Capítulo 9
31 de diciembre de 2018
Bianca había ido con el pequeño Lucas a desayunar con ellos antes de irse al aeropuerto a mediodía. Esta vez pasarían el Año Nuevo en San Francisco con los padres de George. Bianca estaba apenada, pues no quería dejarla sola e incluso le ofreció con tiempo que los acompañara, pero Meg se rehusó. Aunque fuese un vuelo corto de poco más de una hora, no tenía ninguna intención de subirse a un avión, mucho menos estando embarazada. Era mejor no tentar a la suerte y hasta el momento era muy afortunada por no tener apenas síntomas, salvo por un poco más de sueño del habitual.
―¡Hiciste mal en no querer ir con nosotros! ―se quejó Bianca―. Te aseguro que la pasarían muy bien. La hermana de George ha tenido a su segundo bebé, y es por esa razón que decidimos viajar nosotros este año.
―No te preocupes, estaré bien ―respondió―. Me saludas a la familia de George.
―Lo haré. ¿Y qué van a hacer esta noche?
Meg se encogió de hombros.
―Nada en especial, solo ver la tele. Susan preparó una cena deliciosa para nosotros, así que Jude está contento con eso.
Bianca miró a los niños que se retiraban a la habitación de Jude para jugar.
―No has tenido noticias de Lucien, ¿verdad?
―No. ―Meg bajó la cabeza y observó su humeante taza de té.
―¿Por qué no lo llamas?
―Porque no ―contestó ofendida―. Si tenía alguna duda sobre si escuchó o no, ahora tengo la certeza y no solo eso: su comportamiento me ha evidenciado lo que piensa al respecto. No me corresponde.
―Tal vez solo esté confundido ―valoró Bianca, tomando un sorbo de té.
―No me ha escrito siquiera para preguntar cómo me siento.
―Tan solo han pasado dos días ―le recordó Bianca―, y su madre te llamó ayer para invitarte a la fiesta de Fin de Año. ¿Por qué no vas?
―Verónica fue muy amable al invitarme, pero la actitud de Lucien me indica que no desea que vaya. Nada tengo que ver con ese mundo de celebridades, Bianca. Además, estoy embarazada: a las diez de la noche me entra sueño y no tengo ánimo para fiestas. Tampoco creo que sea un ambiente apropiado para Jude.
―Creo que todo eso son pretextos, pero no te voy a insistir más. Una parte de mí está orgullosa de que te des tu lugar. Lucien se está perdiendo a una gran mujer y es él quien tiene que reaccionar.
Meg sonrió con tristeza, pero lo creía poco probable.
―Gracias, siempre sabes cómo levantarme los ánimos.
―No te desalientes, Meg. Has pasado por mucho en los últimos años, esto es una prueba más. Lucien tendrá que dar la cara, tarde o temprano.
―Lo sé, pero en ocasiones me alegra que no haya aparecido. No sabría qué responderle. ¡Me siento tan avergonzada!
―¿Vergüenza por qué? ―le cuestionó Bianca―. Debería sentirse honrado de que alguien como tú lo ame. Un amor real y totalmente desinteresado no como el de sus mujeres anteriores. Meg, tener un hijo es algo muy grande y tú accediste por amor. No estás cobrando un centavo y Lucien tendrá que pensar en eso cuando esté solo con la almohada. No eres cualquier mujer para él.
―Disto mucho del tipo de mujer que a él le gustan. ¿Acaso has olvidado la clase de chicas con las que acostumbra a salir? No me parezco en nada.
―Eso es algo bueno ―le aseguró Bianca―, porque ninguna de esas chicas ha tenido una relación valiosa con él y eres tú la que tendrá un bebé. Meg, no puedes continuar sintiéndote insuficiente o inferior. Eres una mujer valiosa y Lucien es un tonto si no lo aprecia. En algún momento hablarán de lo que sucedió y tendrás que decirle la verdad.
―Espero que eso no pase ―susurró Meg con las mejillas rojas―. Lo mejor que podría suceder es que dejemos pasar este asunto.
―Dudo mucho que Lucien quiera. Es cierto que se quedó perplejo, pero no lo considero un cobarde. Dará la cara en algún momento y tú tendrás que ser valiente también, aunque no quieras.
La conversación se interrumpió cuando llegaron los niños, cada uno con un patín en el pie. Era el regalo de Navidad que “Santa” le había hecho a su hijo y Lucas estaba encantado con los de su amigo, ya que él no tenía.
―¡Yo también quiero, mamá!
―Quién sabe lo que habrá dejado Santa en el árbol de la abuela. ―Le sonrió Bianca con complicidad―. Habrá que descubrirlo esta tarde.
―¡Yupi! ―exclamó Lucas.
Y los pequeños patinaron en círculos alrededor de ellas, al punto de causarles a las dos un divertido mareo.
La fiesta estaba en su apogeo esa noche. Su madre estaba espléndida con un vestido rojo que le quedaba a la perfección. Él había optado por un traje oscuro, que realzaba la tonalidad de sus ojos jade, aunque tenía menos ánimo que el de su progenitora.
Entre el jardín, la terraza y los salones, había alrededor de cien personas y eso que se trataba de una fiesta "pequeña". Lucien los conocía a casi todos. La mayoría eran amigos comunes: el editor de su madre; algunos productores de televisión; viejos actores con sus mujeres y alguna que otra celebridad del momento.
Lucien escudriñó la concurrencia con la esperanza de que Meg hubiese ido. Sabía que su madre la había invitado y que la joven se había excusado, pero Verónica había insistido tanto que no dudaba que la hubiese hecho cambiar de opinión. Además, supo también que Bianca ese año viajaría a San Francisco y que por tanto Meg no tenía otro plan para esa noche.
Tenía un salto en el estómago, como si de un niño pequeño se tratara, y miraba a cada lado como si fuese a topársela. Los invitados lo miraban un tanto extrañados por su actitud, incluso alguno comentó por lo bajo que había bebido. Lo cierto es que Lucien esa noche estaba sobrio, y ni la más mínima gota de alcohol circulaba por su torrente sanguíneo.
¿Por qué deseaba ver a Meg? Le dolía el corazón por no haberle escrito siquiera una línea en los últimos dos días, pero estaba demasiado confundido. Por fortuna supo a través de su madre que estaba bien, pero era probable que no estuviera pasando un buen momento a consecuencia de su silencio. El que no estuviera allí esa noche era un indicio de los sentimientos que le embargaban.
¿Y qué sentía él por ella? Atrás había dejado las fantasías que por un corto tiempo la joven de ojos oscuros le inspiró. Pensó que aquellas sensaciones las había dejado sepultadas y que solo la amistad sobrevivía, pero se equivocó. Bastó escuchar hablar de amor para sentir miedo como un adolescente, y las fantasías regresaron con la misma fuerza que antes. No sabía, sin embargo, si aquello era algo pasajero o si en verdad estaba perdiendo la cabeza.
Un par de rostros conocidos lo hizo detenerse y saludar con efusividad a la pareja que tenía delante. Se trataba de Wilson, su agente y de su esposa.
―Hola, me alegra verte ―le dijo luego de darle un abrazo.
―A mí también me alegra.
―Hola, Martha ―saludó a la esposa―, es bueno poder saludarte.
―Lo mismo digo ―respondió la dama con una sonrisa―. Los dejo solos para que conversen un poco. Iré al tocador, con permiso.
Wilson la siguió con la mirada por unos instantes para después concentrarse en la charla.
―No tienes cara de quien se la esté pasando bien ―comentó.
―Tengo muchas cosas en mi cabeza ―confesó, y cuando lo dijo en quien estaba pensando era en Meg.
―Si tienes algún problema, sabes que puedes contar conmigo.
―Lo sé, Wilson, pero no es ningún problema. ―Tomó aire antes de continuar hablando―. Meg finalmente está embarazada de mi hijo.
Wilson le dio un fuerte abrazo y lo felicitó.
―¡Esas son excelentes noticias! ―exclamó―. ¿Y por qué no estás feliz?
―Sí, lo estoy, estoy muy feliz, pero… ―No sabía si decirlo―. Es Meg. Estoy preocupado por ella, por mí y… Disculpa, ni yo mismo sé lo que estoy diciendo.
―No estás hablando de una preocupación médica, ¿cierto?
―No.
―En ese caso, ya me lo imaginaba. ―Wilson sonrió―. Siempre te dije que era una gran mujer, pero estabas ciego.
―No sé qué hacer ―confesó, y Lucien no era de los que buscaba consejo sobre mujeres―. No quiero dañar nuestra amistad de tantos años, menos ahora que está embarazada, pero las cosas se han complicado en los dos últimos días y temo perderla de cualquier forma.
―A veces el peor error que cometemos en la vida es no arriesgarnos por temor a equivocarnos. Erramos por omisión más que por una acción en concreto. ¿Recuerdas que estuviste a punto de no aceptar el papel en The Liberty guy? ¡Tuve que insistirte tanto! No te sentías preparado para hacer ese rol, y sin embargo ganaste un Óscar.
―Gracias al apoyo de Meg ―recordó―, y a tu insistencia.
―Nunca se está del todo listo para los grandes cambios ―continuó Wilson―. Por experiencia propia te digo que jamás se está preparado para ser padre, para comenzar un nuevo trabajo, mudarse de país o arriesgarse a amar. Las cosas buenas en la vida requieren de valor y de la voluntad de intentarlo.
Lucien le sonrió, había comprendido su punto de vista.
―No sabía que fueras un filósofo ―se burló, aunque las palabras habían llegado a su corazón.
―Soy un hombre inteligente ―Rio―. Ahora, si me disculpas, iré a buscar a mi mujer. Te deseo muchos éxitos y claridad para tomar la mejor decisión.
―Gracias por todo, Wilson. Tienes razón.
El hombre se encogió de hombros.
―Siempre la tengo, pero a ti te cuesta reconocérmelo.
Lucien se echó a reír y le dio una palmada en la espalda antes de ir en busca de su madre.
Verónica estaba en compañía de su editor, conversado animadamente. Lucien esperó a que terminaran para poder acercarse a ella.
―Tu fiesta ha sido todo un éxito, mamá ―le dijo dándole un beso en la frente.
―Y aún así, tengo la impresión de que no te la estás pasando bien ―contestó Verónica, quien era muy suspicaz.
Lucien la abrazó y luego se separó de ella para mirarla a los ojos.
―¿Me perdonarías si me marcho? ―le preguntó un tanto apenado, consciente de que eran apenas las once de la noche.
Verónica le sonrió.
―Haz lo que tengas que hacer ―le respondió ella, luego de darle otro beso―, solo te pido que conduzcas con cuidado y me llames cuando llegues a casa de Meg para estar tranquila.
Lucien se quedó sorprendido.
―¿Cómo sabes que iré a casa de Meg? ―Verónica se rio ante su desconcierto.
―¡Las madres lo sabemos todo, hijo mío! ―respondió―. Anda, ve. ¡Feliz Año Nuevo!
―¡Feliz Año Nuevo! ―Lucien le dio un último abrazo y desapareció.
Meg estaba sola en el salón viendo una película. Jude se había quedado dormido en el sofá a las diez de la noche y Meg lo despertó para que fuera a dormir a su habitación con más comodidad. Aunque el niño quería esperar el Año Nuevo le fue imposible, pues el sueño o el aburrimiento, lo venció.
Su madre, en cambio, no podía pegar un ojo. Estaba un tanto inquieta, y aunque el embarazo le daba sueño, esa noche en particular no había sucumbido a los brazos de Morfeo. Estaba ensimismada viendo una comedia romántica cuando el timbre de su departamento la sobresaltó. ¿Quién podría ser a esas horas? Sintió miedo, así que miró primero antes de abrir y su corazón se disparó cuando descubrió que se trataba de Lucien.
―Hola… ―El actor le saludó desde el umbral de la puerta cuando abrió.
Meg se arregló un poco el cabello. Debía tener una apariencia horrible pues estaba en ropa de dormir. Lucien, en cambio, estaba demasiado apuesto con su traje oscuro.
―Hola. ¿Qué estás haciendo aquí?
―Vine a hablar contigo. El portero me conoce y me dejó subir. ¿Puedo pasar? ―Meg asintió y le permitió entrar―. ¿Te desperté?
―No, estaba viendo una película. ―Meg tomó el control a distancia para apagar la tele.
―¿Y Jude? ―preguntó.
―Dormido. No aguantó. ―Se sentó en una esquina del diván. Estaba tan nerviosa, que comenzó a jugar con un hilo del cojín.
Lucien se quedó en silencio, mirándola. Se veía adorable con su pijama de dos piezas ―chaqueta y pantalón― de color azul pálido con el que parecía una niña. Su cabello continuaba algo despeinado, pero no por eso dejaba de ser hermosa. “Se ve más hermosa al natural” ―pensó, y un escalofrío recorrió su cuerpo al comprender lo que ese pensamiento significaba.
Tragó en seco. No sabía cómo empezar. Meg, por su parte, deshilachaba frenéticamente el cojín, sin apenas darse cuenta de lo que hacía.
―¿No se suponía que estuvieras en una fiesta? ―le preguntó ella.
―Estuve ―contestó―, pero ya no podía seguir allí. Mamá te invitó, ¿por qué no fuiste?
―No tenía ningún sentido que yo fuera. Tú no me querías allí. ―Se puso de pie y caminó un poco por el salón.
―No digas eso, si no hubiese querido verte no estaría aquí.
―Lucien, no sé qué pretendes, pero…
Meg se interrumpió. Los fuegos artificiales comenzaron a explotar y desde la ventana del salón principal podían apreciarse. Cuando volteó el rostro hacia Lucien advirtió que él estaba de pie frente a ella, mirándola de una manera inquietante.
―Feliz Año Nuevo ―le dijo él con una sonrisa.
―Feliz Año Nue… ―Meg no pudo terminar la frase pues Lucien, en un movimiento inesperado, la atrajo contra su cuerpo y la calló con un beso.
Ella no comprendió lo que sucedía hasta que sintió aquellos labios sobre los suyos. Estaba tan sorprendida que tardó un par de segundos en corresponder al beso, pero luego se dejó llevar mientras se sujetaba de sus hombros para no perder el equilibro. Aquel contacto inseguro se tornó en una fiebre incontrolable, en un deseo difícil de disminuir. Lucien no parecía dispuesto a dejarla ir y Meg tampoco pretendía apartarse. Un único pensamiento se alojó en su cabeza mientras reciprocaba sus besos con semejante avidez y deseo: era mucho mejor de lo que había soñado.
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