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Capítulo 5: Explicaciones y desayuno incluido


—¿Por dónde empiezo? —murmuró Jeremías, pensando en voz alta.

—Por ejemplo, diciéndome quién eres —dijo Rafaela.

—Bien, soy Jeremías Esparza, también llamado Kere, y soy agente de la Agencia Punto Azul. Mi trabajo ahora es... evitar que cierta organización llegue a ti. Creemos que te buscan por ciertos motivos y que tanto tú como tu toro podéis estar en peligro, y tal y como he comprobado hoy sí están planeando algo. El caso es que la Agencia Punto Azul va detrás de ellos y queremos evitar sus siguientes jugadas... por eso estoy aquí, para vigilar y guardarte mientras intentamos descubrirlos.

Después de esa explicación resumida, que debía dejarle claro a Rafaela que podía estar en peligro y que estaban tratando de evitarlo, ella se quedó callada del asombro. De todas las disparatadas teorías que podría haberse hecho en cuanto a aquel misterio, nada igualaba a lo que Jeremías le acababa de contar, y que según él era toda la verdad.

Jeremías pensó que quizá no debería haberselo contado todo, pues aquello era meter la pata de lleno en su encargo. Pero al fin y al cabo, si iba a saber algo, mejor que supiera la verdad.

—¿Todo eso es verdad o lo has sacado de una película? —preguntó ella, mirándolo a los ojos por primera vez desde lo que había dicho.

—Es la verdad. Si no, ¿qué hago aquí perdiendo el tiempo contigo y contándote todo eso? —replicó él.

—Vale, vale... ¿Pero cómo que estoy en peligro? ¿Quiénes son los de esa organización y qué quieren? ¿Qué tiene que ver Thor en todo esto?

—Esas preguntas son algo difícil de responder ahora... Por el momento te he dicho quién soy, qué hago y por qué, y que deberías tener cuidado por si acaso. Supuestamente tú no debías saber nada, y mi misión era alto secreto —Kere hizo un gesto de contrariedad.

Rafaela se quedó como estaba, sentada en un pequeño y hundido sillón, con la mirada de sus oscuros ojos color café perdida mientras pensaba en todo lo que acababa de oír.

Afuera la tormenta seguía incansable, entre sordos y profundos truenos que retumbaban, repentinos relámpagos, y una lluvia que aún no amainaba. El tiempo pasaba, mientras aquellos dos desconocidos seguían ahí; ella en el sillón y él de pie, con la ropa todavía algo mojada y adherida al cuerpo, sin darse cuenta de ello pues tenía la cabeza ocupada en otras cosas.

—Es tarde —sentenció de pronto Rafaela, levantándose y volviendo a la tierra—. Tengo que pensar en todo eso que me has dicho y que parece una completa fantasía. Mientras tanto... —echó una mirada por la ventana—, supongo que puedes dormir aquí.

—¿Qué? ¿Dormir aquí? —preguntó Jeremías, algo desconcertado.

—Sí, dormir aquí, no estoy para más juerga de espías, sigo sin estar segura de nada y además afuera está cayendo el diluvio. 

Y sin prestarle más atención, se fue por la puerta al jardín trasero, a hacerle una visita a Thor. Comprobaba que estaba todo bien y en orden, lo dejaba en su sitio y le daba las buenas noches. A Jeremías no le hacía ninguna gracia quedarse a dormir en casa ajena, y sin duda habría elegido caminar siete calles de noche y en medio de la tormenta antes que aceptar el ofrecimiento. Pero hubo una cosa que le impidió obrar así, y fue la idea de que debía cumplir su trabajo; para lo cual vendría muy bien estar lo más cerca del objetivo posible, sin abandonarlo. Así que con un gruñido resignado, aceptó quedarse en casa de Rafaela.

Ella preparó unas mantas y un cojín en el sofá, donde dormiría Kere, y le indicó que dejase la ropa a secar. Y luego desapareció tras la puerta de su habitación, donde se quitó la ropa, se puso una camiseta ancha, peinó su cabello haciéndose un moño y se cepilló los dientes, y al fin se tiró en su amplia cama. Mientras estaba así, acostada boca arriba con los brazos extendidos y mirando al techo, Jeremías por fin había decidido desprenderse de la ropa mojada, que empezaba a darle escalofríos. Con una manta se quitó la humedad que conservaban su espalda y su torso, y se acostó en el sofá, dando vueltas hasta quedar cómodo. 

Ninguno de los dos conciliaba el sueño, a pesar de que estaban cansados. Tenían demasiado en qué pensar y muchas excitaciones; Rafaela tenía en su casa a un tipo que decía ser algo como un espía de una Agencia y que era enviado para protegerla porque ciertas personas querían hacerse con su toro, o algo peor, y corrían peligro. Y por su parte, Jeremías veía cómo la misión se estaba yendo al infierno, pues ahora Rafaela lo sabía todo, la Agencia no estaría contenta y la organización comenzaría a actuar. Y él estaba allí, en el sofá de aquella extraña que era su trabajo, y seguramente no podría dormir en toda la noche.

Se escuchó un ruido en el jardín trasero, que sobresaltó a Jeremías. Medio incorporado, con el torso desnudo y el pelo despeinado, se quedó en alerta. El ruido se volvió a oír, y entonces se dio cuenta de que era el toro, Thor, resoplando y dando golpes a la puerta de su cuadra. 

«Joder, y ahora la bestia salvaje esa», pensó. Jeremías volvió a acostarse con un resoplido como los del toro, maldiciendo la suerte que lo había llevado a estar en casa de una loca con una bestia y tener que resguardarlos de unos mafiosos. 

A pesar de lo que creían, tanto Rafaela como Jeremías se quedaron dormidos. La noche pasó, y amaneció un día claro y fresco tras la tormenta, que había dejado los suelos mojados y ese ambiente único de después de una noche lluviosa en verano.

Rafaela solía despertarse temprano, y aquel día, aún algo dormida y sin acordarse para nada de la noche anterior, salió tal cual estaba de la habitación. Al encontrarse en el salón con la figura de un chico completamente dormido en su sofá, medio cubierto por unas sábanas y con una mata de cabellos castaños revueltos, casi se le escapa un chillido del susto, que pronto fue ahogado. Volvió corriendo a su habitación, recordando quién era ese chico y qué hacía allí.

Al mirarse en el espejo vio a una muchacha con el pelo castaño cobrizo hecho un moño destartalado, vestida apenas con una camiseta de algodón que le iba grande y ni le llegaba a la pierna. Menos mal que no la había visto. Se puso unos vaqueros cortos, viejos y cómodos, se arregló el pelo en una larga coleta alta, y entonces volvió a salir. El chico, Jeremías, seguía exactamente igual. Decidió dejarlo así y se puso a hacer su vida cotidiana de mañana; visitar a Thor y hacerse el desayuno.

Le abrió la puerta de su caseta al animal, que salió contento al exterior. Mientras Rafaela le hablaba y le decía cosas, acariciando su fuerte lomo de áspero pelo negro, solía mirarlo a los ojos, profundos, oscuros, tan expresivos y especiales que contenían un mundo en ellos. Lo dejó a sus anchas en el jardín tomando el sol, y ella fue a prepararse algo de desayuno.

El olor a pan tostado, a leche fresca y a mantequilla derretida impregnó el ambiente, cuando Jeremías empezó a removerse. Al abrir los ojos, aún adormilado, no sabía dónde estaba; instintivamente se levantó de golpe al ver que no era su casa. «¿Qué mierda...?», comenzó a pensar, cuando reconoció a Rafaela y la casa. Entonces lo recordó todo, pensando que debería haberse despertado antes. Rafaela seguía trajinando en la cocina, haciendo como que no se fijaba en él, pero entonces preguntó:

—Buenos días, agente super secreto. ¿Algo de desayuno?

Jeremías murmuró una respuesta afirmativa, mientras se vestía a toda prisa con su ropa. Se ató los cordones de las deportivas, y aún con la camisa a medio abrochar se levantó. Rafaela le dirigió un rápido vistazo de arriba a abajo, pero pronto giró la cabeza para fijarse en la tostadora. Una vez más la sensación de incomodidad se apoderó de ellos; Jeremías se sentó en la mesa observando a la chica cuando ella no lo miraba, y viceversa.

—¿Café, té, leche...? —ofreció ella.

—Café negro, por favor —puntuó él, con la voz algo espesa y pasándose las manos por los ojos.

Así pues Rafaela puso en la mesa las tostadas, el café recién hecho en una cafetera italiana, mantequilla, leche, mermelada casera de melocotón y de frambuesas, y unas galletas de canela. Jeremías se echó café en una taza, y mientras se lo iba bebiendo a tragos constantes Rafaela se levantó y fue a hacer algo. En un pequeño tazón blanco con dos rayas azules en el borde, echó el contenido de una caja que parecía ser algo como granos de pienso, y seguidamente lo llevó encima del frigorífico vintage. Entonces Jeremías dejó su café, al ver el escenario que tenía frente a sus ojos; una gallina pequeña y marrón estaba allí instalada encima del frigorífico, en una caja llena de paja formando su nido, y picoteaba ávidamente la comida del tazón.

—¿Una gallina... en el frigorífico? —dijo como si no pudiera haber cosa más rara.

—Sí —respondió Rafaela, que por su parte lo veía algo obvio—. Se llama Fabi, la rescaté de una granja de un amigo, y ahí está clueca.

El agente no pudo evitar pensar que aquella era una tipa demasiado peculiar. Siguieron el desayuno en silencio, mientras Jeremías echaba vistazos a la gallina, hasta que Rafaela lo rompió.

—Y bien, respecto a todo lo que me dijiste anoche... ¿por qué estoy en peligro?

—Porque la organización que quiere llegar a ti y a tu toro son capaces de hacer cualquier cosa. No sería la primera vez que asesinan, raptan o extorsionan por cualquier cosa como un loro. No me preguntes el porqué.

—Genial, estoy en peligro por algún psicópata —comentó.

—Y ahora vas a hacerme caso —le dijo Jeremías, mirándola directamente y captando su atención—. Te vas a olvidar de todo lo que ha pasado aquí, te olvidas de mí y si me ves haces como si no existiera; yo seguiré mi trabajo y evitaré lo que quiera hacer la organización. En todo eso tú no tienes que entrar, y si te mantienes al margen todo irá bien.

Los ojos color café oscuro de Rafaela lo miraron directamente, chocando con la resolución que había en los suyos de color verde cristalino. Tras un momento mirándose así, Rafaela respiró hondamente y aceptó.

—De acuerdo. Pero no me digas que esté tranquila con todo el cuento que me has soltado, eso es imposible.

—Pero como lo que te digo es cierto, vas a intentarlo y hacerme caso.

Y tras esto, Jeremías se levantó de la mesa.

—Y ahora debo irme.

Rafaela lo siguió con la mirada, cuando abrió la puerta y desapareció por ella con sus silenciosas deportivas. Algo le decía que lo volvería a ver.
Después de eso salió al jardín, sentándose con Thor al sol y la mirada tan perdida como su cabeza.


Hola mis criaturitaaaaas.

¿Qué os ha parecido el capítulo de hoy? Espero vuestros comentarios :3.

Yo solo digo: ✨ Fabi ✨ xD.

En cuanto a lo que ocurre en el capítulo... supongo que lo esperabais. Ahora Rafaela lo sabe (ajá, al carajo con lo de que «ella no debe saber nada»), y Jeremías... bueno, no sé qué decir de Jeremías.
Solo que me muero de ganas por avanzar en la historia.

Últimamente he perdido racha de escribir (llevo varias semanas sin avanzar con esta historia), y aunque tengo aún varios capítulos escritos, debería recuperar. Y revisar, que es lo que peor llevo AJASJAS.

Por ahora nada más que decir, babys, nos vemos en el siguiente y gracias por estar ahí <3

PD: El nombre de este capítulo es totalmente improvisado, no tenía ni idea de qué poner xD.


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