Capítulo 21: Impotencia entre paredes de ladrillo
Jeremías se estaba comiendo un sándwich de pollo; sentado en uno de los sillones de la Agencia, donde se había convocado una especie de reunión exprés. El jefe, Nora, y Fernando y Marina, otros dos agentes sumados a la misión, habían sido puestos al corriente por Jeremías de lo que había pasado. Y se dispusieron a analizar la situación y decidir qué era lo que podían hacer. Encontrar a Rafaela era lo único que ocupaba su mente.
La amenaza de la carta era como una sombra que planeaba sobre ellos. Debían entregarles al toro y renunciar a la misión de desmontarlos, o de lo contrario la chica lo pagaría. ¿Qué harían con ella? Esa pregunta no dejaba de aparecer en la cabeza de Jeremías. Imaginarla torturada, encarcelada, y pensar que era culpa suya, no paraba de atormentarlo. También la veía resistiéndose a ellos como una gata furiosa, y esa imagen le hubiera arrancado una sonrisa de no ser porque era totalmente incapaz de sonreír en aquel momento.
Darles el toro parecía la única opción de recuperar a Rafaela. Pero ¿y si era un farol? Se quedarían con el toro y con la chica. No podían permitirse caer en una trampa. Y Jeremías sabía que entregar a Thor no era una opción válida; Rafaela habría dado su vida por la del animal, y todo aquello se había montado por él. No, no iban a darles al toro de ninguna forma. Tenía que encontrar a Rafaela.
¿Dónde estaba? ¿Qué le estaría ocurriendo en aquel momento?
***
Rafaela estaba sola en medio de aquel sótano, pues había llegado a la conclusión de que era un sótano, triste y diáfano, de paredes enladrilladas. Había unas cuantas cosas en las esquinas, pero no tenían interés. Después de la inquietante conversación con el misterioso individuo, le habían liberado de las ataduras de la silla, dejándola abandonada con sus propios fantasmas. Lo primero que hizo fue ir a la puerta por la que habían desaparecido sus raptores, pero pronto se dio cuenta de que era imposible forzarla, desde dentro y sin herramientas. No sabía cuánto tiempo llevaba ya allí, dando vueltas inútiles, mirando las paredes, sentada o haciendo círculos como un león enjaulado. Podían ser horas pero le parecían días enteros. Pensaba en Jeremías y en Thor.
¿Se habrían dado cuenta ya de que la habían raptado? No había por qué... Jeremías se había ido a la Agencia y a su casa, no pasaría por la casa de Rafaela. ¿O sí? Pero aunque no la encontrase en casa, era muy improbable que imaginara el motivo de su desaparición. No, una parte de ella sabía que Jeremías se daría cuenta, confiaba plenamente en ello. Lo que más le preocupaba era su toro, ¿qué ocurriría con él? ¿Lo raptarían también? Ahora estaba solo en la casa de la calle Alfajor. Mil preguntas sin respuesta pasaban por la mente de la chica, mientras seguía dando vueltas bajo la bombilla. Odiaba estar así, secuestrada e impotente.
En algún momento, ya no sabía si era de día o de noche, tarde o temprano, le trajeron comida. Un plato de macarrones con caldo y una botella pequeña de agua. En seguida la puerta se volvió a cerrar, hermética y estrepitosa.
—¡Eh! ¡Esperen! —gritó Rafaela, golpeando con los puños el hierro—. ¡Maldita sea!
Aunque gritara y golpeara, lo único que conseguía era adolecerse más las manos. Renunció a ello y se encaró con su triste plato de comida; a pesar de todo, tenía un hambre canina, así que comenzó a comer. Unos simples macarrones baratos con caldo aguado que dejaban mucho que desear. Pero aunque se veía deprimente y sabía igual o peor, Rafaela se los comió y se bebió media botella de agua, dejando el resto por si no le volvían a traer.
De pronto le vino la idea a la mente de que podían estar observándola por medio de cámaras ocultas. Automáticamente miró hacia el techo y las esquinas, pero no descubrió nada. Aún así, la idea persistió, y empezó a sentirse observada, incómoda. Como cuando sientes que hay alguien mirándote aunque no lo veas, la sospecha de que la vigilaban y que veían cada cosa que hacía le hacía sentirse indefensa e incómoda. Arrugó el entrecejo y la nariz en una expresión de desagrado muy suya.
—¡Eh, capullos, ya he terminado! —gritó con cierta sorna.
Como respuesta a sus palabras, o porque ya lo supieran, se escuchó el característico sonido de la cerradura y los cerrojos abrirse, para dar paso a uno de los hombres vestido de negro que venía a recoger el plato.
—¿Vienes a por el plato? —preguntó Rafaela, tendiéndoselo amablemente en la mano. El hombre no dijo nada, pero era evidente que sí—. ¡Pues tómalo! —Rafaela lo tiró con todas sus fuerzas, pero por mala puntería se estrelló en la pared en vez de darle al hombre, y los añicos se esparcieron por el suelo ruidosamente.
El esbirro dio dos pasos amenazante, dispuesto a tomar represalias, pero por un instante se lo pensó mejor y dio media vuelta. Recogió los trozos de plato roto para que Rafaela no los usara como arma, mientras esta se mantenía erguida y de brazos cruzados observándolo. Y se fue por donde había venido, sin pronunciar una sola palabra. Rafaela soltó un bufido.
Volvía a estar sola con sus pensamientos. Tras dar dos vueltas se dejó caer en el suelo, apoyando la espalda en la pared y abrazando sus piernas. Casi en susurros, cantó muy bajito:
—Frère Jaques, frère Jacques, dormez vous?, dormez vous?, sonnez les matines, sonnez les matines, ding dong dang, ding dong dang.
«Si me me quedo mucho tiempo aquí comiéndome la cabeza, terminaré loca», pensó. Y en verdad lo único que podía hacer en su situación era dar vueltas como animal enjaulado que era y comerse la cabeza pensando cosas que no llevaban a ninguna parte.
—Podrían darme un libro o algo —dijo en voz alta—. Pero qué va, Rafaela, estás raptada. Mucho es que te hayan dado unos miserables macarrones. Me tocará dormir en el suelo y rumiar hasta la desesperación.
Y pensando así se terminaba desesperando. Porque estaba encerrada e impotente, sin poder hacer absolutamente nada, a merced de sus captores que harían con ella lo que les viniera en gana, ya fuera matarla de desespero o de un tiro. Y mientras tanto no podía saber qué ocurría allá fuera, qué pasaría con Thor o con Jeremías. Le daban ganas de darse cabezazos contra la pared de ladrillos, pero se contenía. «Relájate, Rafaela, relájate. Con desesperarme no voy a hacer nada».
Así pasó el tiempo, del cual ya había perdido toda noción. Los minutos parecían horas, y a la vez las horas desaparecían una tras otra sin que nada cambiase. Si hubiera una mísera ventana al menos podría ver la luz del sol, si era de día o de noche; pero ni siquiera tenía reloj.
—Ah, Jeremías, si estuvieras aquí.
Una y otra vez venía el chico de pelo castaño y ojos verdosos a su mente. Cerró los ojos y volvió atrás a los días que había estado con él, que ahora parecían lejanos aunque realmente apenas fueran ayer. Volvió a verlo con su camiseta básica gris, apoyado en una muleta, mirándola mientras ella cocinaba y fingía no sentir su mirada. Las bromas, su risa franca, esos detalles que sacaban a la luz una nueva confianza entre ellos. El brillo glauco de sus ojos cuando se miraron tan cerca que podían rozarse... y el suave y dulce tacto de sus labios en aquel fugaz beso.
Yendo más hacia atrás, recordó aquella noche de tormenta veraniega en la que ambos se enfrentaron por primera vez. Poco sabía ella que aquel extraño que repudiaba primero terminaría siendo alguien tan importante. Pero, ¿pensaba él en ella? Se le escapó un suspiro; no, no pensaría en ella así. No lo creía, y a la vez quería creerlo. ¿Estaría preocupado? Seguramente. Era su trabajo. Pensó en lo que le diría cuando volviera a verlo... si es que volvía a verlo. Intentó apartar los pensamientos negativos de su mente y se centró solo en recordar cosas buenas, hasta que se quedó dormida; tirada en el suelo, con su brazo por almohada y las piernas flexionadas, los ojos cerrados y soñando con volver a ver esa mirada verde de brillos cristalinos.
***
Cuando al día siguiente le volvieron a traer la comida, estaba muerta de hambre. El día anterior solo había comido una vez, y ni se habían preocupado de un desayuno; así que se habría comido cualquier cosa que le trajeran. Y esto fue otro plato de tristes macarrones flotando en caldo.
Rafaela hizo una mueca; por su sabor, no habían hecho más que coger las sobras del día anterior sin molestarse en calentarlo. Un detalle en el que se fijó y que le hizo sonreír con sorna, era que venían en un cuenco de plástico reutilizable. Sin mucho entusiasmo pero saciando el hambre acabó con todo, dejó el cuenco y la cuchara de plástico y se retiró a un rincón. Para su sorpresa, no vino solo alguien a llevarse el plato y ya, sino que aparecieron tres esbirros que se encararon con ella.
—Señorita, siéntese en la silla.
Les echó una mirada de fulminante desconfianza; seguían ahí plantados de brazos cruzados, con aire amenazante. Decidió que tal y como estaban las cosas, podía hacer lo que le pedían. En cuanto se sentó en la silla dos de ellos le cogieron las manos y se las ataron a la espalda mientras el otro le puso un saco de tela negra en la cabeza.
—Malditos bastardos hijos de puta —maldijo Rafaela retorciéndose. Pero la habían atado demasiado bien y rápido.
En aquel momento escuchó la puerta; los esbirros habían salido y alguien había entrado. Rafaela se quedó quieta y en alerta, escuchando sus pasos en el vacío de la estancia.
—Y bien... —dijo una voz, que reconoció al instante como la misma con la que había hablado cuando la trajeron.
—¿Qué quiere de mí? —preguntó Rafaela, sin poder evitar cierta agresividad en su tono de voz.
—No tan deprisa. De momento lo único que quiero es que te estés aquí.
Con una risa sarcástica Rafaela respondió:
—Como que no tengo muchas más opciones, ¿no?
—Me alegro de que lo veas tan claro.
—¿Y para qué quiere tenerme aquí? Supongo que no será por placer, dado el deplorable trato que otorga a sus invitados.
—Para negociar —la voz, lenta y fría como el cristal, no dejaba de desagradar a Rafaela—. Verás... me suele molestar cuando alguien se entromete y entorpece mis negocios, como lo ha hecho tu amigo el agente de medio pelo. Así que hemos tenido que interponer medidas drásticas.
Rafaela no dijo nada. La habían raptado como represalia, como escarmiento por haberse metido en sus asuntos, impidiendo que hicieran lo que querían. Pero ¿cuánto podía durar eso y con qué objetivos?
—Ahora tendrán que darnos lo que queremos.
—Así que me usan como rehén para negociar y conseguir que os dejen el camino libre. —Rafaela, a pesar de tener la piel erizada, respondía con atrevimiento y sin dejar ver que nada le afectara.
—Exacto. Y si no hacen lo que queremos, les quitaremos lo que ellos quieren... una pena por ti, Rafaela —su nombre pronunciado por aquella voz le dio escalofríos—. En tres días estará decidido tu destino.
aHHHH qué va a pasar aquííí
Yo sé lo que va a pasar, así que me tengo que morder la lengua porque tipo AAAAAA.
Vale, ¿opiniones, teorías? ¿Se siente la tensión en el aire?
Rafaela, Jeremías, el misterioso antagonista... chan chan...
Las últimas y épicas palabras de "en tres días estará decidido tu destino" jhtfyjnkmjbuyg
Otras dos pequeñas cosas que comentar, detalles absolutamente nimios: Rafaela cantando frére jaques es una referencia a la película de La vuelta al mundo en ochenta días, donde Paspartu canta eso cuando están encerrados y jodidos a merced de sus captores. AJAJAJJAS.
Y que cuando iba a empezar este capítulo me quedé en blanco, no sabía cómo empezar y me estaba comiendo un sándwich de paté de pollo. Así que, Jeremías se estaba comiendo un sándwich de pollo. Qué brutal soy.
¡Nada más que decir! Creo. Os adoro por seguir leyendo, comentando y apoyándome, vamos en un tren que se precipita al final ;3.
Love <3
¡Nos vemos en el siguiente!
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