ha visto, de repente fuera sorprendido por una simple sierva?
—Melissa no miente.
—¿Quieres dejar de llamarla "Melissa"? —espetó Klauss, como si fuera un regaño—. ¿Ahora es tu mejor amiga o algo así? Llámala como lo que es: una sierva, o a lo mucho una testigo.
Cedric se apenó por ello, y discretamente bajó su sombrero, intentando que éste le cubriera el posible sonrojo que le podría haber surgido en esos momentos en las mejillas.
—Aun suponiendo que realmente se trate de ese Cráneo, igual lo que Mel... lo que la testigo nos dijo, no sería suficiente para hacer una búsqueda de algún sospechoso.
—Aunque... —intervino Vermillia, colocando un dedo en su mentón, algo pensativa—. Tal vez no se trate del Cráneo, pero... ¿No les daría el motivo suficiente para investigar a ese señor mafioso importante y saber si tiene en efecto a un asesino así en sus filas?
—No precisamente —negó Klauss de inmediato—. Como todo lo que rodea a los grandes líderes de la mafia de por aquí, todos son rumores de la gente. No hay ninguna prueba que vincule directamente a Karllone con alguno de los asesinatos que se adjudican al Cráneo, que de paso ni siquiera es seguro que realmente hayan sido cometidos por éste. Así que si vamos a interrogarlo de alguna forma sobre esto, lo único que tiene que hacer es negar tener idea siquiera de qué le estamos hablando, y nuestras manos se atan.
—¿Entonces de qué forma esto nos puede ser útil? —inquirió Cedric, bastante más escéptico que en un inicio—. Tenemos a un asesino que ni siquiera sabemos que existe, un líder de la Mafia con nada que lo vincule a esto, y una testigo que no vio lo suficiente para siquiera suponer un perfil o descripción del sospechoso. ¿Cómo podemos hacer algo con esto?
—Ahí es dónde radica la diferencia entre un novato como tú, y un Detective de primer grado como yo —respondió Klauss con aire de superioridad, que tomó a Cedric por sorpresa—. ¿Por qué crees que te dije que me dejaras pensar? Esto hay que manejarlo de una manera mucho más astuta. De hecho —chasqueó sus dedos y les sonrió a ambos, emocionado—, creo que tengo una idea... Oh sí, esto será bueno.
Cedric lo miró confundido. ¿De qué venía esa reacción tan espontánea? Klauss notó el desconcierto en su mirada, así que optó por darle una pequeña pista.
—Reglas básicas de la Guerra, novato. Debemos hacer creer a nuestro enemigo que sabemos más de lo que realmente sabemos... Y hacer que cometa un error...
Cedric siguió sin comprender, pero no tardaría mucho en hacerlo cuando Klauss compartiera con ellos ese dichoso plan que se le había ocurrido. No fue consciente de cuál fue la reacción exacta de Vermillia al oírlo. ¿Lo habrá celebrado y aplaudido?, quizás. Él, por su parte, sintió que la sangre se le helaba ante la idea...
FIN DEL CAPÍTULO 04
* Se dice de un Fantasma/Demonio llamado Krukus que sale de las grietas de las casas viejas, como si estuviera hecho de humo, y asusta a los jóvenes Nuitsen por la noche.
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