Capítulo 01. El Primer Día del Resto de tu Vida
VIKTOR
Por
WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 01.
El Primer Día del Resto de tu Vida
Era aún muy pronto para que Cedric Helsung empezara a sentirse completamente cómodo en su nuevo departamento. Apenas era la segunda mañana que despertaba en su nuevo hogar, y aún seguía sintiendo como si fuera más la habitación de un hotel o la casa de algún amigo. Todos los muebles, incluida la cama de la habitación, venía ya con el lugar, así que tampoco podía considerarlos muy suyos. Al cambiarse, sólo había traído consigo muy pocos artículos; principalmente su ropa y accesorios, peine, cepillo de dientes, colonia... Había varios libros de su colección personal que aún no habían sido entregados por la mudanza, pero que esperaba llegaran esa misma tarde.
Se levantó muy temprano, incluso unos minutos antes de que las campanas de su despertador de cuerda sonaran. ¿Sería eso una señal de emoción? ¿Ansiedad quizás? ¿Un poco de ambas? Era muy difícil adivinarlo cuando se trataba de él. Incluso dudaba muchas veces de poder entender por sí mismo lo que le cruzaba por la cabeza.
Y, hablando de lo que le cruzaba por la cabeza, de los miles de pensamientos que pudo haber tenido al levantarse, el único que ganaba terreno por encima de cualquier otro, por extraño que suene, era la ropa que usaría
Ese sería su primer día de trabajo, luego de tres años, en los que no tendría que usar el mismo uniforme de capa azul oscuro, saco y pantalones del mismo color, guantes blancos y botas negras. Pero lo que menos extrañaría, sin duda, era ese casco redondo y brillante con el escudo del Departamento de Policía Civil de CourtRaven al frente. No sabía de qué talla era el que le habían asignado, pero no era la adecuada para su cabeza; de eso estuvo seguro desde el inicio.
Los miembros de la Unidad de Detectives ya no usaban un uniforme fijo, aunque sí era requerimiento llevar siempre una vestimenta formal: camisa, pantalón de vestir, y corbata eran los elementos imprescindibles. Esto no era problema para Cedric, pues esa pequeña lista abarcaba sin problema casi todo lo que componía su guardarropa personal. Había escuchado que también era obligatorio para los Detectives traer siempre sombrero de hongo, pero no le constaba que eso fuera cierto. El hecho de que todo detective con el que se había cruzado en su vida llevara uno en su cabeza, bien podría ser mero efecto de la moda o una coincidencia.
Para muchos, un cambio de vestimenta de trabajo no sería un gran tema. Sin embargo, la personalidad metódica, y casi obsesiva, de Cedric, lo llevó a exagerar un poco la cuestión. Escogió con una semana de anticipación cuáles serían los trajes que usaría los siguientes días. Los llevó todos a la tintorería de la señora Yin, en su antiguo vecindario, para que estuvieran impecables. Apartó desde la noche anterior el que usaría esa misma mañana, con miedo de que se tomara dos horas de la mañana en decidirlo si no lo hacía así. Y, lo más divertido de todo, se compró cinco sombreros de hongo: tres de color negro, uno de color marrón oscuro, y uno gris... Sólo para no arriesgarse, por si lo del sombrero resultaba ser verdad.
El atuendo elegido para su primer día era simple: una camisa blanca manga larga, un pantalón café, zapatos negros lustrados, y un chaleco gris oscuro con botones plateados. Y claro, una corbata y un sombrero, los cuales aún no había elegido.
Una vez vestido, salvo por su sombrero y corbata, se tomó unos momentos para pararse frente al espejo de cuerpo completo de la habitación, y analizar con mucho cuidado su rostro delgado para verificar que nada estuviera fuera de su lugar. Su piel se veía pálida, muy pálida, sin nada de color en sus mejillas. Dos ligeras ojeras oscuras adornaban su mirada de ojos azul celeste, de apariencia adormilada, cansada y sin vida. Y sus orejas eran tan puntiagudas, que casi parecían navajas...
Todo parecía estar bien, perfectamente normal y presentable.
Dentro del arquetipo de su especie, la apariencia de Cedric podría ondear entre un "no está mal" y un "se ve lindo", dependiendo de quién dictara la sentencia. Su complexión delgada, algo escuálida, y estatura ligeramente baja, eran tal vez lo que lo hacían resaltar menos. Sin mencionar su cabeza, un poco más grande de lo que su complexión pudiera suponer, lo que siempre había sido su mayor y más secreto complejo.
Una vez que terminó con su rostro, pasó a arreglarse su sedoso cabello negro azabache. Los peinados de apariencia algo desalineados estaban de moda entre los varones de veinte a treinta años. Él, a sus veinticuatro, estaba básicamente en medio de ello, pero ciertamente no compartía ese gusto. Aunque tampoco era que se peinara exhaustiva y metódicamente. Dentro de lo que cabía, siempre había tenido un cabello bastante dócil, y más que nada se lo acomodaba con sus dedos, intentando regresarle la forma que la almohada le había arrebatado.
Terminado eso, salió de la habitación y se dirigió a la sala de estar, y luego a la cocina, que estaba conectada a ésta sin ningún muro intermedio. La sala era amplia, al igual que la cocina. Del lado derecho, había una puerta de cristal que llevaba a una pequeña pero cómoda terraza, con una agradable vista de Four Seasons Avenue, y de la plaza frente a la Iglesia de Saint Mount. Pero, de momento, dicha puerta estaba cubierta con las cortinas, al igual que todas las ventanas.
El lugar era realmente cómodo; no precisamente muy lujoso, pero sí mucho más cómodo que su antiguo departamento en el Distrito Veinticuatro. El cambio de sueldo era una de las ventajas que conllevaba el ahora ser un detective novato de tercer grado.
Sobre una pequeña mesita en la sala, había un radio que también venía incluido con el departamento. No acostumbraba oír mucho la radio en su antiguo hogar, principalmente por el pequeño inconveniente de que no tenía uno. En ocasiones, sin embargo, a su antiguo compañero le agradaba escuchar música o las noticias en su coche patrulla.
Decidió encender la radio unos momentos, para tener algo que escuchar mientras se preparaba una taza de café. Al encenderla, se escuchó de inmediato la voz de una comentarista relatando las noticias.
«...en noticias recientes, un Nosferatis de cincuenta años chocó su bicicleta contra un camión exportador de frutas y verduras, en la intersección de Maine y Yorkville. Afortunadamente se encuentra en plenas facultades, aunque no deja de maldecir a la compañía distribuidora por su percance. Igualmente nos reportan que aún hay frutas por toda la calle y la acera, así que pedimos tengan precaución si transitan por esa área.»
«Lo que indica que incluso las frutas y verduras en exceso, son malas.», se escuchó cómo secundó una voz masculina en la radio, con tono irónico. «En los deportes, el día de ayer, la carrera de la tarde fue arrasada por el jockey Millandro Zeranto, y su caballo Mythos, quedando en primer lugar por 8.4 segundos. Las apuestas no estaban a su favor. Nadie esperaba que terminara en primer lugar, y menos con tal ventaja. Así que aquellos afortunados, de seguro terminaron llevándose una bolsa llena de uprias consigo ayer. Y los que no, deben de haberse arrancado los cabellos.»
De nuevo, remató su comentario con una pequeña risilla.
«Y ahora el clima. Según el último reporte, tendremos cielo despejado y soleado toda la semana. Malas noticias para nuestros radioescuchas Nosferatis. No olviden sus gafas de sol y paraguas al salir.»
Ese último dato llamó la atención de Cedric.
Mientras se calentaba el agua para su café en la estufa, se acercó cauteloso a una de las ventanas de la sala, para asomarse hacia afuera. No ocupó ver mucho. Un fuerte destello de luz lo golpeó en los ojos, dejándolo sin poder ver con claridad por algunos segundos. Eso le fue suficiente para constatar la veracidad del reporte.
«Un buen bloqueador solar también es muy importante.», añadió la otra comentarista. «Si usted cuenta con los recursos necesarios para hacerse de uno, es recomendable ponerse dosis a lo largo del día. Recuerden usar manga larga, guantes y pantalones o faldas largas resistentes a los rayos del sol. Entrando en la sección financiera, los reportes de la semana pasada muestran que el valor de la bolsa actual ha subido un diez por ciento en promedio en lo que va del mes. Las acciones se ven favorables en estas temporadas. Si quiere invertir ahora es cuando...»
Cedric soltó una pequeña risa involuntaria al escuchar lo último. Ojalá su padre hubiera recibido esa noticia, hace seis años.
Como fuera, le pareció interesante que el anuncio más importante de esa mañana, fuera un accidente sin heridos de gravedad. Muy distante de lo que eran las noticias del día a día en su antiguo distrito. Había escuchado muchos rumores que indicaban que el Distrito Once era de los más seguros y tranquilos, y que eso era gracias a su espléndido grupo de policías. Cedric no estaba seguro si el haber sido asignado precisamente a dicho grupo tras ser ascendido a detective, indicaba que lo consideraban tan valioso para pertenecer a él... O quizás, teniendo superiores tan experimentados y hábiles, sería más difícil que metiera la pata.
Ver el vaso medio lleno no era exactamente de sus cualidades más significativas.
Mientras tomaba su café tranquilamente en la mesa de la cocina, y escuchaba el resto de las noticias, alguien llamó a su puerta, tomándolo por sorpresa. ¿Quién podría ser? Salvo quizás su nueva casera, no creía que nadie más por ahí lo iría a ver, y menos tan temprano.
Dejó la taza en la mesa y se aproximó a la puerta, asomándose por su mirilla.
—¿Quién es? —preguntó con tono sereno, casi estoico.
Al principio no vio a nadie en el pasillo, pero luego de unos segundos un rostro pálido, adornado con dos grandes y brillantes ojos azules, y orejas puntiagudas, apareció justo en el centro del alcance de la mirilla, sonriéndole ampliamente.
La ceja derecha de Cedric se arqueó con intriga.
La figura al otro lado de la puerta dio un paso hacia atrás, parándose firme y llevando su mano diestra a su frente, para hacer el saludo propio de la milicia y la policía civil.
—Muy buenos días. Soy la oficial Jolly Williams, de la Policía Civil. Vine a buscar al señor Cedric Helsung. ¿Es éste su departamento?
Cuando retrocedió para hacer su saludo, Cedric pudo contemplarla un poco mejor. Era sin duda una joven Nosferatis, al igual que él, aunque no le calculaba más de veinte años. Tenía cabello corto y café, que se asomaba debajo del casco de policía con el escudo al frente. Sus labios estaban sonrosados, quizás por la presencia de un poco de maquillaje. Llevaba la capa, que era negra en lugar de azul como en su antiguo distrito, que le cubría el cuello, los hombros, la espalda y parte del frente de su torso. La mano con la que saludaba llevaba un guante blanco.
Todo parecía correcto... Pero nunca se podía estar demasiado seguro.
—¿Puedo ver su placa?
La joven al otro lado pestañeó un par de veces, sin borrar su sonrisa.
—¿Disculpe?
—Su placa. ¿Puede colocarla frente a la mirilla?
Pareció vacilar un poco, pero no porque pareciera que no quisiera cumplir la petición, sino más bien porque intentaba reparar en el por qué la misma. Si era eso último, podría deberse a que quizás era una oficial novata, como su apariencia joven pudiera dar a suponer.
Su placa se encontraba debajo de su capa, sujeta a su saco negro del lado izquierdo de su pecho. Intentó retirarla para poder colocarla frente a la mirilla como le solicitó, pero al parecer el broche de ésta no se lo puso sencillo. Luego de lidiar con ello unos segundos, se intentó parar de puntillas y extender su torso hacia la mirilla para que pudiera ver de más cerca la placa.
—¿Así la puede ver bien? —le preguntó, notándose en su tono el esfuerzo que le implicaba tomar esa pose.
Cedric no pudo evitar sonreír divertido. No alcanzaba a ver del todo bien la placa, pero su intento le pareció suficiente demostración de sus buenas intenciones. Además, el uniforme era el correcto, y conocía su nombre. Sólo la jefatura de policía sabía de su presencia en ese sitio exacto, así que parecía seguro abrir.
—Un segundo, por favor.
Retiró la cadena y el seguro de la puerta, y luego la abrió. Al hacerlo, surgió ante él la imagen completa de aquella chica, incluyendo todo lo que estaba fuera de la vista de la pequeña mirilla.
Su complexión, por lo que alcanzaba notar, era atlética, y algo exuberante. No era que se fijara mucho en ello, pero era difícil no notar que su uniforme al parecer le apretaba un poco en el área del busto, que debía reconocer se notaba algo prominente; además de su cintura estrecha y sus caderas anchas. Aunque la capa y el casco eran de acuerdo a lo que esperaba de un oficial, lo que tal vez no era tan reconocible para él era la falda corta, color negro, que traía puesta, la cual llegaba a lo mucho hasta cinco dedos por encima de sus rodillas. Sus largas piernas estaban cubiertas con medias oscuras, y terminaban en un par de zapatos de tacón negro.
Cada distrito por separado dictaba los estándares de los uniformes de sus propios oficiales, pero era la primera vez que veía uno con esa apariencia.
Quizás su expresión serena y casi indiferente no lo demostrara a simple vista, pero era una primera imagen que le resultaba bastante intimidante. Pero a pesar de su figura tan agradable a la vista, extrañamente quizás su rasgo más distintivo, eran esos grandes y cautivadores ojos azules, por más cliché que ese pensamiento le resultara en su cabeza.
Se aclaró su garganta, en un acto reflejo para intentar que su tranquilidad interna estuviera en concordancia con la externa.
—Buenos días. Soy Cedric Helsung.
—Un gusto conocerlo, detective Helsung. —pronunció la oficial en la puerta, y volvió a hacer el mismo saludo militar de hace un rato, sin dejar de sonreírle—. Me enviaron para escoltarlo a la Jefatura.
—¿Escoltarme? —masculló Cedric, algo confundido, y ella al parecer lo notó.
—Al Jefe Strauss le preocupaba que tuviera problemas para llegar, considerando que de seguro aún no está familiarizado con este nuevo distrito. Por eso me ofrecí a venir por usted, detective.
—¿Se ofreció? Ya veo. Es muy amable de su parte que se tomen estas molestias, aunque no era necesario.
Se hizo el silencio entre ambos por un rato, en el cual simplemente se miraron el uno al otro.
—¿Podría pasar? —Solicitó la oficial luego de unos momentos—. O tal vez quiere privacidad. ¿Desea que lo espere aquí en el pasillo?
Cedric se sobresaltó un poco al darse cuenta de su falta de modales.
—Lo siento. Pase.
Se hizo a un lado para que la oficial pudiera pasar con libertad, algo que ella hizo con gusto. Una vez adentro, colocó el paraguas oscuro que traía consigo en el perchero a un lado de la puerta, y también se permitió retirarse el casco, sosteniéndolo luego bajo su brazo derecho.
—Estaré listo en un momento. ¿Le ofrezco una taza de café?
—Descuide, estoy bien así —le respondió con un tono suave y bastante amable. Su mirada había empezado a recorrer todo el espacio de la sala y la cocina, con cierta admiración—. Es un departamento acogedor. ¿Usted lo escogió?
A Cedric le resultó un poco curiosa la pregunta.
—Sí, aunque sólo fue por la cercanía a la jefatura. Si me disculpa...
Se dirigió entonces a su habitación, dejando la puerta abierta. Colocado frente al espejo de cuerpo completo que ahí tenía, comenzó a colocarse su corbata negra. Por el reflejo, podía ver como ella seguía recorriendo el lugar.
En un punto, su interés pareció concentrarse en la puerta de cristal que llevaba al balcón. Notó cómo sacó del bolsillo interno de su capa, un par de anteojos oscuros, especiales para los Nosferatis como ellos; él mismo tenía los suyos propios. Luego corrió sólo un poco la cortina para poder echar un vistazo al exterior.
—¡Qué maravillosa vista! —escuchó que exclamaba con entusiasmo, mucho entusiasmo de hecho—. De noche se ha de ver divino.
—Supongo que sí. En realidad tampoco he tenido oportunidad de verificarlo por mi cuenta.
Una vez que su corbata estuvo en su lugar, se quedó un rato mirando su propio reflejo en el espejo, intentando detectar que no le faltara nada. Camisa, chaleco, pantalones, zapatos, corbata... Todo correcto. Su abrigo contra el sol estaba en el perchero, y el estuche con sus lentes oscuros en el bolsillo de éste. Sólo faltaba...
Al mirar de reojo el reflejo de la propia corona de su cabeza en el espejo, se volvió claro lo que había omitido.
Soltó un pequeño suspiro. Tenía miedo de hacer el ridículo en su primer día... Pero quizás había una forma sencilla de evitarlo, ¿no? Y esa forma estaba justo en su sala en esos momentos. Pero apenas y la conocía; ¿sería correcto hacerle tal consulta? Aunque tampoco se trataba de algo malo o inapropiado, o eso le parecía al menos.
¿Cómo había dicho que se llamaba? ¿Jolly Williams? Sentía que hace poco había leído o escuchado el apellido "Williams" en algún otro lado; pero había leído tantos reportes y artículos sobre casos antiguos de ese Distrito en los últimos días, que le era difícil ubicar dónde lo había visto exactamente. Además, no era como que fuera un apellido del todo inusual.
—Oficial Williams —exclamó con algo de fuerza para que pudiera escucharlo desde la sala—. ¿Puedo hacerle una pregunta... confidencial?
Miró por el reflejo como la oficial, ya sin sus gafas puestas, se giraba sobre su hombro hacia la puerta de la habitación, y luego se dirigía tranquilamente hacia ella, parándose en el marco.
—¿Una pregunta? Eso depende de qué es lo que desea saber. Porque, si le soy sincera, apenas soy una novata. —Se le notó algo de pena al pronunciar esas palabras—. Pero intentaré responderle todo lo que necesite.
Una vez dicho eso, Cedric notó que de manera poco disimulada, comenzaba a inspeccionar su habitación con su mirada, y se veía algo sorprendida. No entendía muy bien el motivo, ya que su habitación, y todo su departamento en general, se encontraban notablemente limpios y ordenados... ¿o quizás era eso lo que le sorprendía?
—No se menosprecie por eso, oficial Williams. Yo acabo apenas de ser ascendido a detective; no hace mucho era un oficial como usted. Así que también podría decirse que soy un novato.
No estaba seguro de qué quería lograr con ese comentario, pero simplemente había sentido deseos de hacerlo.
—No es nada importante, en realidad. Yo sólo...
En cuanto las palabras estaban a punto de salir, reparó en lo absurdas que quizás sonarían. Pero ya había dado el paso hacia ello. Y si esa persona tenía la perspicacia y curiosidad de una buena policía, no dejaría el tema por la paz si él se echaba para atrás, debido a lo sospechoso que podría resultar tal acto.
—En mi antigua jefatura, todos los detectives usaban sombrero, todos los días. Revisé el manual varias veces, y no viene nada especificado en reglas de vestimenta. Una vez pregunté y me dijeron que era una regla no escrita para los detectives, pero a veces me es difícil identificar cuando alguien está bromeando y cuando no.
Miró a otro lado, algo apenado.
—Me compré cinco sombreros previendo que fuera necesario, pero...
Cuando volteó a ver de nuevo la oficial Williams, se dio cuenta de lo que miraba algo extrañada, y quizás un poco confundida. De seguro cuando escuchó que le quería hacer una pregunta, no había previsto que sería algo como eso. Luego de unos segundos de quedarse callada, pareció contenerse para no reír, lo que lo hizo sentir aún más apenado de lo que ya se sentía.
La oficial, sin embargo, recuperó la compostura rápidamente.
—Bueno, le diré, Detective Helsung, que por lo que he visto hasta ahora, en la oficina no son tan estrictos con los detectives. De hecho, les dan bastantes libertades. Algunos incluso actúan como si fueran los reyes del lugar.
—¿De verdad?
Eso lo desconcertó un poco. ¿Sería verdad lo que le estaba diciendo?
—Quizás exagero un poco, pero es lo que parece a veces —comentó con un tono juguetón–. Pero si desea que le ayude con su dilema de los sombreros...
Entró entonces con total libertad a la habitación, y se dirigió a su armario, abriéndolo de par en par como si fuera el suyo. Cedric se quedó algo pasmado al ver este acto de tanta confianza; eso definitivamente superaba la jurisdicción de una simple escolta. Pero no podía quejarse mucho, si después de todo él había prácticamente abierto un poco dicha posibilidad al hacerle una pregunta como esa.
La oficial bajó de la parte superior del armario las cinco cajas de sombreros y las colocó sobre la cama; Cedric se quedó en silencio, sin saber bien qué decir. Inspeccionó cada uno de los sombreros de las cajas, hasta que al parecer optó por aquel de color gris. Lo tomó en sus manos, lo revisó a detalle de un lado a otro, y una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios. Se le aproximó entonces, y sin más, colocó el sombrero sobre la cabeza de Cedric.
—Creo que éste se le verá bien.
Cedric permaneció un rato callado. Se giró entonces hacia el espejo, y se acomodó el sombrero en otra posición. No le agradaba mucho como se veía con él; sentía que se veía chico, en comparación con la proporción de su cabeza. Pero en realidad no podía ser muy exigente. Al menos era más cómodo que el caso de oficial.
—Gracias por su ayuda, oficial Williams.
—Puede llamarme Jolly, si usted me permite llamarlo Cedric.
De nuevo, le pareció un comentario bastante inusual, e igualmente repentino. Ella pareció notar dicho desconcierto en su rostro reflejado en el espejo.
—Quizás este comentario le parezca raro, viniendo de un oficial de policía. Pero ya que vamos a trabajar en el mismo lugar, debo admitir que no me gusta mucho el trato demasiado formal y por apellidos. Además, aunque sea mi superior, en realidad no es tan mayor que yo, ¿o sí?
Cedric no conocía su edad exacta, pero si se basaba en su edad aparente, que suponía era lo mismo que ella estaba haciendo, podía llegar a la conclusión de que en efecto era cierto.
—Bueno, si así lo desea, no tengo problema con que se refiera a mí como se le haga más cómodo. Pero sobre dirigirme a usted con menos formalidad, me parece una petición un poco atrevida, considerando que sólo llevamos unos minutos de conocernos.
—Entiendo —murmuró Jolly aun sonriendo, aunque con un poco de decepción asomándose en su mirada—. Creo que sí fue bastante atrevido. Pero está bien, no lo forzaré.
Caminó entonces hacia la puerta de la habitación, saliendo por ésta. Cedric la miró en el reflejo, hasta que ya estuvo de nuevo en la sala.
No sabía bien qué opinar de lo que acababa de pasar. Si tuviera que juzgar a la oficial Williams en base a lo que acababa de ver, tendría que decir que al parecer era alguien que tendía a confiar rápido en las personas, de conducta extrovertida, y con gran facilidad para expresarse, incluso con completos extraños.
Bastante diferente a él, por no decir que completamente contrario.
Sin embargo, esa personalidad, que a primera instancia podría sonar como algo positivo, no le parecía que fuera la adecuada para un oficial de la ley. Era paradójico, considerando que trabajaban para ayudar a las personas, pero Cedric opinaba que deberían de ser lo más recatados posible en su trato con los demás individuos. Pero quizás más bien él estaba demasiado chapado a la antigua.
Antes de dejar la habitación, se colocó un poco de colonia, y echó un último vistazo al espejo. Con sus dedos acomodó un mechón que se había desacomodado al colocarle el sombrero, e igualmente ajustó un poco el nudo de su corbata.
Cuando salió, la oficial Williams, lo esperaba de pie a un lado del perchero, con sus gafas oscuras de nuevo puestas, y su paraguas en mano.
—Lamento la demora, ya casi estoy listo —se excusó, justo antes de avanzar al perchero, y tomar su abrigo. La oficial se tomó una última libertad, ayudándole a colocarse la última manga de su abrigo, algo que de nuevo lo desconcertó un poco —. Gracias.
—No hay de qué. ¿Nos vamos?
—Sí, claro.
Abrió la puerta y le cedió el paso para que saliera primero, lo que cuál ella aceptó. Ambos salieron, y Cedric cerró la puerta con llave una vez que ya estuvo en el pasillo.
En cuanto puso un pie afuera del edificio de departamentos, soltó un pequeño quejido de molestia, y alzó inconscientemente su mano, intentando que le diera un poco más de sombra a los ojos. Aún con los anteojos puestos, el primer paso de salir de un ambiente relativamente oscuro y cerrado, al exterior totalmente iluminado, casi siempre tenía ese efecto inicial. Con el tiempo se quitaba, por suerte. No tardó mucho, además, en sentir como la sombra de la amplia sombrilla de la Oficial Williams lo cubría, aliviando en gran medida su incomodidad.
—Gracias —murmuró, asintiendo una vez con su cabeza.
—De nuevo, no hay de qué —le respondió la Nosferatis, sonriéndole.
Ambos comenzaron a caminar por la banqueta, sobre Four Seasons Avenue, en dirección al este, hacia la jefatura Distrital. Ya a esa hora se veía que la calle se encontraba algo concurrida. Alrededor de los dos oficiales, iban y venían decenas de personas, de diferentes apariencias. Había gente de orejas puntiagudas y piel pálida como ellos dos, que igualmente se cubrían con sombreros, abrigos y paraguas del día tan soleado. Pero había también otro tipo de personas: con orejas más pequeña o más grandes que las suyas, algunos con colas o garras visibles, algunos tenían piel morena, pero también en otros tonos como verde, totalmente blanco, azul, o amarillento... Nosferatis, Lycanis, y Spekerus por igual.
La diversidad de CourtRaven era más que evidente, además de esperada. Era una de las catorce Ciudades-Estados principales bajo el reinado directo de un Príncipe Miravist, y una de las más habitadas de ellas. El lugar de origen de Cedric era otra de esas catorce, pero definitivamente era de considerable menor tamaño y población.
—Helsung es un apellido peculiar, ¿verdad? —escuchó de pronto que la oficial a su lado comentaba de manera espontánea.
—¿Disculpe?
—Tu apellido, Helsung —recalcó ella, virándose ligeramente hacia él—. No lo había oído. ¿Es acaso de origen noble?
Esa pregunta fue casi como un puñetazo al estómago para Cedric. Se viró nervioso hacia el frente, intentando evitar lo más posible su mirada, y rogando en su mente no haber sido tan obvio.
—No es tan extraño como cree —señaló con la mayor naturalidad que pudo, pero no dio mayor detalle—. Pero ya que lo menciona, tengo la sensación de haber oído o leído el apellido Williams recientemente. Pero no logro ubicar en dónde.
La Nosferatis la volteó a ver, un poco curiosa por su comentario. Sólo fue unos momentos, ya que de inmediato se giró de nuevo al frente. ¿Acaso también intentaba evitar su mirada?
—Oh, ¿en serio? —murmuró, bastante tranquila—. Williams sí es un apellido más común... No me sorprendería que lo hubieras escuchado en algún otro lado, Cedric.
El nuevo detective podría haberse puesto a pensar detenidamente en la curiosa postura que había tomado tan repentinamente, y posiblemente haber concluido que ocultaba algo detrás de ésta. Sin embargo, sólo pudo enfocarse en la forma tan casual que le había hablado de "tú", además de llamarlo abiertamente "Cedric". Él le había dicho que podía hacerlo, pero no se había percatado de lo penoso que era, hasta ese momento.
—Supongo que no se puede juzgar a alguien por su apellido —agregó la joven de ojos azules, como un simple comentario al aire.
Cedric no le respondió nada, pero no pudo evitar notar la ironía del comentario, ya que de hecho la interpretación que había hecho de su apellido, no era del todo incorrecta. O al menos no lo era hace algunos años...
Mientras caminaban, llegaron a una intersección, en donde tuvieron que esperar a que una serie de vehículos pasaran antes de cruzar. Mientras aguardaban, la mente de Cedric, como le era costumbre, comenzó a divagar un poco sobre esos transportes, a los que aún muchos, sobre todo los más ancianos, llamaban aún carruajes automáticos. Eran grandes y de forma cuadrada, con dos asientos al frente, y dos atrás. Y era difícil para él no notar que varios de ellos tenían de hecho su propio hombre en letras cromadas por un costado: HELSUNG.
Hacían mucho ruido a cada momento, sobre todo los modelos más antiguos. Hasta hace diez años atrás, esas máquinas aún eran una rareza. Cuando su tío decidió meterse de lleno a ese negocio, muchas personas, incluyendo el padre de Cedric, le dijeron que era una locura y una tontería arriesgada. Vaya sorpresa que terminó dándoles a todos...
Ahora, poco a poco era mucho más común verlos andar por las calles, principalmente en las ciudades principales. Pero seguían siendo lo suficientemente costosos para que sólo fueran accesibles para los Nuitsens más pudientes, y que tuvieran claro la disposición a gastar en ello. Pero ya eran cada vez más usados por las fuerzas del orden y seguridad, y algunos puestos de rango medio y superior dentro de la fuerza. No era loco pensar que con el tiempo, esa tendencia iría en incremento.
Si quizás su padre hubiera tenido la misma visión que su tío, las cosas hubieran terminado muy diferente.
Siguieron caminando, y llegaron a una zona comercial, en donde la multitud de personas era relativamente mayor. Tuvieron que abrirse camino como pudieron entre la gente; no les fue difícil, pero alentó bastante su avance.
Fue entre esa multitud, que un rostro en especial sobresalió de todos los demás. Su piel era diferente a la del resto; era de un color crema, casi rosado. Sus ojos eran cafés, algo apagados. Cabello castaño claro, algo descuidado. Usaba un traje de sirvienta, algo viejo y sucio, que le cubría casi todo el cuerpo, a excepción de su rostro y manos. Era una jovencita, quizás de no más de dieciséis años...
Una sierva.
Caminaba atrás de una mujer Spekerus, alta y de complexión gruesa, totalmente contraria a la apariencia pequeña y frágil de quien la seguía. Su piel era ligeramente morena, y su cabello rubio, aunque éste lo cubría en su mayoría un amplio sombrero rosado, que hacía juego con su vestido algo abultado. Caminaba con su espalda recta, frente en alto y el pecho al frente, mientras la sierva lo hacía con la cabeza agachada, ligeramente encorvada.
—Pon atención, Riggie, que no quiero repetirlo —pronunciaba con fuerza la mujer que caminaba al frente, con tono severo—. Ve al mercado, compra lo de la lista, luego ve y recoge mi vestido con la costurera, y el traje del señor con el sastre, ¡y no ensucies ninguno de los dos! ¿Quedó claro?
—Sí, señora —susurró la jovencita detrás de ella, con la mirada baja.
Ambas se perdieron entre la multitud, y siguieron su camino. Cedric siguió mirando en esa dirección un rato más, y luego se viró de nuevo al frente, algo pensativo en su semblante.
—¿Sucede algo, Cedric? —escuchó que su acompañante le cuestionaba de pronto.
—¿Eh? No, nada —respondió apresurado, fingiendo indiferencia.
—¿Estabas mirando a esa sierva? —añadió la oficial, tomándolo por sorpresa— ¿Hizo algo que te llamara la atención?
¿Notó que había volteado a ver a esa mujer y a su sierva? No había hecho el ademán alguno de estar poniendo atención, o al menos Cedric no lo notó. Incluso en esos momentos, la oficial miraba al frente, sonriendo con total normalidad.
—No, nada en especial —le respondió, un poco dudoso.
Le siguió un rato de silencio, antes de que la joven Nosferatis hiciera otro curioso comentario.
—Ha de ser extraño, ¿no lo crees?
—¿Cómo?
—Me refiero a ser un siervo, tener que obedecer sin chistar a una persona, y darle tu vida sin poder vivir la tuya. No lo sé, sólo pienso que debe ser extraño. Especialmente cuando te hablan de esa forma.
Fue evidente que el último comentario iba dirigido a cómo aquella mujer le había hablado a su sierva. ¿También había escuchado eso? No pensó que realmente estuviera poniendo tanta atención a su alrededor.
Una vez que el joven Helsung salió de su sorpresa inicial, logró tranquilizarse y concentrarse en responderle. Sus palabras no eran algo que acostumbraba escuchar seguido en otro Nuitsen... O más bien prácticamente nunca. ¿Por qué había dicho eso tan repente? ¿Realmente sencillamente era una persona que decía abiertamente todo lo que pensaba, aunque fuera con un extraño? ¿O quizás había intenciones ocultas en sus acciones? Su personalidad recelosa y desconfiada, lo hacía irse más por la segunda opción, pero quizás estaba exagerando.
—No tiene mucho caso pensar en eso, si siempre ha sido así —le respondió, procurando que su voz reflejara completa conformidad sobre el tema; había aprendido hace mucho que así era mucho mejor—. Pensar en cómo se siente un siervo, no tiene mucho sentido para nosotros los Nuitsen. Después de todo... no somos iguales.
—Es cierto, una disculpa —comentó ella a su vez, algo apenada, dándose un pequeño golpecito en la cabeza a sí misma—. Me han dicho que a veces me comporto muy rara.
—Sé lo que es eso. –susurró Cedric muy, muy despacio.
—¿Cómo dices?
—Nada.
Sí, en efecto sabía lo que era ser considerado "muy raro" por las personas. Con el tiempo había tenido que aprender a ocultar esas rarezas, a cambio de poder ahorrarse bastantes problemas. Esa era una lección que al parecer la Oficial Williams aún no aprendía; o quizás sí la había aprendido, pero había optado por ignorarla, al contrario de él.
Luego de un par de minutos más de tramo, llegaron al fin a la jefatura, un edificio algo viejo, de tres pisos, y que abarcaba al menos tres cuartos de toda la cuadra. En la parte de afuera, había tres vehículos, pintados de negro, con el escudo en dorado de la Policía Civil pintado en las puertas del conductor y el copiloto.
Ya dentro, Cedric se encontró con un amplio espacio, de techos altos, con un gran eco que hacía resonar los pasos y las voces de todos. La arquitectura era bastante hermosa y detallada, como la de un museo; daba la idea de que ese edificio no había sido siempre una jefatura de policía.
Había varios escritorios enfilados de un extremo a otro, teléfonos sonando, y gente yendo y viniendo en todas direcciones. La mayoría usaba uniformes similares al de la oficial que lo acompañaba, aunque claro los varones usaban pantalones en lugar de falda. Pero también había algunos hombres y mujeres que vestían de manera formal al igual que él... Y varios usaban sombrero. Eso le tranquilizó un poco.
—¡Hemos llegado! —exclamó la oficial Williams con energía, luego de cerrar el paraguas y extendiendo sus brazos hacia los lados. Su voz resonaba de manera particular en ese eco—. ¿Qué te parece, Cedric?
—De repente me siento como en casa —fue la respuesta corta del joven Nosferatis. Era difícil saber si era sarcasmo o no, hasta para él mismo. Definitivamente era algo diferente a la jefatura del Distrito Veinticuatro.
—La oficina del jefe Strauss es esa de allá —le informó a continuación, señalando con un dedo hacia un extremo del recinto, específicamente a una puerta de madera con una placa color dorado en ella—. ¿Deseas que te acompañe hasta allá?
—No, no será necesario.
Cedric recuperó rápidamente la compostura, y se giró hacia su acompañante con postura firme; quizás demasiado.
—Gracias por su escolta, Oficial Jolly —exclamó rápidamente, alzando su mano hacia su frente para darle el saludo—. Lamento si le importuné en sus tareas de la mañana.
Ella sonrió muy ampliamente al escucharlo, asintió con su cabeza, y le respondió el saludo de inmediato, chocando además sus talones uno con el otro.
—Descuida, Cedric; no ha sido ninguna molestia para mi trabajo. —La sonrisa en sus labios se hizo un poco más grande, y tenía algo de astucia en ella—. Oficial Jolly suena mejor.
Remató su comentario con un pequeño guiño de su ojo derecho.
—¿Qué?
Cedric no entendió en un inicio el comentario, pero de inmediato cayó en cuenta de ello: la había llamado "Oficial Jolly" en lugar de "Oficial Williams", sin darse cuenta.
—¡Ah! ¡No fue esa mi intención! —exclamó apresurado, con sus mejillas un poco ruborizadas. Se giró de inmediato en la dirección en la que le había señalado, y caminó hacia allá a paso lento—. Gracias de nuevo...
—¡Nos veremos pronto, Cedric! —gritó Jolly con entusiasmo, agitando una mano en el aire— ¡Te irá muy bien!, ¡ya lo verás! ¡Para cualquier cosa, buscame!
Sus palabras fueron tan altas, que resonaron fuertemente en el interior de ese lugar; de seguro habían sido pocos los que no la habían oído. Cedric caminó apenado y con la cabeza agachada, sin voltear a verla o hacer el ademán siquiera de dichas palabras eran para él. Aun así, podía sentir como algunos tenían sus miradas inquisitivas fijas sobre su persona.
Siguió con su camino intentando no darle importancia. La placa en la puerta a la que se dirigía, decía en letras grabadas:
HAROLD STRAUSS
Jefe de Policía Distrital
Harold Strauss, era justamente la persona con la que tenía que reportarse. Parece que era el sitio correcto.
Frente a la puerta, había un escritorio de madera, similar al resto, de seguro asignado a la secretaria del Jefe. En él estaba sentada una Nosferatis de piel pálida, cabello negro muy largo y lacio, totalmente suelto. Usaba un atuendo formal color azul oscuro. Se encontraba sentada de una forma bastante despreocupada, mientras se limaba sus largas y filosas uñas. Sobre el escritorio, tenía abierto el periódico de par en par, aunque no parecía ser el CourtRaven Post, sino uno más pequeño, cargado más de fotos que de texto.
Cedric avanzó hacia el escritorio, y se paró firme delante de éste.
—Buenos días —pronunció con un tono suave—. Soy Cedric Helsung, vine a reportarme con el Jefe Strauss.
La secretaria, que tenía una marcada mueca de molestia en sus labios, apenas y apartó un poco su atención de su lectura para mirarlo de reojo.
—Oh, ¿en serio? —le respondió con un tono bastante irónico, y luego siguió limándose las uñas—. Helsung, ¿eh? ¿Tienes cita?
—¿Cita? Pues... sí... Bueno, quizás... —balbuceó Cedric, algo dudoso—. Soy el oficial... Es decir, el detective transferido del Distrito Veinticuatro. Creo que él debe de estar enterado que hoy comienzo a trabajar...
—Pues no me ha informado nada —interrumpió la secretaria abruptamente con un tono cortante—. Y si no me ha informado nada, significa que no es importante. Puedes pasar a sentarse y esperar, oficial Helsung.
¿Era acaso una broma? Estaba a punto de replicar, cuando el timbre del teléfono sobre el escritorio al lado de la mujer comenzó a sonar. Ella lo miró de reojo de mala gana, levantó la bocina, y cambió su semblante abruptamente a uno mucho más relajado.
—Buenos días, oficina del Jefe Strauss —saludó con un tono casi angelical que a Cedric le sorprendió—. Oh, es usted, jefe. ¿Qué se le ofrece...? ¿Ah...? ¿Un oficial transferido? ¿Que lo espera éste día...?
Echó entonces una mirada de reojo al joven parado delante de e su escritorio.
—¿Cedric Helsung? Claro, sí. Qué casualidad, parece que acaba de llegar. Lo pasaré enseguida.
Colgó lentamente de nuevo el auricular, y se viró hacia él con mirada casi fulminante. Cedric se hizo un poco hacia atrás por la forma en la que lo miró, por igual no pudo evitar sonreír ligeramente, complacido.
—Supongo que puedo pasar.
—Pasa, gusano; te salvó la campana —le respondió molesta, volviendo a su tarea inicial.
—Con su permiso, entonces.
Le hizo una pequeña reverencia con su cabeza, y caminó hacia la puerta, aunque con paso dudoso.
Pensó por un momento que el Distrito Once parecía estar lleno de personas... interesantes. Sin embargo, lo que no sabía es que aún no estaba en condición de conocer la magnitud de qué tanto ese pensamiento era verdad. Ese era apenas su primer día, después de todo.
El primer día del resto de su vida.
FIN DEL CAPÍTULO 01
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