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Capítulo 8

La habitación de Jude era la típica de un niño de su edad: las paredes celestes, los muebles de color blanco, algunos estantes con juguetes de muchas clases, libros, la tele y un escritorio para hacer los deberes. Meg se sentó junto a su hijo en la cama mientras Lucien se acomodaba en una silla que era algo pequeña para él.

El niño ya estaba más tranquilo, pero no había vuelto a hablar. Meg aún no se recuperaba del temor que sentía ante la posibilidad de que Lucien hubiese escuchado su conversación con Bianca. ¿Habría oído hablar del amor que ella le profesaba? ¡Tenía tanto miedo de que un secreto como ese saliera a la luz en las actuales circunstancias que apenas podía pensar!

―Cariño ―dijo al fin, intentando recuperar la voz―, Lucien y yo queremos explicarte lo que sucede.

El actor estaba mirando la habitación con detenimiento y tomó una maceta de un diminuto cactus que Jude tenía en el alféizar de la ventana.

―¿Sabes cómo crecen las plantas? ―le preguntó Lucien con seriedad.

―Sí, por supuesto ―respondió el niño―. Con una semilla. Se coloca en la tierra y la planta crece.

―Muy bien, eres muy inteligente. ―Lucien le sonrió para infundirle tranquilidad―. Lo mismo sucede con los bebés. La semillita se implanta en el vientre de una mujer para que pueda germinar y crecer saludable.

―Ya sé que mamá está embarazada ―alegó el niño y las lágrimas volvieron a sus ojos―, pero yo deseo un hermano… ¡Mamá quiere regalarte al bebé!

―Eso no es así, Jude ―repuso Meg dándole un abrazo―. Jamás regalaría a un bebé que fuera mío. El niño que crece en mi vientre no lo es. La semilla es de Lucien, yo solo le he prestado mi vientre para que crezca sano y saludable. Yo soy como la maceta con tierra, pero el bebé no es mi hijo. La semilla se creó fuera de mí, yo solo la estoy protegiendo.

―Mamá es como un horno ―respondió Lucien, buscando otro ejemplo―. ¿Recuerdas esos pasteles que te gustan? ―Jude asintió―. Necesitan de calor para crecer. Mamá me ayudará a que el bebé crezca también. Ella es el horno, los ingredientes del pastel no son de ella, es por eso que no es su hijo, aunque lo lleve consigo. Sé que es difícil de entender, pero te estamos diciendo la verdad.

Lentamente Jude fue comprendiendo, pero aún estaba un poco triste. Continuaba diciendo que quería un hermano.

―Te prometo que irás a ver al bebé cada vez que quieras ―le dijo―, serás como un hermano para él. Siempre le estaré agradecido a tu mamá por lo generosa que ha sido al cuidar de mi bebé por nueve meses. A ti te agradeceré también si cuidas de mamá durante este tiempo. ¿Puedo contar contigo?

Jude asintió. Meg estaba más tranquila, pero no se había podido librar de la angustia que sentía respecto a lo sucedido antes.

―¿Me das un beso? ―le pidió a su hijo.

Jude la complació en el acto y sonrió. Volvía a ser el mismo de antes, afortunadamente.

―¿Por qué no le entregas a Lucien su regalo de cumpleaños? ―le sugirió su mamá.

Al niño se le iluminaron los ojos. Con todo el asunto del bebé había olvidado que era el cumpleaños de Lucien.

―¡Muchas felicidades! ―exclamó extendiendo sus brazos hacia el homenajeado.

―Muchas gracias, pequeño. ―El actor le sonrió―. Ahora quiero ver mi regalo.

El niño se puso de pie y voló a su armario a buscarlo. Cuando Lucien y Meg se quedaron frente a frente sin el niño de por medio, sus rostros se ensombrecieron y se rehuyeron todo el tiempo. Meg notó a Lucien incómodo, y comprendió que ya sabía la verdad. ¡Hubiese deseado tanto salir corriendo de allí! Sin embargo, mantuvo la compostura.

El niño regresó con una bolsa de papel de color azul en las manos. Lucien la recibió con entusiasmo y mostrando curiosidad, extrajo del interior una bola de nieve.

―¡Es preciosa, gracias! ―exclamó halagado.

―Esos somos tú, yo y mamá ―le explicó el niño señalando las figuras de una familia que se hallaban en el interior de la bola junto a un árbol de Navidad.

Meg se estremeció con el comentario de su hijo. El propio niño había escogido el regalo, pero ella no sabía que lo había hecho pensando que los tres se asemejaban a la familia que contenía la bola de nieve. Lucien la agitó sonriendo, haciendo que la nieve flotara por unos segundos.

―En la bolsa hay algo más ―le indicó el niño―. Es un regalo para que lo utilices en esta casa.

Lucien frunció el ceño.

―¿Qué será? ―preguntó antes de advertir que se trataba de una taza con el logotipo de su equipo favorito: los Dodgers―. ¡Es genial! ¡Me encantó!

Jude sonrió al ver la alegría genuina del actor.

―Así tendrás tu taza para el té para cuando vengas ―repuso el niño contento.

―Me han gustado mucho mis regalos ―les dijo y por un instante miró a Meg, que continuaba con el rostro algo serio―. Les agradezco mucho a los dos, pero ya tengo que irme. Debo pasar por casa a ver a mamá.

―Me saludas a Verónica ―le pidió Meg quien se levantó para acompañarlo a la puerta.

La despedida fue sencilla, Lucien apenas si dijo algo más y cuando Meg cerró la puerta se sintió cada vez peor.

―Tía, ¿dónde están mis galletas, por favor? ―preguntó Jude a Bianca, quien había aparecido en el salón.

―Están en la mesa de la cocina, puedes ir por ellas.

El pequeño se fue dando saltos y Meg aprovechó para exteriorizar sus temores. Un suspiró salió de su garganta y se llevó las manos a la cabeza.

―Dios mío ―susurró―. ¿Crees que nos haya escuchado?

―No pienses eso ―la tranquilizó Bianca dándole un abrazo―. Estoy segura de que no escuchó nada.

―Me temo que por su expresión y actitud sí lo oyó. Bianca, no sé qué hacer… ―Su voz sonaba desesperada.

―Lo primero es que te tranquilices. No estás convencida de que nos haya escuchado, así que no tiene sentido que te tortures. Meg, estás embarazada, no puedes angustiarte tanto...

―¡Es que no lo comprendes! ―exclamó con lágrimas en los ojos―. Lo único que tengo es su amistad y si la pierdo a causa de esto… ―se interrumpió―. ¡Es que lo quiero tanto!

―Meg, quien habló de amor fui yo. Incluso si nos escuchó él no tiene la certeza de tus sentimientos porque no te escuchó admitirlo ni confesarlo. ―Ese razonamiento la calmó un poco.

―Ojalá tengas razón.

―Y, si no la tuviera, tal vez esto sea algo bueno para ti ―le dijo con sinceridad―. Lucien merece saber lo que sientes, Meg. Llevas cinco años enamorada de él, y puede que la idea de un romance entre ustedes no le resulte tan descabellada.

―No lo sé. ―Ella negó con la cabeza, pues no se lo creía―. Lucien no quiere nada conmigo. Solo soy su amiga, el vientre solidario…

―No te preocupes por adelantado, ¿de acuerdo? ―le pidió―. Ahora tengo que irme, pues dejé a George con el niño y a ese par hay que vigilarlos todo el tiempo o cometen mil travesuras.

Meg sonrió, aunque aún estaba muy angustiada.

Las palabras se repetían en su cabeza una y otra vez: “Has hecho esto por amor a Lucien, sin decirle lo que sientes. ¿Y si le hubieses abierto tu corazón? ¿Qué hubiese sucedido si en lugar de prestarle tu vientre hubieses sido su pareja? ¡No sabes lo que Lucien siente por ti!” ―Lucien frenó en un semáforo. Su cabeza era un hervidero y no podía pensar con claridad. ¿Habría escuchado bien? ¿Meg estaba enamorada de él?

Intentó alejar aquel pensamiento y se concentró en la vía para llegar a salvo a casa. Cuando finalmente arribó, encontró a su madre en el jardín trasero, en el gazebo, trabajando en su PC. Era escritora, y a pesar de su edad su creatividad no había disminuido en lo más mínimo.

―¡Lucien! ―exclamó al verlo y se puso de pie. La dama no tenía canas, pues se teñía de su mismo color castaño, teniendo una apariencia muy natural y rejuvenecida―. Te estaba esperando, cariño. ¡Feliz cumpleaños!

―Muchas gracias, mamá ―respondió él.

―Por favor, siéntate a mi lado ―le pidió.
El actor la complació.

―Tengo algo que contarte, mamá ―anunció―. Meg está embarazada de mi hijo.

―¡Oh! ―La mujer se llevó las manos a los labios, estaba feliz―. Me alegro mucho, hijo. Al fin voy a ser abuela. Sabes que prefiero el método tradicional ―añadió con picardía―, pero el nieto o nieta será bienvenido venga por la vía que venga.

―Gracias, mamá.

―Me agrada esa muchacha: Meg. Creo que…

―Es una amiga. ―Lucien la interrumpió. No quería que ese tema saliera a relucir, mucho más cuando tenía la cabeza tan atormentada.

―Muy bien. ―Su madre sonrió―. Hay algo que no te he dicho aún ―prosiguió―. En tu ausencia he decidido organizar una pequeña fiesta de Fin de Año. Hay mucho para celebrar: mi nuevo libro, tu último filme, el bebé…

―De acuerdo, mamá, es tu casa ―respondió―, si deseas dar una fiesta, yo me sumo.

―Me gustaría que invitaras a Meg ―solicitó―. Ya que es parte de la familia…

Lucien negó con la cabeza.

―No creo que a Meg le gusten esas fiestas, además está embarazada…

―Puede quedarse a dormir aquí ―ofreció Verónica―. Lucien, Meg está embarazada de mi nieto, lo más lógico es que la agasajemos de todas las maneras posibles. Ha sido muy generosa y ya que no desea aceptar dinero, lo mejor que es que nos volvamos más amigos de lo que ya somos.

―Meg tiene planes para fin de año con su amiga Bianca. No creo que pueda venir. ―Lucien no lo sabía con certeza, pero siempre era así. Se puso de pie y se despidió de su mamá para subir a su habitación.

Se dio un largo baño de agua caliente, que le hizo sentir algo mejor, aunque no dejó de pensar en lo que había escuchado. Las palabras llegaron a su oído de manera clara, y quedó tan impresionado que el teléfono se le cayó de las manos. Ese fue su error, el ruido que lo delató. Tal vez si no lo hubiese cometido habría escuchado la respuesta de Meg. ¿Lo amaría en verdad? ¿Esa era la razón por la que había accedido a ser su vientre solidario?

Hubo un tiempo en el que Lucien pensó en salir con ella. Fue justo después de los Óscar. Le había tomado tanto cariño a Meg y a su hijo que los echaba de menos. Lentamente la amistad se hizo más fuerte, más intensa y luego de alcanzar su Óscar, sus sentimientos por Meg se volvieron algo confusos. Ganar un Premio de la Academia siempre había sido una meta para él, y fue aquella sencilla madre soltera quien lo había ayudado a conseguirlo.

Estuvo tentado a tener una cita con Meg. Recordaba una tarde en la que fue a conversar con ella. Jude estaba en la guardería por lo que pensó que sería el mejor momento para pedírselo. Sin embargo, se la encontró llorando.

―Meg, ¿qué te sucede? ―preguntó mientras le daba un abrazo.

―No es nada. ―La joven se enjugó las lágrimas.

―No puede ser nada cuándo estás así… ―le hizo notar y la llevó hasta el sofá para que estuvieran más cómodos―. Dime lo que sucedió. Nunca antes te había visto en ese estado y me asustas. ¿Tiene que ver con Jude? ¿Está bien?

―Sí, él está bien. Es que… ―La voz le temblaba―. Me he encontrado con una compañera de la Universidad.

―¿Qué te dijo que te dejó así?

―Estuvo en Barcelona en vacaciones durante la Navidad pasada. Se encontró con… ―Sin decirlo Lucien lo imaginó―. Mi exnovio no solo se casó sino que tiene un hijo.

―Lo siento. ―Lucien le tomó la mano para hacerla sentir mejor―. Debe haber sido muy duro para ti. ¿Todavía lo quieres?

―No, no es eso ―respondió―. El problema es que es un buen padre. Caroline dice que lo vio muy apegado a su hijo. Es un año menor que Jude. Carol se acercó y le habló de nuestro hijo y Mark la detuvo cortante, diciéndole que solo tenía un hijo y que Jude no era suyo. ¿Cómo pudo decir algo así?

Lucien le dio un abrazo.

―Caroline no debió decirte nada ―le confesó―. ¿Qué ganaba con eso?

―Nada, pero dice que quedó consternada con su actitud. De cualquier manera, tienes razón: saber eso solo me hizo mucho más daño.

Lucien la miró a los ojos, tenía deseos de calmar su dolor e invitarla a salir como ambicionaba; sin embargo, no lo hizo. Tenía miedo, pues no estaba seguro de sus sentimientos y no quería hacerle más daño del que ya le habían hecho. ¡No se lo perdonaría! ¿Qué podía ofrecerle? ¿Estaba enamorado? No, era un cariño, era atracción, pero estaba confundido.

Fue entonces que tomó la decisión de continuar con su amistad y no volvió a pensar en ella de esa manera. Las incontables mujeres que llegaron a su vida después, se encargaron de borrar su recuerdo o al menos eso creía él. Hasta ahora.

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