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0 | Videtur

💐 JESS 💐

La música se había detenido, pero nosotros continuamos bailando y cantando. Supuse que imaginamos que, si no parábamos, tampoco tendríamos que separarnos. Por supuesto, no funcionó. Pero éramos niños y en esa época creíamos en melodías mágicas que convertían los sueños en realidad.

Él se movía de un lado para el otro, tocando una guitarra que lo superaba en tamaño. Yo danzaba a su alrededor con los ojos cerrados, conectando con aquella canción silenciosa. Aunque pretender que éramos legendarias estrellas de rock se caracterizaba por ser una de nuestras actividades favoritas, nunca fue un juego. Compartíamos una fantasía que flotaba con nosotros igual que una burbuja que jamás explotaría.

En mi defensa, él tenía la habilidad de hacer que todo fuera especial para mí, ya fuera una simple puesta de sol, un truco de magia con cartas, o cocinar postres que terminaban siendo una masa imposible de comer.

¿Por qué?

Porque él era especial para mí. Necesitaba lentes para ver todo lo demás, sin embargo, tenía la sensación de que podía quitármelos y ver a Xove con mis propios ojos.

En esos momentos, dejábamos de ser dos entes distintos con nuestras respectivas diferencias y voces separadas para convertirnos en un nosotros que iba más allá.

El único problema era que sería la última vez.

No importaba que el hecho de que yo lo conocía desde el día en que nací o que fuéramos mejores amigos. Las decisiones les pertenecían a los adultos. En ese caso, a nuestras respectivas madres.

Ellas tuvieron una amistad mucho antes que nosotros. Según lo que sabía, se conocieron durante su adolescencia en la escuela y no se separaron desde entonces, incluso cuando sus vidas resultaron ser muy diferentes.

Aledis se volvió una modelo exitosa porque simplemente destilaba una elegancia natural y se casó con Adam, el dueño de un hospital privado que adoró a Xove, su único hijo, hasta que falleció en un accidente automovilístico.

Elisia, mi mamá, jamás consiguió entrar a la universidad por falta de dinero, se dedicó a realizar cualquier tipo de trabajo que pudiera encontrar y tuvo una hija sola durante los años que regresó a Argentina, su país natal, donde residía el resto nuestra numerosa familia. Mi progenitor desapareció el día de mi nacimiento. Así que, no tenía razón para sentir su ausencia o tener ganas de verlo en persona.

En consecuencia, básicamente ellas nos criaron juntas.

La mayoría de nuestras primeras veces estuvimos juntos. Todas las estaciones del año y casi todos los días estuvimos juntos. Nos vimos en nuestros peores y mejores momentos. Aunque tuvimos nuestras peleas por cosas que ya no recordaba, jamás pasamos más de unas horas enojados.

¿Quién podría odiar a Xove Kieron?

Yo no. No era capaz de odiar a nadie, no de verdad y menos a él.

Era mi mejor amigo, mi otra mitad.

Fue el primer chico con el que caminé tomada de la mano y el primer chico con el que canté y bailé a solas. También fue el primer chico que cargó mi mochila durante el regreso a la casa, el primer chico que viajó conmigo, y su cama fue la primera cama de un chico en la que dormí cuando se fue de campamento. No había nadie como Xove para mí.

Rayos, fue quien me ayudó cuando probé mantequilla de maní por primera vez y descubrí que era alérgica al maní, quien me calmó cada vez que tuve que hablar en público durante un acto escolar, y quien me compró todo lo que encontró en la farmacia cuando entré en pánico al tener primer periodo por más que le dio tanta vergüenza como a mí, ya que mi madre no estaba.

Él se quedó conmigo cada vez que me resfrié en primavera y yo lo vi en cada concierto que tuvo, incluso hice de todo para hacerlo reír aquella vez que se lastimó la garganta. Me enseñó a andar en bicicleta, me ayudó cada vez que yo no entendí mi tarea, y me defendió de todas las personas que se burlaron de mí. Yo le regalé decenas de galletas que hice porque sabía que le gustaban, le dibujé las calles para que no se desorientara, y lo abracé con fuerza cuando lloró por la muerte de Adam.

No me tiraba del cabello, no me lanzaba bolitas de papel, ni me llamaba "fea" igual que mis compañeros de clase de esa época. Por supuesto, me molestaba a su manera, ya fuera haciéndome cosquillas, provocándome para que saliera de mi escondite cuando jugábamos a las escondidas, o contando chistes inteligentes que yo tardaba en entender. Pero lo hacía a sabiendas de que yo me atrevería a vengarme de él.

Resultaba curioso el hecho de que yo apenas podía hablar con otros niños y con él me brotaran las palabras naturalmente. Supuse que eso era lo que llamaban confianza, sin embargo, la confianza se diluía con el paso del tiempo igual que las acuarelas.

Mientras Aledis viajaba debido a su profesión, Elisia visitaba la casa, recibiendo el salario de una niñera, y nos cuidaba. Su casa era mi casa. Mi casa era su casa. Siempre me agradó cada rincón de su apartamento. La forma en la que entraba la luz a través de las cortinas del balcón mientras escuchábamos los discos de artistas de Nueva York, el piso de madera sobre el que nos deslizamos con calcetines, la pared blanca sobre la que medían nuestras estaturas, y el aroma único que tenía ese lugar. Aquel sitio era lo que algunos llamaban hogar.

Luego de que pasáramos los primeros instantes de la década de los ochenta y creciéramos al punto de que yo tenía doce años, y Xove, catorce años, las cosas cambiaron para siempre.

Cuando Aledis dijo que se mudaría a Los Ángeles por razones laborales y tendría que abandonarnos a mi madre y a mí, luchamos para que no ocurriera. Fue en vano. Por lo que, en la actualidad nos encontrábamos los dos, disfrutando de los instantes restantes entre las cajas de mudanza desperdigadas por un apartamento vacío.

A lo lejos, nos llamaron tanto Aledis como Elisia para que cada uno se fuera por su lado. Acto seguido, intercambiamos miradas previo a cesar la fiesta de dos que armamos. Ellas insistieron y nosotros resistimos un minuto más.

―¿Qué hacemos ahora? ―preguntó Xove como si buscara organizar una confabulación final.

―Te irás ―respondí, evitando llorar porque sabía que me ponía horrible al hacerlo y no deseaba que esa fuera la cara con la que me recordara.

―No quiero.

―Yo tampoco quiero que lo hagas.

―¿Y si no me voy? ―masculló él tras unos segundos de pensar y yo no comprendí a dónde iba con la pregunta―. Podría usar mi herencia y comprarnos una casa y también mandar a que te hagan una pequeña casa de caramelo.

―Por más que me encanta la idea, estoy segura de que no le van a dar millones de dólares a un niño.

―No lo sé. Yo puedo ser muy persuasivo.

―¿Qué vas a hacer? ¿Trucos de magia?

―Funcionan contigo.

―No por la razón que tú crees ―murmuré por lo bajo. Él no me escuchó, se distrajo con el llamado de nuestras madres de nuevo.

Nos pusimos serios.

―Mi papá solía decir que el corazón es una casa y que podías llenarlo de los recuerdos de alguien si esa persona no está contigo. Así que podemos hacer una promesa.

―¿De qué?

A continuación, Xove soltó la guitarra para poder sujetar mis manos como si pudiera aferrarse a lo insostenible.

―Por ejemplo, yo juro que cuando sea mayor, te buscaré.

―Y yo prometo que esperaré sin importar lo que pasé ―juré, ilusionada a pesar de que ninguna de mis antiguas esperanzas se cumplió.

Los dos sonreímos con tristeza.

―¿Deberíamos ponerle un nombre al juramento para no olvidarnos? ―sugirió Xove, utilizando un último recurso.

Realicé un asentimiento, miré el lugar, elegí letras aleatoriamente y armé una palabra que no existía en mi diccionario personal y podía significar mucho a la vez.

―¿Qué tal "Videtur"?

Entonces, él se fue y yo no me di cuenta hasta varios años después de que había sido mi primer amor.

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