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Capítulo 10

Meg se apartó de Lucien con rapidez cuando sintió un ruido: era una puerta. Al parecer su hijo se había levantado.

―Es Jude ―susurró sin mirarlo. Estaba ruborizada y apenas podía hablar.

Meg no se equivocó, al cabo de un segundo su hijo apareció en el salón bostezando. Los fuegos artificiales lo habían despertado según explicó, pero luego se quedó sorprendido al ver al actor en su casa.

―¡Lucien! ―exclamó mientras corría hacia él.

―¡Feliz Año Nuevo, camarada! ―El hombre le dio un abrazo.

―¡Feliz Año Nuevo! ―respondió el niño.
Meg se acercó a él para darle un beso a su hijo y desearle también un Feliz Año.

―Cariño, es hora de volver a la cama.

―Pero… ―El niño quería protestar.

―Mamá tiene razón ―apoyó Lucien―. Yo ya me marcho.

―Cierra la puerta cuando salgas ―respondió Meg, sin mirarlo―, y ve con cuidado.

―Hasta luego, Lucien ―se despidió el niño.

Meg lo acompañó hasta su habitación, estaba temblando tras lo sucedido y no sabía qué pensar. Lucien dijo que se marchaba, y tal vez fuera mejor así. ¿Habría sido todo un error? Todavía sentía en sus labios la sensación de sus besos y apenas podía concentrarse.

―¿Me lees un poco, mamá?

―Sí, por supuesto. ―Meg lo arropó y tomó el libro que estaban leyendo juntos: Harry Potter y la piedra filosofal. Jude había visto la primera película y había quedado encantado y Bianca fue quien le regaló el libro en esta Navidad.

Estuvo algunos minutos leyendo. Iban por el principio, justo por el capítulo del Sombrero Seleccionador. Se detuvo cuando advirtió que el niño estaba profundamente dormido, así que le dio un beso en la frente y apagó la luz.

Salió al corredor con rumbo a la cocina para tomar un té antes de dormir, cuando se encontró a Lucien allí. Meg dio un respingo, pues no se lo esperaba: creía que ya se había ido.

―¡Cielos! ¡Me asustaste! ―exclamó.

―Lo siento, estaba preparando chocolate caliente para los dos ―le dijo con una sonrisa. Sus ojos color esmeraldas le brillaban con mayor intensidad y llevaba en su mano la taza que le habían regalado por su cumpleaños.

―Dijiste que te irías… ―Meg guardó la distancia, pero el corazón le latía aprisa.

―¿Cómo crees que podría marcharme después de… ? ―se interrumpió, pero Meg lo comprendió―. Le dije eso a Jude para que se fuera a dormir tranquilo ―se explicó.

Meg asintió y tomó la taza de chocolate que él le ofrecía. Luego le dio la espalda y se dirigió al salón para tener más comodidad. Tomó asiento en el sofá y Lucien se colocó a su lado.

―¿Se quedó dormido?

―Sí. Leímos un poco de Harry Potter y el sueño lo venció ―respondió ella, quien tenía la mirada fija en su taza de chocolate, intentando hacer acopio de valor.

Lucien se levantó y apagó las luces principales, dejando solamente una lámpara pequeña encendida y las guirnaldas del árbol de Navidad. La atmósfera era muy íntima, y la joven se estremeció con lo que hacía, pero no se lo impidió.

―No quiero que las luces alerten a Jude de que sigo aquí ―le dijo y volvió a su lado en el sofá.

―Por lo general duerme toda la noche ―respondió ella, y al decirlo se ruborizó un poco al pensar en lo que podría suceder entre ellos si no se marchaba.

―Meg… ―Lucien no sabía por dónde comenzar.

―No tienes que decir nada ―lo interrumpió ella―. Imagino que estés confundido y…

―Ya no estoy confundido, Meg ―respondió él y le tomó las manos―. Lo estuve, pero me bastó darte un beso para que todos los miedos absurdos que albergaba se desvanecieran por completo.

Ella todavía no podía creer lo que escuchaba.

―Si esto es por lo que dijo Bianca el otro día, no tienes por qué preocuparte.

―¿Mintió acaso? ―Lucien hizo la pregunta, pero ya conocía de sobra la respuesta. Meg no contestó, no podía.

―Siempre me has visto como tu amiga. ―Fue su respuesta.

―Eso no es del todo verdad ―confesó él.

―¿Qué?

Lucien se acercó más a ella y la rodeó con su brazo, aunque aún no se atrevía a darle un beso. Quería que supiera con certeza cómo se sentía antes de volver a tener mayor intimidad.

―Después de los Óscar pensé en invitarte a salir, pero me arrepentí. Fue el día que estabas llorando a causa de Mark y lo que dijo tu compañera de estudios. No sé si lo recuerdes ―ella asintió―. Esa tarde me di cuenta de que no soportaría hacerte infeliz. No me perdonaría si mi falta de constancia, mis dudas o mi agitada vida conspiraban en nuestra contra. Me dije a mí mismo que se trataba de un delirio y sepulté todos mis sentimientos hasta hace tres días.

―¿Y qué ha cambiado? ―preguntó ella asombrada―. Sigues siendo el mismo. ¿Crees que ahora no me romperás el corazón?

―He cambiado yo, Meg. Soy más maduro, tengo claro lo que quiero. La vida en pareja no es color de rosa. Estoy seguro de que tendremos malos días; habrá momentos en los que te decepcione, pero también me esforzaré por hacerte la mujer más feliz. Solo necesito saber si tú deseas intentarlo.

Meg recostó su cabeza en el hombro de él. No lo reconocía. Le estaba diciendo justamente lo que deseaba escuchar, pero continuaba teniendo miedo.

―Lucien, estoy embarazada de un bebé que no es mío ―respondió―. Eso es algo extraño. Si tuviéramos una relación, ¿qué sería yo para el bebé? ¿Una madre sin derechos? Si nos separáramos se quedaría contigo y yo no podría soportarlo…

―¿Por qué hablas de separación, Meg?

―Porque debemos valorar todas las posibilidades ―respondió―. ¿Y si esto no funcionara?

―Funcionará. ―Lucien la separó un poco para mirarla a los ojos, aunque la luz era demasiado tenue―. Jude tampoco es mi hijo y yo lo quiero como si lo fuera. Para mí no ser su padre no constituye impedimento para que formemos una familia. Tampoco debe serlo para ti el bebé que lleves en el vientre. Tiene tu sangre, se alimenta de ti, tiene una conexión contigo. ¡Quien mejor que tú para ser su madre!

Las palabras de Lucien llegaron a su corazón. Los ojos de Meg se llenaron de lágrimas y estas bajaron por sus mejillas en silencio, humedeciendo las manos de Lucien que todavía enmarcaban su rostro.

―Tienes razón ―contestó al fin―. Podemos intentarlo.

Lucien la besó despacio. El sabor salado de sus lágrimas llegó a sus labios, pero Meg tenía motivos para dejar de llorar y eso hizo al cabo de unos instantes. Sentimientos más fuertes la dominaron, abrazándolo con fuerzas mientras le devolvía el beso.

―Creí que no querrías nada conmigo… ―le susurró al oído.

Lucien la atrajo más contra su cuerpo y suspiró.

―Siempre me ha dado mucho miedo perder nuestra amistad por algo que consideraba podía ser efímero; estuve pensando mucho y me di cuenta que después de lo que había escuchado, podía perderte de cualquier manera: como amiga y como mujer. Fue entonces que comprendí que yo… ―jamás lo había dicho en voz alta―, que yo también estaba enamorado de ti.

―Lucien… ―Él le colocó un dedo en los labios para silenciarla.

―Siempre regreso a ti, Meg. Desde que te conozco no he dejado de venir a esta casa. Es cierto que en ocasiones la vida me aleja o que ha habido temporadas en la que he estado más distante, pero siempre termino volviendo. Eres mi consejera, mi amiga; me salvaste la vida, me darás un hijo y fui muy tonto al no comprender antes lo que sentía por ti.

―Yo te quiero mucho, Lucien ―confesó ella.

―Más de lo que me merezco, de eso no tengo la menor duda.

―No digas eso. ―Meg acarició su rostro y jugó con su cabello por unos instantes―. Eres un hombre maravilloso. Solo lamento no haber sido más explícita antes respecto a mis sentimientos. Moría de miedo de que me rechazaras, pero ahora creo que hemos perdido mucho tiempo.

―Nuestro tiempo es perfecto ―le respondió él―, porque ahora todo funcionará como deseamos.

―De haber comenzado antes, hubiésemos evitado la inseminación… ―Meg no podía evitar volver al mismo asunto.

―Tal vez ―reconoció―, pero desde que estás embarazada te veo como a la madre de mi hijo. Esa imagen de madre subrogada jamás la comprendí. El que lleves a mi bebé en el vientre es lo único que importa. Su información genética es secundaria, solo necesito saber que lo amarás como si fuese tuyo.

―Ya lo amo como si fuese mío ―reconoció―, es por eso que esta situación del vientre subrogado me era tan difícil.

―Pero eso ya terminó ―repuso él―, ahora somos una familia, Meg. Cierto que me pude haber evitado los gastos de la clínica de fertilidad ―rio―, pero eso ya no importa. Reconozco que hacer el amor es una forma mucho más exquisita de engendrar a un bebé, pero eso no significa que no la implementemos en el futuro…

Meg se rio ante la manera seductora en la que estaba hablando.

―¿Hablas de tener otro hijo? ―preguntó frunciendo el ceño.

―¡Por supuesto! Uno, dos, tres… Todos los que quieras.

Meg se echó a reír, para nada convencida, pero le dio otro beso, lleno de amor. Lucien introdujo las manos por debajo de la chaqueta de dormir y acarició su piel. El contacto la estremeció y dejó sin aliento.

―¿Crees que pueda quedarme esta noche aquí? ―le pidió―. Conducir en la madrugada de Año Nuevo no es nada recomendable…

―Tienes razón ―contestó Meg incorporándose―, pero dormirás en el sofá.

―¿Qué dices?

―¡Por supuesto! Jude no sabe nada y…

―Prometo que me marcharé bien temprano ―respondió―, pero tendrá que saberlo pronto. Sé que se pondrá muy feliz cuando lo sepa.

Meg no respondió solo lo tomó de las manos y lo llevó a su habitación. No era la primera vez que Lucien entraba, pero en esta ocasión tenía una connotación diferente, aunque ninguno de los dos lo dijera.

―No tienes ropa de dormir ―observó ella.

Lucien se encogió de hombros.

―Siempre duermo en calzoncillos.

―O sin ellos ―añadió Meg, quien le dio la espalda para acostarse de su lado de la cama.

Lucien soltó una carcajada, y la imagen de él completamente desnudo en Malibú llegó a su mente. Se despojó del incómodo traje y se quedó solo en ropa interior frente a ella.

―Había olvidado lo del día del incendio ―comentó, ocupando su sitio al lado de ella.

―Yo no. ―Meg rio ante el recuerdo de su desnudez.

―Es que soy inolvidable ―replicó Julien abrazándola por debajo del edredón.

―Eres un engreído.

―Tienes razón ―reconoció―, pero tengo suerte de que estés conmigo.

―Ahora duérmete ―le pidió ella.

―Está bien. ―Lucien le dio un beso en los labios e hizo su mayor esfuerzo por dormir. A pesar de ello, media hora después continuaba absolutamente desvelado e incluso sin verla podía imaginar que Meg tampoco se había dormido.

La joven se giró hacia él intentando encontrar algo de comodidad y conciliar mejor el sueño, pero no podía. Su corazón estaba inquieto. Era la primera vez que compartían lecho, y luego de los besos dados era imposible relajarse.

Lucien acarició su cabello, y Meg se acercó más a él soltando un suspiro. La mano de Lucien bajó por su mejilla y llegó a sus labios; el contacto era de lo más estremecedor. Meg abrió la boca para decir algo, pero un beso de Lucien le impidió hacerlo. Ella lo reciprocó, con más deseo del que imaginaba. Él la abrazó, subiendo el beso en intensidad para comprobar hasta dónde podía avanzar. Para su satisfacción, Meg no lo detuvo: su cuerpo respondía a las caricias que lentamente fueron subiendo por su abdomen hasta llegar a su pecho.

Desabotonó la chaqueta de ella, dejando al descubierto la camiseta blanca que llevaba debajo. Apenas podía verla, pero sintió en las yemas de sus dedos la suavidad de aquella prenda. Sin embargo, nada se comparaba con la suavidad de su piel y la erótica zona que albergaba. Lucien fue osado al descubrir sus pechos lentamente, por debajo de la fina tela, haciendo que Meg soltara una exclamación de sus labios, por deseo y sorpresa. Lentamente la desvistió dejándola prácticamente desnuda, mientras besaba cada centímetro de su caliente piel.

―Te quiero ―le susurró él al oído―. ¡Ni yo mismo sabía cuánto!

―Yo también te quiero ―respondió ella―, pero siempre he sabido que era demasiado.

―Para el amor nunca es demasiado.

Lucien se sacó por los pies el calzoncillo y la abrazó contra su cuerpo. El contacto de las dos pieles anhelantes era estremecedor, y la consumación de aquel delirio estaba cerca, a juzgar por el atributo de virilidad que palpitaba caliente contra el muslo de Meg. Ella soltó un suspiro, temblando por su propia excitación.

―No he estado con nadie en más de seis años ―reflexionó en voz alta.

―Lo sé ―Lucien le dio un beso en la mejilla, colocado a horcajadas encima de ella―, y estoy dispuesto a detenerme si lo deseas.

―No ―contestó ella―, te deseo a ti… ―Fue casi una súplica, que desencadenó una nueva oleada de besos por todo su cuerpo.

―Espera. ―Meg lo detuvo cuando sintió que él se acercaba peligrosamente a la entrada de los máximos placeres.

―¿Qué sucede?

―El médico advirtió que debía utilizar protección ―le recordó.

―¡Mierda!

―¿No tienes ningún condón?

―No lo tengo ―reconoció―, hace un tiempo que estoy solo y únicamente he pensado en ti. ¿Tú tampoco tienes ninguno?

Meg rio por lo bajo.

―¡Te he dicho que en seis años es mi primera vez! Si tuviera estarían caducados.

―Cierto. ―Lucien resopló―. ¿Hay alguna farmacia cerca?

―No digas tonterías y bésame ―le pidió Meg atrayéndola más hacia él y dándole un apasionado beso que avivó aún más la pasión que la consumía―. Los dos estamos sanos, además ya estoy embarazada… ¿Qué más podría pasar? ―razonó en voz alta―. Por una vez no va a afectar en nada…

―¡Dios mío! ¡Gracias! ―exclamó Lucien desesperado y Meg volvió a reír con su reacción.

Se amaron lentamente al comienzo, pero la pasión los llevó a una espiral ascendente de pasión. Los besos fueron el preludio y cuando se unieron íntimamente, Meg sintió que alcanzaba las nubes imaginarias que flotaban en su habitación.

Lucien la besó todo el tiempo, la abrazó contra su cuerpo como quien teme separarse y se hundió en ella como si fuera la primera vez que experimentaba aquel frenesí perturbador. Cuando llegaron juntos al final de su danza, él no tuvo ninguna duda del amor que sentía por ella. 

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