Verano
1985
El sol era terrible aquel día, hacía que la acera quemara en las plantas de los pies de Mingyu incluso a través de las zapatillas deportivas que le regalaron en su cumpleaños número 10.
El chico afianzó la bolsa que su madre le había prestado. Quería correr para llegar lo antes posible al video club que estaba cruzando el almacén de caramelos abandonado, pero corriendo sólo terminaría sudando más; y ya estaba lo suficientemente pegajoso como para querer seguir ensuciándose.
Cuando llegó al negocio aspiró el aire frío de los ventiladores hasta que entró a cada rincón de sus pulmones.
Suspiró cansado y se pasó la palma sobre su frente para limpiarse el sudor. Se asomó por los pasillos, llenos de películas listas para ser rentadas, y terminó encontrando por fin a un chico algo bajito y de cabello obscuro con un gafete del local.
—Hola —murmuró Mingyu después de tocar el brazo ajeno.
El chico lo miró con los ojos entrecerrados (¿o estaban abiertos?), y a Mingyu se le revolvió el estómago ante su mueca de molestia.
—Bienvenido, ¿en qué te puedo ayudar?
—Uhm... mi mamá rentó una película y vengo a devolverla —respondió en voz baja, intimidado por la imponente presencia.
El chico extendió su palma y Mingyu vaciló. ¿Le debía dar dinero o algo así? ¡Pero su madre ya había pagado la renta del video!
—Lo estás asustando, Jihoon —reprochó otro chico, de piel igual de pálida y mejillas sonrosadas, con el cabello tan claro como los rayos del sol. Caminó hasta Mingyu y apresó la mano del bajito, alejándola del rostro asustado del menor —. Lo lamento. ¡Hola! Soy Jeonghan, sígueme para terminar el proceso —pidió con una sonrisa que hizo a Mingyu relajar los hombros.
Jeonghan, como se había presentado, guio a Mingyu hasta las cajas del local y no soltó la mano de Jihoon hasta que el chico trató de pellizcarle el brazo.
Mingyu abrió la bolsa de su madre y extendió el VHS frente a los dos chicos. Jihoon alzó una ceja y cruzó los brazos mientras que Jeonghan sonrió con pena para después examinar la cinta que Mingyu regresaba.
Jeonghan fue quién de pronto miró a ambos lados, asegurándose de que ningún otro cliente ni el gerente fueran testigos, y se acercó al oído del menor.
—Si lo entregas así deberás pagar una multa —murmuró en una voz suave —. Rebobínalo y regresa después —terminó por decir para separarse y sonreírle.
Mingyu lo miró extrañado. ¿Rebobinar? Estuvo a punto de preguntar cómo se hacía eso hasta que recayó en los pesados y diminutos ojos de Jihoon sobre él.
Bueno, ya podría averiguarlo él solo.
Salió del negocio echando una última mirada dentro. Jeonghan agitó su mano desde lo alto y le sonrió antes de que el sol lo azotara una vez más.
Mingyu no era tan tonto como para quedarse desprotegido mientras trataba de averiguar cómo rebobinar un VHS, claro que no. Por eso mismo caminó hasta las orillas del almacén abandonado y se sentó en un rincón donde daba la sombra.
Extendió sus piernas y posicionó el VHS frente a él. Mordió su uña, impaciente, y tomó la cinta entre una de sus manos. Guio su dedo índice hasta uno de los dos huecos de aquella caja (tal y como su sentido común le dictaba hacer) pero, inesperadamente, este se acabó hundiendo y Mingyu no fue capaz de hacer girar nada.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó entonces una vocecilla con un acento algo peculiar.
Mingyu usó su mano para cubrirse del sol cuando miró hacia arriba. Encontró a un niño tan flacucho como bonito, y que tenía el cabello tan rojizo como sus mejillas teñidas por el calor.
—Estoy rebonando esto —aclaró mientras se alzaba de hombros y regresaba la atención al VHS.
—Eso no existe —debatió entonces el contrario.
—No me creas, entonces. Los del video club me dijeron que debía robonarlo si no quería pagar una multa.
—Ah. —El niño se acuclilló frente a Mingyu y le arrebató el VHS de las manos a pesar de que este protestó con un puchero. —Quieres rebobinarlo. Déjame ayudarte, te puedo enseñar a hacerlo en tres pasos.
Mingyu ladeó la cabeza y observó al chico terminar de sentarse sobre la acera.
—Me llamo Mingyu —se presentó ante el extraño.
El chico le sonrió. —Yo soy Minghao.
—Nunca había escuchado un nombre así.
—Eso es porque soy de China, nos acabamos de mudar y estaremos aquí por un tiempo —explicó —. Mira, el primer paso para que puedas rebobinarlo a mano es tener un lápiz. ¿Tienes un lápiz? —preguntó, pero Mingyu negó medio confundido. —Bueno, espera aquí.
Cuando Minghao se levantó y corrió hasta el video club, Mingyu se preguntó si el chico era tan tolerante al calor como para atreverse a correr bajo los abrasadores rayos del sol.
El pelirrojo salió después de unos minutos y regresó junto a Mingyu cargando un lápiz con la punta gastada.
—Mamá dice que es peligroso correr con algo filoso en las manos —señaló Mingyu, sintiendo sus mechones castaños estorbarle su vista.
Minghao hizo una mueca antes de sentarse a su lado. —Tu mamá tiene razón, pero yo soy un niño grande. Puedo cuidarme solo.
—¿Cuántos años tienes?
Minghao vaciló, pero terminó contestando después de unos segundos. —Nueve.
—¡Soy más grande que tú! —exclamó exaltado. —Cumplí 10 en abril.
Minghao alzó una ceja; pensó que el niño frente a él parecía un par de años menos maduro que un chico de 10 años.
O quizá Minghao había crecido demasiado rápido.
—Bueno, pon atención —pidió, tratando de ignorar la emoción del mayor, que se asomaba sobre su hombro —; normalmente esto se hace en el mismo reproductor, pero esto es un caso excepcional. Para el segundo paso tienes que poner el lápiz aquí y hacerle así —explicó mientras tomaba de nuevo el VHS y presionaba el lápiz en medio de las dos ranuras de antes, donde una diminuta placa se escondía de la vista —. Y después ya puedes hacer el último paso, solamente es girar esto —señaló mientras con uno de sus dedos daba vuelta a las ranuras.
—¡Oh, eso fue asombroso!
Las mejillas del menor comenzaron a arder, pero Minghao prefirió pensar que era debido al bochorno.
Mingyu le agradeció un par de veces más antes de regresar al video club. Salió lo más rápido que pudo y apresó la mano de Minghao entre la suya.
—Cuando sea grande me casaré contigo porque eres muy amable y muy inteligente. ¡También eres muy bonito! —Aseguró el mayor. —¡Ahora vayamos por helado!
La cara entera de Minghao se coloreó del atardecer ante la declaración, sin embargo, no se quejó en ningún momento, después de todo no conocía a nadie más de aquel lugar y no le vendría mal tener un amigo.
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