Capítulo 25: A flor de piel
Rafaela. No podía ser, era imposible que estuviera delante de él. Pero sin embargo ahí estaba, tan ella como siempre, con el pelo largo suelto y mojado por la lluvia, la misma ropa que llevaba la última vez que se vieron. Y una expresión de sorpresa muy parecida a la que debía tener Jeremías en la cara. No podía ser una alucinación.
—Jeremías.
Se había quedado en el sitio cuando vio aparecer de la nada y en medio de la oscuridad a Jeremías, con una pistola en la mano. Era la primera vez que lo veía con un arma, y tenía una expresión diferente en el rostro, oscura. Pero después del primer susto y sobresalto, Rafaela solo sintió alivio de verle, cosa que había creído que jamás volvería a ocurrir. Pudo ver el desconcierto de él en su cara, como si estuviera viendo un fantasma. Tras aquel momento en el que los dos se quedaron parados y mirándose, Jeremías bajó el arma dando un paso al frente, y con un impulso ambos se fundieron en un abrazo.
Un abrazo como pocos se han dado. Casi desesperado, se estrecharon como si fueran su tabla salvavidas, en un torrente de sentimientos distintos y confusos que se mezclaban; alegría y felicidad, reencuentro, la tristeza y el sufrimiento pasados, cariño e incredulidad. Uno de esos abrazos que recogen los mil pedazos de corazón roto y los vuelven a juntar, creando una sensación imposible de describir. Emoción pura a flor de piel. Lágrimas queriendo salir, brillo en los ojos, sonrisas renacidas.
—Dime que eres real. Estás aquí. Viva —murmuró Jeremías, aún abrazados, rozando el pelo de la chica con sus labios.
—Sí, estoy viva. Estoy contigo.
—Joder, Rafaela. Te he echado de menos.
Se separaron ligeramente, lo suficiente para mirarse a los ojos, tan cerca que sus pupilas se convertían en galaxias.
—No vuelvas a hacerme esto.
—Te lo prometo —susurró Rafaela suavemente, tan cerca de sus labios que casi se rozaban.
Entonces ambos se acercaron y el aire que los separaba dejó de existir, mientras se fundían en un beso sublime. Un beso pasional, de amor sin palabras, pero que también tenía el sabor del reencuentro, desesperado, como si hubieran estado siglos y vidas enteras separados. Y realmente lo habían estado. Porque esos días habían sido los más largos de sus vidas. Porque Jeremías había sufrido como jamás lo había hecho por la muerte de nadie, y Rafaela había sobrevivido apareciendo como una reencarnación en medio de la noche. Compartiendo todo ese torbellino de sentimientos en un beso que duró eternamente, tocando sus labios suavemente, separándose para volverse a encontrar, buscando más, enlazando sus lenguas con urgencia. En ese beso confluyó todo, desde el día en que se encontraron por primera vez, desde que se vieron enredados en una historia cada vez más confusa, cada mirada, cada pensamiento del uno hacia el otro, desde que se detestaban hasta que se aliaron, en una creciente amistad que sin darse cuenta terminó en algo más.
Allí estaban, de pie en el salón, enlazados y fundiéndose uno con otro; Rafaela con el pelo empapado y la ropa pegada al cuerpo, Jeremías rodeándola con sus brazos, con la pistola aún en una mano. Dejando salir cosas desconocidas hasta entonces, fluyendo el uno con el otro y dejándose llevar, juntos, sin pensar en nada, solo sintiendo.
Cuando terminaron en la habitación, Jeremías descubrió el olor cálido, como a canela, que tenía la piel de Rafaela, mientras iba acariciándola y contando cada lunar que encontraba. Mientras se iban descubriendo y tanteando, surcando una tierra nueva con los ojos vendados, entre besos húmedos, suspiros cálidos, caricias suaves y emociones a flor de piel. Se olvidaron de todo y simplemente se entregaron, estremeciéndose.
Se deshicieron de las ropas mojadas, y Rafaela recorrió lentamente el torso de Jeremías con las manos, como una obra esculpida por Miguel Ángel, observándolo. Mientras él hacía un camino de besos por su cuello, demorándose en saborearla, acariciándola, explorando cada curva y rincón de su cuerpo, memorizándola.
Y con una mezcla de ternura y pasión, dulzura y fuego, electricidad pura, se entregaron el uno al otro, vibrando al compás, al ritmo salvaje y cadente. Sudando, gimiendo, suspirando y gruñendo, dejándose ir, entre besos y caricias, para acabar los dos juntos en el más alto placer, en el cielo mismo del éxtasis. Y quedar tumbados, enlazados, con la respiración agitada y el corazón a mil; piel con piel, alma con alma, sin decir nada. Extenuados. Felices; realizados, pletóricos, renacidos y en paz. Juntos. Como si ese instante fuera eterno, un sueño del que no querían despertar. Húmedos y abrazados.
Pasó la noche, una noche de ensueño, de terciopelo negro; de sentimientos y emociones a flor de piel.
***
El primero en despertarse fue Jeremías. Parpadeó, volviendo lentamente al mundo real, y se quedó mirando la figura que tenía al lado. Rafaela, cubierta a medias por el edredón blanco, su piel cremosa a la luz sutil de la mañana, el pelo de brillos cobre revuelto, con mechones sobre su cara, su espalda y la almohada. La mano cerca de su cara, vuelta de lado, los labios ligeramente entreabiertos, y la expresión de su rostro totalmente serena. Jeremías se demoró varios minutos contemplándola, cada mínimo detalle, sin moverse.
No podía creer que fuera real, que estuviera ahí. Que la noche no hubiera sido un sueño, una completa fantasía. Pero era indudable que lo era, allí estaban, los dos en la misma cama y piel con piel. Mientras la miraba, revivió cada caricia y suspiro, cada cosa que hicieron, las sensaciones y la electricidad. Y pensó que habiendo tenido eso, podía morir tranquilo, teniendo lo mejor que podía llevarse a la tumba; pero no, ni por asomo quería morirse. Quería vivir para estar junto a ella, quería vivir todo lo que antes lamentaba no haber hecho; los dos juntos, por fin.
Rafaela se removió ligeramente, despertando, y al abrir sus ojos, como dos grandes pozos oscuros, miró directamente a Jeremías. Primero, como desconcertada, luego una sonrisa apareció en su rostro. Se removió bajo el edredón desperezándose, dirigiendo una dulce y soñolienta mirada acompañada de una sonrisa al chico que tenía al lado. No dijeron nada durante un momento, en el que simplemente se miraban, disfrutando de tenerse y estar ahí juntos. Rafaela observó atentamente a Jeremías, esos ojos de un verde claro, grisáceo, que siempre encontraba mirándola; el pelo castaño, fino y desordenado con un desenfado encantador; sus brazos, hombros, cuello y pecho desnudos, que le hicieron de morderse el labio inferior al recordar la pasada noche.
—Buenos días —pronunció él, con la voz ligeramente ronca.
—Buenos días, encanto —susurró ella, con una sonrisa coqueta.
Se deslizó entre las sábanas hasta sentarse en el borde, y alcanzando lo primero que vio empezó a vestirse; unas braguitas y la camiseta de Jeremías, que le estaba grande y le llegaba a los muslos.
—¿Qué tal? —dijo sonriente y dando una vuelta completa, al notar que Jeremías no había dejado de mirarla.
—Divina, pero dime qué me pongo yo ahora —respondió él, sin poder reprimir otra sonrisa.
Rafaela le tiró su sujetador y salió de la habitación riéndose. Jeremías se puso sus vaqueros, y descalzo y sin camiseta fue a la cocina, donde estaba Rafaela; y otra vez no pudo evitar quedarse encandilado viéndola. Las piernas largas y estilizadas, su camiseta gris holgada que tan bien le iba, el pelo desmañado cayéndole por la espalda, mientras cogía el cuenco de Fabi y le servía su comida, a la vez que preparaba el desayuno.
—¿Tortitas para desayunar, agente super secreto?
—Eso ni se pregunta.
Mientras, la gallina marrón devoraba su comida encima del frigorífico sin prestarles la más mínima atención. Porque Fabi, cuando tenía comida, no veía nada más allá de ella.
—Creo que te prefiere a ti antes que a mí —comentó Jeremías, refiriéndose a la gallina.
—Claro, me habrá echado muchísimo de menos.
—Todos lo hemos hecho —dijo él muy cerca de su oído, abrazándola por detrás.
—¿Me quieres ablandar el corazón? —replicó ella haciéndose la dura. Pero lo cierto es que se dio la vuelta e imprimió un suave y tierno beso en los labios de Jeremías, ambos con igual sonrisa tonta.
Rafaela siguió haciendo las tortitas, que impregnaban el ambiente con un delicioso aroma a mantequilla tostada, mientras Jeremías la ayudaba en unas cosas y otras. Entre roces, bromas, y sonriendo inevitablemente cada vez que sus miradas se encontraban.
Ojalá aquel momento pudiera durar para siempre.
aaaaaaaaaaaaajnsbvagsjasjkashhjash
Ya sí podemos morir. This is too much.
Hemos pasado de la oscuridad absoluta a todo lo contrario ah JAJASJJ.
Escribir esto escuchando Je t'aime, moi non plus...
mon dieu.
Vale, ahora sí, quiero leer esos comentarios, opiniones, gritos y de todo :D).
Después de leer esto ¿a quién envidiáis más, a Rafaela o a Jeremías?
Yo no sé, eh, difícil.
Espero que sobreviváis al infarto y sigáis leyendo, porque solo quedan CUATRO CAPÍTULOS.
Ahora sí me voy (a hiperventilar en mi cueva).
Mucho love <3
Nos vemos en el siguiente.
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