• Parte 7
Orquídea se separó un poco de él y se secó las lágrimas.
—Lo siento.
—No te disculpes.
—¿Por qué me habla así? —le preguntó con incomodidad.
—Porque tú deberías hacer lo mismo, no está mal que lo hagas, aparte, sugiero que no nos hagamos más los tontos e intentemos conocernos mejor.
—No le puedo aportar nada material, no soy rica y no tengo propiedades, solo soy una maestra rural.
—¿Y crees que eso me interesó cuando comencé a conocerte? Eres muy buena con mi hija y te preocupas mucho por ella, sin contar con que me has salvado la vida, Orquídea.
—Ese era mi deber —declaró la chica.
—Sí, pero creo que lo has hecho porque te importo —le tocó la mejilla con algo de miedo por si ella se alejara de él—, ¿o me equivoco?
—No —negó con la cabeza también—, no se equivoca, señor.
—Me puedes llamar, Nathaniel o Nate, como prefieras y me gustaría que te dirijas a mí con informalidad como yo lo estoy haciendo contigo.
—Me costará, pero, de acuerdo.
—Bien —asintió con la cabeza.
—Quiero saber otra cosa, ¿qué le has hecho a Thomas? —interrogó con algo de lentitud en las palabras por cómo usó los verbos, de forma informal.
—Le di su merecido y espero que, con eso, no te moleste más.
El silencio se hizo presente de nuevo, incómodo y dejándolos más expuestos que antes porque los dos sabían que se gustaban y sentían algo por el otro.
—¿Qué materia prima venden tus padres? —Quiso saber por interés y para mantener una conversación con ella.
—Maíz y avena, pero las cosechas no suelen ser buenas, la tierra es fértil, pero desde que me despidieron de la escuela porque ya no había niños y los que estaban cerca iban a otra parte, los campos necesitaron productos para que tomaran fuerza y pudieran cosecharse en el tiempo correcto y nosotros no podíamos comprarlos.
—¿Tienen animales?
—Tuvimos cinco vacas y siete ovejas, en el tiempo en que yo trabajaba, pero cuando pasó lo del despido, no nos quedó otra solución más que venderlas.
—Entiendo. Me gustaría hablar con tu padre un día de estos, ¿me lo permites?
—¿Por qué quisieras hablar con él? —preguntó intrigada.
—Para saber si puedo hacer un negocio con él. No lo veas como algo raro y no me niegues la ayuda que quiero darles, por favor.
—La verdad es que me parece sorpresivo, pero lo acepto, aunque me siento en parte incómoda con todo esto.
—¿Incómoda porque quiero ayudar a tus padres?
—Sí, no lo veo normal o ético, siento que de alguna manera me aprovecho de ti.
—¿Por qué piensas en esa clase de cosas, Orquídea? A mí no se me cruzó nunca por la cabeza pensar que te estás aprovechando de mí o que antepones a tus padres y el dinero para que me des lástima.
—Soy una chica de campo, de esa clase de chica que vive en el medio de la nada rodeada de campos, y una joven así con un estanciero de buena posición no encajan.
—Orquídea, si te lo estoy ofreciendo es porque quiero y puedo, en tu mente puede que no encajemos, pero en la mía sí, ya que te he dicho que no me importa que no tengas propiedades o hectáreas de campo, tampoco si no tienes dinero, me importa lo que eres como persona, valiente, buena, alegre y hermosa —confesó con total honestidad mirándola a los ojos— y deberías dejar de pensar así, las personas quieren conocerse porque algo les llamó la atención del otro, se terminan queriendo por lo que son y conviven o se casan porque se aman, esa es la verdad, así de sencilla.
—Lo tienes todo más claro que yo.
—No hay mucho que pensar. Cuando nació Felicity tuve que organizarme y simplificar todo, así que yo no le doy tantas vueltas a algo que quiero hacer, si puedo lo hago y punto —admitió y la joven asintió con la cabeza teniendo más claras las cosas.
—Llámalo cuando quieras, creo que le vendrá bien que alguien le dé una mano, y acepto también que nos conozcamos mejor, Nathaniel —su voz sonó entrecortada por la incomodidad de llamarlo por su nombre—. Lo único que te pido es que, no me prohíbas trabajar.
—Te aseguro que no lo haré, si quieres trabajar de lo que estudiaste, puedes preguntar al colegio de Felicity o ir al próximo pueblo para saber si necesitan una maestra. Y si quieres ganar dinero con las cosas que haces al crochet, como el souvenir del cumpleaños de mi hija, le podrías preguntar a Lydia si te deja en un rincón de su tienda lo que haces.
—No lo había pensado, pero sospechará.
—En algún momento nos van a ver juntos, Orquídea, lo cual será normal.
—Bueno, se lo preguntaré, pero primero me gustaría averiguar en el colegio.
—De acuerdo —asintió con la cabeza y le regaló una sonrisa.
La joven creyó que ni él se daba cuenta lo atractivo que era cuando sonreía y cuando estaba serio.
—Creo que deberíamos salir de aquí.
—Tienes razón.
—Antes que vayamos a la cocina, ¿por qué cambiaste tan rápido de opinión con respecto a lo que sentías por mí? Anoche me dijiste otra cosa.
—Decidí ser valiente yo también y decirte la verdad de lo que sentía por ti. No soy un hombre sencillo y tengo una hija, si lo piensas bien, no estoy en una lista de los más codiciados a no ser que me busquen por el dinero. Y no quise reconocerlo antes, me autoengañaba al decir que no me gustabas cuando la verdad era otra.
—Gracias por confesármelo, a mí también me gustas, Nathaniel —declaró y lo tomó de la mano—, vamos con las demás.
El hombre apretó con cariño la mano femenina y dejó que lo llevara.
Cuando ella abrió la puerta escuchó ligeros pasos que iban en dirección a la cocina.
—Ahí vienen —le susurró Felicity a Ofelia riéndose bajito y actuaron como si no estaban expectantes por saber de lo que habían hablado.
El padre de la niña y la joven entraron pronto para saber lo que estaban haciendo.
—En cualquier momento estará listo el almuerzo.
—Papá, ¿podemos comer en el jardín como el otro día?
—Sí, preciosa.
—Voy a elegir un mantel —dijo contenta yendo al cajón de la mantelería.
Orquídea ayudó a la niña a preparar la mesa y en menos de veinte minutos estaban sentados los tres almorzando en el jardín trasero.
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