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Prólogo

Si las miradas de LordBug enojado eran frías, las de Kitty eran mucho peor.

Pero, ¿cómo no iban a serlo? Si ese chico akumatizado había estado a punto de arrojar a su debilitado amado desde el lugar más alto de la Torre Eiffel.

Sintió su semblante endurecer y sus dientes se apretaron los inferiores contra los superiores, empezó a rechinarlos.

—Con miedo, ¿gatita?—voló un mechón de su largo pelo dorado detrás de su hombro—. Podrías salvarlo, si es que lo deseas...

El pelinegro estaba básicamente aferrándose a la vida mediante una viga que había resultado dañada en la pelea y ahora estaba flotando en el aire, agarrándose con su Yo-Yo de ese pedazo de metal del cual su vida dependía.

—Sólo tienes que darme tu Miraculous, y ambos serán libres...—la oferta parecía bastante tentadora, estaba a punto de sucumbir ante ella.

Dar su identidad de superhéroe por salvar a la persona que más amaba...

—Lo haces, ¡y te mataré, Kitty!—estaba jadeando, usando cada aliento dentro de sí para gritar esas palabras a la rubia—. ¡Ni se te ocurra hacerlo, gata tonta! 

¿Por qué se mostraba enojado? ¡Estaba intentando salvarlo!

—Pero, my lord...

—¡Ni lo pienses!—soltó un gruñido—. Es enserio, busca otra salida...

Estaba rogando, LordBug le estaba rogando que no se sacrificara por él.

LordBug le estaba rogando, y le estaba rogando que no hiciera algo que cualquier persona sensata haría; sacrificarse por la persona que amaba.

—El anillo—el Akuma hizo un gesto hacia el muchacho, pendía de un sólo hilo.

Un hilo tan frágil que ya empezaba a romperse, un hilo tan frágil que advertía desvanecerse en cuanto su transformación acabara, un hilo que marcaba la diferencia entre la vida y la muerte.

Sus aretes empezaron a sonar, su Miraculous se estaba quedando débil. Kitty empezó a llenarse de pánico, ¡no iba a dejarlo morir!

Rozó el metal con su guante negro, era sólo entregar esa pieza.

Una simple y sencilla pieza de joyería por el chico al cuál ansiaba besar desde hacía ya dos años.

—¿Prometes que lo dejarás ileso?—quería saltar a su amado para socorrerlo, más no podía. Él se encontraba en una de las vigas más altas, mientras que ella y el Akuma se encontraban tan solo a unos pocos metros sobre el nivel del suelo.

—Lo prometo—cruzó sus dedos sobre su espalda, pero esa ella no necesitaba saberlo.

Tan pronto obtuviera su Miraculous, le arrebataría al chico el suyo, y después iría con Hawk Morth y cobraría su pago.

Ella comenzó a desprender el anillo de su dedo, tenía miedo y dudaba demasiado. No tenía nada que perder, no había adición extra a esa fría pieza de metal que el color oscuro que este tomaba cada vez que ella llamaba a su alter-ego.

Una garra se descoloró en el metal, ahora sólo era una pata con tres pequeñas garras.

Si tenía algo que perder, tenía a Plagg.

Por mucho que odiara a esa pequeña cosita que sólo sabía comer queso y tomar malas decisiones, era su kwami.

Era su kwami, y no estaba dispuesta a dejarlo ir por un chico.

Ni siquiera por el amor de su vida.

Con una mueca, convocó al Cataclismo, sus garras se volvieron afiladas y empezaron a desprender un brillo negro.

Empezó a correr, el akuma estaba a sólo un par de vigas sobre ella, no debería de ser tan difícil alcanzarlo.

Este se movió más rápido, logró esquivarla en sus primeros movimientos, era un akuma mucho más inteligente que cualquier otro.

—¿Crees que puedes vencerme? ¡He tomado años de artes defensivas! ¡SOY IMPARABLE!—sonreía con malicia, estaba cantando victoria mucho antes de aún tenerla.

Jadeó, el anillo perdió otra garra. Necesitaba apurarse o largarse, sólo tenía de dos.

—Me voy a arrepentir de esto—susurró mientras tosía, se aferró a la viga debajo de ella con las cuatro patas y esbozó una pequeña sonrisa de malicia también—, probablemente por el resto de mi vida.

Y se impulsó con las cuatro patas, dirigió su trayectoria directamente hacia ese pobre chico que había sido víctima de un mal día y después tomado presa por el sentimiento de venganza y odio.

Siempre se había preguntado qué pasaría si utilizara el Cataclismo en personas, ahora podría saberlo.

Sus garras estallaron contra el pecho de ese chico de cabellera como rayos de sol, tomó aliento fuerte.

Y después de unos segundos, todo se volvió negro.



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