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Capítulo 20: Alarma


Después de pasar toda la tarde en la cafetería hablando con Nora, Jeremías fue a su apartamento. Cuando abrió la puerta, lo primero que hizo fue encender la luz y contemplar el pequeño piso. Llevaba bastantes días sin pisarlo, pero no lo había echado de menos. Hogar es donde habita tu corazón, decían. No sabía por qué se le había venido eso a la cabeza. Dejó la bolsa con sus cosas en el sofá y se sentó con un resoplido, mirando en derredor; todo le parecía apático. Encendió un cigarrillo y empezó a fumárselo, a caladas largas y expulsando el humo sin prisas.

Tumbado en el sofá, se quedó mirando al techo y pensando, inevitablemente, en Rafaela. En la loca aventura que los había llevado a conocerse, en lo especial que era ella, como una estrella que brilla sola en el cielo. Y se durmió, perdido en ojos color café, mechones de pelo cobrizo y pecas sobre piel cremosa.

* * *

El sol entraba por la ventana, dando de lleno en los ojos de Jeremías, que despertó desubicado y parpadeando por la luz. Se había quedado dormido tirado de mala manera en el sofá y sin cenar; llevaba sin comer desde la última comida en casa de Rafaela, sin contar los cafés de la tarde.

Se levantó y estiró sus músculos entumecidos, contrayendo la expresión de la cara a la vez que estiraba los brazos y movía los hombros.

Aaaghn —suspiró levantándose, arrastrando los pies hasta la cocina y pasándose una mano por el cuello.

Encendió la cafetera como un autómata y se hizo un café; después de los primeros dos tragos, su cuerpo y su mente empezaron a funcionar correctamente. Ya despejado, preparó varias tostadas con tomate y aceite, que comió pensativamente, masticando lento, mirando a un punto fijo del aire y bebiendo todo el café que quedaba. ¿Qué iba a hacer ese día? Decidió ir a casa de Rafaela, para ver cómo estaba. Una vez hubiera comprobado que estaba bien y hubieran intercambiado noticias, iría a la Agencia, para hablar con Nora y los nuevos agentes que se meterían en el caso; Fernando, Jaime y Marina.

Cuando terminó de atarse las deportivas y estuvo listo, Jeremías se dirigió a pie hacia la casa de Rafaela. Allí estaba, como siempre, ya familiar para él, el 63 de la calle Alfajor; llamó al timbre. No hubo respuesta. Volvió a llamar y nada. Tras llamar cuatro veces y esperar cinco minutos que le parecieron demasiado largos, decidió entrar por sí mismo. Sacó las ganzúas y estuvo maniobrando un rato, hasta que por fin escuchó el clic indicativo de que se había abierto.

—¿Rafaela? —llamó Jeremías, entrando—. ¡Rafaela!

No estaba en casa. Supuso que habría salido a comprar o algo así. Miró en la mesa; no había ninguna nota. «¿Por qué iba a haber dejado una nota?», dijo una voz en su cabeza. Tras echar un vistazo por las habitaciones salió al patio. Allí estaba Thor, hermoso e imponente; Jeremías aún se estaba acostumbrando a tener tan cerca un toro de lidia. El toro al verlo se le acercó y le tocó con el morro, casi empujándolo.

—Ey, ey, ey, tranquilo, bicho, ¿qué pasa?

Thor seguía tocándole con el morro, soltando un gruñido suave que parecía de ternero, mirando a Jeremías con un brillo indescriptible en los ojos. Jeremías le devolvió la mirada, mirándose directamente a los ojos. Lo que le pasaba era que echaba de menos a Rafaela, pero eso el chico aún no lo sabía; aunque podía intuir que algo pasaba. Era como si el toro quisiera decirle algo y reclamara atención. O también podía ser que tuviera hambre.

—Tranquilo, chico —repitió Jeremías, posando su mano en la frente del animal.

En aquel momento sus oídos percibieron un leve ruido en la puerta de entrada, y se volvió rápidamente para ver qué era.

—¿Rafaela? ¿Eres tú?

Justo debajo de la puerta había un sobre, que Jeremías estaba seguro de no haber visto antes. Abrió la puerta de la calle con la esperanza de descubrir al que la hubiera entregado, quienquiera que fuese; pero no había ni rastro de nadie. Con la extrañeza reflejada en su entrecejo, tomó la carta del suelo y la examinó. Un sobre blanco, sencillo y totalmente normal. Y dentro de él una nota; según la iba leyendo y sus ojos corrían por las líneas, la alarma crecía en él.

La tenemos. Dejen el juego, su posición en el tablero está comprometida. Si antes del lunes no se han retirado y entregado el toro, ella lo pagará.

El mundo se le cayó encima a Jeremías. «Mierda, no no no no. ¡No!». Rafaela, su Rafaela, en manos de ellos. Y evitar eso era su único cometido. Su maldita y única misión era mantenerla a ella y al toro a salvo, y ahora todo se había ido al carajo. ¿Qué le iban a hacer a Rafaela? No debería haberse apartado de su lado. Dejen el juego... ella lo pagará..., las palabras de la carta se repetían en la cabeza del agente. La alarma y la desesperación se apoderaron de él.

Se había sentado, o más bien dejado caer, sobre uno de los sillones del salón, dejando la carta a un lado. Con la mirada gacha, pasándose las manos por la cabeza, revolviéndose el pelo con desespero, tratando de pensar. «Tranquilízate y piensa».

Thor. Había que ponerlo a salvo cuanto antes. Esa casa ya no era un lugar seguro para él, en cualquier momento podían venir a secuestrarlo también. Llamó rápidamente a Nora, que al quinto toque descolgó.

—Nora, ven aquí cagando leches. Trae a quien puedas de los otros y dile al jefe que tenemos problemas. Mientras tengo que sacar a Thor de aquí.

—¿Jeremías? ¿Qué ocurre?

—Luego te lo explico.

Colgó. Estaba seguro de que Nora se movilizaría enseguida. Dio otra rápida batida por la casa sin encontrar nada fuera de lugar, y salió al patio, donde estaba Thor esperándole. Ahora sabía lo que intentaba decirle, que Rafaela no estaba.

—Eres muy listo —se dirigió al toro—. Ahora tengo que sacarte de aquí, por favor, no me pongas las cosas difíciles, ¿vale?

Con cuidado, volvió a poner su mano en la cabeza del animal. Sus ojos se encontraron.

—Confía en mí.

En la pared del establo, colgando de un gancho, había unas cuerdas, collares y cabezadas para el toro. Jeremías cogió una, y con lentitud y cuidado, la pasó por la cabeza y los cuernos del toro hacia su cuello. Ya estaba. Ahora solo faltaba que le siguiera y fuera tan dócil como Rafaela presumía que era.

—Vamos —dio un ligero tirón a la cuerda y Thor echó a andar.

Sabía perfectamente que cuando Rafaela le ponía la correa significaba que iban a salir, así que sin titubeo alguno se dirigió hacia la puerta, acompañado por el chico. Antes de sacar al toro, Jeremías comprobó que no hubiera nadie a la vista. Previamente buscó las llaves del coche de Rafaela, donde debía llevar al toro con su remolque especial.

En aquel momento apareció frente a la casa el coche de Nora, del cual bajaron ella y Jaime.

—¿Qué ocurre? —Nora parecía un torbellino, pero ambos se quedaron de piedra al ver en la puerta a Jeremías con Thor.

—Han raptado a Rafaela.

Los ojos de Nora se abrieron como platos.

—¡No!

—Tengo que sacar al toro de aquí cuanto antes.

Nora y Jaime lo ayudaron a abrir el remolque y a subir al animal, que quedó felizmente instalado en el interior.

—¿Crees que vendrán a la casa? —preguntó Nora.

—Es posible. Jaime, ¿te quedarías vigilando?

—Por supuesto —respondió este, dispuesto a lo que hiciera falta.

—Perfecto. Mientras Nora y yo tenemos que llevar a Thor a algún lugar e informar al jefe.

Dejándolo todo dispuesto, Jeremías al volante del todoterreno de Rafaela y Nora a su lado, arrancaron hacia la Agencia. Jeremías, sin muchas ganas de dar explicaciones, le tendió la fatídica carta a su compañera.

—Joder, no puede ser —soltó Nora al acabar de leerla, sin querer creérselo.

—¡Ha sido culpa mía! —estalló Jeremías—. Tenía que mantenerla a salvo. Si le hacen algo por mi culpa jamás me lo perdonaré. ¡Joder! —Descargó su frustración con un puñetazo en el volante.

—Jeremías, cálmate. —Nora veía lo alterado que estaba, y si a ella le había afectado la noticia sabía que a él le afectaba el doble. Pero tenían que razonar.— Ahora lo que hay que hacer es llevar al toro a donde no puedan encontrarlo.

—¿Sabes de algún buen sitio?

—Detrás de la Agencia podremos colocarlo, creo.

Jeremías recordó que detrás de la agencia había un pequeño espacio sin construir, como un patio, que a veces usaban para tener cosas. No tenía las comodidades que Rafaela le había puesto en su casa, pero podría estar.

—Tengo que encontrar a Rafaela, sea como sea. Aunque me maten —dictaminó.

—No te pongas dramático, por favor. Vamos a hablar con el Jefe y con los otros, y entonces trazaremos un plan de acción.

Jeremías intentó calmarse y respirar hondo. Por sus venas corría adrenalina. Alarma. Miedo por lo que le pudiera pasar a Rafaela, aunque sabía que con eso no la ayudaba. No soportaba la idea de que ella estuviera cautiva, torturada quizás, sufriendo, y él no pudiera hacer nada por ayudarla.



Abróchense los cinturoneees, vamos a despegaaaar. 

Es que aaaahh, la nota, y Jeremías ansvjabhsjn y Thor aaaaaaaa y todo aaaaa. Ok, ya. 

Vengan esos comentarios, impresiones, gritos de emoción o quejas. ¿Vamos bien? ¿Bien mal?
La verdad es que siempre me quedo sin nada que decir en las notas, tipo, seguramente había algo que decir pero se me olvida. Así que mejor callarse antes de soltar sin sentidos.

Últimamente me conecto poco al internet con el ordenador, así que procuraré ir publicando los capítulos cuando lo haga. 

Gracias por seguir ahí, leyéndome y comentando. Os amo <3

¡Nos vemos en el siguiente!

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