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Capítulo 29: Jeremías y Rafaela


Allí estaban, una vez más, en el número 63 de la calle Alfajor. Ellos dos solos, Jeremías y Rafaela. La chica dejó las llaves de su casa en la mesa, con el tintineo de los muchos llaveros que tenían, y miró a su alrededor, su hogar, escapándosele un suspiro. Un suspiro de cansancio, y al fin de tranquilidad. Se giró para encontrarse con la mirada glauca de Jeremías, que había estado mirándola. Sonrió y se acercó a él. El chico levantó una mano, rozando levemente su mejilla, en la que aún había chorretones de sangre casi seca. Con un impulso, Rafaela imprimió un beso en su boca; él la retuvo y profundizó el beso. Un beso que fue como una catarsis, donde todas las emociones fluyeron como una cascada a un río, purificante.

—Rafaela —murmuró Jeremías, muy serio, apenas separándose medio milímetro—. Creo que te quiero.

Se miraron, perdiéndose en los ojos del otro, a tan escasa distancia que era como inexistente.

—Creo que podré vivir con ello.

Y lo volvió a besar.

Después de aquel momento, Rafaela fue a visitar a su ser más querido. O a uno de ellos; en aquel momento no sabía si quería más a Thor o a Jeremías. El toro estaba felizmente en el jardín, disfrutando del que era su hogar, del pasto y el sol. Como siempre que veía a la chica, se acercó a ella amistosamente. Rafaela lo acarició, pasándole las manos por la cabeza, entre los cuernos, y por el poderoso y brillante lomo, encontrándose una vez más con la familiar mirada de esos ojos oscuros y amables.

—Vales millones —susurró—. Pero no te vendería ni por todo el oro del mundo. Te adoro, bestia, hermosura, mi amor.

Cuando Jeremías apareció en el marco de la puerta, se encontró la imagen de Rafaela y Thor, cabeza con cabeza, mientras ella le susurraba y lo acariciaba, con el toro disfrutando complacido de ello, como lo estaría un perro.

No pudo evitar pensar en lo que había dicho Vicente Vilaró. El misterio al fin desvelado; el secreto que hacía a Thor especial. Jamás pudieron imaginar que tuviera un microchip con información secreta. Pero ahora no sabían qué contenía el microchip, tal vez nunca lo supieran. Y quizá fuera mejor así. Habían conseguido mantenerlo a salvo y evitar que la organización saliera airosa en sus planes, desmontándolos; habían ganado la partida.

Estaban cansados, física y mentalmente, después de todo. La adrenalina, los nervios, la tensión, la acción, la alarma, los golpes y heridas; todo eso dejaba ahora paso a una mezcla de emociones. Sin llegar a creerse que todo hubiera pasado. Que por fin podrían descansar, en paz, sin el miedo a la organización, porque los habían derrotado. Rafaela sentía muchas cosas a la vez, algo que se transformó en emoción líquida, rebasándole de los ojos mientras apoyaba su cabeza en la de Thor; en conexión con él. Una conexión inexplicable que se establece entre seres que se aman. Entonces sintió los brazos de Jeremías, fuertes y familiares, rodearla por la cintura.

En aquel instante se escuchó un fuerte cloqueo, casi histérico, y Fabi hizo su aparición entrando con mucho revuelo de alas. Se giraron a mirarla, sin poder evitar reír. Aún riendo y con los ojos llorosos, Rafaela se agachó para recibir a la gallina en brazos, haciendo que calmase su insistente cloqueo, rascándole suavemente con los dedos entre las plumas. Allí estaban, los cuatro reunidos, felices y en calma.

***


—¡Ya os vale, creía que me habíais olvidado! —dramatizó Nora.

Estaba postrada en una cama del hospital, con un brazo escayolado, vendado hasta el hombro. Acababan de operarla para sacarle la bala y arreglar una parte de hueso roto.

—Llevamos dos horas esperando fuera, así que no te indignes —replicó Jeremías.

—¿Cómo va eso? —preguntó Rafaela.

—Es una mierda, duele que te pasas. Me voy a acordar de esos cabrones toda la vida. Pero las salto todas —respondió sonriente ella.

—Y más te vale.

Rafaela llevaba una gasa con esparadrapo en la mejilla, tan grande como la herida que le había hecho la bala; se la habían limpiado y curado, aunque era una herida muy en carne viva y tardaría en repararse. Se sentaron al lado de la cama de Nora y empezaron a hablar de todo lo que había pasado, intercambiando impresiones y comentando los hechos.

—No me lo puedo creer, nosotros pensando que era Gorrender —exclamó Nora, golpeando la sábana con la mano del brazo sano.

—La verdad es que lo tenía bien montado. Vicente Vilaró, aparentemente impoluto, miembro de la AMAP y que frecuentaba el círculo de Gorrender; y se aprovechaba de eso.

—Wow. Es el caso más gordo en el que nos hemos metido —comentó la agente, mirando a Jeremías.

—Sí, la verdad. Hablando de eso, tengo que ir a la agencia; el jefe dijo que quería verme.

—Para ponerte la medalla de oro.

—No me puedo creer que todo haya acabado —comentó Rafaela, dirigiendo su mirada más allá de la ventana.

—Yo tampoco —coincidió Jeremías—. No voy a saber qué hacer sin tener que protegerte de raptores y asesinos —añadió bromeando.

—¡Parece que han sido siglos desde que empezó todo! Ni nos imaginábamos lo que iba a pasar —exclamó Nora.

—Y que lo digas.

—Pero aún sigue quedando una incógnita. ¿Qué es lo que tiene el microchip?

—Por lo que se puede intuir, algo terrible. Y quizá sea mejor así, que se mantenga en secreto.

—Sí, puede que tengas razón.

Pasaron la tarde allí, charlando los tres animadamente, aun con las secuelas de lo que había pasado, teniendo presente la tormenta, que apenas se había empezado a disipar. Después Jeremías fue a la Agencia, llevando a Rafaela con él, enseñándole el lugar en el que trabajaba.

—Estoy pensando en hacerme agente. No está mal la cosa —bromeó ella.

El jefe los recibió, como dijo Nora, para ponerle la medalla de oro. «Eres el mejor de nuestros agentes», le había dicho a Jeremías, mirándolo como miraría un padre a un hijo del que está orgulloso; y lo estaba. Fue un momento emotivo. También estaban allí el resto de agentes, para celebrar el fin rotundamente exitoso de la misión.

Tras aquello, Jeremías y Rafaela hicieron el camino de vuelta caminando, en un silencio cómodo, disfrutando. La tarde caía, el sol se ocultaba en el horizonte y las sombras se alargaban; en el oeste las nubes se teñían de rosas y naranjas en un precioso atardecer. Cuando llegaron a la casa de Rafaela, lo primero que hizo esta fue ir a abrir la puerta del patio y echarle un vistazo a Thor. El toro estaba tranquilo, echado en el pasto, mientras que Fabi ya se había recogido en su nido sobre el frigorífico. Al volver se encontró a Jeremías, sentado en el sofá y poniéndose un cigarrillo entre los labios.

—Ah, ah, nada de fumar —dijo, haciendo un mohín.

—Lo había olvidado.

—Las cosas que más detesto en el mundo; el humo, el olor a amoniaco y la gente intolerante. Además, fumar es malo. Si quieres estar conmigo tendrás que dejarlo.

—Por ti haría lo que fuera.

—¿Ah, sí? —se había acercado hasta él, hasta estar encima.

—¿No te lo he probado suficiente? —enarcó una ceja.

—Pruebamelo un poquito más.

—Trato hecho.

La besó, brevemente, arrancándole una sonrisa. No se podía creer que aquello fuera real, después de todo lo que había pasado. La incertidumbre, las noches en vela, la constante vigilancia, la inquietud por una amenaza siempre presente; el sufrimiento y el profundo dolor cuando creyó que todo se había perdido y que no volvería a ver a Rafaela; la tensión, alerta y con los nervios de punta; la trepidante acción y sus consecuencias de heridas. Las preguntas sin respuesta, las dudas constantes, el sentimiento de estar perdidos en un laberinto sin salida. Todo eso ahora era una nube de tormenta que se alejaba en el horizonte, dejando el aire limpio, el suelo mojado, y un pequeño arcoíris que surgía de la oscuridad. Como si supiera lo que estaba pensando el chico, porque ella misma pensaba en lo mismo, Rafaela lo abrazó brevemente, para luego quedar los dos juntos en el sofá, la cabeza de la chica apoyada en el hombro de él. Imperceptiblemente Jeremías acercó la mano a la suya, hasta que quedaron entrelazadas. Quiso grabar aquel momento a fuego en su memoria; la sensación de hogar y de calidez que le aportaba. El olor de Rafaela, un olor con matices de canela, suave y agradable, que le traía recuerdos de piel caliente junto a la suya.

—Estaba pensado que podría quedarme a dormir.

—A estas alturas, me ofendería si no lo hicieras.

En aquel momento se escuchó un ruido y se giraron para ver a Thor, tan hermoso, imponente pero a la vez amigable, como siempre, asomando por la puerta del patio. Rafaela le sonrió, siendo imitada por Jeremías. Volviéndose a mirar a los ojos, verde glauco contra café oscuro, Rafaela musitó, divertida y coqueta:

—Voy a hacer que te pases el resto de tu vida vigilando al toro.



AAAAAAAAAAAAAAHHH

/derretirse /morir

Basta los amo. Tan soft todo, final feliz (estuvo a punto de no ser final feliz) :D.

Pero hablemos de LAS ÚLTIMAS PALABRAS. Terminar un libro con las mismas palabras del título es tan perfecto. Diosito. El epílogo lo arruinaría.

Y ahora *scream* HOY HACE UN AÑO QUE EMPECÉ A ESCRIBIR ESTA HISTORIA. ES QUE OMG. Y hoy termino de publicarla. Es que lloro. Primera historia larga que culmino (y que esté en Wattpad). Demasié ABHVGAJSBJKHAVGH

Gracias a todos vosotros por estar ahí, leerme, apoyarme y llenar esto de comentarios <3. Os amo. 

Ahora unas preguntitas para mis hermosos lectores, por hacer algo en el último capítulo:

¿Cuál es vuestro personaje favorito?
¿Cuál es vuestra o vuestras escenas favoritas?
¿Crush?
¿Canciones que creáis que peguen con la historia o algo de ella?

Y por último, ¿queréis epílogo?

Y... hasta aquí hemos llegado NJBHGVBJNBHVG.

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