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Reacción

El pecho de Yuya subía y bajaba. Todos los que lo rodeaban lo miraban impresionado y, al mismo tiempo, ligeramente temerosos. También había algunos peatones que se acercaron a ver qué ocurría. El de ojos rojos era alguien que sabía cómo montarse a una tarima y hacer cualquier clase de cosas. No se dejaría intimidar de nadie.

—¿Alguien más?—preguntó a todos los espectadores. Los amigos de Bully se fueran retirando de manera disimulada. El Bully en sí se había levantado, pero solo miraba a la bola de furia que se había vuelto Yuya—¿¡Alguien más piensa que estoy maldito?!—si antes había algún resquicio de duda hacia el hecho de que el de ojos rojos no pudiera hacerlo, quedaron totalmente aniquilados al ver la posición que había adoptado. Se sentía grande, se veía amenazante y sobre todo estaba molesto.

Todos se fueron retirando, el Bully fue el primero en irse sin decir nada y temiendo a la mirada del propio Yuya. Si no se hubiese retirado probablemente le hubiesen pegado más fuerte de nueva cuenta. El de ojos rojos estaba lleno de adrenalina, adrenalina que no quería soltar, adrenalina que de ninguna forma parecía querer irse. Era un alma imparable, si lo golpeaban una vez, el devolvería el golpe dos veces. Ellos habían creado un monstruo, uno que estaba cansado de su propio ambiente y de su alrededor. Uno que estaba cansado de las injusticias contra él mismo. Uno que no se iba a aguantarlo más.

Todos aquellos que poco o nada tenían que ver con la situación miraron a otra parte y siguieron con sus caminos. Aquel grupo que había venido por Yuya se había largado temiendo cualquier cosa que le hiciera aquel al que creyeron inofensivo. Se largaron como los cobardes y mentirosos que eran. Le hicieron casi al chico, lo dejaron en Paz. Su ausencia era todo lo que quedaba de ellos en el lugar. Una que el de ojos rojos celebró relajándose un poco y buscando su celular en el suelo, que se le había caído cuando el otro lo había empujado por primera vez.

Pero su cara se desfiguró en una de horror, una que nadie vio. Pero que él sintió en todo el cuerpo. El pulso se le aceleró y el estómago se encogió dolorosamente en miedo. La adrenalina había bajado, todo el furor del momento había pasado. Era hora de pensar las cosas, en las consecuencias. Se quedó inmóvil y pensativo. Su cara de miedo se intensificó cuando lo oyó hablar a lo lejos.

—¡Yuya!—la voz de Yuto sonó como su condena. Como aquello a lo que iba a recordar mientras moría lenta y tortuosamente. Retrocedió cuando el otro se aproximaba con una paso ágil—¡Yuya, ¿estás bien?!—preguntó quizá intrigado de la expresión totalmente alterada que tenía. Le importaba Yuya y si él mostraba una cara como aquella, una pánico absoluto, no podía hacer otra cosa salvo preocuparse—Yuya—cuando llegó a su lado el otro tenía una expresión más sombría y casi podía sentir que el otro iba a llorar. Yuto se acercó más—Yuya, ¿qué es lo que...?—pero lo interrumpieron.

—¡No!—gritó dándole un fuerte empujón que logró hacer que se cayera a la acera—
¡Aléjate! ¡Aléjate de mí!

Y, aprovechando que el otro estaba en el suelo, Yuya salió corriendo hacia su hogar.

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Se detuvo de súbito al llegar a la puerta. Se cuestionaba aún si era lo correcto, si debería de dejarle pasar, incluso cuando ya le había dicho que no. Pero la verdad era que ya le había dicho a la portería que sí, que lo dejaran entrar, así que no tenía otra opción. Pero, era el chico de ojos rojos al fin y al cabo. No podía negársele. Al demonio con organizar su closet y eso. Quería verlo.

Pero tampoco debería de abusar. Planeó que simplemente hablaría con él en la puerta, que si no era necesario dejarlo pasar. No iba a hace más. Así que con su camiseta blanca enorme y sus pantalones flojos negros, abrió la puerta dispuesto a saludar al chico, a decirle que estaba bien y que no debería de venir tan tarde en la noche.

Pero apenas pudo ver esos mechones verdes y rojos, aquellos a los que siempre había querido acariciar hasta que sus dedos se gastaran o el cabello se le acabase, sintió que lo abrazaban.

Los cálidos brazos del chico lo rodearon y le agarraron fuertemente. Casi como si le prometieran que no le iban a soltar jamás. Era justo lo que necesitaba sin que lo hubiese dicho. Todos esos gritos silenciosos que había evitado habían sido escuchados. Lo apretó también contra su pecho y enterró una de sus manos en su cuero cabelludo, sintiéndolo y apretándolo ligeramente, justo como quería, justo como había soñado. Se pegó al otro, lo acarició suavemente, sin que se notara, y se dejó llevar. No podía, no podía con él, no importaba cuanto intentara pensar en él de otra manera. Le era imposible no desearlo.

—Yuto...—dijo cuándo se separaron, el aludido tenía unos ojos cubiertos por el brillo de la felicidad—¿Cómo te sientes?—preguntó con un tono preocupado—¿Ellos te han intentado llamar?

—Hola Yuya—dijo para no saltarse las formalidades—. Estoy bien, no he querido pensar mucho en eso, pero no, no me han llamado de nuevo—el de ojos rojos asintió un poco más calmado.

—Está bien—dijo en tono más tímido, algo más relajado, quizá aún seguía preocupado, pero entendía que Yuto no dijese nada—, te traje algo—sonrió y se tocó la maleta—. Mi mamá cocinó Curry en el almuerzo y guardó mucho para mí. Quizá pensó que venías hoy. Así que te traje un poco, no se sí te guste.

—Me encanta—dijo reído—. ¿Tú... ya has comido?—preguntó mientras se retiraba de la puerta para dejarlo pasar. No se recriminaba, era lo que quería hacer—Oh, perdona la oscuridad, estaba en mi cuarto hasta hace poco—Yuto cerró la puerta dejando todo a oscuras. Yuya por inercia se quedó quieto—, déjame prendo la luz—dijo movilizándose por los caminos de memoria, esquivando al otro sin problemas y llegando al interruptor que apretó sin pensarlo.

—Gracias—dijo por la luz—. Y sí, comí algo más temprano. Pollo al Curry, un poco de este de hecho—sonrió distraídamente—. Yo lo caliento, ¿tienes una olla?—preguntó—Bueno... si es que quieres comer ahora... ¿verdad?

—Claro que quiero—dijo sonriendo—. Me gusta la comida de tu madre—comentó recordado las veces que le había robado a Yuya algo en la hora del almuerzo o que lo habían compartido—. Y no desperdiciaría un arroz con curry tan fácilmente.

—Aunque... es algo tarde para Curry, ¿no crees?—preguntó con aires ligeros, de una broma, una pequeña y blanca. Una que solo él le haría y que era tan inocente como el que la había dicho.

—Nunca cuestiones mi amor por las cosas—le guiñó un ojo y lo dirigió hacia la cocina—. Amo por encima de muchas cosas, incluso por encima de un posible dolor de estómago—Yuya soltó una risita y lo siguió a la cocina.

—Es bueno saberlo.

Una vez Yuto pudo sentarse a comer, el de ojos rojos lo miraba un poco por encima. Esperando a que dijera algo, a que le reclamara el hecho de venir. Había venido aunque el otro se lo negara, podía entenderlo, podía entender porque él rechazaría compañía. Porque después de todo, él también había peleado con su padre.

—No tenías por qué venir—dijo al fin, a medio plato. Yuya levantó su rostro y negó—. Es muy tarde para que vengas y...

—Pero tú lo necesitas—dijo de inmediato—, sé que estar solo no es lo mejor en estas situaciones, puedo entender que quieras hacerlo—negó de nueva cuenta—pero no es lo mejor—dijo entonces—... lo sé por... experiencia.

—¿Yuya?—preguntó el otro algo preocupado por la repentina expresión de tristeza del chico.

—Yo también he... peleado así con mis padres—dijo con un tono algo suave, uno que era privado, uno que solo estaba entre ellos—. Concretamente con mi padre...—entrecerró sus ojos—Fue hace unos pocos años, la última vez que lo vi de hecho—miró un poco hacia él lado—. Él quería que me fuera con él y que viviera con él, a costa totalmente de lo que mi madre quería—se agarró los brazos, Yuto dejó su cuchara y miró al chico con intriga—. Me dijo que si me iba con él muchas cosas iban a cambiar y quería que yo...—cerró los ojos por un momento y negó con la mano en señal de que no tenía que hablar más de los detalles—. Bueno, el caso es que cuando intentó convencerme él... insultó a mi madre... de alguna manera—se mordió el labio—. No me preguntes como, estaba más pequeño y las cosas que veo ahora son distintas. Yo me negué, me negué rotundamente, quiero mucho a mi mamá, la amo mucho y yo... oírlo decir las cosas que decía...—negó—No podía. Lo rechacé de todas las manera posibles. Pero él se enojó de todos modos conmigo y... Bueno... a no está.

—Pero... Yuya...—le dijo algo más cerca, usando ese mismo tono privado que tenían para contarse cosas—él no tenía porque....

—Lo sé... y se fue después de eso—dijo mientras lo miraba a los ojos—. Mi madre también dejó de tener su apoyo monetario así que su trabajo aumentó—relató—, desde entonces ella trabaja bastante por nosotros, se va casi todos los fines de semana y a veces no la veo por semanas—dijo algo intranquilo—. También fue un... golpe para mi... no pienso mucho en esto pero... creo que... parte de mi sustento era él y... cuando se fue... bueno... se perdió—al tener las manos sobre la mesa Yuto le agarró una de las manos para mostrarle que las cosas eran bilaterales en su amistad—. No creo que haya sido el mismo desde entonces...

—No tienes por qué serlo—le sonrió—. Sí he aprendido algo es que no tienes por qué ser el mismo—sonrió—. Hay cosas que cambian a lo largo de los años de una o de otra manera. Y eso está bien. Lo malo es quedarse. Mi madre por ejemplo no ha cambiado mucho—negó un poco—. Ella solo se ha dedicado a tratar que yo sea su orgullo—negó ligeramente—, eso no ha cambiado en años y realmente espero que esta vez al menos pueda cambiar un poco su visión a partir de ahora... pero...

—Lo va a hacer—dijo Yuya apretando el agarre que tenía con Yuto en su mano—, eres su hijo, ella puede entenderlo más fácil de ti que de todo el mundo—dijo para darle esperanzas—, créeme, de verdad.

Se quedaron en silencio un momento. Yuto retiró con delicadeza su mano de la del otro. Volvió a mirar a su plato y sonrió.

—Gracias Yuya—le dijo algo mejor. El chico de ojos rojos sonrió también—, y... me gusta mucho el tú de ahora—sonrió para darle confianza. El otro soltó una risa avergonzada. El de ojos grises quiso pensar que era su manera silenciosa de decirle que gracias por el cumplido. Algo que él estaba seguro de que no podría decirlo en voz alta sin morirse de la vergüenza—. Por cierto, ¿quieres Curry? Está delicioso, en serio—dijo mientras le ofrecía una cucharada con un poco. Yuya negó suavemente.

—Es... todo tuyo. Oh... oye, ¿puedo ir por un vaso de agua?—preguntó amablemente.

—Sí claro, voy por él—dijo con intenciones de levantarse. Pero el otro no lo dejó.

—No, no, tú quédate allí—le dijo sonriente—. Come tranquilo—cuando menos lo pensó Yuya ya estaba a su lado y en dirección a la cocina—. Yo me las arreglaré—Yuto asintió—. Oh y Yuto...

—¿Dime?

Y el de ojos rojos le regaló sin previo aviso un beso en la mejilla.

No te preocupes, las cosas con tu madre se arreglarán—y se retiró a seguir su camino hacia la cocina.

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No le importó. A Yuto no le tenía porque importar lo que acababa de ocurrir, no tenía por qué creer que Yuya lo odiaba, no tenía por qué hacerlo. Él no había hecho nada malo, él nunca le había hecho anda que él no quisiera, él no había cometido ningún error. Y lo sabía, lo tenía muy claro. Pero el otro es el que se estaba castigado. Era el de los ojos rojos el que había tomado la iniciativa de castigarse alejándolo. A Yuto no tenía por qué importarle lo que sea que fuera que había pasado para llevar a Yuya a esa decisión, porque lo amaba. Amaba cada parte de aquel chico y si él se iba a ir por alguna razón externa y no porque él así lo quisiera, lo iba a seguir.

Se levantó a toda velocidad, recogió el teléfono del chico y le siguió los pasos tan rápido como un nadador puede seguir a un acróbata.

Era patético, la distancia y la rapidez con la que se movía el chido de ojos rojos era estúpidamente grande a la que él podía abarcar. Estaba demasiado lejos como para poder alcanzarlo pronto, pero no se iba a rendir.

—¡Yuya!—y este apresuró su paso, esquivando a las personas con agilidad. Yuto era más torpe, pero lograba ir al mejor ritmo que pudo—¡Yuya!

Pero este no escuchó, se apresuró a pasar la calle por la cebra cuando el semáforo estaba en amarillo casi en verde. Cuando su pecho pasó al otro lado, los carros comenzaron a andar. Yuto quedó cerrado de paso, sin alguna posibilidad se seguir sin terminar muerto. Había parado de subido al llegar al final del andén. Su pecho subía y bajaba por el escuerzo físico y el miedo.

Yuya se le iba de las manos. Yuya se estaba alejado de él y estaba tomado el camino que llevaba al lado de las Vías del tren.

Tenía miedo en ser él quien descubriera una tragedia.

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¡Si lo sé! ¡Muy pronto! ¡Pero me demoré 6 horas! qwq Agradézcanle a los retos de escritura qwq

No necesito que me amen awa, solo que por favor me dejen viva (?

-electroyusei

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