Capítulo 6: Una invitación
Todo estaba tranquilo por la Agencia Punto Azul cuando llegó Jeremías. La mayoría de sus compañeros de trabajo, como Nora o Jaime, vendrían más tarde o si estaban en alguna misión no aparecerían. Por eso apenas se cruzó con el celador y nadie más que notase en su aspecto general el caos que habían sido las veinticuatro horas anteriores. Como tampoco vio a Larussa, se dirigió directamente al despacho del jefe, donde llamó dando tres toques suaves.
—¿Quién es? —preguntó al otro lado.
Por toda respuesta el agente abrió la puerta y se presentó ante él, sacándole una expresión de sorpresa.
—¿Jeremías? ¿Qué ha pasado? Te creía vigilando a Rafaela Cabreras y que todo iba en orden, tal y como me dijiste...
—Han surgido imprevistos —anunció Jeremías.
—¿Qué imprevistos? —preguntó el jefe, adquiriendo una expresión de seriedad.
Jeremías le contó lo ocurrido; lo del el extraño sujeto que había seguido, lo que había averiguado, y que Rafaela Cabreras lo había descubierto. En los minutos siguientes a su narración, el jefe se paseó en círculos por la habitación cual león enjaulado, con una tormenta mental que se reflejaba en su cara.
—Bien —dijo al fin, teniendo que tomar resoluciones rápidas, cosa que lo caracterizaba. No había que quedarse estancado; simplemente asimilaba lo ocurrido y le sacaba partido—. Esto es lo que tienes que hacer: seguir vigilando a la señorita Cabreras, y, si como tú has dicho está dispuesta a colaborar no habrá demasiado problema con que sigas en eso. Ahora hay que centrarse en que la organización no siga sus pasos, ¿me entiendes? Si ella ahora está enterada, puede cometer alguna imprudencia, cosa que lo echaría todo a perder. Hay que tener más cuidado con eso. Por eso debes doblar la vigilancia por cualquier método, y creo que te haces cargo de la situación.
—Me hago cargo perfectamente —asintió Jeremías.
Si había llegado hasta donde estaba era gracias a su jefe, un hombre peculiar con un negocio peculiar, que se dedicaba a fichar gente con aptitudes y a hacerlos mejorar. Así que algo había aprendido, haciéndose cargo de las dificultades del trabajo.
—Pues andando, no hay mucho que hacer ahora. Solo seguir al acecho. Voy a poner en movimiento más cosas para llegar hasta la Organización misteriosa. ¿Quieres descansar? Te noto bastante agotado, no hace falta que vayas hoy. Mandaré a Fernando que te releve.
—¡No, no, no hace falta! Muchas gracias, pero creo que puedo seguir yo.
—¿Sí? Pues de acuerdo entonces, no te olvides de mantenerte en contacto. Y tienes el equipamiento a tu disposición.
Terminado este intercambio se despidieron. Jeremías al llegar a su buhardilla lo primero que hizo fue quitarse la ropa y ducharse. Y después, una vez adecentado, repasó el equipo que traía de la Agencia mientras se abrochaba la camisa y se peinaba. Todo quedó empaquetado en una bolsa negra, compacta y manejable, y una vez estuvo listo y él tenía sus deportivas blancas nuevas, volvió a salir de su casa.
Volvía a enfrentarse al número 63 de la calle Alfajor, a tener que vigilar y espiar sin ser descubierto, a cuidar de cualquier movimiento sospechoso por parte de «la organización maligna», y de que Rafaela no cometiera imprudencias. Sin duda no era un día como otros muchos, pues ahora sabía más cosas; había estado dentro de la casa y hablado con la dueña, podía imaginar a qué atenerse respecto a ella, había descubierto a un agente de la organización y podía ocurrir que no tardaran en volver a ponerse en movimiento.
Pasó el tiempo sin que nada se saliera de lo normal, y Jeremías comenzaba a pensar que nadie aparecería por allí, y que quizás la Organización esperase para actuar. Rafaela no había salido de su casa, manteniéndose ocupada en el interior, y no se veía nada por ningún lado.
Pero entonces apareció un hombre caminando por la calle, justo cuando Jeremías se planteaba fumarse un cigarrillo. Volvió a guardárselo en el bolsillo para observar distraído al viandante; era un sujeto corriente, y lo miraba sin mucho interés hasta que llegó frente a la casa de Rafaela. Ante la mirada oculta del espía, aquel hombre dejó caer lo que parecía una carta por la verja; y tal cual apareció, volvió a desaparecer.
Tras esperar unos minutos, Jeremías se acercó prudentemente a la verja, comprobando que sí era una carta lo que había dejado caer el desconocido. Se planteó si debería tomarse en cuenta aquello, pues podía ser un recado inocente o algo privado para Rafaela, pero también podía ser una treta oculta. Cogió el sobre y se escondió entre unos setos, donde lo pudo examinar mejor. Era pequeño, de papel de calidad, y no llevaba ninguna inscripción. Recordando uno de sus innumerables trucos aprendidos, sacó de su bolsillo el encendedor y pasó la llama por debajo, a una distancia prudente, haciendo llegar el calor al pegamento del sobre. Era mejor hacerlo con vapor, pero ahora no tenía otra cosa mejor. Éste se despegó sutilmente, y así Jeremías pudo abrir el sobre sin el más mínimo daño. La misiva del interior, en papel suave y de calidad, decía en una letra cursiva dorada, quizá demasiado empalagosa:
A la señorita Rafaela Cabreras. 17 de agosto, mansión Las Cruces en el camino Las Cruces.
Estimada Srta. Cabreras;
Tenemos el placer de invitarla a una velada en la mansión del Señor Gorrender, el cual organiza una fiesta en favor a los propietarios privados de mascotas y animales fuera de lo común, a los cuales es muy aficionado, y por la AMAP, asociación de la cual es presidente. Así pues, y en honor a que es usted la afortunada dueña de un toro de lidia, el Señor Gorrender la invita entre otros a tal fiesta, en la mansión de Las Cruces, el viernes a las 19h.
El señor estaría muy agradecido de su asistencia, y se ruega confirmación por su parte de que nos otorga tal honor y placer de tenerla entre nuestros invitados.
Con toda atención, el secretario personal del Señor Gorrender.
Y al final una enrevesada firma en tinta azul, del señor Gorrender.
Kere se quedó con la carta en la mano y los ojos aún fijos en ella. Una invitación para Rafaela, a una cena de un tipo rico aficionado a los animales que organizaba eso para propietarios de mascotas raras... como un toro de lidia. ¿Todo eso era cierto? ¿O quizás una astucia engañosa de alguien que quisiera acercarse a Rafaela? Algo le hacía desconfiar. Primero pensó quedarse con la carta y así aquel intento quedaría fallido y nadie sabría nada. Pero entonces tuvo otra idea.
Volvió a meter cuidadosamente la carta en el sobre, y pasando la lengua por el borde hizo que el pegamento la sellase de nuevo. Al pasar por la puerta de Rafaela dejó la carta en ella, de forma bien visible; y sin mirar atrás se fue por la calle tan tranquilamente, como si estuviera dando un paseo, mientras se fumaba un cigarrillo.
***
Salía por la pequeña y herrumbrosa puerta de la Agencia, tras haber organizado unas cuantas cosas para la decisión que acababa de confirmar. De nuevo sus deportivas caminaron por las calles que lo llevaban a la casa de Rafaela, a la que se dirigió tras comprobar que no había nadie oculto ni a la vista. Discretamente abrió la verja y golpeó con el llamador en la madera, produciendo cuatro golpes secos. No había pasado ni un minuto cuando Rafaela le abrió, quedando completamente desconcertada al verlo. Llevaba su pelo lacio y suelto a la espalda, y vestía con una camiseta amarillo pálido que le dejaba los hombros al aire.
—¡Tú! ¿Qué carajo haces aquí? ¿No quedamos en que desaparecías y yo me olvidaba de todo? —inquirió extrañada. Pensaba que no había quien entendiera el comportamiento de ese espía o lo que fuera.
—Bien, pues he tenido otra idea —apuntó Jeremías, apareciendo más animado que la última vez que se vieron.
Rafaela ya pensaba que se las estaba viendo con un loco que cada día hacía una cosa y todo eso con el lío de agencias y organizaciones que iban a por ella sin motivos, de tan extrañada que estaba.
Jeremías entró y Rafaela cerró la puerta, yendo ambos al salón, donde ella se encaró con él.
—A ver, ¿qué quieres ahora?
—¿Has recibido correspondencia?
La pregunta, formulada en un tono serio y relajado, desconcertó a Rafaela.
—Eh... sí. ¿Por qué? ¿Ahora me van a mandar explosivos en sobres?
—No exactamente.
Entonces Jeremías vio el sobre que apenas una hora antes él había examinado, abierto en la mesita al lado del sofá. Alargó una mano para coger la carta abierta, y evidentemente recién leída.
—¡Oye, dame eso! ¡Es privado! —protestó la chica, y otra vez tenía la nariz pecosa y las cejas contraídas.
—¿Vas a ir? —preguntó Jeremías como si nada, tal que si siguiese una conversación con un amigo.
—Tú, pero... ¿qué? ¿la has leído? ¡Si estaba cerrada! ¡Maldito tramposo, para qué andan metiéndose agentes en mi vida!
—Tú lo has dicho todo; estaba cerrada, y soy un agente espía. Por si te lo preguntas, no tengo nada que ver con la carta ni con quien la manda.
—Es la segunda vez que te metes en mi casa trayendo misterios y preguntas sin respuesta.
—La primera vez me arrastraste tú —la interrumpió Jeremías, vengándose ligeramente al ponerla de los nervios.
—Agh —bufó la interrumpida—. ¡Dime qué quieres!
—Vamos a ir a esa cena.
—¿Vamos? ¿Pero qué me estás contando?
—Es sencillo: sospecho (y es muy probable), que tal invitación sea una especie de treta de los que quieren llegar a ti, escudándose en el grupo ese de gente con mascotas raras. Ahora bien, vamos a hacer como que tú aceptas tranquilamente y vas a cenar a casa de ese rico excéntrico. Pero como ahora soy tu guardaespaldas, iré contigo para intentar descubrir cuales son las intenciones detrás de toda esa historia.
¡Aló babys!
Aquí estoy tranquilamente mientras escucho a Mozart en el tocadiscos, y olvidándome de lo que tenía que decir.
¿Qué os ha parecido? :3
¿Sospechas, teorías? ¿Qué pasará con lo de la invitación? ¿Todo va mal o va bien? AJSJAS
Gracias por estar ahí leyendo y comentando. ¡Veremos qué ocurre próximamente! >:D
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