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Capítulo 11: Agentes en acción


 —Vale. Tenemos que seguir averiguando cosas.

—Para eso estoy aquí, cariño —replicó Nora.

Pasaron las horas, pidieron otros cafés, y los dos sentados al lado frente al ordenador seguían aquel trabajo, intentando dar con la clave, buscando más piezas de aquel rompecabezas. Aunque Jeremías tenía algunos conocimientos de informática básicos, Nora lo superaba con creces; ella era la hacker, y él la observaba hacer.

—Necesitamos más puntos de los que partir —dijo entonces Nora.

—Sí. Hay que sacar algo más de otra forma, porque hackear las pistas que tenemos no nos está llevando a mucho más.

—Exacto. Puedo hacer una investigación con lo que tengo, pero creo que hay demasiados cabos sueltos, necesitamos más cosas.

—Tengo que espiarlos —resolvió Jeremías.

—Así a lo mejor puedes encontrar algo de lo que tirar. Pero no quiero saber de lo que eres capaz.

—Lo sabes perfectamente —sonrió él.

—¡Kere, el agente arriesgado! ¿O debería decir suicida? —rió ella.

—Yo no soy arriesgado, siempre voy con cuidado. No como alguien que se escondió en una caja, terminó en un camión y saltó de este en marcha para perseguir a... 

—¡Bueno, vale! Todos somos arriesgados, pero también hay que ser prudentes.

—De acuerdo entonces.

Jeremías se levantó de la silla, y Nora se le quedó mirando.

—¿A dónde vas?

—A buscar pistas —respondió él.

—Tan arrebatado como siempre. ¿Y la chica?

—La chica se tendrá que cuidar sola por hoy.

Esta vez la mirada de Nora tenía un travieso «nos conocemos», aunque Kere nunca podía adivinar qué pensaba.

—Voy contigo —resolvió.

—¿Qué? ¡No! Ni lo pienses, esta vez voy solo.

—¿Por qué no? Soy una agente encargada de buscar información de esa organización, si tú vas voy yo. Y si no, alguien tiene que vigilar al toro en la calle Alfajor.

Kere quería contradecirla, decirle que esto lo haría él solo; pero conocía a la morena, y no se iba a dejar convencer por nada. Así que soltó un gruñido resignado, y se dirigió a la puerta de la cafetería. Nora ya había recogido el portátil en su mochila y salió con él.

Sin darse cuenta y antes de pensarlo, los pies de Jeremías ya lo estaban llevando camino a la calle Alfajor. Los dos agentes llegaron a esta, mirando en rededor; no había nadie y avanzaron hasta la casa de Rafaela. Pero entonces vieron que se equivocaban; sí había alguien. Parado frente al número 63 detrás de una farola y la verja, en la casa del vecino, se encontraba un hombre apostado con toda la pinta de llevar ahí horas. La postura de dejadez, dos cigarrillos en el suelo y uno en la boca, siempre encarado a la casa...

Al verlo, Jeremías apretó los puños. Era él quien tendría que estar así ahí, no aquel individuo de malas intenciones. Antes de hacer nada, Nora le tocó el brazo y le indicó con la cabeza que la siguiese. Terminaron dando la vuelta a la manzana, llegando a la calle de detrás de la casa de Rafaela; miraron a la casa y se miraron entre ellos.

—¿Estás pensando lo mismo que yo?

—¿Qué te parece?

—Vamos. ¿Se te da bien?

Jeremías se acercó a un tubo bajante de canalón, que quedaba entre la casa de Rafaela y la vecina; Nora le proporcionó una cuerda sacada de su mochila, que pasó por el tubo, de forma que avanzaba con la cuerda en las manos e impulsándose con los pies. En tanto la chica esperaba debajo, rogando que no pasase nadie en aquel momento y los viese, y siguiendo con ansiedad los movimientos de su compañero. Estuvo a punto de caer al desliz de un pie y perder apoyo, pero justo entonces alcanzó el tejado, al que subió impulsándose con las manos y dando un ágil salto. Tiró la cuerda abajo y esperó a que la chica subiera hasta él. Se le dio bastante bien, y pronto estuvo sonriente en el tejado.

—Vamos —dijo Jeremías, señalando al tejado, donde estaba la ventana de la buhardilla.

Tenían que caminar con mucho cuidado, poniendo los pies con tiento, para mantener el equilibrio y no resbalar. Justo a un lado estaba el gran patio de Rafaela, donde tenía al toro. Un medio tejado cubría una parte haciendo sombra, donde además estaba la cuadra del animal y un pequeño cobertizo lleno de cosas; por otro lado había plantas y hierba verde y cortada en el suelo, pues era de tierra.

—¡Ay! —exclamó Nora, cuando casi pierde el equilibrio.

—¡Chst! Ten cuidado —le chistó Jeremías.

Llegaron al tejado de la casa. Jeremías siempre había detestado los tejados con pendiente, pues era difícil mantenerse allí arriba, pero lo consiguió. Mientras Nora se quedaba quieta, él sacó algo de sus bolsillos: unas ganzúas. Sostuvo una con la boca mientras con la otra trataba de abrir la ventana. Luego se sacó la primera de entre sus labios y siguió maniobrando, hasta que por fin la ventana se abrió.

—Nada se te resiste —comentó Nora, con su diversión habitual.

—Claramente —replicó él, lanzándole una mirada antes de saltar al interior. La mujer de piel oscura no tardó en seguirlo.

—¡Fuah! —exclamó al dejarse caer en el suelo de madera.

Jeremías estaba observando todo a su alrededor. Era una buhardilla pequeña, de techo inclinado, con trastos por cualquier parte. Un poco arreglada estaría bien para vivir, pensó el chico, recordando su apartamento.

Abajo en el salón estaba Rafaela, leyendo un libro tranquilamente. Cuando en aquel preciso instante escuchó ruidos provenientes del tejado, y algo de caer, según le pareció, en su mismísima buhardilla.

Dejó el libro al lado, perdiendo la página en la que estaba, y se puso en pie sobresaltada. Mil cosas comenzaron a pasar por su cabeza.

¿Ladrones entrando a su casa? ¿O algo peor? Las advertencias de Jeremías volvieron a su mente. ¿Y si era alguien de los que la amenazaba, que venía a por ella? Se le aceleró el pulso y la adrenalina empezó a correrle por la sangre. Algo la había dejado bloqueada, sin saber qué hacer, pero por fin tuvo que obligarse a reaccionar. Esconderse no iba a ser una opción, tenía que averiguar qué mierda pasaba. Se armó con un cuchillo de la cocina y así fue a la escalera que subía a la buhardilla. Subió un escalón, luego otro, despacio y sin hacer ruido, con el corazón latiendo acelerado en la garganta. La mano que sostenía el mango del cuchillo comenzaba a sudar. Escuchó rumor de voces, pasos que se dirigían a la puerta y cómo ésta se abría. Se le escapó un grito del susto, cuando vio que se le venían encima dos personas, y blandió el cuchillo amenazadoramente.

Cuando Jeremías, seguido de Nora, empezó a bajar las escaleras se encontró allí a una Rafaela apuntándole con un cuchillo reluciente con una afilada hoja de veinte centímetros, e involuntariamente casi da un salto del susto.

—¡Joder, Rafaela!

—¡¿Pero qué mierda?! ¿Qué es esto? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Quién es esa? —ametralló la chica. Estaba entre la perplejidad, el asombro y el enfado.

—Primero de todo, baja el cuchillo —apaciguó él.

—¡Y una mierda! —amenazó ella, apuntándole más con él—. ¿Qué haces metiéndote ilegalmente en mi casa? ¡Vaya susto me habéis dado!

—Un poco agresiva —comentó Nora—. Por cierto, soy Nora, compañera de Jeremías.

Rafaela miró primero a uno y luego a otro, sin dejar de amenazar.

—¿Qué queréis?

—Ahí fuera hay un hombre vigilando. Creo que a partir de ahora la organización se acerca más a ti.

Automáticamente Rafaela se dio la vuelta, como si esperase ver a alguien detrás, y luego volvió a mirar a Jeremías.

—Hemos venido porque tenemos que ir detrás de ellos y averiguar más cosas.

—Vale —dijo Rafaela, algo más tranquila. Se dio la vuelta hacia el salón, seguida de Jeremías y Nora.

Dejó el cuchillo en la mesita y se tiró pesadamente en su sofá de tela bohemia, observando a los dos que estaban allí. Nora, con su mono de tela vaquera, blusa blanca y el pelo negro en una trenza, lo miraba todo con distraída curiosidad. Entre tanto, Jeremías, vestido informal y al descuido, estaba más vigilante. Fue a echar un rápido vistazo a la ventana, por las cortinas de fina tela rojiza, y comprobó que el espía seguía allí.

—¿Entonces no puedo salir? —se exasperó Rafaela.

—Te seguirían cada mínimo movimiento. Y eso sería lo mejor, en todo caso, si no hacen nada más. Pero creo que no va a ser así —dijo Jeremías.

Rafaela sentía que entre todos la estaban controlando demasiado, y eso la exasperaba. Por su parte Jeremías tenía que tomar demasiada responsabilidad, ya que además de proteger a la chica y al toro debía espiar y averiguar el secreto de la organización que amenazaba. Y eso ahora mismo lo dejaba en una situación difícil, con los penetrantes ojos de Rafaela fijos en él.

—Bien, algo hay que hacer, ¿no? —cuestionó Nora.

—Sí, claro —dijo Jeremías, saliendo de su ensimismamiento.

—Ya que mi casa se ha convertido en una vía pública de espías... decid vosotros —dijo Rafaela.

—Tengo que seguirlos —determinó Jeremías, alzando los ojos hacia la mujer negra.

—Sí, para eso hemos venido, ¿no?

—Quédate aquí. —Antes de escuchar las protestas de Nora, prosiguió—: Es mejor que vaya solo, y si te quedas aquí con Rafaela iré más tranquilo. Hay que proteger esta casa, no lo olvides.

Rafaela y Nora se le quedaron mirando. Cada una por un motivo, no terminaban de estar contentas; pero no había opción. Nora conocía a su compañero de misiones; se acercó a él y le dio amistosamente con el puño en el hombro. Una forma de decir su pensamiento: «De acuerdo, agente tozudo. No tienes remedio».

—Nos veremos luego —enunció él.

Lo dijo para las dos, pero dirigió su mirada hacia Rafaela. Y, seguidamente, el agente secreto volvió a salir por la buhardilla. Rafaela aún estuvo un rato mirando hacia allí, con la cabeza perdida, hasta que fue sacada de su obcecación por Nora.

—Bueno, qué le vamos a hacer.

—Nada, supongo... —respondió la chica, de forma autómata.

—Bah, es lo que tiene esto. Es un trabajo peculiar, y Jeremías es un buen muchacho. No deberías juzgarlo.

Una especie de resoplido se le escapó a Rafaela. En aquel momento no tenía muy claro qué pensar respecto al chico; no podía llegar y controlarlo todo, sin siquiera tomarla en cuenta. Por eso estaba ligeramente mosqueada con él. Había entrado en su casa como si nada, había ordenado que ella se quedara quieta y vigilada por la compañera que se traía, y él se largaba sin apenas decirle nada. Y ahí estaba ella, Rafaela Cabreras, haciendo caso de alguien que conocía de unas pocas semanas. Al parecer, Nora seguía hablando mientras ella cavilaba.

Rafaela podía ver claramente que era una persona animosa y dicharachera, a pesar de que en un principio no le había caído bien. 

—Lo que quiero decir es, que aunque a ti te parezca todo muy extraño (y supongo que lo es), tendrás que confiar en nosotros; en él.

—Ah... Sí, supongo que sí —reflexionó Rafaela.

—Me pregunto qué hará ahora. Espero que no corra muchos riesgos.

—¿Riesgos? ¿Qué riesgos? —preguntó, como tomando conciencia de que podía estar poniéndose en peligro. 

—Siempre se corren riesgos —sentenció Nora.


Siempre lo digo, pero AAAAAAAAAAAHHH es que no paran de meterme en una montaña rusa. Porque asnjasvhb me da subidón, luego pienso que es una mierda, luego me vuelve el hype por lo que va a pasar.

En fin, ¿qué os ha parecido? ¿Qué creéis que pasará? >:D.

Yo... esto... ejem, mejor me escondo y no vuelvo a aparecer, porque... bueno... jajajasjasjasj

Os quieroooo

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