Capítulo 23: Vacío y desolación
Jeremías había estado todo el resto de la tarde en casa de Rafaela, sin hacer absolutamente nada. Simplemente meditando y pensando. Se había quedado dormido en el sofá, cosa que ya le resultaba familiar, cuando algo lo despertó. Primero abrió los ojos y se quedó en alerta, escuchando, y entonces reconoció el sonido de algo deslizarse en la puerta. Se levantó a mirar por la ventana y vio una figura que se alejaba a paso vivo en medio de la oscuridad de la noche; al pie de la puerta, un pequeño sobre blanco. Con un temblor en los dedos lo abrió rápidamente, por una parte sin querer saber lo que había dentro pero sin poder evitarlo.
No la volverán a ver jamás.
Se le cayó el mundo encima. El papel se le escurrió de las manos y se le nubló la vista. «No, no, no, no puede ser». Tuvo que apoyarse en la pared, mareado, cerrando los ojos, sintiendo un nudo en la garganta, sintiendo un vacío como si de repente le hubieran quitado todo lo que tenía dentro. Desesperación, angustia, dolor; ganas de morirse en ese mismo instante. Se cubrió el rostro con las manos, dejándose caer hasta el suelo. No era consciente de nada a su alrededor, había caído en un pozo sin fondo.
—Rafaela... no, no, no, por favor, no —murmuró—. No puede ser.
No podía ser verdad. Volvió a coger el papel, lo releyó una y mil veces, y el significado seguía siendo el mismo: no volvería a ver a Rafaela. Porque estaba... muerta. Esa simple palabra le revolvía el estómago. Primero no quería creérselo; pero aunque repitiera que no podía ser verdad, algo le decía que sí lo era. El papel era la prueba.
—Mierda, joder. —Intentó levantarse y llegar hasta el sofá, donde se dejó caer mirando al techo. No podía asimilarlo. Simplemente no podía. No lo asimilaba porque no era verdad. Por la mañana vería aparecer a Rafaela, sonriente como siempre, con su larga melena cobriza recogida en una trenza, preguntándole qué quería para desayunar. Por la mañana despertaría y todo habría sido un mal sueño. Tenía que ser eso. No podían quitarle a Rafaela tan fácilmente, no podía irse, así, sin más. Dejándolo en el más absoluto vacío. Llevándose con ella toda la luz del mundo.
Era incapaz de aceptarlo. Algo se revolvió en su interior, como un dragón enfurecido, y sintió odio, rabia, enfado. Hacia sí mismo, hacia los que habían acabado con la preciosa vida de Rafaela, hacia la crueldad del mundo, hacia todo. Se odió por haber permitido esto, por no haber protegido a Rafaela lo suficiente. No tendría que haberse separado de ella, tendría que haberlo evitado a toda costa, dando su vida por ello si fuera necesario. Pero no lo había hecho, no había podido. Y había pagado por ello. Odió intensamente a la organización, a los raptores y asesinos, los odió más que a nada en el mundo; y si hubiera tenido a uno de ellos delante lo habría matado con sus propias manos, se habría ensañado hasta reventarle el cráneo a puñetazos. Descargó ese odio, ese enfado y esa frustración dándole golpes a lo que veía; las almohadas, las paredes, a él mismo. Se quería arrancar la piel a tiras, tirarse de los pelos, darse cabezazos, matarse. Matarse para reunirse con Rafaela. Porque ella estaba muerta. La habían matado y él no había podido hacer nada por evitarlo.
Por primera vez, brotaron las lágrimas de sus ojos. Volviendo líquido el sentimiento de pérdida, de dolor, de sufrimiento, angustia y desespero. Lloró, se hundió en un agujero negro sin fin, en el vacío. Porque eso era lo que había quedado, simplemente vacío.
Así pasó la noche, abrazando una almohada que olía a ella, sumido en la más negra oscuridad y muriendo, muriendo por dentro de dolor.
***
Esa mañana en la Agencia Punto Azul no había mucho movimiento. Se habían juntado Nora, Fernando y Jaime a hablar del caso de Rafaela y Thor. No tenían nada nuevo y Jeremías, que hacía guardia en la casa, no les había transmitido nada. Después de eso Nora fue a la parte trasera, al patio, donde tenían a Thor. Lo habían instalado lo mejor que pudieron, con las cosas que trajeron de su cuadra, para que pudiera estar mínimamente cómodo. Aunque se le notaba descolocado, y en sus ojos se veía que buscaba a Rafaela. Ella era la que le daba confianza, ella era parte de su hogar; y verse allí, en un lugar extraño y entre gente extraña, hacía que volviera a sentir lo que se sentía cuando te venden y te cambian de sitio para algo desconocido. Pero Jeremías había intentado ayudar todo lo posible en que estuviera bien, y chico y toro empezaban a confiar el uno en el otro. Cuando Nora llegó a su lado, el animal levantó la cabeza hacia ella.
—Hola, grandullón. ¿Todo bien? —saludó. La voz siempre amable de la chica surtía su efecto. Nora no sabía cómo tratar con toros de lidia, pero sí que sabía cómo hablar—. No te preocupes, pronto estarás en tu casa y todo volverá a estar bien.
Tras comprobar que todo estuviera correcto y en orden, Nora dejó a Thor y se dispuso a salir en su coche a la casa número 63 de la calle Alfajor, donde estaba Jeremías. Ya era casi mediodía y como el agente no le respondía a las llamadas, la chica decidió ir a verlo por sí misma y ofrecerse a relevarlo.
Cuando entró por la puerta lo primero que vio fue a Jeremías, sentado frente a la mesa con su pistola delante. Con ojeras y los ojos rojos, el pelo totalmente desordenado de tanto pasarse las manos por la cabeza, con un aire de abatimiento; y la mirada fija en el arma. Parecía casi psicótico. El agente no se inmutó lo más mínimo ante la llegada de Nora.
—...¿Kere?
Jeremías levantó muy lentamente la vista hacia Nora.
—Se acabó. La han matado.
La voz ronca, esa mirada y las palabras, atravesaron a Nora como una flecha de hielo.
—No...
Jeremías señaló la mesita del salón, donde estaba la fatídica tarjeta. Después de leerla tres veces Nora seguía sin dar crédito, o sin querer hacerlo. No dijo nada, solo se sentó al lado de Jeremías, apoyando su cabeza en el hombro de este mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Cada uno inmerso en su propio dolor, compartiendo el mismo sentimiento.
—Jeremías, yo... lo siento muchísimo —Nora rompió suavemente el silencio, después de un rato.
—No busco consuelo.
—La querías, ¿verdad?
El chico movió la cabeza afirmativamente. Sí, la quería. La quería más de lo que él mismo creía, aunque en un principio hubiera querido negarlo. Y ahora eso no hacía más que quemarlo por dentro, ahora que ella no estaba. Cerró los ojos.
Después de un buen rato así, Nora se levantó y fue a por una fiambrera que tenía en su bolsa, en la cual llevaba unos sándwiches que puso delante de Jeremías.
—Come —dijo, a la vez que cogía la pistola del chico y la guardaba. Era una Hecker & Koch VP9, el mejor modelo que tenían.
—No puedo —rechazó él torciendo el gesto.
—Jeremías... —el tono de regaño dejaba claro que le obligaría a comer si era necesario—. Tienes que comer.
Sin ganas ningunas, Jeremías cogió uno de los sándwiches y le dio un bocado, masticando como un autómata. Sentía el estómago totalmente cerrado y la garganta seca, pero aún así se obligó a tragar un par de bocados, ante la atenta mirada de Nora. La cual no dejaba de estar preocupada por él. Sabía que estaba destrozado, y temía alguna locura por su parte; o que simplemente se abandonara en la apatía y la depresión, entrando en un círculo vicioso del cual no pudiera salir. Nora intentó no volver a emocionarse, pero no pudo evitarlo. Las lágrimas volvían a salir al pensar en Rafaela; en que la habían matado, en que nunca jamás volverían a verla, y que además ellos tendrían que haberlo evitado.
Pasó el resto de la tarde allí, haciéndole compañía a Jeremías, aunque cruzaron pocas palabras. No había más palabras que cruzar, simplemente compartían el silencio.
—Kere, creo que deberías descansar. Mejor me quedo yo haciendo guardia y te vas a tu casa —propuso Nora.
—No. Me quedo aquí —respondió él.
—¿Estás seguro?
Él asintió.
Se quería quedar allí todo lo posible, no iba a dejar que otro ocupara su lugar. Quizá también era porque ahí se sentía más cerca de Rafaela, en su casa, entre sus cosas, recordando los breves días que habían estado juntos. Y prefería estar solo, torturándose con sus pensamientos. Aunque apreciaba la compañía de Nora, una buena amiga más que una compañera de trabajo.
Nora sabía que no había réplica que hacerle a eso, no lo haría cambiar de opinión. Aunque le costara, tenía que dejarlo.
—Prométeme que cuando venga mañana vas a estar bien y entero.
—Lo intentaré —dijo Jeremías, mirándola.
Nora no pudo reprimir el impulso de darle un abrazo, breve, pero que decía lo que con palabras no podía expresar. Antes de que ella saliera por la puerta, Jeremías le pidió una última cosa:
—Cuida de que Thor esté bien, por favor.
—Claro —prometió ella, con una sonrisa triste—. Adiós... cuídate.
/llorar
No, en serio, no me puedo creer que yo haya escrito esto.
¿Debería preocuparme si lloro y río como psicópata a la vez? Nahh :D.
Solamente diré que espero esos comentarios vuestros, qué os ha parecido, lloración grupal y asesinato a la escritora. No, olviden eso último, aún tengo que publicar lo que queda.
Gracias por seguir ahí uwu.
Love 4 u <3
¡Nos vemos en el siguiente!
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