El Susurro del Viento
Este relato nació gracias a dos personas muy especiales. Primero, a SatellKnight, quien no dejó de hablarme sobre lo épico que podría ser esta historia y sembró la semilla de su creación. Luego, a , que me hizo reflexionar sobre lo fascinante que podía ser el protagonista de esta historia. Sus ideas e inspiración fueron la chispa que encendió este relato.
Debo advertir que esta historia contiene grandes spoilers de Vidente de las Sombras, por lo que recomiendo leerla después de terminar ese libro. Sin embargo, fue escrita para disfrutarse también de manera independiente.
Sin más, espero que disfruten la historia de Valten, el Escudo del Viento, un hombre guiado por el honor, la lealtad y el sacrificio.
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El Viento lo guió en su paso,
protegiendo sin ser llamado.
Partió como un héroe olvidado,
y el Viento quedó a su lado.
Un viento helado recorrió el claro, arrastrando el susurro de las hojas muertas y el crujido de la nieve bajo los árboles desnudos. Valten lo sintió en el rostro, un toque persistente que lo obligó a alzar la vista al cielo gris. Las ramas desnudas se mecieron, y las hojas caídas parecían despejar un camino invisible.
No se apresuró. Ajustó con calma el cordel de su cinturón, donde pendía una Custosyl. La flor emanaba un tenue resplandor que mantenía a raya las raíces y ramas que se agitaban como serpientes al acecho. En un lugar donde incluso la naturaleza podía devorar al incauto, Valten sabía que la precaución no bastaba: había que estar preparado.
Había sido un gasto exorbitante equipar al pelotón con aquellas flores, pero no se arrepentía. No cuando las raíces del bosque parecían susurrar hambre.
Las ráfagas juguetearon con su capa, tirando de ella hacia un lado. Valten suspiró y siguió el rastro que señalaban. Sus pasos crujieron en la nieve hasta detenerse frente a una pequeña flor de pétalos oscuros, brotando tímidamente entre las ramas caídas.
El Viento se arremolinó a su alrededor, revolviendo la escarcha en sus botas, como celebrando el hallazgo. Valten se llevó la mano al pecho, donde otra flor idéntica colgaba de un cordel improvisado. Con esta ya sumaban veinticinco, el número de su pelotón. Últimamente, el Viento había sido insistente en guiarlo hacia ellas. No sabía por qué, pero confiaba. Guardó la flor en una bolsita junto a las demás.
—Supongo que confío en ti —susurró al aire. Una última corriente le acarició el rostro antes de disiparse entre las copas desnudas.
El frío calaba sus huesos, pero lo mantenía en pie el calor de su pelotón: risas suaves y murmullos que ardían en su interior como brasas. Ese calor, tan distinto al viento helado, le había dado fuerzas para soportar cinco días en el bosque.
Se pasó una mano por el cabello endurecido por la escarcha y miró a sus hombres con una sonrisa.
—¿Otra vez ese trozo de pan duro, Lys? —preguntó Garren, haciendo una mueca mientras ella rompía un pedazo y se lo ofrecía.
—Si lo masticas rápido, no notarás el sabor —replicó Lys, empujando el pan hacia él con una sonrisa traviesa—. Además, es lo único que queda después de que tú devoraras las provisiones.
—¿Yo? —Garren rio, fingiendo indignación mientras tomaba el pan—. Casi me lo creo, Lys. Casi.
Valten escuchó la risa suave de Thorn al otro lado del claro. A pesar de la tensión que pesaba sobre ellos, esos momentos mantenían el ánimo del grupo en alto.
Harlan, más serio, ajustaba las correas de su escudo cerca de ellos. Aunque no se unió a la conversación, su voz grave cortó el aire:
—Dejen de bromear y terminen rápido. Prefiero pelear con el estómago vacío que enterrarlos a los dos.
—Lo dices porque sabes que sobrevivirías con pan o sin pan —bromeó Lys, guiñándole un ojo.
Harlan negó con la cabeza, pero no pudo evitar una sonrisa breve mientras continuaba revisando su equipo.
«Podría ser peor», pensó Valten, esbozando una sonrisa.
El Silvanox era una amenaza mortal, pero a ellos no les importaba. Valten desmontó de su caballo, dejando que su capa cayera sobre sus hombros. El crujido de la nieve bajo sus botas llamó la atención de los hombres.
El monstruo llevaba semanas atacando pueblos junto a los Silenciadores de la Memoria, dejando tras de sí solo ruinas y cadáveres. Su cacería tenía un propósito claro: eliminar a los granjeros y cortar los suministros hacia la capital. Nadie había logrado detenerlo.
El pelotón de Valten tenía la misión de cazarlo. Para muchos, era una oportunidad de ganarse un lugar en la Guardia Real, pero Valten lo hacía por los pueblos olvidados, indefensos ante las bestias. Por ellos luchaban, por quienes no podían protegerse. Esa certeza era lo que aún los mantenía en pie.
—Capitán —dijo Harlan, el sargento al mando, enderezándose al instante.
—Nada de formalidades, Harlan —respondió Valten con el tono cálido—. ¿Qué tenemos?
Harlan señalo hacia el este, donde las sombras del bosque eran más profundas.
—Movimiento al este, cerca del arroyo. Si el Silvanox está aquí, ese es su lugar para emboscarnos. Lys y Garren dice que las huellas son recientes.
Valten cruzó los brazos, observando el cielo que comenzaba a clarear ligeramente.
—Entonces lo lógico sería evitar el arroyo. Pero si eso es lo que esperan, podríamos convertirlo en una trampa para ellos. ¿Alguna idea de cómo emboscarlo antes de que nos embosque a nosotros?
Harlan se pasó una mano por la barba rala.
—Habrá por lo menos una veintena de ellos, quizá más. Todavía los superamos por número. Aunque no por mucho. Si avanzamos en formación abierta, quedaremos demasiado expuestos. Mi sugerencia: divido a los hombros en dos grupos. Uno cruza el arroyo por el lado más angosto, los atrae hacia nosotros. El otro se posiciona al sur, donde el terreno se eleva, y los flanquea cuando estén atrapados.
Valten asintió lentamente, mientras repasaba el mapa mental del área.
—Es un buen plan, pero el terreno al sur tiene demasiados árboles caídos. Sí nos movemos ahí, el ruido alertará a cualquiera que nos esté esperando. ¿Qué tal si ajustamos el flaqueo más hacia el oeste, donde las rocas pueden cubrir nuestra posición?
Harlan se rascó la barbilla y luego asintió.
—Funciona. Será más lento, pero efectivo. Eso les dará menos tiempo para reagruparse si logramos dividirlos.
—Exacto. Haz que Garren lidere el flanqueo. Su puntería será útil si las cosas se complican —dijo Valten. Su tono era seguro, pero no autoritario; siempre dejaba espacio para que sus hombres opinasen—. Y asegura que Lys se mantenga cerca de él. Quiero que alguien lo ayude a no precipitarse—añadió, dándole una palmada ligera en el hombro a Harlan.
—Entendido, capitán—respondió Harlan, con una leve sonrisa en el rostro. Desde que trabajaba con Valten había comenzado a hacerlo a menudo.
Un soplo repentino sacudió la bolsita de Valten, tirando de ella hacia un lado. El movimiento fue breve, pero suficiente para llamar su atención. Bajó la mirada hacia ella y sonrió levemente. El Viento no lo iba a dejar olvidarse.
—¿Puedes ayudarme en una cosa más? —dijo, extendiendo la bolsita con las flores—. ¿Puedes repartir estas flores entre el equipo? Que se la aten al pecho, así como yo.
Harlan frunció el ceño.
—¿Otra vez, capitán? —bajó la voz, inclinándose un poco hacia adelante—. ¿De verdad cree que esto nos ayudará contra el Silvanox? No hace falta ser un Syldeo para darse cuenta de que estas flores no tienen poder.
Valten se permitió una sonrisa breve, casi enigmática, mientras miraba el pequeño brote en su pecho.
—No estoy seguro, Harlan. Pero dicen que es una flor que trae suerte. Y algo de suerte no nos vendría mal.
El sargento soltó una risa ligera y, por un instante, el frío pareció menos intenso.
—Supongo que no, capitán. Con suerte, quizá podamos salir de esta sin demasiados problemas. Aunque ya sabe cómo es este bosque.
Valten miró hacia el pelotón, viendo cómo los hombres comenzaban a desmontar el campamento en silencio, siguiendo las órdenes de Harlan con disciplina, pero también con la confianza de quienes sabían que su líder no los dejaría solos. Su mirada se detuvo en el muchacho del fondo, Thorn, quien luchaba con el peso de su lanza y sus nervios.
Su mejor amigo, que había tomado un puesto de mensajero por su edad, no debería ser parte de su pelotón, pero el caos de la última emboscada había cambiado todo. Había perdido a su unidad en medio de la confusión, y Valten no iba a dejar a su amigo vagando solo en ese bosque maldito. No después de todo lo que habían pasado juntos.
—Harlan, encárgate del resto. Quiero el campamento desmontado lo más pronto posible —dijo Valten, avanzando hacia el muchacho.
El joven lo miró como un cervatillo atrapado por un lobo, pero Valten sonrió.
—Thorn, tranquilo —colocó una mano en su hombro, firme pero gentil—. Esto no es nada que no hayamos manejado antes. ¿Recuerdas cuando éramos niños y enfrentábamos tormentas peores que esta?
Thorn tragó saliva, asintiendo apenas.
—Sí... pero no teníamos una lanza ni un monstruo invisible al acecho.
Valten rio suavemente y negó con la cabeza.
—Eso es cierto. Pero ¿sabes algo? Tampoco estábamos solos entonces, y no lo estás ahora.
Thorn soltó un suspiro tembloroso, y Valten se inclinó un poco más, hasta que sus ojos quedaron al nivel de los de Thorn.
—Escúchame, Thorn. ¿Te acuerdas de esa vez que las ovejas de tu madre escaparon y terminamos corriendo detrás de ellas bajo el granizo?
Thorn soltó una risa nerviosa, casi involuntaria.
—Sí, Valten. Pero las ovejas no intentaban matarnos.
—No, pero ese carnero blanco estuvo cerca de lograrlo, ¿no? —Valten apretó ligeramente el hombro de Thorn, obligándolo a mirarlo directamente—. Escucha, amigo, no me importa si eres un mensajero o un guerrero. Lo único que importa ahora es que estamos juntos en esto. Te prometí una vez que te devolvería a casa, y lo haré.
Thorn bajó la mirada, mordiéndose el labio.
—Pero esa... cosa, el Silvanox... dicen que es del Olvido. Algo que no puede ser derrotado.
Valten soltó un suspiro y señaló con un leve movimiento de la cabeza hacia el pelotón.
—Mira a mis hombres. Garren revisa sus flechas mientras intercambia bromas con Lys, y Harlan ajusta su escudo como si estuviera preparando una excursión en lugar de una batalla. ¿Ves sus rostros? Ninguno de ellos tiene miedo. No porque sean temerarios, sino porque saben que estamos juntos en esto.
Hizo una pausa, asegurándose de que Thorn entendiera.
—Somos un equipo, Thorn. Legendaria o no esa criatura del Olvido, no puede contra nosotros. Nunca hemos dejado que lo imposible nos detenga, ¿verdad?
Thorn asintió, aunque la duda aún se reflejaba en sus ojos.
—Además, ¿quieres saber algo?
—¿Qué? —preguntó Thorn, parpadeando.
—Tu madre me mataría si no vuelvo contigo. Sería el fin del gran Valten, el capitán invencible, asesinado por la furia de una madre protectora. ¿Y sabes qué? Prefiero enfrentarme al Silvanox que a ella.
Thorn rio de verdad esta vez, y Valten sonrió al verlo.
—Yo tampoco quería enfrentarla.
—Entonces mantente cerca de Lys y Garren. Haz lo que sabes hacer mejor. Confía en nosotros, Thorn. Te cubriremos la espalda—Valten se enderezó—. Eres parte dele quipo, viejo amigo. Y siempre cuidamos de los nuestros.
Thorn asintió de nuevo, esta vez con más firmeza.
—Y no olvides la flor, ya sabes...
—Porque da suerte —terminó Thorn por él, esta vez con una sonrisa tímida.
Valten le devolvió una sonrisa junto a una palmada final en el hombro antes de regresar junto a Harlan. Al pasar junto a Garren y Lys, vio cómo el arquero chocaba un puño contra el brazo de Thorn, ofreciéndole una sonrisa tranquila mientras Lys le ataba la flor al pecho al muchacho.
Valten miró al arroyó y luego hacia sus hombres.
—Vamos —dijo—. Hagamos historia, una vez más. Formación estándar, los veteranos al frente. Los más jóvenes atrás. Nadie se queda atrás. Avanzaremos en cinco minutos.
Valten estaba de pie en la nieve, inmóvil como una estatua. Su aliento formaba nubes breves frente a su rostro, y sus ojos no se apartaban del este, del bosque donde las sombras aún se aferraban a los árboles. El crujido metálico de las armaduras de los Silenciadores rompía el silencio a medida que se acercaban.
Sentía la tensión en sus hombros, el peso familiar de la espada en su mano. Sus botas crujieron sobre la nieve cuando avanzó unos pasos frente a su pelotón. Los hombres detrás de él permanecían en posición. Podía escuchar los murmullos de sus respiraciones, entrecortadas pero firmes, llenas de confianza. Su confianza.
—Preparados... —susurró Valten.
Las lanzas se inclinaron hacia adelante, los escudos se alzaron, creando una formación sólida como la roca. Nadie se movió innecesariamente.
El sonido llegó antes que la vista. Un eco apagado de pasos rítmicos, como un tambor de guerra distante, acompañado por el chirrido del metal rozando metal. Entonces, los Silenciadores de la Memoria emergieron entre las sombras del bosque. Sus armaduras, de un púrpura oscuro que parecía absorber la luz, destellaban tenuemente a medida que avanzaban en formación, una línea perfecta de soldados que parecían más bestias que hombres.
Valten apretó los dedos en torno a la empuñadura de su espada. Sus hombres respiraban detrás de él, pero nadie se movió. Sus ojos se movieron hacia el oeste, hacia el bosque. Estaba esperando el destello, la señal de Garren. Pero los pasos de los Silenciadores se hacían más fuertes, cada vez más cerca.
—Preparados... —repitió, más bajo esta vez. Su voz era como un eco en el aire tenso.
Los brazos tensos hicieron temblar las armas.
Entonces lo vio. Un destello entre los árboles al oeste. Una fracción de segundo, apenas visible.
—¡Vamos! —gritó Valten y su voz rompió el silencio como un trueno.
El pelotón cargó hacia adelante. La nieve crujió bajo sus botas, y el Viento pareció seguirlos, empujando a los hombres como una corriente invisible que los sostenía sobre el terreno desigual. Las lanzas brillaron en la tenue luz del amanecer, apuntando hacia adelante con precisión mortal. Los escudos protegían sus cuerpos mientras avanzaban. Valten lideraba al frente, con su espada desenvainada reflejando un destello frío.
El choque fue instantáneo.
Los Silenciadores, sorprendidos por la rapidez de la carga, giraron hacia ellos. Los arqueros de Valten dispararon al unísono, y las flechas se hundieron en las filas enemigas. Algunos cayeron, pero no bastó. Los que quedaron siguieron avanzando.
—¡Escudos altos!
Las lanzas de Valten atravesaron armaduras púrpuras, atravesando juntas y placas, derribando a los primeros enemigos, pero los Silenciadores respondieron con fuerza letal. Sus espadas eran rápidas y precisas. Sin embargo, el pelotón de Valten actuaba como una unidad perfecta.
Kael, herido en el muslo, fue llevado a la retaguardia por Rolik, quien tomó su lugar en la formación. Valten avanzó, protegiéndolo con un giro perfecto de su espada, guiado por el Viento que le permitió bloquear un golpe invisible. Su espada cortó el cuello de un Silenciador con un movimiento fluido.
A su alrededor, sus hombres luchaban con precisión. Harlan bloqueó un ataque con su escudo y hundió su lanza en el pecho de otro enemigo que intentaba alcanzar a Kael. Aunque el terreno era traicionero, los soldados de Valten se movían con agilidad, transportando a los heridos hacia la retaguardia protegidos por la línea de escudos.
Valten giraba y contratacaba con rapidez imposible. Los Silenciadores eran fuertes, pero no podían igualar la coordinación del pelotón, guiado por las órdenes claras y precisas de su líder, que parecía anticipar cada movimiento.
Llegó el momento esperado.
Desde el flanco oeste, el silbido de flechas anunció la llegada de Garren. Los Silenciadores titubearon, y su formación empezó a desmoronarse.
—¡Carguen! —gritó Valten.
El pelotón respondió al instante. Las lanzas se hundieron con precisión, los escudos avanzaron como un muro imparable. Necesitaban que el enemigo no pudiera replegarse y que tampoco pudiera huir. Necesitaban destrozarlos aquí y ahora.
«¿Dónde estás, Silvanox?», pensó Valten mientras abatía a otro enemigo.
En el flanco derecho, Garren lideraba con destreza, sus flechas encontraban blancos precisos mientras Lys protegía a Thorn, quien avanzaba con su lanza pese al evidente miedo. Aunque aterrorizado, el muchacho seguía en pie, con los ojos fijos en Valten, lleno de una mezcla de temor y admiración. Valten, incansable, se movía como un torbellino de acero, golpeando con precisión mientras daba órdenes. En un momento, Lys bloqueó un golpe dirigido a Thorn, y Garren lo empujó hacia atrás para mantenerlo a salvo mientras los flancos enemigos colapsaban.
—¡Aguanten un poco más! —rugió Valten, enfrentando a los enemigos.
El pelotón avanzaba, aprovechando la desorganización. Espadas chocaban, gritos resonaban y la nieve crujía bajo los pies. Los Silenciadores caían, incapaces de superar la coordinación del pelotón. Valten sabía que estaban ganando.
De pronto, una ráfaga tiró de su capa, alzándola hacia un lado. Valten alzó la mirada mientras el Viento soplaba con más fuerza, girando a su alrededor con insistencia. No era como otras veces: esta vez era apremiante, alarmante. Bajó la espada, observando a su alrededor mientras los Silenciadores restantes caían.
—¿Qué pasa? —susurró al aire.
El Viento lo empujaba con fuerza, girando su rostro hacia el bosque. Algo estaba allí.
—¡Harlan! —llamó Valten, sin apartar la mirada de los árboles—¿Cuántos quedan?
—Menos de una docena, capitán. El flanco derecho los está acabando. —Harlan gruñó al empujar a un Silenciador hacia atrás y atravesarlo con su lanza. —¡Poco más y terminamos!
Valten asintió, pero la sensación persistía. El Viento giró a su alrededor, más insistente. El Silvanox estaba aquí.
—¡Formación anti-Silvanox, ya! —rugió Valten.
El pelotón reaccionó con precisión, formando un círculo compacto con escudos alzados y lanzas inclinadas hacia afuera. Incluso Thorn, tembloroso, tomó su posición junto a Lys. Valten avanzó, consciente de las miradas de sus hombres.
El Viento giró a su alrededor, agitando su capa con un movimiento casi frenético. Valten alzó la vista justo a tiempo para ver una sombra borrosa emerger del bosque, como si la oscuridad misma hubiera tomado forma. Acompañándola, una ráfaga de viento helado le golpeó el rostro, haciendo que sus ojos se entrecerraran.
Su espada se alzó instintivamente.
El Silvanox había llegado.
Valten respiró profundo, dejando que el aire frío quemara su garganta, mientras su mano apretaba con fuerza la empuñadura de su espada. En su pecho, la flor oscura colgada de su armadura parecía absorber la escasa luz que quedaba en el claro. Por un instante, notó que la flor parecía pulsar, como si tuviera vida propia.
«Puedo verlo... un borrón, pero más claro que nadie.»
—Está aquí —murmuró Valten.
Sus hombres lo oyeron, y el aire se cargó de tensión y esperanza. Entonces, lo sintieron: una ráfaga más fría y un movimiento casi imperceptible. Valten levantó su espada, bloqueando un golpe que surgió de la nada. El impacto resonó como un trueno en sus brazos, pero mantuvo su posición.
El Viento lo rodeó, girando alrededor de él y de sus hombres, guiando sus movimientos.
—¡Podemos verlo un poco! ¡Mantengan la formación y ataquen juntos! —rugió.
Las lanzas del pelotón se movieron al unísono, apuntando al origen del ataque. Por un instante, la criatura se mostró como un destello fugaz, una silueta distorsionada que casi parecía tangible. Valten atacó, y el sonido metálico de su espada confirmó el impacto.
—¡Funciona! —gritó Lys desde el flanco izquierdo, bloqueando un golpe con su escudo—. ¡Si podemos verlo!
Garren disparó una flecha que rozó algo invisible, produciendo un brillo momentáneo. El pelotón comenzó a atacar con más confianza, forzando al Silvanox a retroceder. El Viento soplaba con fuerza, envolviendo al grupo como un manto protector, aunque Valten sentía su angustia, como si estuviera preocupado.
Thorn observaba desde el centro, asombrado por cómo el pelotón parecía tener el control. Valten lideraba cada movimiento, su espada brillaba mientras cubría a sus hombres y marcaba el ritmo del combate.
—¡Manténganlo acorralado! —gritó Valten.
El pelotón respondió con fuerza, hundiendo lanzas que arrancaron un chillido gutural de la criatura. Por primera vez, el Silvanox titubeó, y Valten sintió una chispa de esperanza.
—¡Thorn! ¡Cubre a Lys! —ordenó. El joven, tembloroso, intentó obedecer mientras mantenía la mirada fija en Valten, un faro en medio del caos.
«Podemos hacerlo», pensó Valten, por primera vez creyéndolo de verdad.
Entonces el Viento chilló.
El Silvanox comenzó a moverse con más rapidez, como si se estuviera adaptando. Sus golpes se volvieron más precisos, más calculados. Una lanza falló su marca, y luego otra.
—¡No! —gritó Valten mientras el Viento tiraba de su capa, tratando de advertirle. Pero el Silvanox ya había atravesado la línea.
Valten no llegó a tiempo. La espada negra de la criatura atravesó el pecho de Rolik, quien dejó caer su lanza mientras su cuerpo se desplomaba.
Una grieta se abrió en la defensa.
—¡Reagrúpense! —ordenó Valten, corriendo hacia el frente, pero el Silvanox ya se movía como un torbellino, derribando soldados con precisión inhumana. Harlan llegó a tiempo para salvar a Valten, bloqueando un golpe mortal, pero no pudo evitar el siguiente. La espada negra se hundió en su costado, y el sargento cayó.
—¡No, no, no! —rugió Valten, intentando salvarlo, pero Harlan ya estaba muerto.
El pelotón colapsó. Los soldados gritaban, retrocediendo mientras la formación se desmoronaba. Valten levantó su espada, intentando gritar órdenes, pero las palabras se ahogaron en su garganta. No podía estar pasando esto. Sus amigos estaban...
Al girar, vio a Thorn inmóvil en el caos, temblando, su lanza caída.
«No... él no.»
—¡Thorn! ¡Levanta tu lanza! —gritó, corriendo hacia él.
Lys y Garren lo alcanzaron primero. Lys bloqueó un golpe con su escudo, pero la espada del Silvanox atravesó su abdomen. Garren disparó a quemarropa, pero la criatura desvió la flecha y lo atravesó con un giro. Ambos cayeron, inmóviles en la nieve.
Thorn temblaba, pálido, lágrimas cubrían su rostro. Valten llegó justo a tiempo, interponiéndose. Alzó su espada y bloqueó el siguiente golpe, tambaleándose, pero sin retroceder.
—¡Mantente detrás de mí, Thorn! ¡Mantente firme! —rugió, mientras el Viento le envolvía como un escudo desesperado.
Pero Thorn no escuchó. El terror lo superó, y corrió hacia el bosque.
—¡Thorn! —gritó Valten.
El Viento pareció congelarse, como si doliera con su partida. Valten sintió el vacío que dejaba atrás.
«No vuelvas. No quiero que mueras también.»
Valten cerró los ojos, intentando controlar el temblor en su pecho. Al abrirlos, vio el caos: sangre y nieve. Los cuerpos de sus amigos yacían desperdigados, nombres que ahora pesaban como cadenas: Harlan, Rolik, Lys, Garren. La nieve, manchada de rojo, parecía arder a pesar del frío. Frente a él, el Silvanox se movía, una sombra monstruosa e imposible de discernir.
El Viento giró a su alrededor, helado, lleno de urgencia. Le tiraba de la capa, empujaba su espalda, revolvía su cabello. Un lamento casi inaudible lo sacudió.
—Lo sé... estoy solo ahora —susurró Valten con la voz rota.
El Viento pareció responder, arremolinándose más fuerte, aferrándose a él como un amigo que no quería dejarlo caer. Tiró de su pecho, de la flor que aún llevaba atada, jalándola, empujándola. Valten bajó la mirada. La verdad lo golpeó como un rayo.
—¿Esto querías?
El Viento pareció suplicar. Valten arrancó la flor y la sostuvo. Al hacerlo, un calor inesperado recorrió su cuerpo.
—Deidad Inmortal, si estás escuchando... dame una oportunidad. Solo una.
Trituró la flor. Un destello brotó de ella, cálido y brillante, iluminando la oscuridad. Valten alzó la mirada. El Viento lo envolvió, casi celebrando, mientras los pétalos parecían vibrar en sus manos.
Y entonces lo vio.
El Silvanox ya no era un borrón. Ahora lo veía: una figura de sombras vivas, con ojos como pozos de vacío y una espada negra que devoraba la luz.
El Viento lo abrazó, cálido, como un amigo. Valten apretó la empuñadura de su espada y alzó la cabeza.
—Vamos —murmuró—. Vamos, maldita sea.
El Silvanox avanzó, su espada negra desgarró el aire en un arco mortal. Valten, sereno, desvió el golpe con un movimiento natural, casi elegante, como si anticipara cada ataque antes de que ocurriera. La fuerza del impacto recorrió su brazo, pero él ni siquiera vaciló. Con un giro preciso, contraatacó, su hoja trazó un arco perfecto que rozó el costado de la criatura, arrancándole un gruñido gutural.
El Viento lo envolvía, guiándolo. Valten se movía con fluidez, cada paso ligero, cada ataque calculado. Era más que un soldado: era una fuerza imparable. Presionó al Silvanox con una serie de ataques fluidos, obligándolo a retroceder. Su enemigo era rápido, fuerte, pero Valten era el arte del espada encarnado.
El Silvanox contraatacó, lanzando golpes rápidos y letales. Valten los bloqueó todos, su espada era un borrón en el aire, un escudo impenetrable y una lanza al mismo tiempo. Los golpes enemigos no lo tocaban.
«No voy a caer. No mientras pueda luchar.»
La batalla era un baile mortal, dos maestros de la espada enfrentados en un duelo que parecía interminable. Cada movimiento del Silvanox era letal, cada ataque diseñado para destruir. Pero Valten respondía con la misma perfección, anticipando los movimientos de la criatura, bloqueando y atacando con una precisión que solo podía venir de una vida de entrenamiento y sacrificio. El Viento a su alrededor parecía vibrar con cada movimiento, envolviéndolo, dándole fuerzas.
Valten gruñó, girando sobre su eje para esquivar un corte que habría cercenado su brazo. La espada del Silvanox pasó a milímetros de su costado, y en el mismo movimiento, Valten lanzó un corte hacia el hombro de la criatura. Su hoja encontró carne, o algo parecido, y el Silvanox retrocedió con un gruñido más fuerte.
—¡No vas a ganar! —gritó Valten.
Pero el ritmo del Silvanox cambió. Sus ataques se volvieron imposibles de seguir, forzando a Valten a retroceder. Cada impacto era más brutal. Su brazo temblaba, el sudor y la sangre le cubrían el rostro. El Viento giraba desesperado, empujándolo.
Entonces Valten vio su oportunidad: un paso en falso del Silvanox. El Viento lo impulsó, y Valten atravesó su espada en el torso de la criatura. El rugido del Silvanox sacudió el aire.
La criatura cayó de rodillas, su espada negra se clavó en la nieve. Su invisibilidad se desvaneció por completo, revelando su horripilante figura: un ser alto y encorvado. Valten respiró con dificultad, su cuerpo temblando mientras la adrenalina comenzaba a abandonarlo. Sintió cómo el Viento lo envolvía, ya no con fuerza, sino con una suave caricia, como si lo despidiera.
Entonces sintió el calor en su vientre.
Bajó la mirada: sangre brotaba de una herida profunda. En su último aliento, el Silvanox había logrado herirlo. Valten cayó de rodillas, su espada aún clavada en la criatura.
«Lo he detenido... pero no sobreviviré.»
Valten finalmente se desplomó, con la espalda apoyada contra la nieve y un tronco caído. Jadeaba. Podredumbre, como dolía respirar y cada intento de moverse era todavía peor. Sentía la sangre caliente brotar de su vientre, empapando la nieve a su alrededor. Sus dedos se aferraron débilmente a la empuñadura de su espada, tratando de reunir la fuerza suficiente para avanzar.
«Solo un poco más...»
El mundo se emborronaba, como si la realidad misma estuviera escapándose de su alcance. Intentó arrastrarse, sus músculos protestaron con cada movimiento. No sabía cuánto tiempo había pasado. Segundos, minutos... todo era confuso. Sus pensamientos se dispersaban como hojas en el viento. Pero una idea permanecía clara:
«Debo acabar con él. Si no lo hago, todo esto habrá sido en vano.»
Valten levantó la mirada hacia el Silvanox, cuya respiración agónica resonaba como un eco hueco. Se obligó a moverse, pero su cuerpo no respondió. La desesperación lo envolvió. El Viento susurró, como un lamentó. Una despedida.
«No puedo. No puedo hacerlo.»
Entonces, escuchó los pasos.
Débiles al principio, pero acercándose con rapidez. Valten giró lentamente la cabeza y vio a Thorn aparecer entre los árboles. El muchacho estaba cubierto de nieve y barro, su rostro empapado en lágrimas. Sus pasos eran torpes, pero avanzaba.
—Valten... —susurró Thorn, su voz temblando mientras sus ojos recorrían la escena. La sangre. Los cuerpos. El Silvanox, aún vivo.
El capitán, reuniendo sus últimas fuerzas, levantó una mano hacia él. Su voz era apenas un susurro.
—Thorn... termina esto... —tosió, el sabor metálico de la sangre llenando su boca—. Tienes que hacerlo.
Thorn se detuvo, paralizado, con las piernas temblando y el rostro pálido como la nieve. Miró al Silvanox y luego a Valten, retrocediendo un paso.
—No... no puedo... —susurró, su voz se quebró.
—¡Puedes! —gruñó Valten, con los dientes apretados—. No importa lo que hiciste antes, importa lo que hagas ahora.
Thorn apretó los puños, las lágrimas cálidas surcando su rostro congelado.
—Los abandoné... a ti, a todos. Murieron por mí... Lys, Garren... y yo los dejé.
El Viento giró a su alrededor, revolviendo la nieve como si intentara sostenerlo. Valten respiró hondo, ignorando el dolor.
—Por eso debes hacerlo, Thorn. Ellos confiaron en nosotros... en ti.
Los ojos de Thorn se encontraron con los de Valten. La culpa seguía allí, pero algo más surgía: una chispa de determinación. Con pasos tambaleantes, avanzó hacia el Silvanox. Sus manos temblorosas tomaron la espada negra clavada en la nieve. La levantó con dificultad, su peso casi insoportable.
—Lo siento... tanto... —susurró una vez más.
La criatura, incapaz de moverse, giró su mirada vacía hacia Thorn y emitió un sonido bajo y gutural. Thorn, con un grito ahogado, levantó la espada y la hundió torpemente en su pecho. El Silvanox dejó escapar un último rugido, un eco interminable que resonó en el claro antes morir.
Thorn dejó caer la espada y cayó de rodillas junto a Valten. Su cuerpo temblaba, y las palabras brotaron entre sollozos.
—Lo siento... lo siento... no debí huir... no debí abandonarte... perdóname, por favor, perdóname.
El Viento giró a su alrededor, cálido y protector. Valten alzó débilmente una mano, tocando el hombro del muchacho.
—Viento... protégelo—susurró Valten.
Las ráfagas se detuvieron, como si escucharan su ruego. Por un instante, Valten creyó distinguir una figura efímera formada por la nieve: una mujer con un rostro sereno y maternal que se inclinó hacia Thorn, acariciando su cabello.
Quiso decir algo más, hablar de la flor, de su importancia. Thorn necesitaba saberlo. Necesitaba conocer la manera de derrotar al Silvanox si volvía a aparecer. Pero las palabras murieron en su garganta.
La oscuridad comenzaba a nublar sus pensamientos.
La figura del Viento pareció desvanecerse, dejándolo en un silencio profundo. Thorn se acurrucó junto a él, llorando sin control. Sus brazos rodearon a Valten, como si intentara protegerlo de un frío que ya no podía sentir.
—No volveré a defraudarte... —sollozó Thorn—. Te lo prometo, Valten...
«Lo sé, Thorn, lo sé.»
Valten cerró los ojos, dejando que el peso del cansancio lo envolviera. Pensó en su pelotón, en las risas que alguna vez llenaron el aire. Pensó en Thorn, el muchacho temeroso que había logrado sobrevivir. Lo había salvado. Y se sintió en paz.
«Si debo morir —pensó—, qué mejor lugar que aquí, junto a mi mejor amigo.»
Una lástima que nunca podría decírselo.
Todo se volvió oscuro.
Valten murió.
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