Capítulo 8
─¿¡Dejarás de pensar en ti misma algún día!?
─¡No pienso solo en mi misma!
─¡Sí, Sofía! Lo único que te importa es tener tu ropa nueva, tus zapatos, tu maquillaje... Siempre con la excusa de que son para el trabajo. ¡Y una mierda! Lo que pasa es que eres una caprichosa y no sabes pensar en los demás, porque nosotros te damos exactamente igual. ¿O acaso te preocupas por si tu hija o yo estamos bien? Porque yo creo que no.
─¡Pues claro que me importa! Pero tu tampoco digas nada de Allison, porque no pasas con ella ni un minuto del día. Yo al menos me preocupo por traerla y llevarla del instituto y darle de comer. ¿Y tú? ¿Tú qué se supone qué haces por ella?
Allie se separó de la puerta en cuanto oyó que se peleaban por ella, estaba harta de tener que pasar siempre por esa misma historia. Al menos, no era la única que pensaba que le ignoraban completamente, aunque su madre tampoco se quedaba atrás. Desesperada por hacer otra cosa, cogió la cámara y empezó a observar las fotos que había sacado hacía un par de horas. Fue seleccionando las que más le gustaban y quería para su trabajo y borró aquellas que habían quedado muy mal, dejando tan solo las más bonitas; algunas que utilizaría para el trabajo y otras que querría quedarse para ella.
Intentó concentrarse lo máximo posible en el trabajo, pero no podía porque sus padres seguían dando voces, bajando y subiendo las escaleras, ambos alterados. ¿Cuándo se callarían? No quería escuchar lo que decían, pero los gritos eran tan fuertes que a veces oía cosas demasiado impactantes, obviamente, dichas por su padre. Él era así, luego se arrepentiría de lo dicho. Ya no los aguantaba más, así que se levantó, cogió los auriculares y su portátil, y se puso la música a tope. Mucho mejor. Y aunque los oídos le doliesen por el volumen de su música, no le importaba, porque cualquier cosa era mejor antes que tener que escuchar las palabras que salían de las bocas de sus padres. Palabras hirientes, mentiras, de las que luego se arrepentirían de haber dicho; sobre todo su padre.
Metió también la tarjeta SD de la cámara al ordenador para así escoger las fotos del trabajo y ponerlas en su carpeta correspondiente. Mientras espera a que las cientos de fotos se pasen a su ordenador, estudia otras asignaturas, sin quitarse nunca la música, por si acaso seguían discutiendo. No quería descubrirlo de momento. Ese pensamiento se desvaneció mientras que terminaba de hacer su tarea de matemáticas, la cual terminó rápido, ya que se le daba bastante bien. Se levantó para dejar el cuaderno en su mesa y reparó en la caja que aún estaba en el sofá. Siempre se le olvidaba guardarla. Aunque ahora se encontraba bajo una pila de ropa limpia que seguramente su madre había dejado ahí antes de que llegara a casa del instituto.
Se quedó pensativa por un momento; no sabía si abrirla de nuevo o dejarla olvidada unos días más, ¿qué sería lo mejor? Suspiró y volvió a la cama, donde estaba su ordenador. Se había quitado los auriculares al levantarse y oyó a sus padres, que seguían discutiendo. ¿Cómo era posible? Ya había pasado una media hora. Madre mía. Se sentó en la cama y escuchó la conversación como hizo antes, solo que esta vez no le hizo falta acercarse a la puerta porque ellos estaban cerca de su habitación y se les oía mucho ya.
─Que sí, Sofía. En conclusión, solo piensas en ti misma, todo el mundo lo piensa.
¿Aún seguían dándole vueltas a ese tema? Dios, se estaba hartando ya. Su padre no sabía más que echarle la culpa a su madre.
─Claro que sí, lo que tu digas. No pienso solo en mi y ya está, yo lo tengo muy claro. Si tu no puedes ver lo que hago por ti y por Allie, no es mi culpa. Es la tuya ─dijo Sofía.
Allie se dio cuenta de que estaba llorando. Se oían los sollozos de su madre y su voz quebrada al hablar. Le dolía saber que estaba así, porque ella no podía hacer nada. Se sentía tan culpable de permanecer a ese lado de la puerta en vez de salir para ayudar a su madre, se sentía tan impotente porque aunque saliese, no había nada que ella pudiese hacer.
─Yo lo veo y bien claro. Y veo que si no hubiese sido por tu maldito ego y tus caprichos de niña pequeña, Raquel no habría fallecido. Es todo tu culpa.
No puede creer lo que oye. Se sobresalta y se acerca a la puerta como antes para escuchar mejor. Deseaba con todas sus fuerzas que aquello que su padre había soltado hubiese sido tan solo fruto de su imaginación, deseaba que todo eso fuese tan solo un sueño. Pero no lo era. Le temblaba todo el cuerpo, las piernas le flaqueaban al andar y casi ni se mantenía en pie. Se derrumba encima de su cama; se siente vacía, sin vida. Lo único que se le ocurre hacer es llorar. ¿Cómo puede haberle culpado del fallecimiento de su hermana? Eso era demasiado. La sangre se le subió a las mejillas, la rabia se apoderó de ella. Quería salir y gritarle de todo a su padre, pero permanecía ahí, quieta, inmóvil, como si estuviese clavada en ese mismo sitio.
─¿Perdona? ─La voz de su madre ya no sonaba llorosa, sino sorprendida─. ¿Cómo te atreves a echarme la culpa del fallecimiento de Raquel? Estás... Estás mal de la cabeza. Yo no puedo, no puedo con esto. Te has pasado ─sentenció Sofía.
Se notaba el desprecio en su voz. Todo lo que un día fueron palabras de amor, ahora se convertían en mentiras, reproches y culpas. Y Allie odiaba eso, porque echaba de menos que se amasen, echaba de menos que se dieran besos delante de ella y su hermana, aunque ambas pensasen que era asqueroso. Echaba de menos a sus padres.
Escuchó los pasos de su madre, que se dirigía su propia habitación, que se encontraba al final del pasillo y entonces el portazo que dio su madre, aclarando que estaba muy indignada, lo que significaba que a él le tocaba dormir en el sofá. Se lo había buscado. Allie decidió salir de la suya y al abrir la puerta, observó a su padre que estaba de pie en las escaleras, paralizado. Al igual que había estado ella hacía unos minutos. Con lágrimas en los ojos, miró a su padre, que no sabía bien qué decirle a su hija.
─Allie... Siento que hayas tenido que oír todo eso... ─se disculpó su padre, arrepentido, como siempre.
Ella no sabía qué decir. Le costó reaccionar a lo que padre acababa de decir. ¿Lo siento? ¿No podía hacer mejor que eso? Bah.
─Un lo siento no lo arregla, papá. Te has pasado muchísimo, joder. ─Dichas estas palabras Allie cerró su puerta con un portazo también, dejando ahí a su padre, solo.
La ira le recorría por las venas. ¿Cómo podía creer que con un puto lo siento arreglaría todo? Tiró todo lo que veía al suelo, incluido lo que estaba sobre el sofá, sin recordar que la caja estaba ahí. Qué olvidadiza era a veces. La caja cayó al suelo junto con toda la ropa, pero eso le importaba menos. Todo lo que había dentro de ella cayó al suelo y ahora más que ira, era frustración lo que sentía. Lloró más de lo que ya lloraba, si eso era posible. Cayó de rodillas al suelo y se cubrió el rostro con las manos, que se le empaparon enseguida. Se recogió el pelo en un moño desastroso, con las manos temblorosas aún y comenzó a recoger todo lo de la caja que había tirado al suelo. Casi no veía por las lagrimas, pero reconocía perfectamente todo lo que pasaba por sus manos, incluso viéndolo todo borroso. Fotos, collares, su pulsera de oro con el nombre Raquel grabado en ella, etcétera. Todo cosas de ella. Cosas que le dolía ver.
Conforme iba metiendo de nuevo las cosas en la caja, los recuerdos iban volviendo y la tristeza le invadía más. Se sentía tan sola, tan triste, tan perdida. No aguantaba más. La frase de su padre se mezclaba con los recuerdos de su hermana y eso le estaba matando. ¿Cómo pudo haber dicho algo así? Antes de darse cuenta de lo que hacía, lanzó la caja contra la pared, llena de rabia. Todo lo que había guardado voló por los aires, pero el estruendo no llamó la atención de sus padres. Las cosas se esparcieron por toda la habitación.
Y el llanto volvió. Miraba pensativa todo lo que estaba por el suelo, mientras que dejaba las lagrimas caer hasta la moqueta. Estaba apesadumbrada. Ya no mostraba ira, ni melancolía ni cansancio. Mostraba una gran tristeza, se notaba que estaba destrozada. Se notaba destrozada. Sin darle más importancia, se sentó en la silla de su mesa y se echó sobre esta, apoyando la cabeza en ella. Notó alfo frío, que le pinchó la cara. ¿Qué coño? Se frotó la sien, donde se había pinchado, al levantar la cabeza y vio que lo que había notado era su navaja suiza, la que había usado unos días atrás para abrir un paquete. Pero, ¿por qué seguía teniendo la cuchilla sacada? Qué raro.
La miró fijamente. No recordaba haberla colocado ahí, pensaba que la había guardado, pero eso no importaba ahora. Sentía como si la cuchilla le llamase, sentía una gran fuerza que le incitaba a cogerla, a pasarla por su delicada piel de porcelana. Y, sin pensárselo dos veces, la cogió con fuerza y descargó toda su furia en ella misma, deslizando la navaja por su muñeca. Pequeñas gotas de sangre comenzaron a formarse en la herida que acababa de hacerse, y se juntaron entre ellas, dejándose caer por el brazo de la chica. Un par de gotas cayeron sobre su alfombra, dejando unas manchitas rojas. Al darse cuenta, sacó un clínex y lo colocó abierto sobre la mesa, para apoyar ahí su brazo. Miraba sorprendida el recorrido que hacían las gotas de sangre, lo rápido que salían de una herida tan pequeña. Y de nuevo, con la furia recorriéndole las venas, hizo otro corte, y otro más. Se sentía bien.
Las heridas sangraban copiosamente y esto hizo que Allie se marease un poco, pero no le importaba, el dolor le causaba un alivio que le encantaba. Se levantó para ir al baño y ya allí se quitó el pañuelo que le cubría la muñeca para observar lo que acababa de hacer. Se sentó en el suelo y cerró los ojos. Ya no sentía el dolor que sintió en los primeros cortes. Sentía ese calor que emanaba de las heridas, un calor relajante, que le hacía sentir bien.
La ira que sentía hacía unos minutos se había desvanecido, lo cual hizo que se concienciara un poco de lo que acababa de hacer; aún no se lo creía. Cogió unas vendas que tenía en el botiquín de su cuarto de baño y se tapó las heridas con ella. Después de arreglarse un poco frente al espejo para salir como si nada hubiese pasado, se puso una sudadera para no dejar al descubierto la venda.
El resto de la tarde transcurrió normal, lenta, pesada. O al menos eso pensaban ellos. Para Allie no había sido para nada una tarde normal. Para ellos quizá sí, ya que se peleaban constantemente y su padre hacía comentarios como el que había hecho sobre Raquel en todo momento, aunque esa vez sí que había hablado más de la cuenta.
Era ya la hora de cenar. Los tres se sentaron a la mesa. El único ruido que rompía el silencio de la sala era el telediario. Su padre no hizo ningún comentario acerca de lo que salía en la televisión, como siempre hacía, su madre no le preguntó qué tal le había ido el día y ella ni siquiera podía mirar a ninguno de los dos. Era demasiado doloroso. Pero cuando observó de reojo a su madre, se dio cuenta de que iba vestida con una bata larga de ir por casa, casi hasta el suelo, estaba sin maquillar y sus ojos estaban hinchados y rojos, con unas ojeras enormes. Allie se extrañó de ver a su madre así, sabía que había llorado, pero decidió no ponerle mucha importancia y seguir a su cena.
Quería terminar rápido para poder marcharse de nuevo a su habitación, y unos minutos después, así lo hizo. Se encerró allí y se quedó leyendo hasta casi la una de la madrugada hasta que finalmente se quedó dormida.
Al despertar sus padres actúan como si nada hubiese ocurrido, aunque los tres sabían que sí. Todos seguían sin hablarse, solo se dirigían la palabra entre ellos un par de veces para pedir algo o alguna chorrada, pero por el resto, la mañana pasa como cualquier otra. Bueno, no, porque esta era la primera mañana en meses que su padre estaba en casa a la misma hora que ella para desayunar.
*****
Ya era la última hora de clase. La chica rubia miró aburrida por la ventana mientras que el profesor de religión no paraba de hablar, contando alguna de sus aventuras con niños pobres. Por suerte, diez minutos antes de acabar, dio tiempo libre a sus alumnos. Allie se dio la vuelta para hablar con Lucía, como de costumbre.
─Al, ¿qué te pasa? Hoy no pareces muy animada... ─preguntó Lucía preocupada.
─Mis padres. Ayer se estuvieron peleando y mi padre se pasó.
─¿Por qué? Bueno, no tienes que contarme si no quieres, pero no estés mal... Ya sabes que siempre dicen cosas que en realidad no sienten.
─Joder, ya. Pero es que le culpó a mi madre del fallecimiento de Raquel.
─¿Qué dices? ¿En serio? ─Lucía abrió los ojos como platos, sin creerse lo que acababa de salir de la boca de Allie. Ella asintió─. ¿Y ellos saben que sabes esto?
─Sí, mi padre me pidió disculpas cuando salí de mi cuarto, pero le dije que eso no servía de nada. ─La chica dudó en si decirle lo de los cortes, pero prefirió no hacerlo.
─Si vuelve a pasar me llamas enseguida, ¿vale? Y no te preocupes, que seguro que se arregla.
─Vale, gracias, Lu.
Siguió dándole vueltas a lo de los cortes, como había estado haciendo todo el día, pero no era el mejor momento para contárselo. Tampoco sabía cómo hacerlo, pero ya se había acabado la clase, así que ya era tarde para hacerlo, por lo que no se lo dijo.
El reloj marcaba las cuatro y media. Allie se empezó a preparar para ir a bucear con Javier. Tampoco tenía mucho que preparar, así que diez minutos después salió de casa y llegó al parque unos quince minutos después. Sorprendentemente, Javier ya estaba allí. De normal él siempre llegaba tarde, pero esta vez había llegado temprano y todo. Eso era raro.
─Hola, Al. ─Javi le dio un beso en cada mejilla a la chica.
─Hola ─respondió Allie, sonriente─¿Cuánto tiempo queda para que abran esto?
─Unos cinco minutos. Si quieres podemos sentarnos a esperar, y hablamos un poco. No sé, como quieras.
─Vale, bien. Hay un banco aquí delante del muelle ─comentó Allie, señalando al banco del que hablaba─, así estamos cerca para cuando abran.
─Bien.
Los dos jóvenes se dirigieron al banco y se sentaron, el uno al lado del otro. Javi se giró para mirarle a Allie y ella le mira también, solo que ella mira a un amigo y él al amor de su vida.
─Bueno, y ¿qué tal todo? ─preguntó el chico.
─Pues bueno... ─La sonrisa que Allie llevaba desapareció en un abrir y cerrar de ojos─. Mis padres andan como siempre, peleando, y no hay mucho nuevo en mi vida. ¿Y tú que tal todo?
─Como siempre, también... Lo siento por lo de tus padres.
Pero con ese "como siempre" ella no sabía que se refería a ella. No sabía que se refería a que seguía amando a su mejor amiga, pero no podía hacer nada para estar con ella. O eso es lo que llevaba pensando mucho tiempo. Por eso decidió que hoy iba a ser el día.
─Da igual. Ya estoy acostumbrada a que se peleen, pero bueno...
Ella bajó la vista, no quería que su amigo viese lo mal que estaba. Pero él continuaba callado y mirándola, fijamente, observando cada centímetro de su delicada y pálida piel que parecía hecha de porcelana. Observaba cada lunar que decoraba su piel, cada detalle que a primera vista podía pasar desapercibido. Era bellísima.
─¿Qué pasa Javi? ─Allie preguntó, sonriendo un poco.
─Nada, solo que eres preciosa ─respondió él, sin separar la mirada de la suya.
─¡Calla! Eso no es verdad... ─dijo ella, sonrojándose.
─Pero afortunadamente sí que es verdad. ─Tras decir estas palabras Javi le acarició la mejilla a Allie, que seguía un poco sonrojada y le apartó un mechón de pelo, para después inclinarse hacia ella.
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