Capítulo 14
La incertidumbre se apoderó de Allie. Realmente quería abrir la carta, pero tenía miedo de descubrir la verdad a la que su hermana se refería en su diario. ¿Y si era mucho peor de lo que ella creía? ¿Y si no era tan mala como hacía parecer? No estaba segura, y tampoco lo estaría hasta que la leyese.
Pasó el dedo pulgar por debajo del cierre de la carta para abrirla. Ya no había vuelta atrás. Sacó las hojas que estaban dentro del sobre."Joder, con esto se podría hacer un libro... ¿Cuántas hojas puede haber aquí?", pensó Allie al ver la cantidad de hojas que había escrito. El ver todo lo que tenía que leer, la pereza se apoderó de ella, pero sabía que ahora que la había abierto, debía leerla.
Querida Allie;
Bueno, si estás leyendo esto supongo que ya tienes 18 años... O igual menos o más, no lo puedo saber. Pero mi intención era que leyeses esta carta cuando fuese tu decimoctavo cumpleaños. La finalidad de esta carta es que sepas todo lo que pasó cuando tú eras pequeña... Y que siguió pasando sin que lo supieseis hasta día de hoy.
Antes de que tu nacieses, cuando yo tenía alrededor de tres años, mamá y papá se peleaban muchísimo, y siempre la pagaban conmigo. Me trataban fatal... Aunque fuese pequeña, es un recuerdo que siempre perduró en mi memoria. Lo recuerdo todo como si hubiese sido ayer. Entonces un día decidieron que querían tener otra hija, pero para entonces mamá ya estaba embarazada de ti. Tú eras mi única alegría, mi única esperanza. Me dijeron que iba a tener una hermanita pequeña y ese día fui la persona más feliz del mundo. Cuando naciste, tan solo quería estar contigo. Eras mi vida entera, pequeña... Pero aún y todo, papá y mamá seguían en las mismas. No se peleaban tanto, y con los años dejaron de pelearse, por eso tu nunca les has visto pelear. Bueno, ahora que no estoy, no sé si se pelearán o no, pero antes de que me fuera no se pelearon. Tú fuiste la alegría de la familia, todos te querían muchísimo, pero ninguno llegó a quererte tanto como te quiero yo.
Cuando ya eras más mayor, con dos años, yo era la que te cuidaba la mayor parte del tiempo, y, la verdad, me encantaba. Yo solo tenía cinco años y ya sabía hacer más de lo que las niñas de quince años de hoy en día. Vivir en un ambiente así me había obligado a ser madura e independiente. Sí, con cinco años. Pero no me podía permitir ser una cría con un bebé a mi cargo, y la casa también. Claramente, teníamos una niñera. Alejandra, se llamaba. Era muy simpática y ella lo sabía todo sobre mi, todo lo que ocurría en casa y demás. Siempre se ofrecía a cuidar de ti, pero yo nunca le dejaba. Me ayudaba, eso sí. Papá y mamá estaban siempre trabajando. Todo el día, desde el amanecer hasta la madrugada y por eso no tenían tiempo de cuidarnos. Pero alguien debía pagar todo, y ellos con el poco sueldo que ganaban, debían trabajar duro y durante muchas horas.
Pero claro, tú eras una niña y no podías darte cuenta de nada de esto, no podías entenderlo. Y yo tampoco entendía todo, porque aunque fuese independiente, seguía siendo una niña. Por esto, decidí escribir todo en mis diarios, para poder leerlos de mayor y entender todo.
A la edad de seis, cuando tú tenías ya tres años, yo empecé la primaria. Tu aún estabas en guardería en mi antiguo colegio, pero no sé por qué, me cambiaron a otro. Al ser otro colegio, no tenía amigos y desde el primer día todos me tenían como "la rarita" por cuidar de mi hermana pequeña. Ellos no entendían nada de lo que ocurría, y yo no entendía por qué eran así. Cada día tenía miedo de ir a la escuela, porque mis compañeros me insultaban, se reían de mí, me dejaban en ridículo, me pegaban, me quitaban las cosas... Lo pasaba muy mal, por lo que se lo conté a mi mejor amiga, la única amiga que tenía. Ella tenía un año más que yo, pero nos conocíamos porque era nuestra vecina y desde pequeñas habíamos sido amigas. Me aconsejó que se lo contara a algún adulto porque ellos me ayudarían, pero fui tonta y no hice caso a lo que me dijo.
Ese mismo año, cuando ya estábamos a mediados de curso, tú te pusiste muy enferma. Tenías una gripe de no sé qué o algo así. Algo grave, al fin y al cabo. No recuerdo el nombre porque era muy pequeña, pero recuerdo lo mal que lo pasabas. Cuando Alejandra me lo dijo, se me cayó el corazón. Te veía todos los días en tu cama, medio dormida, sin poder casi respirar. Me pasaba horas y horas llorando a tu lado, no quería perderte. Eras demasiado pequeña para irte y yo era demasiado pequeña para perderte. Me sentaba a tu lado cada mañana y te regalaba un beso y los buenos días. Cuando volvía de clase por las tardes, te leía un cuento y por las noches hacía lo mismo que por las mañanas, solo que te daba las buenas noches (obviamente). Y eso era así, día tras día. Me levantaba cada mañana con esa pequeña esperanza de que mejorarías ese mismo día. No sé cuánto tiempo estuviste así, pero fue muchísimo.
Uno de esos días cuando tu seguías enferma, mi mejor amiga llamó a casa. Cuando le abrí la puerta, estaba llorando. Me contó que se iba a mudar muy lejos por el trabajo de su padre. Yo no quería que se fuera, era mi única amiga... Pero no había más remedio. La abracé y le dije que no la olvidaría en la vida. Me juró que vendría cuanto antes a verme, y yo esperé y esperé, durante años, su llegada. Tú estabas empeorando y te tuvieron que trasladar a un hospital. Me pasaba el día allí contigo, había veces que ni siquiera iba a clase para quedarme ahí contigo, pero la mayoría de los días Alejandra me obligaba a ir. Lo único que ella no sabía era lo mal que lo pasaba allí.
Después de que terminaran las clases iba directamente al hospital. Ya me conocían por ahí de tanto tiempo que pasaba en ese sitio, y siempre había una enfermera a las puertas del centro esperándome para llevarme a verte. Un día que iba a ir a verte, al salir del colegio, papá y mamá me recogieron. Te habías recuperado por fin. Lo celebramos en familia, pero al día siguiente volvieron a desaparecer en sus oficinas.
En fin. El tiempo pasaba y tu ya habías cumplido los cinco años. Yo entonces tenía ocho. Estábamos con Alejandra cuando llamaron al teléfono. Ella lo descolgó y habló con quien fuese durante unos minutos. Su cara se llenó de preocupación, cosa que no me gustó para nada. Cuando terminó la llamada ella marcó otro número y salió de la habitación para que no pudiésemos escucharla, pero tú no te diste cuenta de aquello ya que estabas en el cuarto jugando. Después de la llamada, unos diez minutos más tarde, llegaron papá y mamá a casa. Entonces supe que algo estaba pasando, pero aún no sabía el qué.
Papá me cogió y me llevó a otra habitación mientras que mamá se quedó hablando y jugando contigo. Alejandra se había marchado a casa por orden de papá y mamá, por lo que iban a quedarse el día entero con nosotras. Me miró a los ojos y yo a él; los tenía llorosos, sin vida, sin ánimo. Me temí lo peor. Me abrazó y me dijo:
─Raquel, pequeña... Tus abuelos se han ido. Se han ido a otro lugar mejor.
No me lo quería creer. Se habían ido para siempre. Lo había entendido a la primera y sabía que iba a ser algo así... Pero, ¿los abuelos? ¿Por qué tenían que ser ellos los que se fuesen? Los quería demasiado y no había podido estar con ellos tanto como hubiese deseado. Yo rompí a llorar y papá me abrazó.
Después de eso salimos de esa habitación y yo corrí a donde tú estabas. Te quedaste un poco confusa al verme llorar, por lo que les pregunté a ver si tu lo sabías. Me dijeron que no, que aun eras muy chica para recibir una noticia así, por lo que decidieron mentirte. Yo quería decirte la verdad, porque sabía que si te mentían no te dirían la verdad (a día de hoy sigues sin saberlo).
─Al, chiquilla. ¿Qué tal lo has pasado hoy? ─te preguntó mamá con la voz más dulce que había podido oír en ella jamás.
─Muy bien ─respondiste tu, con esa voz tan bonita que tenías y siempre has tenido y con una sonrisilla que te formaba dos hoyuelos en las mejillas.
─Los abuelos me han dicho que te mandan muchos abrazos y muchos besos, porque ahora ellos no te los van a poder dar. ¡Se han ido a vivir muy muy lejos!
─¿A dónde? ─preguntaste, con un tono de voz un tanto indiferente.
─Pues a América se han ido ─dijo papá.
Tu no les respondiste nada porque en ese entonces, con esa edad, no te importaba nada. Nunca buscabas un por qué ni una explicación; si había pasado, había pasado. Sin razón alguna.
Allie seguía sorprendida por lo que estaba leyendo. No se podía creer que todo aquello fuese verdad. Su vida había sido una farsa todo este tiempo. Sus padres nunca se amaron, siempre fingieron ser felices. Su hermana tampoco era feliz, solo fingía estar feliz por ella... No podía creérselo. Si ella no hubiese nacido, Raquel se habría... Se habría suicidado. Sabía que si seguía leyendo sería todo el rato lo mismo, pero aun así decidió leer el resto.
─Resumiendo: A Raquel le hacían bullying en el colegio desde pequeña hasta el día en que murió, papá y mamá siempre me han mentido, siempre han sido como son, y toda mi vida ha sido una completa mierda y una puta mentira. ─Allie se echó a llorar.
Aún le quedaban hojas por leer, pero echándole un vistazo a algunas vio que eran todas un poco de lo mismo. Decidió dejarlas para otro momento, porque ya había descubierto suficientes mentiras en un solo día. En vez de leer la carta, cogió el diario de nuevo. Aún quedaba una página más en el mismo día de la muerte de Raquel.
No me lo puedo creer. No eran mis padres quienes habían llamado a mi puerta, era ella. Ha venido. Prometió volver y ahora ha estado aquí, conmigo, a mi lado... Mi mejor amiga de la infancia. Joder. La echaba muchísimo de menos. Ahora ha tenido que irse, pero volverá en un rato, espero que para cuando vuelva no sea demasiado tarde...Dios, es que en cuanto he dejado de escribir, la puerta se ha abierto y allí estaba ella, igual de guapa que siempre, solo que estaba llorando. Ha corrido a mí y me ha abrazado como ha podido... Esto de la camilla es un inconveniente, la verdad. Se ha sentado al lado mía y se ha fijado en lo que esperaba que nadie viese... Se ha fijado en las vendas de mis brazos.
─¿Qué es esto Raquel?
─Lo siento, Coco... Es totalmente lo que parece, no te voy a mentir.
─Pero, ¿por qué? ─dijo ella, con lágrimas en los ojos.
─No hay tiempo para explicaciones, cielo. Lo que importa es que ahora estamos aquí. Me prometiste que volverías y..., así lo has hecho. Eres la mejor amiga que he tenido, te quiero y te querré siempre, aunque me vaya...
─No quiero que te vayas.
─Yo tampoco quiero irme cariño, pero la vida es así. El cáncer es incurable y... Yo no le puedo hacer nada.
─La vida es muy puta. Se lleva a las mejores personas. Pequeña, no te voy a olvidar nunca. De hecho, tengo una sorpresa.
En ese momento, Coco enseñó su muñeca. Mi nombre estaba tatuado en su morena y suave piel. No me lo podía creer... Eché a llorar y la abracé hasta que no podía más.─Te quiero, Coco.
─Y yo a ti, princesa.
Creo que nunca en mi vida había llorado tanto como lo he hecho ahora con ella. Llevaba sin verla muchísimo tiempo y no me esperaba que viniese. Bueno, y ahora voy a terminar la carta para Al... La empecé ayer y no sé cuántas páginas llevo ya. Diez, o así. Mejor terminarla ahora que si no, no la podré terminar... Literalmente.
Con el corazón en la garganta y las lágrimas fluyendo, Allie cerró el diario. Cogió la llave y la carta y guardó las tres cosas en un cajón vacío de su armario. Las manos aún le temblaban, el corazón le latía furioso, y su cabeza no paraba de dar vueltas. ¿Qué iba a hacer ahora? Nada de lo que había vivido seguía teniendo sentido. Se sentía tan engañada, tan vacía.
Después de relajarse un poco, decidió seguir buscando entre las cosas de su hermana. Encontró libretas con miles de dibujos y fotografías hechas por ella, que nunca había visto. "¿Cómo es que dibujaba tan bien y yo no lo sabía? ¿Cómo es que nunca me enseñó sus dibujos o sus fotografías?", pensó Allie, extrañada.
Al mirar entre los álbumes de fotos encontró uno que parecía... Diferente al resto. Decidió mirarlo. Se le paró el corazón al descubrir lo que había dentro de él. ¿Cómo sus padres no habían descubierto nada de esto? Seguía boquiabierta, paralizada ante las imágenes que se presentaban frente a ella.
En todas y cada una de las páginas había fotos de cortes. En blanco y negro, la mayoría. Todos parecían ser los mismos brazos... e incluso piernas. Allie recordó lo que ponía en su diario... Cuando Coco le preguntó si era lo que ella pensaba, ella afirmó que sí. ¿Serían, entonces, todas esas fotos de su hermana? Deseaba que no lo fuesen, pero no sabía cómo descubrir si lo eran o no.
*****
Mientras tanto
Lucía ya se había decidido. No había vuelta atrás, ya había puesto un pie en la calle por lo que iba a seguir su camino. Se sabía la dirección de Luke de memoria, no estaba muy lejos su casa. Había estado por ahí alguna vez, pero cuando vivían allí los antiguos dueños. El corazón le latía irregularmente. ¿Y si se reía en su cara? ¿Y si no estaba en casa? O peor aún, ¿y si no estaba solo?
Cuando miró al frente se dio cuenta de que ya había llegado. Ya está, esto era. Debía llamar a la puerta, no era momento de echarse atrás. Subió los escalones del porche. Las piernas le temblaban y temía caerse en algún momento, pero con el puño firme y la mirada bien alta, llamó a la puerta.
─Hombre, Lucía, ¿qué te trae por aquí? ─preguntó Luke, sorprendido.
Iba cubierto por una manta de color azul, y debajo de ella Lucía podía ver una camiseta blanca que parecía estar un poco desgastada por la edad y unos pantalones de chándal negros, algo caídos, que le quedaban de diez.
─Ah, nada, solo venía a ver qué tal estabas. Se te echa mucho de menos en clase. ─Paró un momento para coger aire. Ella misma se sorprendió de que su voz no estuviese temblorosa─. Los profesores de sustitución no tienen el mismo optimismo que tu...
Los dos se rieron por la broma de Lucía. A Luke le encantaba esa niña, siempre estaba tan feliz y era tan optimista y siempre estaba al tanto de lo que ocurría a los demás. Nunca quería que nadie estuviese infeliz. Deseaba que fuese algo más mayor, porque si lo fuese... ¿Quién sabe? Podría haber habido un romance entre ellos. Aunque siempre decían que para el amor no había edad...
─Que graciosa. Entra, anda ─dijo Luke, abriendo la puerta lo suficiente para que la chica pudiese entrar.
Lucía entró y cada uno se sentó en un sillón para tener delante al otro.
─¿Quieres que te haga un café, Lucía? ─Luke empezó a levantarse, pero Lucía le detuvo.
─No, no, quédate ahí. Lo hago yo, si quieres, tu descansa.
─Vaya, muchas gracias ─agradeció Luke, seguidamente indicándole a la chica donde se encontraba cada cosa.
De pronto sonó el teléfono. Luke lo cogió mientras que Lucía encendía la cafetera y preparaba la bandeja que iba a llevar a la mesita. Estaba contenta de estar aquí con él... Quería quedarse para siempre. Olía todo a él. Esperaba que ese olor se le quedase atrapado en la ropa al salir, porque estaba loquísima por esa fragancia. Estaba loquísima por él.
─Anda, hola. ¿Qué tal? Sí, sí, estoy bien, tranquila. No, no estoy solo, estoy con Lucía, una alumna, que ha venido a verme un poco. Sí, vale. Vale, perfecto. Adiós. ─Luke colgó el teléfono.
"Sería su madre", pensó Lucía, que siguió haciendo el café.Mientras buscaba el azúcar, reparó en una notita que había pegada en la nevera. Parecía una cita con alguien. Intentó leer lo que ponía, pero de lejos no podía leer. Cogió la leche que ahora estaba en el mostrador y la metió a la nevera, y cuando la cerró leyó la nota.
No se lo podía creer... Se le cayó el corazón, que se le rompió en mil pedazos y cada pedazo, en mil más. Pero ahora debía tragarse su dolor, fingir estar bien y pasarlo bien con él mientras podía.
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