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Capítulo 13

Unas semanas después

La vida siguió su curso para bien. Meg y Jude llevaban unos días viviendo de manera permanente en el hogar de Beverly Hills. El niño se adaptó tan rápido al cambio, que lo difícil era que se estuviera tranquilo en su departamento de Pasadena. Jude quería estar en casa con Lucien y jugar con Molly. Meg era feliz de ver cómo en unas pocas semanas las cosas habían cambiado drásticamente.

Con poco más de un mes de embarazo, los síntomas se comenzaban a sentir. Los vómitos llegaron, así como el asco y las náuseas ante los olores fuertes. Lucien la apoyó todo el tiempo. Cuando se levantaba en las mañanas a vomitar, él también lo hacía para brindarle su mano, levantarle el cabello o decirle una palabra amable. Salía a grabar sin echarse ningún perfume, ya que cualquiera le provocaba a Meg mal de estómago. Para él no era un sacrificio, todo lo contrario. Aquello significaba que su hijo estaba creciendo fuerte en el vientre de la mujer que amaba, y eso era lo más importante.

Faltaban unos pocos días para el primer ultrasonido, que era a las seis semanas y ninguno de los dos podía aguardar. Lucien tenía un ritmo arduo de trabajo, pues estaba filmando en los estudios de Paramount. A veces llegaba tarde en la noche, pero cenar con su familia y dormir abrazado a Meg eran la mejor compensación para tantas horas en el plató. ¿Quién diría que la vida de padre le sentaría tan bien? Convivir con Jude fue mejor de lo que él había creído. Amaba al pequeño, pero tenerlo en casa todo el tiempo era una bendición. Jude era un niño muy disciplinado, amable, cariñoso y nada majadero. Sin duda, el mejor hermano que podía haber deseado para su bebé.

Meg también estaba trabajando por el momento, prestando su voz para una película animada de Disney. Era un excelente trabajo y le encantaba. Entre las obligaciones laborales y llevar y recoger a Jude en la escuela, se fue creando una rutina que era maravillosa y deseada por todos.

Una tarde, Meg fue a recoger a Jude y a Lucas a casa de unos compañeros de colegio. Bianca le pidió que lo hiciera ella misma, pues se trataba de una casa en el propio Beverly Hills. Meg se dirigió entonces al hogar de los Vermont. Fue recibida por Nancy, la empleada de la casa, y de inmediato la pasó al salón donde se encontraban los niños, acompañados por un hombre en silla de ruedas y una mujer de cabello castaño. A ella sí la conocía: era Mónica, la madre de Tim.

Sentados en una mesa, riendo, se hallaban los cuatro niños: Ben y Tim, los nuevos amigos, y Jude y Luke. Mónica se le acercó con una sonrisa y le dio un beso; era muy amable.

―¡Hola! ―exclamó la anfitriona―. Es un gusto recibirte en mi casa. Él es mi hermano Thomas.

El aludido la saludó, aunque ella apreció que estaba un poco triste, aunque el estar con los niños le sacaba una sonrisa.

―Los niños aún no han terminado, pero si quieres puedes esperarlos y conversamos un poco ―le dijo Mónica.

―Gracias. ―Sin duda era una mujer muy amable y Meg se sintió cómoda al instante. La casa era preciosa, al igual que la de Lucien, así que luego de saludar a los niños y de dejarlos en buenas manos, Meg se sentó en el salón principal junto a Mónica.

―¿Quieres tomar algo? Te noto un poco pálida.

―Lo siento, es que me siento un poco cansada ―se disculpó Meg―. Estoy embarazada y a pesar de que tengo poco tiempo, me siento agotada.

―No te preocupes, le diré a Nancy que te traiga un jugo. Enseguida regreso. Puedes ponerte cómoda.

Mónica así lo hizo y poco después Meg se sentía más restablecida.

―Gracias ―susurró, todavía con el vaso en las manos.

―Me alegra mucho que te sientas mejor. Con el embarazo de Tim la pasé muy mal ―le contó―, así que imagino cómo te sientes.

Meg recibió una llamada: era Lucien. Ese día había terminado más temprano y, cuando ella le dijo que se sentía un poco cansada, no dudó en ir a la casa a verla. Lucien sabía muy bien cuál era el hogar de los Vermont y no demoró en aparecer unos minutos después. Mónica se alegró mucho al verle cuando abrió la puerta.

―Hola, Mónica ―saludó el actor.

―¡Hola! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Has venido a ver a Thomas? ―Su hermano era casualmente el guionista de la película El hilo escarlata.

―No ―contestó Lucien―, aunque me encantaría saludarlo. He venido a recoger a mi mujer: Meg.

La aludida lo estaba escuchando y el corazón le dio un vuelco con sus palabras. “Su mujer”, qué lindo se escuchaba aquello. Meg se levantó del sofá y fue a su encuentro. Lucien le pasó el brazo por la espalda y le dio un beso en la mejilla.

―¡Qué pequeño es el mundo! ―exclamó Mónica con una sonrisa―. Ustedes son pareja y los niños compañeros de colegio.

―Así es. ―Lucien asintió―. Meg, los Vermont son viejos amigos. Mónica en el pasado fue actriz y compartimos juntos en una serie televisiva, fue en mis inicios en la carrera. De Thomas te he hablado también, es el guionista de El hilo escarlata y además el autor de las novelas de Trace Hunter, que publica bajo el pseudónimo de Horace Whitman.

―¡Oh! ―exclamó Meg asombrada―. Sí que el mundo es muy pequeño. Y como bien dijo Mónica, los niños están en el mismo salón.

―Una magnífica coincidencia ―apuntó Lucien.

―Hace falta que nos hagan la visita con más frecuencia. Hace unos días que Thomas no está bien de ánimo, así que le alegrará verte.

Mónica se interrumpió pues sintió pasos que se acercaban y unos minutos después apareció Thomas, acompañado de toda la tropa de infantes.

―¡Pero si Trace Hunter está en mi casa! ―bromeó el escritor con mejor humor. Luego de haberse separado de su novia no estaba pasando por el mejor momento.

―Hola, Tom. ―Lucien le estrechó la mano con amabilidad―. Me alegra mucho verte. Te presento a Meg, mi mujer.

―Nos saludamos cuando llegó. Es un placer, Meg, aunque creo que ya te había visto de lejos en la escuela. Eres la mamá de Jude, ¿cierto?

―Sí. ―Meg sonrió―. También es un gusto.

―Los niños siempre me dan alegría, y me hace feliz haber conocido esta tarde a Jude y a Luke.

―Mamá, Thomas tiene un labrador igual que Molly ―apuntó el niño.

―Molly es mi perra ―le explicó Lucien riendo.

―Qué bien, corazón ―contestó Meg.

―Y también hay un gato ―añadió Luke.

―Cotton es mi gato ―respondió Ben, quien, a pesar de no vivir allí, tenía a un gato blanco que Thomas le cuidaba.

―¡Sí que se la pasan bien estos niños! ―repuso Mónica.

―Espero que vuelvan pronto ―sugirió Thomas―, la tarea es más agradable si es entre varios. Los adultos también tendremos que reunirnos. No sé si sabes ―esto se lo dijo a Lucien― que terminé la última novela y Pacey quiere que comience con el guión. Tal vez a finales de año se pueda comenzar a rodar la última película. Él no quiere que demore mucho la salida del filme respecto a la publicación de la novela.

―Perfecto. ¡Cuenten conmigo! Me alegra muchísimo que hayas terminado la novela.

―Yo también.

Sin mucho más que decirse se despidieron, acordando reunirse pronto. Meg se sentía contenta pues los vecinos le habían agradado. Lucien tenía vínculos con ellos y además los niños se llevaban muy bien. Jamás había visto a Jude tan feliz e integrado. Ahora no solo tenía a Luke de amigo, sino que eran “los cuatro mosqueteros” y eso le gustaba mucho.

Lo mejor de todo fue la presentación que Lucien hizo de ella, y eso la tenía con una permanente sonrisa en su rostro. Esa noche, mientras se abrazaban a la hora de acostar, Meg se atrevió a preguntar:

―¿No te preocupa que los vecinos divulguen nuestra relación? Creí que preferías mantenerla en secreto…

Lucien le dio un beso antes de responder.

―Ser discretos sí, pero en secreto no. Tengo mis motivos para huir de la prensa, pero los Vermont son amigos. Mónica es buena persona, y Thomas también, aunque está algo deprimido desde que tuvo ese accidente que lo dejó en silla de ruedas hace casi un año.

―Es una pena.

―Sí, creo que estaba saliendo con alguien, pero no sé si habrá funcionado.

―Espero que se anime pronto.

―Yo también ―confesó Lucien y la abrazó más fuerte contra su corazón―. Yo me siento cada vez más feliz desde que ustedes están en mi vida.

Meg le dio otro beso y lentamente, lo que comenzó con un beso de nuevas noches, se tornó en una oleada indetenible de deseos y placeres que los envolvió por un poco más de tiempo. La noche aún era joven y el amor hablaba más alto que cualquier cansancio.

―¿Ya estás bien? ―quiso saber Lucien por temor a dañarla.

―Estoy de maravillas ―respondió ella. Y su ansia lo terminó de decidir a continuar. ¿Quién le diría que de aquella buena amistad resultaría un amor tan estremecedor?

Llegó la mañana de la consulta médica, luego de cumplirse las seis semanas de embarazo. Meg tendría su primera ecografía. Hasta el momento, solo seguía las recomendaciones médicas en cuanto a dieta y suplemento vitamínico y de hierro, pero era la primera vez que sentirían el latido del bebé y eso los tenía sumamente emocionados.

Lucien suspendió toda grabación para poder estar con ella. Se encaminaron a un hospital materno e infantil en Sunset Boulevard. Justo a la hora prevista tuvieron su cita con la ginecobstetra, la doctora Catherine Novak. Luego de algunas preguntas de rigor, de tomarle el peso y la tensión arterial, Meg subió a la camilla para que le realizaran la ecografía transvaginal, debido al tiempo de embarazo. Estaba algo nerviosa, pero Lucien tomó su mano y se relajó un poco pues el procedimiento era indoloro. Al cabo de unos instantes, sintieron un latido.

―Aquí está ―repuso la doctora señalando al monitor.

Meg estaba feliz, tenía lágrimas en sus ojos y Lucien igual. Era un sentimiento indescriptible el que estaba experimentando en ese momento.
La doctora continuó moviendo el tranductor y el latido se sintió de nuevo. La pareja pensó que era el mismo bebé, pero se trataba de otro.

―Es un segundo bebé ―explicó la doctora―. Al parecer, está esperando gemelos.

―¿Gemelos? ―Meg no salía de su sorpresa y Lucien sujetó su mano con más fuerza. Estaba feliz pero también un tanto asustado. Era totalmente inesperado.

―Todo está en orden con los bebés. El latido cardiaco es fuerte, el estado de las placentas es óptimo y por el momento no hay nada por lo que temer ―les dijo la doctora Catherine―, puede levantarse de la camilla cuando lo desee.

Meg se incorporó y cuando volvieron a sentarse frente a la doctora en el consultorio, seguía un tanto confundida con la noticia.

―Doctora Novak ―fue Lucien quien comenzó a hablar―. Meg se embarazó por un procedimiento de fertilización in vitro. Se transfirió un único embrión, por tanto, estamos sorprendidos con la noticia de que son dos bebés. ¿Cómo es posible?

―Estoy al tanto del procedimiento, consta en su hoja clínica ―asintió la doctora―. Sin embargo, estos casos suceden no con tanta frecuencia, pero existen. El embrión implantado se dividió, dando lugar a dos. Esta división se realizó antes del tercer día tras la fecundación, en la fase preimplantatoria de la mórula. Se trata de una gestación gemelar bicorial biamniótica, en otras palabras: cada bebé tiene su propio saco, su líquido amniótico y su propia placenta. A pesar de ello, como provienen de un mismo embrión que se dividió estamos ante un caso de gemelos idénticos.

―¡Dios mío! ―Meg se llevó las manos al rostro, todavía estaba en shock.

―Gracias por la explicación, doctora Novak.

―Por nada, imagino que estén un tanto sobrecogidos, pero son buenas noticias. La salud de la gestante y de los bebés es buena. Nos vemos dentro de unas semanas cuando inicie el segundo trimestre.

―De acuerdo, muchas gracias. ―Lucien se despidió y Meg balbució unas pocas palabras, pues todavía no sabía qué decir.

Caminaron rumbo al auto, hicieron el trayecto en absoluto silencio y al llegar a la casa Meg se dejó caer sobre el sofá con un suspiro. Lucien estaba preocupado, por lo que se sentó a su lado y le tomó la mano.

―Suerte que esta casa es grande ―comentó Meg con una sonrisa que lo relajó al instante―. ¡Dos bebés! ―Rio nerviosa―. Esto no lo esperaba, pero no deja de ser algo hermoso.

―Serás una excelente madre. ―Lucien la atrajo hacia él y le dio un largo beso―. Yo también estoy nervioso, pero la noticia me ha hecho muy feliz.

―Ahora sí me pondré muy gorda ―observó Meg―, y tendré que hacer más reposo.

―Todo saldrá bien, amor mío. ―Lucien la volvió a abrazar―. Estamos construyendo un hogar, los dos juntos.

Ella recostó la cabeza sobre su hombro y a pesar de los temores, estaba orgullosa de llevar en su vientre a dos bebés.

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