Un golpe de suerte.
No sabían cómo terminaría lo que ocurría y menos cómo detenerlo. Sus cuerpos hablaban por sí solos mientras se entregaban al momento, experimentando sensaciones que jamás imaginaron sentir, y con cada roce esas sensaciones se incrementaban descontroladamente. Las ásperas manos del joven camionero no eran un obstáculo para que Sandy se sintiera incómoda mientras éste recorría su tersa piel y erizaba sus vellos, por el contrario, disfrutaba el ser tocada y deseada por el hombre que amaba.
Sin embargo, en un atrevido movimiento para experimentar, ella se escabullía de sus manos, arrodillándose frente a él sin soltar su miembro, y ante su mirada atónita Sandy mojaba sus labios carnosos al ver de cerca la virilidad de su amado, dubitativa a la vez en si sería muy atrevido de su parte llegar más lejos e introducirlo en su boca mientras sentía cómo le palpitaba en sus delicadas manos. No sabía si Maximiliano reaccionaría negativamente.
Eso hasta que éste la tomó por la cabeza y la miró con lujuria, deseoso también de experimentar lo que su amada pretendía hacer. Y teniéndolo ahí, a escasos centímetros de su boca, lentamente lo acercaba a ésta, sonriendo y mordiendo sus labios en una mezcla de deseo y nerviosismo. Un fuerte golpe sería suficiente para que Sandy súbitamente se reincorporara, y aquella taza con el café ya frío cayera al suelo quebrándose en el acto y mojando el suelo con su contenido.
Maximiliano no perdía tiempo y se arrodillaba a recoger los trozos de la taza, intentando con ello no dejar a la vista su masculinidad fuera de su pantalón, mientras Sandy palidecía y contenía el aliento, volteando lentamente la mirada al escuchar una voz chillona que le hablaba.
—¡Sandy, qué fue ese ruido!
—¡Ah, eres tú! —Sandy recobraba el aliento al darse cuenta que se trataba de Clarita.
—¿Y a quién más esperabas? —Clarita se paraba frente a ella y de inmediato notaba que a sus espaldas, Maximiliano estaba de rodillas recogiendo los trozos de la taza— ¿Pero qué pasó aquí?
—¡Nada cuñadita, —espetaba nervioso éste, sin darle la mirada— tropecé con tu hermana y solté la taza de café, nada más! Ya dejo limpio.
—¿Y qué es ese olor que hay? —Interrogaba ésta al sentir en el ambiente un aroma diferente, lo que le llamaba de inmediato la atención— Huele raro.
—No sé de qué hablas hermanita, —Sandy la tomaba del brazo y comenzaba a caminar con ella para alejarla de la cocina, así de paso le daría tiempo a Maximiliano para que acomodara su asunto— ¿se puede saber qué haces aquí?
—¡Pues que me mandaron a buscarte, —alegaba Clarita soltándose en el acto— está lleno de gente y necesitamos tu ayuda!
—Dile a papá que voy de inmediato, me distraje hablando con Max, además había terminado recién de comer. Pensaba comerme un postre, pero creo que no voy a poder.
—¡Listo, —interrumpía un aliviado Maximiliano— perdón por romper la taza pero ya está limpio el suelo y recogí los trozos para tirarlos a la basura.
—Dentro de ese mueble hay un tacho de basura, —le señalaba Sandy— tíralos ahí mi amor.
—Bueno, yo me voy, no demores Sandy. —Clarita salía rápidamente en dirección al servicentro para seguir atendiendo a la clientela— No demores por favor.
—Voy enseguida hermanita.
Sigilosamente Sandy se acercaba a la puerta para cerciorarse que efectivamente se había ido al local, y solo ahí ambos pudieron respirar tranquilamente, largándose a reír de nervios por el incómodo momento. Estaban tan sumidos en lo que estaba pasando entre ambos, que corrieron con la suerte de que Sandy alcanzara a escuchar el fuerte golpe que le dio Clarita a la puerta luego de entrar. Ya calmadas las necesarias risas para liberar el nerviosismo que cargaban, ambos se miraban aún con el deseo a flor de piel, pero comprendiendo también que lo ocurrido pudo acarrearles muchos problemas, en especial si Clarita los hubiese descubierto en el acto.
—¿Cómo te diste cuenta que alguien había entrado?
—¡Te juro que no sé cómo, —esbozaba Sandy, aún perturbada y nerviosa— creo que fue por inercia que escuché un golpe anormal.
—Cuando te paraste así tan de repente, lo único que atiné fue a tirar al suelo la taza de café y agacharme de inmediato para que no me vieran con eso afuera. —Maximiliano apuntaba a su entrepierna al decir “eso”.
—Por suerte esta cabra chica tiene la mala costumbre de cerrar fuerte la puerta, ¿te imaginas si nos encuentra en el acto? ¡Te juro que se me hubiera caído la cara de vergüenza!
—¡Imagínate yo, con el asunto afuera! No sería capaz de volver a mirar a tu hermana a los ojos.
—¡Y eso sería poco, —le aseguraba Sandy— las explicaciones que estaríamos dando si fuese uno de mis padres!
—¡No quiero ni pensarlo mi amor! —Maximiliano se pasaba las manos por la cara para intentar calmarse un poco— Nos dejamos llevar por el momento y no medimos las consecuencias.
—Te juro que me sorprendiste mucho con la forma en que me besaste y lo que hiciste.
—Pues somos dos, no tengo la menor idea de por qué lo hice. Me nació hacerlo.
—¡Pero lo hiciste! Y te confieso que me encantó que lo hicieras mi amor, por fin te dejaste llevar y no caíste en evasivas por culpa de tus nervios.
—¡Pero no fue el mejor momento para eso!
—¿Me vas a decir que estás arrepentido de lo que hicimos? —Sandy cambiaba sus facciones ante sus palabras, sintiendo que Maximiliano le daba a entender que habían hecho algo malo.
—Si no es por tu hermana, —éste la tomaba de las manos y la miraba con deseo directo a los ojos— no estaríamos tomados de las manos ahora.
—¡Ay Max, las cosas que dices! —Sandy se ponía nerviosa, esbozando una coqueta sonrisa y sintiéndose deseada por cómo su amado la miraba, le soltaba las manos y lo abrazaba, dejando apenas un espacio entre sus labios— Entonces terminemos lo que empezamos mi amor.
—¿Segura que quieres terminar después de lo que pasó?
—¿Acaso tú no? —Sensualmente Sandy respondía su pregunta con otra— Porque lo que estoy sintiendo ahí abajo me dice que sí quiere acabar.
El sonido del teléfono de la casa le advertía a Sandy que aunque ambos lo quisieran, inevitablemente tendrían que postergar lo que deseaban, y de alguna manera apagar por el momento la llama que sentían arder en su interior. Sandy se apresuraba en contestar la llamada, mintiendo al decir que justamente estaba saliendo cuando sintió sonar el teléfono. Tras colgar la llamada, ésta tomaba su bolso y extraía de su interior un perfume, rociando un poco de éste en su cuerpo y ropas.
—¿Y tan perfumada que sales a trabajar?
—Mejor vamos Max, mi papá sonaba un poco enojado y sería bueno que fueses al baño a mojarte un poco, —le decía ésta— por si acaso.
—No te entiendo.
—¿Acaso no recuerdas lo que preguntó hace un rato Clarita? ¿Qué olor crees que sintió?
—¡Ah, ya entiendo! Eso sería un problema.
—Bueno, tómate tu tiempo, y si quieres de paso te tomas el café que no pudiste, —Sandy se acercaba y le daba un beso, para luego caminar hacia la puerta— pero no demores mucho que aún tenemos algo que hablar.
—¿Hablar de qué?
—De lo que me ibas a decir antes de que pasara lo que pasó.
—¡Pero si no pasó nada! —Sonreía éste al decirlo— Fue apenas un “postre”, como dijiste.
—¡Ay Max, tan chistosito que eres mi amor! —Risueña se acercaba a él, rozándole los labios con su lengua y apretándole a la vez la entrepierna— ¡Ni te imaginas lo que te pasará cuando me coma ese postre mi amor!
Rápidamente Sandy abandonaba el lugar, dejándolo sorprendido y nervioso. Del tiempo que llevaban de relación, jamás habían logrado llegar tan lejos con su intimidad, y aquel arrebato sexual entre ambos se había dado de manera natural, pese a la inexperiencia de ambos y del lugar menos indicado para que se gestara. Lo que alimentaba no solo esa atracción sexual que poco a poco se manifestaba entre ellos, sino también esa convicción de sentir que eran el uno para el otro.
—Y yo que pensaba pedirte matrimonio, —murmuraba para sí mismo mientras ponía a hervir agua y poder tomarse ese café que se vio obligado a derramar— y sin darnos cuenta tomamos otro camino. Por suerte Clarita no nos sorprendió en el acto.
Mientras esperaba a que el agua hirviera, se dirigió al baño para mojarse la cara, y de paso revisar “su asunto”, solo para cerciorarse de que todo estaba en orden. Tomó del tocador un perfume que pertenecía a don Eusebio, aplicando un poco de éste sobre su pantalón, queriendo con ello disimular el evidente olor que había comenzado a percibir. Se tomaría todo el tiempo del mundo en vaciar aquella taza de café, pues sentía nervios de tan solo pensar en lo que le diría don Eusebio al verlo ingresar. Su mente comenzaba a jugarle en contra y le mostraba una infinidad de posibles escenarios, además de un extenso cuestionario de preguntas que seguramente le harían.
Pero inevitablemente tendría que pararse frente a él, no se lo podía pasar toda la tarde oculto en la casa, además, estaba decidido a pedirle a Sandy que fuese su esposa, y si no lo hacía ese día, estaba seguro que pasaría mucho tiempo para que reuniera el valor de hacerlo. Lo mejor que podía hacer era esperar a que la jornada laboral del servicentro finalizara, y aunque los nervios se lo estaban comiendo vivo de solo pensarlo, resolvía que lo mejor era reunirlos a todos para pedirle a Sandy que fuese su esposa.
Hay un dicho que dicta que el ser humano dice una cosa, piensa otra y hace todo lo contrario, y en este caso eso estaba a punto de suceder al pie de la letra, o por lo menos muy cercano a ello. En un arrebato de nervios, y sin siquiera pensarlo, Maximiliano se escabulló del servicentro evitando ser sorprendido por alguien, y se dirigió a uno de los locales cercanos. Necesitaba ir de compras para darles tanto a Sandy, como a sus padres y hermana, una pequeña sorpresa, la que sería la antesala a su propuesta de matrimonio.
Volvía de las compras cuando se topaba en su camino a don Eusebio, quien había tenido que salir para resolver un pequeño problema en uno de los surtidores de combustible. Sentía como si le dieran una estocada certera, un frío le recorría el cuerpo de pies a cabeza y bajando la mirada caminaba raudo hacia la casa con las bolsas en sus manos. Pero don Eugenio se apuraba en cortarle el paso, lo que lo ponía más nervioso aún.
—¿De dónde vienes muchacho, —sin perder tiempo lo interrogaba, clavando su mirada en las bolsas que llevaba— creí que irías a almorzar? Tu suegra ya anda preguntando si te pasó algo.
—¡Ah, este, nooo, no se preocupe, —reaccionaba nervioso éste— dígale que en unos minutos voy a comer!
—¿Y de dónde vienes muchacho?
—¡Ah, es que salí primero a comprar unas cosas para darles una sorpresa!
—¿Y de qué se trata?
—¡Don Eugenio, —exclamaba éste, esbozando una leve sonrisa de alivio— si se lo digo!
—¡Pero qué idiota, dejaría de ser sorpresa!
—Usted lo ha dicho.
—Bueno, pero no demores mucho muchacho.
—No se preocupe, solo hágame un favor, evite que alguien vayan a la casa. ¡Ah, eso lo incluye!
—¿Qué te traes entre manos Max?
Don Eugenio comenzaba a sospechar por el raro comportamiento de su yerno, en especial al pedirle que no se acercara a la casa. Sabía que el trabajo se lo impediría tanto a él como al resto, pero por sobre todo, aparentemente hasta ese momento, entre él y Maximiliano no había secretos, eran un libro abierto el uno con el otro.
—¡Descuide suegrito, no es nada malo, no se preocupe por eso!
—Tengo mis sospechas, no creas que soy tonto, creo que sé para dónde va todo esto.
—Pues si está pensando lo que creo que está pensando, solo le pido que no me arruine la sorpresa, mire que ni yo sé cómo va a terminar esto.
—¡Tranquilo muchacho, —don Eugenio le palmoteaba el hombro en señal de aprobación— todo saldrá bien, ya verás!
—Eso espero. Con su permiso pero debo hacer varias cosas. En unos minutos voy por ese plato de comida.
—Adelante muchacho, te estará esperando.
Esos minutos pasarían a convertirse en poco más de dos horas. Hasta que por fin Maximiliano aparecía en el comedor del servicentro con su mente formada un revoltijo e imaginando el interrogatorio que se le vendría encima. Lo que para su fortuna no ocurría. Ya la clientela había disminuido considerablemente a esa hora, por lo que se apresuraba a sentarse en una mesa cercana a la barra y esperar a que Clarita o Sandy llegaran con su plato de comida. De lejos observaba a don Eugenio, quien al verlo sonreía mientras le apuntaba con el dedo, dándole a entender que ya sabía lo que ocurriría.
Minutos más tarde, Clarita aparecía junto a él, llevándole en una bandeja el plato de comida que se serviría. Sorprendido éste miraba el abundante plato, además de la pieza de pan y la botella de bebida junto con un vaso.
—¿Y esto?
—Su comida, ¿qué otra cosa? —Refunfuñaba ésta.
—¿Pero si todavía no he visto el menú para pedir?
—¡Ah no sé yo, —Clarita lo observaba un tanto irritada mientras acomodaba bajo el brazo la bandeja— eso le mandó mi mamá, así que si no le gusta vaya y le reclama a ella!
—¡No gracias, —esbozaba sonriente, tomando la pieza de pan y partiéndola— y dile que muchas gracias! ¿Será que algún día me tratarás de tú a tú?
—Estoy trabajando todavía, permiso.
Clarita daba media vuelta y continuaba con sus labores, dejándolo perplejo. ¿Será que había visto algo de lo ocurrido en la cocina con Sandy? Esa interrogante lo ponía nervioso luego de su comportamiento anormal hacia él. Sentía que todas las miradas apuntaban hacia la mesa donde se encontraba almorzando, como si el tiempo corriera a paso lento y a propósito lo señalara como un blanco obligado.
No tuvo el valor de levantar la mirada mientras almorzaba, los nervios y la vergüenza lo hacían su prisionero, pidiendo a gritos que el tiempo cooperara con él y comenzara a correr lo más rápido posible, que la noche se dejara caer de una vez y sobre todo, que el valor que aún lo invadía no lo abandonara a la hora de la verdad.
¿Y si sus planes los arruinaba Clarita al decir algo indebido? ¿Indebido? ¡Más indebido que lo que ocurrió no podía ser! Y si Clarita no los hubiera interrumpido tan abruptamente, quizás las cosas hubieran llegado más allá, consumando ese amor que sentían el uno por el otro, y ese deseo carnal que se había desatado de forma descontrolada en sus cuerpos.
Al terminar de comer se levantó de su asiento y se dirigió hasta donde se encontraba don Eugenio, acusando que se sentía un poco cansado y con dolor de cabeza, le pedía permiso para ir a la casa a estirarse un rato sobre el sillón. Necesitaba arrancar de ahí lo antes posible antes que sus traicioneros nervios le jugaran una mala pasada. Éste accedió sin protesta alguna al verlo tan nervioso, sin imaginar el real motivo de su pequeña mentira.
Aquel viernes por la noche y luego de cerrar el servicentro una hora antes de lo habitual, la familia se dirigía en conjunto a la casa, como siempre lo hacían. La ausencia de Maximiliano durante la tarde les había llamado la atención, pese a que don Eugenio ya les había explicado los motivos. Al acercarse a la casa notaban que las luces se encontraban apagadas, y pensaban que Maximiliano se encontraba dormido aún y no se había dado cuenta de lo tarde que era ya.
Al encender la luz, globos de diferentes colores se encontraban desparramados por el suelo, y otros tantos en forma de corazón colgando en diferentes puntos del cielo. La mesa de centro del living estaba cubierta con un mantel blanco decorado con pétalos de rosa, unas cuantas botellas de espumante y de bebida al centro de ésta, y alrededor de las botellas cinco copas. Misma decoración tenía la mesa del comedor, con la diferencia que sobre ésta había varias bandejas con aperitivos.
—¿Pero qué pasó aquí? —Sandy era la primera en preguntar, mientras caminaba y pateaba los globos en el suelo.
—Que yo sepa, nadie está de cumpleaños hoy. —Acotaba una sorprendida Clarita.
Don Eugenio y doña Lidia se tomaban de la mano, pues ya sabían de sobra de qué se trataba todo, no había que ser adivino para notarlo.
—¿Y dónde está Max?
En ese momento, al escuchar la pregunta de Sandy, aparecía Maximiliano desde el pasillo que daba a las habitaciones, caminando a paso lento y con las manos en los bolsillos, acercándose a ella.
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