Capítulo 16: Charlas, dolor y risas
A la mañana siguiente, cuando Rafaela se despertó no recordaba haberse quedado dormida en el sillón, y le extrañó encontrarse cómodamente arropada con una manta. Procurando no hacer ruido para no molestar a Jeremías, se dirigió al exterior. Le abrió la cuadra a Thor, que salió a saludarla; se quedó un buen rato con él. Después de dejarlo volvió a entrar a la casa para preparar el desayuno y se encontró con la mirada de los ojos verdes de Jeremías, que esbozó una sonrisa.
—Buenos días —dijo.
—Buenos días —respondió a su vez Rafaela, devolviéndole una media sonrisa—. ¿Cómo estás?
Él hizo una mueca.
—Ni vivo ni muerto.
Rafaela suspiró.
—Bueno, pues como me toca mantenerte vivo, ¿qué tal si desayunamos?
—Me parece espléndido.
Rafaela se puso manos a la obra, mientras Jeremías, sentado a la mesa, no dejaba de observarla. Se lució con un desayuno especial: tortitas. Bien hechas y doradas en la sartén, para luego ser condimentadas con chocolate, mermelada, miel o caramelo al gusto. Como dijo Kere, olía de maravilla y sabía mejor.
—Dejaste que te dieran una paliza a propósito para que yo te hiciera la comida, ¿verdad? —bromeó Rafaela, cuando hubieron terminado con buen apetito todo el desayuno.
—Claramente —repuso él.
—Algún día tendrás que cocinar tú, si es que sabes. No es plan que me pase el día manteniendo a un agente herido, un toro de lidia que reclama atención com un cachorro y una gallina con complejo nervioso.
Jeremías no pudo evitar reír ante el tono de la chica, y ella lo coreó.
—Eso será cuando pueda hacer algo y esté curado, y creo que para ese entonces tendré que haberme ido a mi casa. ¿O quieres que me quede aquí siempre?
—Uf, no, por favor, bastante tengo ya.
Jeremías fingió hacerse el ofendido, y Rafaela rompió a reír a carcajadas.
—¡Pero bueno! —exclamó él, terminando por cambiar su expresión de indignación por una divertida.
Siguieron hablando y la conversación fue derivando de unas cosas a otras.
Jeremías sacó un cigarrillo del bolsillo, se lo puso entre los labios y lo encendió con el mechero. Mientras daba la primera calada Rafaela arrugó levemente la nariz.
—Preferiría que no fumaras. No soporto el olor del humo.
—Bueno —dijo al fin Jeremías, apagando con resignación el cigarrillo tras mirar a la chica.
—Habría que revisarte las heridas —dijo entonces Rafaela, echándole un vistazo a los vendajes del chico.
—Bien.
Rafaela se puso en modo enfermera, sacando algunas cosas de un viejo botiquín que tenía en una esquina; vendas, gasas, tijeras, agua oxigenada, betadine y demás. Cuando fue a quitarle las vendas de los nudillos, Jeremías hizo un leve gesto de dolor.
—Perdón —dijo Rafaela, cogiéndole la mano con más cuidado.
Seguía teniendo las heridas de ambas manos abiertas y ligeramente sangrantes, pero no parecía haber signo de infección. Las limpió con suero y luego aplicó el betadine con una gasa.
—Aaaahhh, ¡joder, Rafaela!
—Tú calla y aguanta.
—Eso dicen cuando te entrenan y te tienes que joder.
Pasado el primer escozor, Rafaela procedió a ponerle gasas y vendas limpias, con tiento y cuidado.
—Quítate la camiseta.
—¿Eh?
—No pongas esa cara, ¿quién te va a curar las heridas?
—Vale, vale.
Cogió los bordes de la camiseta y tiró de ella hacia arriba, sacándosela por la cabeza y dejando al descubierto su torso, cubierto por moratones y algún que otro vendaje. Rafaela se lo quedó mirando, quizás demasiado fijamente. Jeremías carraspeó, haciendo que reaccionara y cogiera las tijeras para cortar las vendas, sin decir nada.
Quitó las primeras vendas, que sostenían gasas en las mayores heridas, en su mayoría rasguños más o menos profundos y desgarros de la piel por los golpes. Rafaela torció el gesto, como si las heridas le dolieran a ella.
—Te va a doler —avisó antes de separar las gasas.
La gasa se había adherido a la superficie de las heridas, y al separarla dolió, pues la costra estaba aún demasiado tierna.
—Ah, joder.
Rafaela siguió el proceso de limpiar y desinfectar las heridas, para luego aplicarles gasas limpias y vendas, cruzadas por el pecho del chico y algunas en los brazos. En las rodillas solo tenía las típicas raspaduras y rasguños de caerse, aparte de la rotura de ligamientos, que parecía ir mejorando lentamente con reposo. En esas estaban, cuando algo los interrumpió. Escucharon un ruido que parecía provenir del tejado de la casa, y ambos alzaron la mirada con preocupación. Como volvieron a escuchar el ruido, los dos se levantaron tal cual estaban para ir a ver qué era.
Y al mirar por las estrechas escaleras, se encontraron abriendo la puerta de la buhardilla a una mujer negra, con el pelo negro y rizado rodeándole la cara, pantalones oscuros y una camisa de cuadros. Nora, pues era ella, se paró en seco mirándolos, y ellos la miraban a ella totalmente estupefactos.
—¡Hola! —saludó alegremente—. ¿Interrumpo... algo? —añadió, con un ligero tono insinuante. El comentario primero podía parecer sin sentido para ellos, pero luego se dieron cuenta de que Jeremías estaba sin camiseta, completamente descuidado, y Rafaela despeinada y con la ropa descolocada por dormir en el sillón.
—Nora, ¿qué haces?
—Perdonar la interrupción, pero tenía que pasarme por aquí, y no iba a entrar con el psicópata ese en la puerta.
—Bien —asintió Jeremías.
—Vamos al salón —dijo Rafaela.
Mientras Nora entraba y dejaba en el sofá una bolsa que traía, Jeremías se puso rápidamente la camiseta y se pasó una mano por el pelo.
—¿Qué llevas ahí? —preguntó, señalando la bolsa.
—Ropa para ti y algún que otro trasto —fue la respuesta.
—¿Has entrado en mi apartamento?
—Pues claro, hombre. Lo dices como si no estuvieras acostumbrado a las ganzúas y a meterte en cualquier sitio.
Rafaela era testigo de la conversación, intentando ocultar la sonrisa con una mano.
—No pongas esa cara —dijo Nora, y Kere volvió a rodar los ojos—. Bueno, ¿qué hacíais?
—Nada —respondió Rafaela—. Curándole las heridas a Jere.
—Ajá. ¿Y qué tal?
Jeremías torció el gesto, lo cual fue respuesta suficiente.
—Bueno, ¿has encontrado algo? —le preguntó entonces él, mientras ella tomaba asiento en el sofá.
—Sí y no. Más bien no. Todo es demasiado confuso y no tengo pistas suficientes.
Jeremías fue medio cojeando hasta uno de los sillones, al lado de donde estaba Rafaela de pie, y se sentó con un suspiro. Se pasó las manos por la mata de cabellos castaños, dejándolos totalmente despeinados, mientras intentaba dar con una salida donde no la había.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Rafaela.
—Creo que lo mejor es que nos vean lo menos posible —dijo Nora.
—Sí —corroboró Jeremías.
—Así que yo no debería aparecer mucho por aquí, y vosotros tampoco deberíais salir.
Rafaela soltó un bufido, como los que soltaba Thor.
—¡Pero Thor necesita salir! ¿Tú crees que se mantiene esa masa de energía en un patio? Por algo lo saco todos los días, cuatro o cinco horas mínimo a agotarse al campo.
—Pues algo habrá que inventar —dijo Jeremías—. Porque lo que es claro, es que no tenemos que salir, y menos con el toro. Es lo que están esperando.
—Vaya mierda —suspiró ella.
—Lo es, una tremenda mierda —dijo Nora, pero sonriendo con diversión.
Los tres se quedaron hablando otro buen rato, sobre lo que convenía o no convenía hacer, sobre las pocas pistas que tenían, que la organización estaba agazapada esperando, y las investigaciones que debían seguir. Por ahora el plan era esperar, mientras Jeremías se recuperaba en casa de Rafaela, y entretanto Nora intentaría buscar pistas y seguir su investigación, hasta que pudieran hacer algo más. Entre unas cosas y otras, y discusiones más o menos productivas, el tiempo terminó volando.
—¿Te quedas a comer? —le preguntó Rafaela a Nora, cuando vio que el mediodía se acercaba.
—No es mala idea —aprobó ella.
Así que llegada la hora de comer, empezaron a preparar. Jeremías, sentado en una silla junto a la mesa, esperaba mientras Nora ponía la mesa y Rafaela cocinaba, entre comentarios, conversación y risas. Fue una comida amena, y por unos momentos se permitieron olvidar la misión, relajándose y bromeando.
—Ha estado genial —dictaminó Nora al terminar su plato de comida.
—Gracias —sonrió Rafaela.
—Aunque terminemos la misión yo creo que vamos a volver por aquí, ¿eh, Kere?
El chico sonrió, mientras que Rafaela empezó a reírse; terminaron los tres riendo.
—Claro que sí.
Siguieron un buen rato así, hasta que a media tarde Nora dijo que debería irse. Según lo convenido, no vendría mucho por allí y se limitaría a llamar de vez en cuando por teléfono, mientras que ellos tampoco saldrían. Dejándole la bolsa que había traído a Jeremías, y tras unas cuantas más recomendaciones por ambas partes, Nora salió por la ventana de la buhardilla ante la atenta mirada de Rafaela y Jeremías.
La agente desapareció, y confiaron en que le fuera bien. Los ojos de Rafaela y Jeremías se encontraron, mirándose sin necesidad de decir nada.
Oh goshhh yeeeeeesss
¿Os dije que iban a ser unos capítulos tranquilos y super AAAHGSHGAS loving?
God, cada momento entre Rafa y Jere <3.
Y Nora llegando a la tremenda PUAJAJAJA
Disfrutad, disfrutad mientras podáis.
Cuando estaba escribiendo me quedé bloqueada en el momento de «—Te va a doler». Y era como AAAAJHASAJSJASJHSB.
Otro punto a comentar: Jeremías fuma y Rafaela no soporta el olor a humo. Difícil para convivir, ¿true?
Btw, ¿vosotros soportáis el humo o lo odiáis? Yo estoy con Rafaela JAJASJJAS.
Bueno, dejo a nuestros amores conviviendo juntos y me retiro. Estaré respondiendo vuestros comentarios mientras inhalo serrín de nogal.
Os quierooo <3
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