Capítulo 27: Ataque sorpresa
Organizaron el asalto. Irían un grupo de agentes de la Agencia Punto Azul además de Jeremías y Nora, entre ellos Fernando, Jaime y Marina. Rafaela se había indignado ante la insinuación de Jeremías de que quizá debería quedarse aparte, así que iba a ir formando parte de lleno del golpe. Irían ellos a hacer una primera inspección, seguidos de la policía. El plan era simplemente irrumpir y sorprenderlos, procurando llegar hasta el líder antes de que se escurriera.
Cuando lo tuvieron todo listo llegó el día del abordaje, como lo denominó Nora. Jeremías conducía el mismo Mercedes gris oscuro con el que fueron a la fiesta de Gorrender, acompañado por Rafaela y Nora. En otros dos coches iban los demás agentes. Siguiendo las indicaciones de Rafaela, que iba tanteando el terreno que creía haber hecho en su escapada, por fin divisaron el lugar.
Era una villa entre muros a la cual se accedía por una cancela de hierro, que se podía accionar automática o manualmente. Dentro los jardines y el edificio, con un garaje o cochera al lado. En cuanto llegaron a la puerta, rápidamente se bajaron de sendos coches Nora y Fernando, que reventaron el cierre de la puerta y la abrieron, dejando libre el paso a los coches; estos entraron a toda velocidad, el Mercedes en el que iban Jeremías y Rafaela haciendo un derrape. Ahora venía cuando entraban en acción, y debían ser rápidos, eficientes y estar completamente alerta. Jeremías le había dicho a Rafaela que debía tener todos sus sentidos despiertos, velando por su propia seguridad; si le pegaban un tiro no se lo perdonaría jamás. Con los nervios en tensión y la adrenalina disparada, preparados para saltar. Se bajaron de los coches, rápidos y eficaces, a inspeccionar el terreno; cada uno llevando una pistola. «Muy total pro», pensó Rafaela. Ella también llevaba su arma, como si fuera algo que hacía desde siempre aunque era a primera vez que manejaba una; pero tenía una mirada de feroz resolución. Jeremías, a su lado, la expresión seria y concentrada, cien por cien alerta.
Y allí estaban; en cuanto vieron aquella intrusión salieron varios hombres vestidos de negro y llevando pistolas.
—¡En guardia! —gritó Jeremías.
Se escucharon tres disparos a la vez, secos, alarmantes. Rafaela creía que se le iba a salir el corazón del pecho. Jeremías y ella se habían agachado al lado del coche ante los disparos enemigos; se dirigieron una mirada, de entendimiento y complicidad, y salieron de su escondite. Pum, pum, sendos disparos sonaron a la vez. Los otros agentes se les unieron y empezó la guerra.
Los hombres de la casa, apostados en la entrada y tras las esquinas, tiraban hacia ellos a traición. Diciéndoles que se fueran de una forma por demás directa y violenta; pero ellos sabían a lo que venían. Tenían el terreno controlado y la balanza no se inclinaba por unos ni por otros; disparaban y se escondían por igual. Jeremías, apuntando certeramente, con el brazo estirado y un ojo entrecerrado, disparó hacia uno de los hombres. Se escuchó un grito de dolor y el alcanzado se ocultó tras la esquina, sangrando por el brazo.
—Wow —musitó Rafaela, al lado de Jeremías.
Se escuchó otra repentina detonación y una bala cayó a medio metro de donde estaban ellos. Jeremías miró hacia arriba; aquel tiro había venido de una de las ventanas. Masculló algo, agarró a Rafaela del brazo y se situaron detrás del coche. Mientras Jeremías apuntaba hacia las ventanas, donde estaba la nueva amenaza, Rafaela disparó contra otros dos hombres que seguían en las esquinas. Por su parte, Nora y los otros agentes, Jaime, Fernando, Marina y Pedro, apostados junto al otro coche, contraatacaban con igual empeño. Nora alcanzó al hombre que estaba en la puerta, tan certeramente que cayó al suelo posiblemente muerto. Si conseguían llegar hasta la entrada sin que los alcanzaran, habrían hecho un gran avance; y aquella era la oportunidad. Jeremías y Nora se miraron y asintieron a la vez. Después de susurrarle a Rafaela un «por lo que más quieras, ten cuidado», Jeremías se lanzó a correr hacia la puerta mientras los otros le cubrían las espaldas disparando al resto. Rafaela y Nora se lanzaron a la vez para alcanzarlo, cuando se escuchó la detonación de un fatídico tiro y la mujer de piel oscura cayó al suelo. Jeremías y Rafaela se arrojaron a la vez, yendo de vuelta hacia ella e ignorando los tiros que llovían a su alrededor de un bando y de otro.
—¡Nora!
—Jeremías, eres imbécil —masculló ella, tirada en el suelo y apretándose el brazo, que sangraba profusamente, con la expresión contraída de dolor.
—No, no, no, Nora, hay que ponerte a salvo. No te mueras, por favor —Jeremías, preocupado por ella, se agachó para comprobar la gravedad de la herida.
—¡Que te vayas, joder! —gritó Nora con una furia inusitada—. ¡¡Déjalos que me rematen si hace falta, pero tú sigue con esto!!
Jeremías miró a Rafaela, sin saber qué hacer en aquel trance. Estaban demasiado al descubierto.
—Corre y espérame —le dijo. Rafaela hizo caso, aunque no quisiera abandonarlos.
Jeremías le hizo señas a los otros agentes, y Fernando fue hasta él, corriendo medio agachado como los soldados en campo abierto. Fernando se encargó de llevarse a Nora a un lugar más seguro, donde no pudieran rematarla como había dicho. Y entonces Jeremías corrió a reunirse con Rafaela, pegada a la pared junto a la puerta de la casa solariega. Miró a un lado y a otro, sin dejar de sujetar la pistola con el cañón hacia arriba.
—Vamos —indicó a Rafaela.
Pum. Una bala reventó la cerradura de la puerta, y Jeremías la abrió de golpe apuntando al interior. No había nadie allí, en apariencia.
Siguiendo el pensamiento lógico de que el pez gordo estaría arriba, subieron por la gran escalinata de mármol que los llevaba a la segunda planta de la mansión. Siguiéndoles, entraron por la puerta Jaime y Fernando, ambos con sus armas en guardia.
—Los otros quedan de retaguardia —dijo Fernando al llegar hasta ellos.
—Que llamen a la policía, están tardando —respondió Jeremías—. Ahora voy a subir.
Miró a Rafaela, como dudando por un momento.
—Vosotros quedaros esperando —dijo al fin.
—Jeremías, no vas a ir solo.
—Ni se te ocurra —protestaron a la vez Fernando y Rafaela.
—De acuerdo, Jaime, vienes conmigo —dijo el agente—. Rafaela... se queda con Fernando, solo un momento.
Pensó que eso sería lo mejor, a pesar de que le costaba separarse de Rafaela y dejarla con Fernando en lugar de estar él con ella. Pero simplemente aferró más fuertemente la pistola y se dispuso a subir lo que quedaba de escaleras, acompañado por Jaime. Al terminar las escaleras se encontraron en un pasillo, justo en el momento en que aparecían dos hombres armados a su encuentro. Dispararon primero. Jeremías y Jaime se pegaron a la pared todo lo que pudieron; Jeremías apuntó con su pistola y disparó, alcanzando a uno de los hombres certeramente. Cayó al suelo, con un grito de dolor, sangrando, inutilizado. Jeremías no buscaba matar, solo mutilar o herir de gravedad, lo suficiente para dejarlos fuera de juego. Pero en aquel momento no sentía nada parecido a la lástima por ellos, más bien al contrario; iba a hacerles pagar por todo lo que les habían hecho a ellos, a Rafaela. Jaime estaba tirando contra el otro hombre, también concentrado solo en quien le estaba disparando; así que Jeremías vio la oportunidad de saltar sobre él.
Agarró la mano en la que el otro tenía la pistola y se inició un violento forcejeo en el que Jeremías trataba de quitarle el arma de las manos y evitar que le disparara, mientras que el otro intentaba exactamente lo contrario. Ambas fuerzas estaban igualadas, hasta que Jeremías le lanzó un derechazo directo a la cara, haciendo que su contrario se tambaleara y soltara la pistola. De otro empujón lo tiró por la ventana que estaba abierta. Se escuchó el grito de la caída, pero Jeremías ya no se estaba preocupando por él, sino que estaba mirando a su alrededor por si venían más hombres. Por su parte, Jaime había hecho una ligera inspección sin encontrar nada. Con un silbido, limpio y sostenido, Jeremías llamó a los otros.
Mientras arriba se libraba esta lucha, abajo habían tenido otra. Después de que los dejaran, Fernando y Rafaela se habían quedado abajo, sin bajar la guardia, esperando. Entonces aparecieron a bocajarro por una dirección y por otra tres de los esbirros armados, sorprendiéndolos. Fernando pasó un brazo alrededor de Rafaela, poniéndola detrás de él y protegiéndose tras una columna. Sonaron tres disparos a la vez, y dos balas hicieron mella en la columna. Fernando volvió a disparar, dos veces seguidas, contra los hombres, a la vez que mantenía a la chica detrás suyo. Rafaela, zafándose de la protección del agente, apuntó y disparó contra uno de los hombres, acertando de lleno. Fernando la miró, y justo en el momento en que ella esbozaba una sonrisa, se escuchó una detonación y un grito de Rafaela. El disparo, tirado a traición desde la esquina en la que se ocultaba uno de los dos hombres que quedaba, por poco no le había volado la cabeza a Rafaela. La bala pasó rozándola, dejándole una herida en la mejilla derecha, que no paraba de sangrar. Rápidos como el rayo se protegieron detrás de la columna, Rafaela con la mano en la herida, resbalándole sangre por el brazo. Simultáneamente Fernando y Rafaela levantaron sus pistolas, disparando uno a cada uno de los hombres, que cayeron con sendos gritos de dolor.
En aquel momento escucharon el silbido de Jeremías, que los llamaba tras haber liquidado a los de arriba. Subieron corriendo las escaleras, llegando Rafaela la primera al encuentro de los dos agentes. Al verla llena de sangre, la alarma se apoderó de Jeremías, que corrió hacia ella.
—¿Qué te ha pasado, estás herida?
—Tranquilo, estoy bien —le quitó importancia Rafaela, con Jeremías mirándole atentamente la herida. Y pasándole una mano por la mejilla llena de sangre.
—¿Despejado? —preguntó Fernando.
—Afirmativo —respondió Jaime.
—Vamos —dijo Jeremías, y mirando a Rafaela añadió—: No te separes de mí.
Fueron abriendo puertas, con las pistolas en alto, sin encontrar nada; hasta que llegaron a una que parecía ser la puerta de un despacho. Se miraron entre ellos, entendiéndose, antes de derribar la puerta entre dos. La puerta se abrió y entraron en tropel, apuntando al interior con las pistolas.
Allí, sentado calmosamente tras el escritorio, había un hombre, vestido pulcramente de traje. Como si los estuviera esperando. A Rafaela le resultó familiar, de haberlo visto antes, pero no conseguía recordarlo.
—¿Quién es usted? —preguntó Jeremías, agresivo, sin bajar la pistola—. ¿Dónde está Gorrender?
La respuesta fue una risa entre dientes, socarrona y fría, que le congeló la sangre a Rafaela. Era la misma que había escuchado en el sótano, atada y con los ojos vendados; el mismo sonido escalofriante que se había perdido entre las paredes.
—Gorrender... qué ilusos.
La misma voz. Y entonces Rafaela al fin recordó, le vino a la mente como un rayo. Aquel hombre que tenían delante, el pelo negro pulcramente engominado hacia atrás, de figura desgarbada y de ademanes imprecisos, no era otro que Vicente Vilaró.
KBOOM BABYY
Omg, omg, qué épico todo.
Me encanta el equipo que hacen Jere y Rafa, ¿ok? Es que god. Mis chicos tan arrebatadores como siempre.
Y Nora herida, que nos la matan, no we ;-;
Y ESE FINAL. ¿Elías Gorrender, Vicente Vilaró, qué pasa aquí?
Queremos respuestas y las tendremos en el capítulo siguiente.
Tanto pium pium me ha calentado la sangre. Literalmente estuve viendo vídeos de disparos con pistolas (Hecker&Koch VP9, la pistola de Jeremías, una fantasía por cierto). Y escuchando música épica, cómo no.
Like always, gracias por estar ahí leyendo y comentando, os adoro.
¡Nos vemos en el siguientee!
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