•𝟑_ 𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐬𝐨𝐦𝐛𝐫𝐚𝐬 𝐲 𝐚𝐥𝐢𝐚𝐧𝐳𝐚𝐬•
Nunca me ha gustado depender de nadie. La independencia es una armadura que me puse desde niña, y nadie ha conseguido quitármela. Por eso, estar aquí con ellos, en este lugar que parece suspendido en un sueño, es un desafío que no pedí.
El amanecer —si es que se puede llamar así en este mundo sin vida— llegó lento, pintando el cielo con un falso resplandor anaranjado. Me desperté con el mismo sentimiento de desubicación que había tenido desde el primer día. Mi habitación era perfecta, o al menos lo intentaba. Las paredes eran suaves, con tonos cálidos y un mural que representaba un campo infinito. Pero esa perfección solo lograba irritarme. No necesitaba consuelo, y mucho menos en un lugar como este.
Decidí salir antes de que alguien notara que estaba despierta. No quería lidiar con conversaciones innecesarias. Caminé sin rumbo por los pasillos vacíos hasta que escuché un sonido familiar: golpes rítmicos y precisos, como si alguien estuviera entrenando. La curiosidad pudo más que mi necesidad de aislamiento, y siguió el sonido.
Cata estaba allí, moviéndose con una gracia que solo podía venir de años de entrenamiento. Sus movimientos eran tan fluidos que, por un momento, olvidé dónde estábamos. Había algo en ella que me intrigaba, aunque nunca se lo admitiría. Desde que llegamos, había mantenido una distancia emocional con todos, pero con Cata... esa distancia parecía más corta, aunque no menos incómoda.
Majo: Siempre entrenando —dije en voz alta, interrumpiendo su concentración.
Cata se detuvo y me lanzó una mirada rápida antes de continuar— Siempre lista —respondió, con una seguridad que me hizo sonreír.
Majo: ¿Crees que nos va a servir de algo? —Pregunté, acercándome con las manos en los bolsillos— Todo esto... entrenar, seguir adelante como si supiéramos lo que estamos haciendo.
Cata: No sé si va a servir —respondió sin detenerse— Pero no hacerlo me haría sentir inútil. Y no me gusta sentirme inútil.
Era una respuesta típica de Cata: práctica, directa, sin lugar para dudas. Por alguna razón, eso me tranquilizó. Quizás porque yo también odiaba sentirme inútil.
Un rato después, mientras caminaba hacia la reunión, iba distraída con mis pensamientos. En mi mente, repasaba las palabras que sabía que Lucas lanzaría como si fueran órdenes. Pensaba en qué respondería, cómo no dejar que me pisoteara... y entonces, sin darme cuenta, choqué con alguien.
El impacto me sacó del trance, y cuando levanté la vista, ahí estaba él: Gerónimo. Tenía el cabello desordenado y una expresión de sorpresa que rápidamente se transformó en una sonrisa burlona.
X: ¿Siempre caminas así de distraída? —dijo, con un tono que no sabía si era un intento de broma o una provocación.
Majo: ¿Siempre te atraviesas en el camino de los demás? —respondí, poniéndome a la defensiva— ¿Quién eres?
Él levantó las manos en un gesto de rendición, pero su sonrisa no se desvaneció— Tranquila. No vine a buscar pelea. Bueno, no esta vez. Soy Gero
Lo observé por un momento, tratando de leerlo. Había algo en él que siempre me ponía alerta, como si detrás de cada palabra estuviera evaluándome.
Majo: ¿Y qué haces aquí? —Pregunté, ajustando el tono de mi voz para sonar casual.
Gero: Lo mismo que tú, supongo. Camino por estos pasillos, preguntándome qué demonios hacemos aquí y cuándo esto empezará a tener sentido.
Su honestidad me tomó por sorpresa, pero no dejó que lo notara— Bueno, si averiguas la respuesta, me avisas —respondió, dándole un leve empujón para seguir mi camino.
Gero: Claro —dijo mientras me dejaba pasar. Pero cuando ya estaba a unos pasos de distancia, añadió— No olvides que a veces las respuestas no están donde las buscas
No respondí, pero esas palabras me siguieron hasta la reunión.
Horas más tarde, nos reunimos todos en la sala común, un espacio amplio con una mesa que Lucas había decidido llamar "el centro de estrategia". Su necesidad de ser el líder era evidente desde el primer día. Llegué última, arrastrando los pies y con una mueca que dejaba claro lo poco que me interesaba estar allí.
Lucas estaba de pie, esperando como si fuera el anfitrión de una gran reunión— Tenemos que empezar a entrenar juntos —comenzó, con un tono que hacía difícil no rodar los ojos— Si vamos a sobrevivir aquí, necesitamos aprender a trabajar como un equipo. No podemos seguir actuando como individuos.
Majo: ¿Y si no quiero ser parte de tu equipo? —Solté, cruzándome de brazos. Sabía que estaba buscando una reacción, y Lucas, como siempre, me la dio.
Lucas: Entonces será mejor que empieces a quererlo —respondió, su paciencia evidentemente puesta a prueba— Porque no hay otra opción.
El calor subió por mi pecho, pero antes de que pudiera soltar algo mordaz, Nico intervino— Majo tiene un punto —dijo, su tono calmado como siempre— No podemos forzar algo que no está allí. Ser un equipo lleva tiempo.
Lucas lo miró, y por un segundo pareció que iba a discutir. Pero al final ascendió, aunque con evidente reticencia— Está bien. Pero el tiempo no está de nuestro lado.
Damari, que había permanecido callada hasta entonces, decidió hablar— Quizá deberíamos empezar por conocernos mejor —dijo, con una sonrisa que parecía fuera de lugar— No podemos ser un equipo si ni siquiera sabemos quiénes somos realmente
Para mi sorpresa, Jere asintió— Tiene sentido. Si no sabemos nada el uno del otro, ¿cómo vamos a confiar?
Suspiré, mirando a los demás. Quizás tenían razón, pero admitirlo en voz alta era algo que no estaba dispuesta a hacer. Así que me limité a mirar a Lucas— Bien. Pero no esperes que confíe en ustedes de inmediato.
Lucas: No lo espero —respondió Lucas, con una seriedad que no esperaba— Pero vamos a intentarlo.
Esa noche, de vuelta en mi habitación, me senté frente al mural que tanto odiaba. Las palabras de Damari resonaban en mi cabeza. ¿Conocernos mejor? ¿Trabajar juntos? No podía evitar preguntarme si realmente valía la pena. Pero había algo en los demás que me hacía dudar.
Cata con su fuerza impenetrable, Nico con su calma calculada, Damari con su optimismo ingenuo, Jere con su humor extraño, y Lucas con su obsesión por liderar. Todos éramos piezas sueltas, fragmentos de algo que quizás, solo quizás, podría encajar.
Suspiré, apoyando la cabeza contra la pared. No me gustaba depender de otros, y mucho menos confiar. Pero en este lugar, con este grupo, tal vez tendría que aprender. Y si no lo hacía... bueno, siempre podía depender de la única persona que nunca me había fallado: yo misma.
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