Capítulo 8: La mansión del señor Gorrender
La casa de Las Cruces se presentaba al final de un largo camino o alameda, abiertas las puertas de la verja de par en par. El chalet estaba rodeado de setos, y el Mercedes-Benz gris oscuro proporcionado por la Agencia penetró por el camino de fina grava blanca que llegaba al espacio donde dejaban los coches, frente a la casa; todos flamantes y colocados en fila. Allí aparcó el auto, las puertas se abrieron y bajaron un hombre y una mujer. Ella iba con un vestido rojo y elegante, ligeramente ajustado al cuerpo, la tela de la falda cayendo hasta los pies con algún que otro pliegue y un escote abierto en V. Su cabello color cobre oscuro caía por la espalda, recogidos los mechones hacia atrás con gracia; apenas llevaba maquillaje, solo los labios ligeramente enrojecidos y una sombra de ojos que hacía su mirada mucho más altiva y oscura. Su compañero vestía un traje muy arreglado y elegante, impoluto, y que pasaría desapercibido entre mil personas. Su pelo castaño iba cuidadosamente peinado y engominado, con la raya enmedio pero algo echado hacia atrás.
Al bajarse examinaron el panorama. La mansión, pues era una casa grande y lujosa, daba la bienvenida con las grandes puertas del frente, mientras que a los lados se extendían el ala este y el ala oeste, con ventanas que darían a las muchas salas y habitaciones. Fueron hasta la puerta, donde esperaba un hombre vestido de servicio, que preguntó por sus nombres.
—Rafaela Cabreras y mi compañero... Jeremías —presentó ella.
Tras tomar nota en la lista de invitados, el asistente se apresuró a conducirlos al interior, hasta el salón donde estaban los invitados reunidos y el anfitrión les daría la bienvenida. Arañas de luces colgaban del techo, hombres y mujeres intercambiaban palabras, todos vestidos más o menos elegantes y arreglados. Había mesas con bandejas de aperitivos y copas, de las cuales muchos tenían una en las manos. Eso era el tranquilo comienzo de una velada en la mansión del señor Gorrender.
Rafaela y Jeremías se abrieron paso, saludando por aquí y por allá con típicas sonrisas corteses, hasta que se encontraron con el señor Gorrender, que estaba hablando con otros dos invitados. Era un hombre alto, de mediana edad rondando la cuarentena o cincuentena, que revelaba una juventud atlética y buena apariencia. Todo en él desprendía esa opulencia del rico que vive sin preocuparse de nada.
—¡Ah! —dijo al ver a la mujer de rojo—. Usted debe ser sin duda la señorita Cabreras; me han dicho que acababa de llegar. Es un verdadero placer tenerla esta noche entre nosotros, bella dama, y espero que lo disfrute perfectamente.
Rafaela se preguntó cómo sabía que era ella si nunca antes se habían visto, pero le regaló una de sus mejores sonrisas llena de cortesía mientras el anfitrión le dedicaba una mirada completa. Jeremías se había quedado algo atrás, pasando desapercibido.
—El honor es mío al ser invitada por usted, señor Gorrender —repuso ella.
—Por cierto, le presento a unos amigos: los señores Jacobo Abano y Vicente Vilaró. Jacobo es propietario de un ocelote, y Vicente tiene toda una colección de papagayos. Señores, ésta es Rafaela Cabreras, que tan joven es la afortunada dueña de un toro bravo o de lidia.
Al ser presentados, Jacobo Abano y Vicente Vilaró se inclinaron, imitando el gesto de besar la mano a Rafaela sin llegar a completarlo, mientras que ella también hizo una inclinación de cabeza.
—Un placer conocerles —dijo ella.
—El placer es mío, señorita —habló el señor Vilaró con voz melosa.
—Lo mismo digo —replicó a su vez Jacobo Abano.
—Bien, ya que se conocen y no dudo que hagan amistad, espero sepan disculparme si voy a atender a otros invitados —se excusó el señor Gorrender. Tras otras cortesías, quedaron la chica y los dos hombres hablando.
—Y dígame, señorita Cabreras, si no le molesta una mera curiosidad: ¿cómo tiene usted a su toro? —preguntó, con aires galanes, el señor Jacobo.
—Oh, Thor. Prácticamente lo regalaban o lo iban a sacrificar, pues iba a ser para una corrida de toros y salió mal, así que ya no servía para eso. En seguida pensé quedármelo, y no me arrepiento para nada. Es un animal muy especial.
Jeremías observaba y escuchaba la escena; Rafaela lo estaba haciendo perfectamente. Él siguió mezclándose entre la gente como un invitado distraído, cogiendo una copa de vermú rojo italiano. Entretanto la conversación de Rafaela con los señores Abano y Vilaró proseguía.
—Me parece un gran nombre para un toro el de Thor —comentaba Vilaró.
—Oh, sí... en cierto modo Thor se parece a toro. Y siempre me ha gustado porque es el dios más importante de los nórdicos —habló Rafaela.
—Exactamente, encarna el poder del rayo y el trueno... ¿no es eso apropiado para un toro de lidia?
—Por supuesto —coincidió Abano—. Encuentro fascinantes los mitos de la antigüedad, ¿usted no, señorita Cabreras?
—¡Desde luego! Son muy interesantes —respondió ella.
Luego siguió una pequeña charla del señor Vilaró hablando sobre dioses nórdicos y sus mitos y leyendas, el cual era aderezado por algunos apuntes del señor Abano y asentimientos por parte de Rafaela. Después, la conversación volvió al tema de los animales.
—Me gustaría que me hablara usted de su ocelote, señor Abano. ¿Cómo es que lo tiene? —dijo Rafaela. Desde pequeña le habían enamorado esos animales y le llamaban la atención.
—¡Oh! Verás, yo estaba en el Yucatán (suelo viajar mucho), cuando por casualidad me topé con unos cazadores furtivos que llevaban animales salvajes, para vender en el mercado negro ya sea vivos o a piezas como su piel. Esta es una práctica realmente lamentable, y me apena ver que sigue habiendo personas que promuevan eso. Y tenían un ocelote en una caja, seguramente no habría vivido mucho. Muren de hambre y estrés.
—Dios mío, qué horrible —exclamó Rafaela. En lo personal les diría unas cuantas palabras al respecto, pero no serían adecuadas para ese ambiente refinado.
Su interlocutor, complacido al recibir interés, siguió su relato.
—Infortunadamente, así es. Y bien, les dije que se lo compraba. Estuve mucho tiempo regateando, y al final los convencí por lo mal que estaba el animal. De ese modo me lo traje a aquí, y terminó por recuperarse con muchos cuidados. Tengo una finca donde paso los fines de semana, y ahí le preparé una especie de zoológico para que pueda vivir.
—¡Qué bien! Siempre me han encantado esos animales.
—Son muy especiales. ¿Sabes qué tienen en común tu toro y mi ocelote? Ambos tienen nombres de dioses.
—¡No me diga! ¿En serio?
—Le puse Osiris, nombre de dios egipcio.
—Seguro que es un ocelote maravilloso.
Rafaela seguía halagando y preguntando, pues sabía que la mejor manera de complacer a alguien es interesarse por su vida; a la gente le gusta ser escuchada, así que si te convertías en un buen escuchante, atento y halagador, ganarías simpatías. Y eso era lo que le interesaba a Rafaela, ir y caer bien como una completa inocente. Mientras tanto, no tenía ni idea de dónde estaba Jeremías.
El agente, viendo que ella estaba tan bien posicionada, se dedicó a hacer prospección del terreno. Se escurría por aquí y por allá, tomando datos mentalmente de todo. Eso era algo que le salía de forma inconsciente.
Al final los señores Vilaró y Abano se dispensaron, yendo a otra parte, y Rafaela quedó libre de perderse a su antojo. Justo en el momento que se acercaba a Jeremías, llamaron para avisar de la cena. Por el momento todo se estaba desarrollando con total normalidad, y claramente ella pensaba que seguiría así.
La cena se sirvió en una mesa grande y alargada, con un sedoso mantel blanco y unos pequeños candelabros de decoración. La vajilla era lujosa y algo rimbombante. Todos los invitados se sentaron, separando parejas y juntando a gente que no se conocía; Jeremías y Rafaela hicieron como si no supiesen nada del otro.
Transcurrió la cena, entre conversaciones fragmentadas y tranquilas. Se habló un poco de todo y con todos, alternando la comida con la palabra y sorbos de vino; el menú era sencillo y en general estaba todo muy bien cuidado, como los vinos de acompañamiento. Rafaela estaba sentada junto un hombre, de unos treinta años, que no paraba de sacar conversación, así que ella apenas tuvo que decir muchas cosas, solo seguirle la corriente. Por su parte, Jeremías estaba con una joven que había venido de compañera con alguno de los invitados. Y Rafaela veía cómo ella trataba por todos los medios de hablar con él y llamarle la atención, mientras que el agente procuraba mantenerse en la posición de galán que le correspondía, aunque quisiese huir de allí a toda prisa.
Después de los postres, cafés y licores, se invitó a todo el mundo a salir al jardín, donde se pasaría el resto de la agradable velada. Una velada que sería un tanto interesante.
Pequeñas luces de jardín lo iluminaban todo; era un espacio grande y agradable, con mucho césped, verde y bien cuidado, y todo un parador de baldosas en el que estaban preparadas unas mesas y lámparas colgantes. Rafaela, en la ancha y corta escalera de piedra que salía desde la casa al jardín, con su vestido rojo impecable, lo observó todo atentamente. Era un sitio maravilloso, ideal para una agradable velada de verano. Se integró entre los invitados, tomando una copa de champán entre las manos. Hacía un rato que Jeremías se había perdido de vista, pero no pensó lo más mínimo en ello pues era lo que siempre hacía, así que ella se dedicó a disfrutar del ambiente.
Heeeeeeyy, ¿qué os ha parecido el capítulo de hoy? >:3.
Puede, solo puede, que ✨ ocurran cositas ✨. O no, quién sabe PUAJASJASJ.
No sé vosotros, pero a mí me encantan las situaciones como de cenas elegantes, mansiones lujosas, formalidades y todo eso. Y creo que no lo hice tan mal, ¿no?
Que levante la mano el que quiera ser invitado a una velada de un rico aficionado a los animales exóticos ✋ASJJASJAS.
Si no hay trampas, claro. Y eso lo sabremos en el próximo capítulo... que vendrá más pronto si os lo ganáis >:D. ¿Y cómo os lo ganáis? ¡Comentando, obviamente, votando, dejando amor, y haciéndome famosa!
Nos vemos, todo lo pronto que queráis <3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro