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Capítulo 7

29 de diciembre de 2018.

No había visto a Lucien desde el día de la inseminación, aunque estuvieron en contacto. Él siempre le enviaba mensajes para saber como estaba, pero tuvo la agenda realmente apretada. Su madre, Verónica, había vuelto a la ciudad por Navidad y entre ella y su nuevo proyecto cinematográfico lo habían tenido ocupado. 

Meg pasó la Navidad en casa de sus amigos, como siempre hacía, aunque echó de menos no ver a Lucien. En los últimos días se había acostumbrado más a su presencia y lo extrañaba. Creía que después de la inseminación seguirían viéndose, pero la vida tenía otros planes. Sin embargo, Lucien le envió un cariñoso mensaje por Navidad, así como una caja de bombones y un auto con control inalámbrico para su hijo.

Aquella mañana, Meg se levantó de la cama con el corazón agitado, por varias razones: era el cumpleaños de Lucien, quien cumplía cuarenta y aún no lo había felicitado. ¿La razón? Quería darle una buena noticia y justo a las ocho y media tenía cita en el laboratorio para realizarse un examen de sangre que comprobara si estaba o no embarazada. Tenía poco tiempo, pero ya podía saberse.

Antes de dirigirse a la clínica, la joven madre decidió realizarse un test casero en la tranquilidad de su hogar para ir haciéndose una idea. Al cabo de unos minutos, las dos rayas que indicaban un resultado positivo la llenaron de sentimientos encontrados. Estaba feliz por Lucien, y aunque cuidaría a esa criatura como si fuese propia, sabía en el fondo de su corazón que no lo era y no podría ser su madre. Una lágrima bajó por su mejilla, pero intentó pensar en lo más importante: la felicidad de Lucien.

No le dijo nada hasta que obtuvo el resultado del laboratorio que era el más fiable: positivo nuevamente. Un poco más contenta, corrió a una tienda de ropa para bebés y compró unas medias de recién nacido de color blanco que apenas cabían en la palma de su mano. Meg tomó una foto de ellas cuando llegó a la casa y se la envió al WhatsApp con una sencilla descripción: “¡Feliz cumpleaños, papá!”.

Lucien estaba regresando de San Diego cuando recibió un mensaje. Se salió de la carretera para poder llamar a Meg, pues estaba muy impactado con la noticia.

―¡Cielos! ―exclamó cuando ella atendió el teléfono―. ¿Es verdad?

―Por supuesto, me realicé un examen de sangre y un test casero para estar seguros ―contestó ella, quien podía notar que la voz le temblaba.

―¡Dios mío! ¡Estoy tan feliz! ―Realmente estaba eufórico, y Meg se contagiaba de su alegría. Solo de escucharlo sabía que valdría la pena su esfuerzo.

―¡Feliz cumpleaños! ―Meg volvió a felicitarlo.

―Sin duda me has dado el mejor regalo, Meg.

―¡Lo mereces! Un abrazo.

―Otro. ―Y cortó.

Meg estaba un tanto ansiosa luego de su conversación con Lucien. Moría por verlo, pero sabía que era poco probable. Él estaba en San Diego y no regresaría hasta más tarde para cenar con su madre por lo que dudaba que se apareciera en casa ese día.

Lucien cumplió con lo prometido y hacía unos pocos días que su chofer Gabriel y su ama de llaves, Susan, estaban trabajando en su casa. Esta última, debió asumir funciones que antes no le correspondían, pero estaba feliz de ayudar y obtener una paga hasta que Lucien tuviera un nuevo hogar.

Después de un exquisito y saludable almuerzo, Meg se fue a descansar a su habitación. No estaba acostumbrada a no hacer nada, pero Susan poco le dejaba acometer. Meg intentó relajarse y durmió una corta siesta. A media tarde, al salir al salón principal, encontró a Susan con un hermoso arreglo de orquídeas blancas en sus manos.

―¡Las acaban de traer para usted, señorita!

Meg se acercó a ella y la tomó en sus manos. El arreglo pasaba bastante así que lo dejó reposar encima de una mesa para admirarlo mejor.

―¡Es precioso! ―exclamó.

―Sin duda lo es. Si me disculpa, me retiro a la cocina para adelantar la cena.

―Por supuesto, gracias Susan. ―Meg se acercó de nuevo al ramo con el corazón acelerado. El ramo tenía una tarjeta. Decía simplemente: “Gracias”. No era su caligrafía, pero Meg conocía a la perfección a quién las había enviado: Lucien.

Estaba enamorada de él, pero sus sentimientos le pesaban mucho. Lucien le había repuesto su auto, creó un fideicomiso para su hijo, la estaba apoyando en el hogar, y en el pasado había hecho mucho más por ella. Meg, por su parte, le daría un bebe, algo invaluable, pero no lo hacía por interés o por sentirse en deuda, lo hacía porque lo amaba. ¡Si tan solo él pudiese percatarse de esto! ¡Si al menos reciprocara su sentir, aunque fuera un poco! Negó con la cabeza, como quien pretende desechar una idea y tomó el teléfono para llamar a Gabriel. Casi era la hora de recoger al pequeño en la escuela y tenía una ardua tarea por delante: explicarle la compleja situación a su hijo.

¿Cómo se le explica a un niño de seis años que su madre está embarazada, pero de un bebé que no es su hermano? Meg miraba a su pequeño de cabello oscuro a quien adoraba y no sabía por dónde comenzar.

―¿Qué sucede, mamá? Me has dejado tomar helado y no es fin de semana ―observó con suspicacia―. Siempre haces eso cuando quieres decirme algo importante.

―¿En serio? ―Meg se sorprendió con su agudeza.

―¿Tengo razón?

―Sí, mi amor ―respondió ella agitándole el cabello―. Hay algo importante que debo decirte, pero no quiero que te preocupes, ¿de acuerdo?

―Soy grande, puedes decirme. ¿Es respecto a mi papá?

―No, cariño. ―El corazón se le encogió al escucharlo. Jude siempre preguntaba por su papá, pero al desnaturalizado jamás le había importado que tuviese un hijo―. Te he hablado en algunas ocasiones acerca de tu papá, y lo que tengo que decirte no se trata de él. Papá no forma parte de nuestras vidas ―le dijo con sinceridad―, pero eres un niño maravilloso y te amo.

―Yo también te amo, mamá ―contestó Jude con los ojos bien abiertos, esperando que finalmente le dijese lo que deseaba.

―Sabes cuánto quiero a Lucien, ¿verdad?

―¿Son novios? ―La alegría genuina en el rostro de su hijo le llegó al corazón.

―Lo siento. No es eso tampoco. ―Ojalá fuese eso, pensó para sus adentros―. Lucien es un gran amigo. Lo cierto es que hace mucho tiempo que desea ser padre y yo lo estoy ayudando.

―¿Cómo? ―Jude estaba desconcertado.

―Lucien necesitaba a alguien que llevase dentro en su barriga a su bebé. Cuando ese bebé nazca, se irá a vivir con Lucien porque es su hijo.

Jude frunció el ceño, estaba confundido.

―No entiendo, mamá… ―balbució.

―Estoy embarazada del bebé de Lucien. No es mi hijo, es su bebé. Yo solo lo estoy cuidando en mi interior. ¿Comprendes?

Jude parpadeó varias veces.

―¿Estás embarazada? ¿Y no es mi hermano? ―preguntó confuso.

―No, no es tu hermano.

―¿Pero cómo es posible? ¡Yo quiero un hermano, mamá! ¿Cómo vas a regalar a mi hermano?

―No es así, Jude. ¡Espera! ―Antes de que Meg pudiera reaccionar, el niño salió corriendo con lágrimas en sus ojos y se encerró en su habitación.

La joven madre no se esperaba esa reacción y quedó muy abatida. Fue tras él y tocó, pero el pequeño no quería abrir. Intentó explicarle a través de la puerta, pero sintió el sonido de la tele dentro del cuarto, así que su hijo no le prestaría la más mínima atención.

Sin saber qué hacer y con Lucien fuera de Los Ángeles, se le ocurrió llamar a Bianca, a quien su hijo quería y respetaba mucho. Tal vez ella la ayudara a que abriera la puerta. Jamás Jude se había comportado así. No era un niño de berrinches, por lo que su comportamiento la dejó muy sorprendida.

Bianca llegó unos minutos después, pues recién había terminado su jornada en el hospital. Meg no le adelantó de qué se trataba, pero reconoció en su voz que algo no iba bien. Los ojos de su amiga cuando se encontraron se lo reafirmaron.

―¿Qué sucedió?

―Estoy embarazada.

―Jude no se lo tomó bien, ¿verdad? ―Bianca, a diferencia de Meg, había valorado esa posibilidad.

―No supe explicarle que no es mi hijo y cree que voy a regalar a su hermano. ―Meg tenía lágrimas en sus ojos.

―Él lo entenderá ―le tranquilizó Bianca dándole un abrazo―. Sabes que no comparto tu decisión, pero si ya estás embarazada te apoyaré como siempre he hecho.

―Gracias.

―Iré a verlo. ¿Dónde está?

―Encerrado en su habitación, no quiere hablar conmigo.

Bianca asintió y caminó por el corredor hasta llegar a la puerta del niño. La tele ya no se escuchaba, así que pudo hablar.

―Hola, camarada. Soy yo: tía Bianca. He venido a hablar contigo. A mí me vas a escuchar, ¿verdad? ―No hubo respuesta―. He traído tus galletas favoritas, pero antes de dártelas mamá tiene que explicarte lo que está sucediendo y tienes que prometerme que la vas a escuchar. Voy a esperar a que abras. Estaré en el balcón con tu mamá esperando por ti. Si en quince minutos no abres la puerta, me las ingeniaré para abrirla yo.

Sin más que decir, Bianca se dirigió al balcón del departamento escoltada por Meg.

―¿Crees que haga caso?

―Claro que sí ―respondió su amiga―. Es importante que él piense que tiene la posibilidad de salir, sin que sea una imposición. Por supuesto, si no lo hace habrá consecuencias, pero estoy convencida de que entrará en razones y abrirá la puerta. Es un buen niño.

Meg salió al balcón, hacía un poco de frío, pero la tarde aún estaba soleada. Se sentó en una butaca a mirar el horizonte. Bianca se sentó frente a ella y la miró en silencio por unos segundos.

―Meg, espero que estés haciendo lo correcto. No me refiero solo a Jude, si no a ti misma.

―¿Por qué lo dices?

―Llevar un embarazo no es fácil, ya lo sabes. Mucho menos cuando tienes que entregar a ese bebé. Aunque no sea tuyo crecerá en tu vientre, se crearán lazos que serán difíciles de deshacer para ti. Te conozco, estás tan involucrada con Lucien que sufrirás al final de todo esto.

―No sucederá nada, Bianca. Sé que no es mi hijo y que tendré que dárselo a Lucien. Estoy consciente de eso.

―Ya sabes lo que pienso ―continuó Bianca―. Has hecho esto por amor a Lucien, sin decirle lo que sientes. ¿Y si le hubieses abierto tu corazón? ¿Qué hubiese sucedido si en lugar de prestarle tu vientre hubieses sido su pareja? ¡No sabes lo que Lucien siente por ti! Tal vez si… ―Bianca se interrumpió pues sintió un ruido en el corredor.

―¿Será Jude? ―Meg se volteó con la esperanza de encontrarse con su hijo. En cambio, a quien se encontró fue a Lucien.

―Hola… ―tartamudeó el actor.

Meg se quedó espantada ante la posibilidad de que hubiese escuchado la conversación. Tal vez no fuera así, pues Bianca hablaba en voz baja, pero la expresión perpleja de su rostro le generaba un hondo dolor.

―Lo siento, Susan me abrió la puerta y me dijo que estaban aquí. Se me ha caído el teléfono al suelo ―añadió mirando al artefacto que estaba en sus manos y que fue el causante del ruido que delató su presencia.

Meg respiró hondo y se levantó del asiento, aunque apenas podía mirarlo a los ojos. ¿Cuánto habría escuchado? ¡Esa pregunta la torturaba!

―¿Qué estás haciendo aquí? ―Las palabras salieron tal vez con más brusquedad de lo habitual―. Pensé regresarías más tarde de San Diego.

―Regresé antes y quise pasar a verte. Hola, Bianca ―añadió él, mirando a la amiga que miraba la escena un tanto apenada por lo que había sucedido.

―Hola, Lucien. Feliz cumpleaños ―respondió la mujer―. Y mis felicitaciones por el bebé que viene en camino.

―Gracias ―contestó él, sin embargo, miró a Meg por un momento―. ¿Estás bien?

Bianca se levantó de su asiento, le dio un abrazo a su amiga, y respondió por ella.

―Meg está un poco preocupada porque Jude no ha comprendido bien la situación ―le explicó―. Estábamos hablando precisamente de ello cuando llegaste.

Lucien frunció el ceño y Meg se ruborizó, pero no dijo nada. La voz de su hijo disolvió el tenso momento.

―¡Lucien! ―gritó el chico.

El actor se volteó para recibir en sus brazos al niño que corrió hacia él. Lo levantó en el aire y le dio un beso en la cabeza.

―Hola, amigo, ¿crees que podamos hablar?

El niño asintió. Meg entonces siguió los pasos de Lucien quien todavía llevaba cargado a Jude. Tendrían una difícil conversación por delante con el niño y lo peor era que Meg no sabía cómo mirar a Lucien a los ojos luego de lo sucedido.

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