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Capítulo 19: Sin noticias

  

—¿Por qué mierda no contesta? —dijo Jeremías, tras llamar a Rafaela por cuarta vez sin recibir la más mínima respuesta.

—No te rayes, estará haciendo algo —le dijo Nora para calmarlo. Él también se decía que era estúpido preocuparse.

«Seguro que se ha dejado el móvil en silencio o lo ha perdido entre las almohadas mientras hace algo. Solo la has llamado cuatro veces». Pero era difícil quitar a la chica de su cabeza.

En aquel momento llegó la camarera, una rubia delgada y con la nariz respingona, sacándolo de sus cavilaciones.

—¿Qué os sirvo? —preguntó.

—Un capuccino —dijo al punto Nora.

—Y un café solo —añadió Jeremías.

Estaban en la cafetería de siempre junto a la Agencia, donde Nora y Kere se habían reunido después de hablar este con su jefe. Esperaron en silencio, él mirando por el cristal hacia la calle desierta y Nora jugueteando con su llavero. Cuando al fin volvió la camarera y les dejó los cafés, Jeremías y Nora se miraron a los ojos. El chico dio un reconfortante trago de café, negro, amargo, aromático y humeante.

—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó la morena.

—Hm... —murmuró el chico—. No lo sé, seguimos perdidos. Lo único que podemos hacer es seguir evitando que cumplan sus planes.

—De acuerdo —dijo ella animosa.

Jeremías volvió a asentir, pero Nora reconoció en él un aire ausente.

—Eh, Kere. ¿En qué piensas?

—¿Ah? En nada.

—Oh, venga ya, estás completamente ausente, y sé reconocer cuándo algo no te deja en paz la cabeza.

—¿Tan fácil de leer soy?

—Solo para quien sabe. ¿Es Rafaela?

—Eh... sí. Supongo. No sé por qué, pero...

—... no paras de pensar en ella —completó por él. Inexplicablemente, una sonrisa se dibujó en la cara de Nora. Sus dientes blancos contrastaban con el tono de su piel, como la leche con el chocolate negro.

—No... Bueno. ¿Qué pasa?

—¡Oh, Kere! —exclamó Nora, convirtiendo su sonrisa en una risa suave.

—No te rías —dijo él arrugando el entrecejo.

—Vale, vale...

Lo dejaron estar y siguieron hablando, al principio de cualquier cosa, pero no tardaron en llevar la conversación hacia lo que más los preocupaba: resolver el misterio de la mafia.

—Es urgente que averigüemos algo —dijo Nora, sin saber cuánta razón tenía.

—Vale, esto es lo que tenemos —dijo Jeremías—. Organización que actúa para robar animales, la mayoría de las veces especiales. En apariencia es por puro capricho, pero puede haber otros motivos, ¿tráfico quizás? Quién esté detrás de todo esto, no lo sabemos. Conocemos casos de lo que han hecho, y creemos que es una red, más o menos grande. Otro elemento del puzzle: Elías Gorrender, la AMAP y todo lo demás. Hay bastantes motivos para pensar que, si no es él el líder, al menos está metido de lleno en esto, y esos son: que invitara sin venir a cuento a Rafaela, que tenga esa Asociación de animales y todo lo demás, y que gente que está en ese círculo ha sido atacada por la organización. Sin contar a los hombres que pretendieron acercarse a nosotros en la fiesta.

—Pero debes contar que las cosas no pueden ser como parecen. No hay que sacar conclusiones precipitadas.

—Bien. Por lo demás, no tenemos mucho. Los informes a los que podemos acceder no contienen información que interese, los caminos a los que has intentado acceder por ordenador tampoco han dado mucho. La AMAP y Elías Gorrender están aparentemente limpios. Y nuestras averiguaciones no han llegado a mucho, aparte de una paliza que duele solo de recordarla.

—Te olvidas de lo que nos dio esa paliza: un sitio, calle Albatros número 42, y un anillo que estoy casi segura de que se le cayó al que te atacó.

—Y menos mal, porque pegaba fuerte.

Nora rió, pero luego volvió a la conversación manteniendo la seriedad.

—Realmente eso es muy poco. El sitio es una simple casucha que usan de cuartel, donde van y vienen, seguramente agentes de menor calaña: y el anillo tampoco nos dice nada. Puede ser algo importante, o puede ser una simple cosa sin más, lo más probable.

Agh —masculló Jeremías, en una especie de suspiro de frustración. Se reclinó en la silla y miró al exterior. La tarde caía, y el último sol alargaba las sombras grises, de camino al anochecer. Su mente volvió otra vez hacia la chica de cabellos cobrizos.

Sacó el móvil del bolsillo y le mandó un mensaje: ¿Estás bien?

Breve. Pero con la presente preocupación del chico castaño. Ya no era solo por trabajo, ahora le importaba verdaderamente Rafaela.

***

Cuando abrió los ojos, muy poco a poco, no sabía ni dónde estaba ni qué había pasado. Solo sentía el mareo de la cabeza, un malestar que se hizo presente al tomar conciencia de su cuerpo, además de otras sensaciones: las ataduras que la amordazaban. Y como un golpe le vino a la mente lo que había pasado, haciendo que despertara del todo, alarmada.

Estaba en el suelo de la furgoneta, frío y duro, sola. Le habían quitado el pañuelo intoxicado de la boca, por lo cual había podido recuperar el sentido; vio que la puerta trasera de la furgoneta estaba abierta, y como un rayo de luz le vino la idea de escapar. Pero entonces aparecieron dos de los hombres que la habían secuestrado, y la desesperanza volvió a apoderarse de Rafaela. Sin muchos miramientos ni cuidado la agarraron entre los dos; ella intentó removerse y resistirse a pesar de las ataduras.

—Hijos de puta —escupió, juntando todo el desprecio que pudo en sus palabras.

Uno de los hombres sacó un rollo de cinta americana y le puso un trozo en la boca, haciéndola callar. Para disgusto de Rafaela, pudo comprobar que no era la cinta americana que ella compraba y que se podía despegar perfectamente; así que se tuvo que limitar a tirarles insultos que quedaban ahogados. La cargaron como a un fardo y la sacaron de la furgoneta, poniéndole un saco de tela en la cabeza. Rafaela no vio nada del corto trayecto que hizo, incómodamente llevada por los dos matones, pero pudo intuir que del exterior pasaron a un interior, y luego de doblar a un lado y traspasar una puerta bajaron escalones. Se dio más de una vez con la pared, con la cabeza o con los pies, y en respuesta a sus agresivas quejas ahogadas los hombres rieron socarronamente. Al fin llegaron a una sala pobremente iluminada, según advirtió tras la tela. Fue depositada en una silla, y le quitaron el saco de la cabeza.

Rafaela dirigió una mirada de odio asesino a los dos hombres que había a su lado, y si las miradas pudieran matar aquella los habría borrado del mapa. Rápidamente, uno de los hombres la ató a la silla; guardaban demasiado fresco el recuerdo de lo agresiva que podía ser, y no querían arriesgarse. Después, se hicieron a un lado. Rafaela echó un vistazo en derredor; era una sala deprimente, sobretodo por la iluminación. Solamente una lámpara colgaba del techo, encima de ella, y no había ventanas. Pensó que podía ser una habitación subterránea, como un sótano. No pudo seguir apreciando detalles de lo que tenía a la vista, porque escuchó lo que parecía ser una puerta al abrirse, detrás de ella.

—Quitadle la cinta —dijo una voz a sus espaldas.

Uno de los hombres se adelantó, y de un tirón le quitó la cinta adhesiva de la boca.

¡AGH! —se quejó Rafaela—. Mierda.

Olvidándose de su propio dolor prestó atención a lo que más la intrigaba ahora: saber quién demonios tenía detrás. Pero por mucho que intentara girar el cuello no alcanzaba a verlo, atada como estaba.

Desde el mismo lugar le llegó una risa despectiva; fría y vacía, que se apagó entre las paredes de la habitación, dejándole una sensación de escalofrío.

—Puedes ahorrarte la tendinitis —dijo la voz.

—¿Quién es usted? —preguntó Rafaela, intentando mantener la compostura.

—Eso de momento no lo vas a saber.

—¿Qué hacen? ¿Por qué estoy aquí, qué van a hacer conmigo? —volvió a preguntar, antes de que el otro dijese nada. Pero no pronunció en voz alta una de las mayores dudas que tenía: ¿Y Thor? ¿Y Jeremías? A lo mejor mientras la tenían allí hacían algo con ellos.

—Eso depende de tu comportamiento... y del de tus amigos —El tono de la voz le heló la sangre a Rafaela.— Te conviene colaborar con nosotros... no estás en condiciones de otra cosa.

—¿A riesgo de qué? —desafió ella.

—De muerte.


OHHH BAAABY, esto acaba de empezar. Y no estamos preparados, os lo aseguro. Pero allá vamoooss. Estoy LITERALMENTE ESCRIBIENDO EL FINAL. Y no sé si chillar, llorar, dar vueltas en el suelo y convulsionar, o quedarme quieta con una cara neutra algo psicótica.
Voy a publicar todo lo regularmente que pueda ya todos los capítulos que tengo escritos.


Tenemos a Jeremías pensando en Rafaela, a Nora hablando con él los puntos del caso y a Rafaela secuestrada encontrándose con alguien misterioso que la amenaza de muerte... 
¿Qué os parece el capítulo? Como siempre, espero vuestros comentarios, gritos y teorías :D.

Os amo, gracias por leerme <3. 

¡Nos vemos en el próximo capítulo!


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