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Capítulo 28: Todo al descubierto


—Usted es Vicente Vilaró —exclamó Rafaela, incrédula.

—El mismo —hizo una leve inclinación de cabeza, con una sonrisa zorruna, de aires peligrosos—. Me divirtió mucho ver cómo llegabais a conclusiones tan inevitables como erróneas.

Jeremías lo miraba y luego miraba a Rafaela, dándose cuenta del inesperado giro que acababan de tomar las cosas.

—¿Entonces es usted el que está detrás de todo esto?

—Por supuesto —fue la respuesta, con un tono de orgullo y a la vez de desprecio en la voz—. Ese inútil de Elías Gorrender no tiene nada que ver con esto. Solo a mí se me ocurrió sacarle partido. Y vosotros no vais a impedirme seguir.

—Claro que lo haremos, si hemos llegado hasta aquí —replicó Jeremías con rudeza.

—Necios. No os dais cuenta de dónde os metéis.

—Será un placer que nos lo expliques. Tenemos tiempo, estás acorralado.

—Cierto, me habéis acorralado —lo dijo como si les estuviera haciendo una concesión—. Al menos es lo que parece, por ahora.

Rafaela pensó que parecía una serpiente acorralada, quieta y sin hacer nada por atacar o escapar, lo cual era más amenazante; como si tuviera una treta oculta para el momento oportuno. Los tres agentes y ella seguían allí de pie, apuntándole con las pistolas y sin bajar la guardia. Jeremías tomaba la iniciativa de hablar, mientras que Jaime y Fernando quedaban al margen. Al fin Jeremías formuló la pregunta que los había estado atormentando por mucho tiempo; la misma que Rafaela estaba ardiendo en deseos de hacerle.

—¿Para qué quieren a Thor? ¿Por qué?

—Resulta que tu toro... tiene algo especial —contestó, mirando directamente a Rafaela y saboreando lentamente cada palabra.

—¿Cómo que algo especial? Es un toro de lidia, hay muchos. ¿Por qué el mío, solo por ser una mascota? —replicó Rafaela, devolviéndole una mirada desafiante.

—Ja, ja, ja; eso es lo que creéis vosotros. Os parece que es solo por los animales, ¿no? En un principio así era. Pero ahora no, hay algo más detrás de todo el teatro.

Parecía casi regodearse en darles información con cuentagotas, insinuante, alargando la intriga. Pero Jeremías sabía que manteniendo ese juego terminaría por soltar lo que querían.

—¿Algo detrás? ¿Trafican con ellos? —dijo el chico, siguiendo con el juego.

—Necio, ya he dicho que eso era antes. Demasiado simple.

—¿Y ahora qué hacen con ellos? ¿Droga? ¿Transfiguración genética? —apuntó Rafaela casi con socarronería.

—Información. Lo que mueve el mundo —dictaminó Vicente Vilaró—. Jamás se te habría ocurrido pensar que tu toro tiene un microchip con secretos que valen oro. Hay gente que pagaría miles de millones por eso.

Rafaela asimiló lentamente aquello, soltado así. Un microchip, con información ultra secreta, escondido en su toro y que valía millones; y ella jamás habría podido imaginarlo. Estaban allí de pie, en aquel despacho pulcro, casi lujoso, frente a Vicente Vilaró, jugando los últimos movimientos de una larga y peligrosa partida de ajedrez. Caminando los últimos pasos de una cuerda floja, los más peligrosos, porque si te confías puedes caer.

—Un microchip con información secreta...—pronunció lentamente Jeremías—. ¿De qué?

—Eso es algo que estoy seguro os encantaría saber. Pero creo que ya hemos charlado bastante, ¿no os parece?

Jeremías tenía que pensar algo rápidamente; debían alargar aquella conversación todo lo posible, no solo por sacarle información, sino también para retenerlo y hacer tiempo de que llegara la policía.

—Creo que todavía podemos charlar un poco más, tenemos todo el tiempo del mundo. Dígame, ¿por qué Thor tiene ese microchip?

—Ah, eso fue cosa de la gente con quienes negociamos. Descubrimos que era un buen sistema, extraño, y por lo tanto insospechado. Cinco toros de un mismo criadero fueron los que llevaron microchips, puestos de forma secreta. Los cuales serían sustraídos a su debido tiempo y por la debida persona una vez los animales hubieran muerto en la corrida de toros. Era fácil, y funcionó con todos menos con uno; la corrida salió mal. Claro que no había problema, puesto que lo iban a sacrificar. Pero llegó una señorita, la presente Rafaela Cabreras, que compró al toro y se lo llevó. Por el momento nos era inasequible, y perdimos el rastro, lo dejamos estar. Pero tiempo después ocurrió algo que nos hizo volver a aquello. Era vital recuperar la parte que faltaba de la información, así que comenzamos a acechar a la señorita Cabreras y a Thor. Hasta que llegaron ustedes.

Todas las piezas estaban encajando. Las preguntas que los habían atormentado todo ese tiempo, ahora encontraban respuestas, o al menos una parte de ellas. Aún había mucho que no alcanzaban a comprender de toda la red y el negocio detrás.

—¿Qué tiene el microchip? —volvió a preguntar Jeremías.

—Basta saber que es algo demasiado importante como para ser revelado, algo que no debería caer en manos de cualquiera. Como ya he dicho, una información por la que muchos, y hablo de gente poderosa, pagarían con su vida.

—No estás en condiciones de jugar con nosotros —Jeremías alzó un poco más la pistola.

—Matadme —respondió simplemente Vilaró, levantando levemente las manos. Como recalcando que estaba a su merced.

Jeremías sabía que no podían matarlo, y que él a su vez lo sabía. En aquel momento se escucharon unas sirenas, y los coches de policía hicieron su entrada en el recinto del chalet; por fin habían llegado. Los nervios se tensaron. Rafaela pudo ver cómo los ojos de Vicente Vilaró miraban en derredor, buscando una salida, ideando una última jugada.

—Este es el fin. Se ha acabado tu juego sucio —Jeremías lo miró fijamente.

—Yo no estaría tan seguro —aseveró Vilaró, apuntando una sonrisa peligrosa.

Con un movimiento rapidísimo sacó una pistola pequeña de debajo de la chaqueta, disparando hacia ellos. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Fernando gritó, llevándose una mano al muslo y soltando su propia pistola; la bala le había alcanzado en toda la pierna. Los otros se giraron hacia su compañero, cuando Vilaró se lanzó hacia la salida, como una serpiente en su último ataque desesperado. Jeremías se dio cuenta a tiempo, arrojándose para cortarle el paso.

—¡Alto ahí! —gritó, apuntándole con la pistola.

Vilaró iba a disparar la suya contra él para quitarlo de en medio, cuando un golpe de Rafaela a traición lo descolocó, lo suficiente para que la chica le arrebatara el arma. Jeremías la miró agradecido, brevemente, y ahora los dos apuntaban de cerca al desarmado Vilaró.

Se escucharon pasos a fuera y se abrió la puerta del despacho, dejando paso a cinco policías armados. Vicente Vilaró se vio derrotado. Adoptando una postura digna, conservando la elegancia del traje y los modales, puesto que podía perderlo todo menos el orgullo, no ofreció resistencia a los grilletes.

—Han llegado en el mejor momento —dijo Jeremías a los policías.

—Ya lo hemos visto —respondió uno, alto y fornido, mientras sus compañeros se encargaban del resto—. Abajo podremos atender a los heridos y llevarnos a los arrestados.

Jaime, que se había agachado junto a Fernando cuando este fue alcanzado, lo ayudó a levantarse y caminar. Escoltado por los cinco policías y esposado, Vicente Vilaró bajó las escaleras de mármol de su mansión, con Jeremías y Rafaela por delante. En el exterior, varios coches de policía y dos ambulancias esperaban con las luces encendidas; policías y médicos se habían encargado de los hombres heridos, que ahora estaban arrestados. Aparentemente flemático, Vicente Vilaró fue llevado hasta el coche patrulla que se lo llevaría; en última instancia, se volvió hacia Jeremías y Rafaela.

—En el ajedrez y en la vida hay que saber perder. Touché, madame, ha sido un placer conocerla. Quién sabe si nos volveremos a ver.

—Nadie puede intentar quitarme a Thor y salir victorioso, espero que lo recuerde. Se acabó el juego.

—Jaque mate —murmuró Jeremías, cuando la puerta del coche se cerraba tras el elegante, enigmático y amenazante Vicente Vilaró.

Al volverse, Jeremías y Rafaela se encontraron con una sonriente Nora, que los saludaba desde una camilla en la parte trasera de la ambulancia. Corrieron hasta ella.

—Nora, ¿estás bien? ¿Te han atendido? Me habías preocupado.

—Cállate, hombre. Me han jodido bien el brazo, pero lo que más siento es haberme perdido lo mejor. ¿Qué ha pasado? Tenéis que contármelo todo, por el amor de Dios.

Y se lo contaron, con todo el detalle que pudieron. Varias veces abrió la boca y la cerró, abriendo los ojos como platos al enterarse de todo, entre algún que otro comentario.

—Hay que joderse —soltó, cuando Jeremías hubo acabado el breve relato.

En aquel momento llegaron dos oficiales de policía a hablar con él. Hablaron de lo que había ocurrido y lo que pasaría después; lo más probable era que Vicente Vilaró quedara preso, y terminaran por descubrir toda la red que había detrás de esos negocios.

—Han hecho un gran trabajo —felicitó el policía, estrechando la mano de Jeremías. Con palpable admiración.

Nora y Fernando fueron llevados en las ambulancias al hospital; la policía se encargó de los arrestados, y los agentes y Rafaela subieron a sus coches. Cuando Jeremías se sentó al volante del Mercedes, con Rafaela al lado, soltó un hondo resoplido. Relajándose. Toda la tormenta había pasado. El estrés, los nervios, la tensión y la adrenalina de la acción aún estaban ahí, como una mano invisible que había estado apretando todo el tiempo, y de la cual no se daba cuenta hasta ahora, que aflojaba algo la presión. Rafaela sentía lo mismo. 



Ah, la tensión.

YA ES LA RESOLUCIÓN, FIN, YA, EN EL PRÓXIMO CAPÍTULO ACABAMOS Y MORIMOS.

Venga darle, esos comentarios, ¿qué os ha parecido? ¿Os esperabais que fuera Vicente Vilaró y no Gorrender? ¿Y todo lo demás? ¿Y ahora qué pasa?

Ya tengo ganas de acabar con esto a la maldita sea, yuhuuu. Ah mai god. Os quiero a todos mañana con una tacita de té esperando el final para gritar, llorar y celebrar todos juntos. Amos amos.

Sin más que decir porque va neurótica, se despide esta zorrita escritora. Love <3

¡Nos vemos en el siguiente!


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