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Capítulo 2: Rafaela Cabreras y Thor


El número 63 de la calle Alfajor era una casa algo interesante de entre las muchas que había en la calle, unas de un tipo y otras de otro. A la entrada había una pequeña valla prácticamente inútil, un escaso camino de piedras con césped a los lados y luego la puerta, de madera muy oscura y perfectamente barnizada. Tenía bastantes ventanas a un lado y a otro, y arriba en lo que parecía ser una buhardilla. La casa era color gris oscuro, como la pizarra, cosa que la resaltaba entre el resto y contrastaba con las cortinas rojas del interior.

El agente Jeremías estuvo un buen rato mirando y analizándolo todo con sus ojos suspicaces y entrenados. Hecha la primera prospección del terreno en general, se apostó en una farola de espaldas a la casa, dispuesto a esperar horas y horas hasta detectar algún movimiento de su objetivo. Sabía hacerse invisible, camuflarse y disfrazarse para cada ocasión que lo requería; ahora simplemente pasaría desapercibido.

Transcurrió una hora de monótona espera, en la cual Jeremías, o Kere, hacía acopio de su infinita paciencia, dedicándose a observar los más nimios detalles. Vio tres colillas de los mismos cigarros frente a la casa del vecino, y ya sabía la marca que fumaba; una que él nunca había probado. Recababa datos sin darse cuenta, y así siguió, viendo palomas pasar por el cielo que ese día estaba despejado. Pasaban las dos horas, y algo le hizo ponerse alerta: el sonido de una puerta justo a sus espaldas, en el número 63. No hizo ningún movimiento brusco, sino que se estuvo allí, quieto como un camaleón y escuchando. Giró ligeramente la cabeza, pudiendo observar a su objetivo. Y no solo vio a la chica, sino que la vio acompañada de una bestia de 500 kilos, todo negro, con dos grandes cuernos y la complexión fuerte, robusta e intimidante de un perfecto toro bravo. A pesar de que éste causó impresión en Kere, la mujer que estaba con el toro se comportaba igual que si fuese un pequeño perro de lanas.

Era alta, tenía el pelo muy largo, completamente lacio y de un color cobrizo; a esa distancia no pudo concretar mucho más, aparte de una nariz de formas suaves y ligeramente respingona. Vestía unos vaqueros muy ajustados a sus piernas y una blusa ancha y larga, de color rosado desvaído.  

Le estaba hablando al toro, con voz clara, que llegó hasta el espía escondido.

—Pero vamos a ver, Thor, te tengo dicho que te esperes a que yo vaya primero, si no ¿cómo quieres que te abra la puerta?

Y para sorpresa de Jeremías salieron a la calle, la chica llevando al animal con una cuerda que apenas sujetaba, a dar un paseo tan normal.

«Joder, me ha tocado seguir a una loca que pasea toros bravos», pensó Kere, mientras aún se mantenía avizor en su puesto. Como no había otro remedio, fue siguiéndola por la calle, dejando una buena distancia de seguridad y parándose a cada rato, procurando no hacer ruido. Apoyando las suelas de sus deportivas sigilosamente, primero el talón, luego el borde y la punta, dejando caer el peso con cuidado. Había aprendido a ir sin hacer ruido y ya ni siquiera se concentraba en eso, sino que le salía solo. 

Rafaela anduvo tranquilamente paseando a Thor, dejando la cuerda colgar, hasta que llegaron a un coche tipo todoterreno con un remolque enganchado, especial para animales. 

Jeremías vio cómo ella abría el remolque y le indicaba a su «mascota» que subiera, montando luego ella en el puesto del conductor. Arrancó el vehículo y se fue hacia no sabía dónde, pues él ahora no podía seguirla. Sopesó sus posibilidades y se dijo que por aquel día no pasaba nada, así que volvió hasta la casa. Ahora que no había nadie, decidió dedicarse a curiosear más intensamente. 

Sin el menor reparo saltó la verja, y cuidando de no dejar señales patentes se acercó a la casa. La puerta tenía echada la llave. Era una cerradura normal y sencilla, Jeremías había abierto otras de la misma marca cuando se entrenaba con las ganzúas. Fue a investigar por las ventanas, aunque no había mucho que ver a través de las cortinas. La de la derecha daba al salón, y a la izquierda estaba la cocina. Supuso que dentro se conectaba todo, y más atrás estarían las habitaciones y demás. Quedándose ahí, con las manos en los bolsillos, se preguntó qué clase de cosas se tendría que enfrentar en aquel encargo, pues no era de los más normales que le habían ocupado.

Puede que todo eso de que la chica estaba en peligro por una «organización maligna» por su toro fuese mentira, y que realmente nada de eso ocurriese. Y allí estaba él para «proteger» a alguien de la que solo sabía que era una loca que tenía un toro en vez de un gato. Pero no dudaba de la información que manejaba la Agencia, así que era muy probable que tal organización fuera real, y quién sabe por qué motivos Rafaela estuviera en peligro; por lo cual, su trabajo iba a ser importante. 

Siguió cavilando allí parado, y luego se dio la vuelta. Aquel día no iba a hacer más incursiones, sino que quedaría al margen como siempre, observando para conocer a su objetivo.

Encontró un buen sitio donde ocultarse, detrás de un seto que había entre la casa y la del vecino, donde podría estar más cerca y seguro. Mientras el sol iba cayendo y se acercaba el atardecer, un atardecer claro de colores pálidos, con un cielo que pasaba del azul grisáceo a los naranjas, Kere se quedó allí, estirando los músculos y relajándose; tumbado en la parte trasera del seto y mirando hacia arriba, con una mano en el pelo y la otra buscando un cigarrillo.

Lo encendió y se lo llevó a los labios, dando una primera calada larga. Cerraba los ojos cuando soltaba todo el aire, dejando que el humo volase danzando sobre su cabeza. 

«Soy su guardaespaldas. Pero ella no tiene que saberlo ni descubrirlo bajo ninguna circunstancia», se repitió Jeremías. Iba a ser un trabajo sumamente aburrido si se trataba de estar siempre allí plantado, simplemente viendo cómo ella salía a pasear a su toro sin más. Esperaba que ocurriese algo.

Y así, imaginando mil cosas, situaciones y posibles sucesos, pasó el tiempo hasta que llegó Rafaela en su todoterreno descapotable y el remolque, con las ruedas llenas de barro.

Se bajó ágilmente y sacó al toro, Thor, que bajó manso y resoplando. Como el coche, tenía tierra en las patas.

—Vamos, bonito, andando —le dijo su dueña, y manejándolo con la cuerda el animal obedeció.

Entraron al frente de su casa, sin sospechar que allí a unos metros, detrás de un seto, había un agente espía encargado de vigilar a la chica y al toro. Mientras Rafaela buscaba la llave, entre un gran y caótico manojo de ellas, el toro resopló muy cerca de Jeremías. Éste estaba inmóvil, tenso, y secretamente con el pulso acelerado por si la bestia lo descubría mientras él observaba. 

Desde su nuevo escondite tenía una vista más de cerca de la chica, que en aquel momento daba con la llave y triunfante abría la puerta. Pudo apreciar sus ojos oscuros y algunas pecas recorriendo sus mejillas y nariz, y su sonrisa alegre. Justo en aquel momento, Kere tuvo un desliz.

Al querer ver mejor, había puesto la mano sobre unas hojas que crujieron, muy levemente, algo casi imperceptible, pero que hizo que él se maldijera mentalmente y que Rafaela girase la cabeza. Frunció las cejas ligeramente, pero luego se encogió de hombros, pensando que podía haber sido cualquier cosa o mismamente Thor, que estaba por allí.

—¡Vamos, a casa, precioso! Te voy a dar un baño y luego a la caseta.

Thor obedeció, y tanto el animal como la dueña se introdujeron en la casa. Jeremías suspiró largamente, aliviando la tensión, y aún se quedó ahí mirando la luz que se filtraba por la fina y rojiza tela de las cortinas, tratando de imaginar lo que haría Rafaela.

¿Bañar al toro? Por un momento se lo imaginó en una bañera normal, y le pareció una situación tremendamente surrealista. Quién sabe si aquella mujer era capaz de eso, y luego le pondría una manta y lo tendría en el sofá. Pero no, seguramente tendría un sitio especial para el toro, como un patio trasero, pues la mayoría de casas por allí tenían jardines.

Así siguió, pensando que, si se trataba de espiar, vigilar, observar y proteger, era injusto estar allí a fuera como un perro mientras cada vez era más de noche y sin ver lo que hacía dentro de la casa. Tal vez, como si lo viese en una película, se daría una ducha, luego haría la cena y vería algo en la televisión o se pondría a leer.

En verdad, poco le importaba a él eso. Así que se levantó, estirándose, y se dispuso a irse. A la mañana siguiente volvería, casi al amanecer, y luego de escribir todas las observaciones en su inseparable libreta marrón y mandar informes a la Agencia, seguiría así su trabajo ojo avizor y esperando que ocurriera algo.

 Y pronto ocurriría. 


Por fin el segundo capítuloooooo. Creo que tengo más ganas de publicar, que los lectores de leer xD.

Espero saber todas vuestras opiniones; qué os parece Jeremías, qué pensáis de Rafaela y su toro y qué imagináis que ocurrirá... Y ya sabéis, cualquier cosa.

Si queréis ir sabiendo cosillas y alguna pendejada mía, podéis seguirme en Twitter (@adharagranley). Y como no recuerdo qué más tenía que decir, me voy esperando al capítulo 3 (ohsíohsí). 

OS ADOROOOOOO.  

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