Un corazón despierta.
La lluvia y el frío aquella mañana de invierno te hacían perder la sensibilidad en el cuerpo, y ese día en particular, era uno de los más gélidos en los últimos años. Jamás imaginó encontrar el amor en aquel lugar, y mucho menos que esa mujer que encendería la llama en su corazón, era de quien tantas veces había escuchado hablar precisamente por la mesera que solía atenderlo, una joven de nombre Clarita. Dado sus estilos de vida, contaban con una madurez que pocas veces encajaba en sus edades. La juventud por aquellos tiempos tendía a madurar antes de su tiempo natural, empujados por la época difícil que atravesaba la ciudad.
Los pequeños grupos criminales habían manifestado un crecimiento abrupto, convirtiéndose en verdaderas bandas de crimen organizado, llevándolas a apoderarse de muchas ciudades y haciéndolas caer en la oscuridad absoluta, sembrando con su poder aquella semilla de maldad en todos los estatus sociales, y aplastando la juventud de quienes tenían la mala fortuna de vivir en el lugar. Producto de la desesperación y los deseos de sobrevivir, muchos jóvenes eran empujados a saltarse etapas naturales en sus vidas, encontrando en esto la única forma de subsistir y encajar en un mundo para el cual no estaban preparados.
Una de estas formas era ser parte de las bandas criminales, así se aseguraban de tener una extensión en sus vidas, siempre y cuando no murieran ejecutando las órdenes de sus superiores, y de paso tener cierto grado de protección para sus familias. A pesar de llevar tiempo concurriendo al lugar, Maximiliano no había tenido la dicha de conocerla hasta aquella mañana en que por fortuna pasó a desayunar. Junto a su hermana atendían a los viajeros que circulaban por la Ruta 77, muy cerca de la ciudad de Melaza, quienes no solo cargaban combustible a sus vehículos, también aprovechaban de degustar la rica comida que servían. Doña Lidia, madre de las jóvenes, era la encargada de cocina, y en compañía de la servidumbre contratada por ella, se preocupaban de cada detalle en las comidas.
Dentro de la Ruta 77 eran varios los servicentros que servían comida a los viajeros, pero platillos como los que se encuentran en éste lugar, muy difícil de igualar. Sus visitas al establecimiento en principio eran por la comida y la atención, además, le favorecía en cierto punto la proximidad con la ciudad de Melaza. Con el tiempo te acostumbras al trato acogedor, y sin pensarlo dos veces vuelves al mismo lugar. Después de conocerla, su interés era más que solo la costumbre, la amistad o la comida. Aquello fue amor a primera vista, por lo que cada vez que la oportunidad se daba, Maximiliano concurría al servicentro con la esperanza de que con el tiempo, sus caminos separados se volvieran uno solo. Por desgracia para él, su personalidad retraída era una montaña un tanto difícil de escalar.
—Buenos días don Eugenio, ¿qué tal le va? —Maximiliano saludaba cordialmente a don Eugenio luego de ingresar al establecimiento.
—Muy bien Maximiliano, —respondía éste al verlo, pues llevaba tiempo sin aparecer por el servicentro— ¿estás en ruta otra vez?
—Así es, debo entregar un cargamento en la sucursal de Conchetumorrow, —decía éste, sentándose en un taburete junto a la barra y apoyándose en ésta— así que aproveché de pasar a tomar un buen desayuno.
—Pues te queda mucho camino por recorrer, Conchetumorrow está lejos, con razón estás tan temprano por aquí. —Acotaba don Eugenio, al tiempo que tomaba una bandeja llena de servilleteros para acomodarlos en las mesas.
—Así es, pero es lo bonito de este trabajo, que uno conoce muchos lugares, algunos de ellos perdidos en el mapa y en el tiempo.
—¡Hola don Max, qué tal le va, —exclamaba Clarita, quien en ese momento aparecía por la puerta vaivén que daba a la cocina— tanto tiempo sin verle!
—Hola Clarita, buen día. —Le respondía éste de forma amena.
—Ya se nos hacía raro que no apareciera por aquí, ¿tuvo algún problema? —Preguntaba Clarita, mientras dejaba una bandeja con loza sobre la barra.
—Un desperfecto en el camión me tuvo en el taller varios días, es una máquina vieja y como llevo poco tiempo a cargo de un camión, no me pasarán otro, así que hay que llevarlo cada cierto tiempo al taller para que le hagan reparaciones, pero ahora el problema tardó un poco más de lo habitual en arreglarse.
Maximiliano, al igual que muchos jóvenes que tomaban el camino correcto en la vida, trabajaba en una empresa de transportes, y tras estar un tiempo como peoneta, (acompañante de chofer) sus jefes le habían dado la oportunidad de conducir un camión. Pese a su juventud, las capacidades demostradas por él, le habían dado el beneficio de llegar a ese cargo dentro de la empresa, heredando precisamente de quien le enseñó el oficio, el camión que conducía. A pesar ser su primer camión y su primera aventura tras un volante, Maximiliano trataba de cuidarlo lo más que podía, no obstante, la máquina era vieja, por lo que siempre le daba problemas.
—¿Nuevo? —Preguntaba sorprendida ésta, levantando una ceja— Pero si tengo entendido que lleva como cuatro años.
—Así es, —aseguraba Maximiliano— pero conduciendo apenas cumpliré uno, además soy joven, recuerda que sólo tengo 19 años.
—¿Y cómo yo? —Reaccionaba ésta, mientras ordenaba en la barra la loza que llevaba en la bandeja— Tengo 15 y estoy aquí trabajando.
—Por lo menos estás aquí junto a los tuyos, aunque a la famosa hermana de la que tanto me has hablado, todavía no la conozco.
—Pues no pasará mucho para que la conozca. —Le aseguraba Clarita con voz un tanto picarona— ¿Y usted con 19 años anda manejando un camión?
—Así es, tengo suerte en ese sentido, hay otros de mi edad que aún son acompañantes de viaje, yo estoy en esta posición porque me he ganado la confianza de mis jefes. Así y todo, el camión que manejo es pequeño, al igual que las entregas que hago. Pero aquello no me quita el sueño, uno en la vida debe escalar peldaño por peldaño, para no marearse al llegar arriba y caer de golpe al suelo.
—¿Y qué edad tenía cuando condujo su primer camión?
—De hecho tenía tu edad, —aseguraba éste— pero en aquel entonces sólo era acompañante. El hombre con el cual trabajaba, de vez en cuando me dejaba manejarlo, pero por tramos cortos. Fue mi mentor en esto de los camiones. De hecho es el camión que conduzco ahora, un Kia Frontier, los conocidos como ¾. Pero es una máquina vieja ya.
—Pues tuvo suerte en ese sentido, —aseguraba Clarita, quien ya estaba limpiando con un paño la barra— no cualquiera hace algo así. Aunque por otro lado…
Al decir esto, Clarita daba una mirada un tanto pícara a Maximiliano, y éste entendía de inmediato hacia dónde iba la conversación.
—¿Por otro lado, qué? —Preguntaba Maximiliano, levantando una ceja.
—Los camioneros tienen mala fama, —aseguraba ésta, poniendo cara de pocas amistades, al tiempo que se apoyaba en la barra y lo miraba fijamente— sobre todo si se trata de mujeres.
—Pues yo no estoy en ese grupo de mala fama, —le respondía escueto ante la acusación, mirándola fijamente también— el día que me enamore de una mujer, lo será todo para mí. Mientras eso no suceda, así como estoy, estoy bien.
—¿Siendo un mujeriego, o un hombre bien portado?
—¡Pero hija, qué cosas le dices a nuestro amigo! —Exclamaba por su parte don Eugenio, pues consideraba que Clarita se había excedido con aquella pregunta.
—Descuide don Eugenio, —intercedía Maximiliano, para suavizar el incómodo momento— tiene mi confianza para hacer esa pregunta. Y respondiendo tu interrogante, bien portado Clarita. Tengo valores y principios. Además, por lo general cuando tengo un tiempo libre en mi agenda, estoy comiendo aquí, y de paso visitando a la gente que aprecio.
—Pues eso habla bien de usted, —le aseguraba Clarita, cambiando aquel tono un tanto pesado en su voz— me gusta escucharlo.
—Lo que más me gustaría es que dejes de tratarme de usted. —Arremetía por su parte Maximiliano, en tono un tanto serio, pero aguantando la risa, aunque su rostro lo ponía en evidencia— Ya nos conocemos hace tiempo, además me haces sentir viejo.
—Perdón, es la costumbre, a todas las personas las trato de usted. Pero a pesar de su juventud, tiene usted una forma muy madura de ser.
—Tomaré eso como un cumplido.
—Pero si es verdad, —expresaba ésta para aclarar que no estaba bromeando— yo no lo considero inmaduro, muchos a su edad andan haciendo tonterías en las calles, o solo están de vagos. Solo unos pocos son como usted, trabajadores y bien portados.
—Muchas ciudades han cambiado por culpa de ese sujeto del que todos hablan. La juventud se está perdiendo por su culpa. —Afirmaba Maximiliano, haciendo referencia a un sujeto en particular— Son muchos quienes lideran diferentes bandas, pero hay unos cuantos que son, en cierto punto, los más malévolos.
—Mejor no invocar al diablo. —Clarita se persignaba tras decir eso, y daba tres golpes sobre la barra— Mejor hablar de otra cosa ¿no le parece? Este es uno de los pocos locales que no ha sido atacado ni por su banda, ni por ninguna otra.
Dicha banda a la que se referían, no era otra que aquella liderada por aquel que se hacía llamar simio. Por lo cual evitaban mencionar su nombre en voz alta, ya que entre tanto viajero desconocido, podía estar alguien ligado a esa banda. Lo cual no era bueno.
—Tienes razón, quizás sea por la rica comida que sirven aquí, o porque tú eres muy bonita y simpática. —Le decía Maximiliano, haciéndola sonrojar con aquellas palabras— Pero cambiando el tema, ¿Y el tacaño de tu padre aún te tiene trabajando sola?
—¡Acabo de escucharte Max! —Gritaba por su parte don Eugenio, acercándose a la barra a espaldas de éste— descuida que Clarita ya no está sola.
—¡Solo fue una broma! —Exclamaba entre risas Maximiliano— Hace tiempo que la última niña que trabajaba con Clarita se fue.
—Bueno, voy a buscar un pedido y vuelvo enseguida, —decía Clarita, pues ya comenzaba a llegar clientela al lugar— permiso.
—Estela, —recordaba don Eugenio, prosiguiendo con Maximiliano la plática— esa muchacha sacrificó sus vacaciones para juntar dinero e irse lejos junto a su familia.
—Ya me imagino por culpa de quién. —Expresaba Maximiliano, cruzándose de brazos.
—Pues imaginas bien, por culpa de esa banda de asesinos se quedó sin padre, era ella y tres hermanos menores.
—Era simpática. —Argumentaba Maximiliano— Es una lástima que la gente que más necesita ayuda termine huyendo esperándola, o perdiendo la vida. Imagínese, teniendo toda una vida aquí tiene que dejarlo todo con tal de no correr la suerte de su padre, con la esperanza de que en otro lugar la historia no se repita.
—Yo me siento agradecido aquí, en los años que llevo jamás me ha pasado nada. Aunque siempre he escuchado un rumor del por qué.
—¿Del por qué? —Preguntaba Maximiliano— No entiendo.
—Dicen que muchos de los que están en esas bandas frecuentan este lugar. —Le aseguraba éste mientras acomodaba unas cosas— Por desgracia no te lo puedo asegurar. Los viajeros que aquí llegan los conozco prácticamente desde el primer día, no sabría decirte quienes son buenos o malos. Aquí jamás han causado alboroto alguno, solo llegan, comen, pagan y se van, nada más.
—Eso es bueno para usted, para su familia y para quienes trabajan aquí.
—Hay que ver el lado positivo.
—¿Y su señora volvió de su viaje? —Interrogaba Maximiliano, para cambiar un poco el tema de conversación, pues no era bueno entablar ese tipo de plática, y mucho menos si se trataba de alguna de las bandas de criminales que eran prácticamente dueñas de la ciudad.
—Así es, llegó hace unos días, de hecho por ese viaje es que Clarita ya no estará sola.
—¿A no? —Preguntaba intrigado por las palabras de don Eugenio.
En ese preciso momento Clarita salía de la cocina con un pedido, y escuchando a Maximiliano no tardó en responder con entusiasmo a su pregunta.
—¡Claro que no don Max, mi hermana mayor llegó hace unos días, se encontraba viviendo muy lejos de aquí con unos tíos!
—¡Vaya, y es tan bonita como mi consentida Clarita!
—Para nada don Max, es más bonita que yo. —Aseguraba ésta, alejándose en el momento para llevar el pedido de los clientes que se encontraba atendiendo.
—¡Pues eso tendría que verlo! —Exclamaba por su parte éste, mientras Clarita se alejaba.
—Pues no tardarás en verlo, —le decía don Eugenio— será ella quien te sirva tu desayuno el día de hoy. Ojalá eso no te incomode, digo, como estás acostumbrado a que te atienda Clarita.
—Para nada don Eugenio, mientras Clarita no me haga una escena de celos. —Respondía entre risas éste.
Fue en ese momento cuando ella apareció, quedando impactado con su belleza. Fue amor a primera vista de parte de Maximiliano. Alta, de complexión delgada, una cabellera larga y rubia, dueña de un par de ojos claros que iluminaban el lugar. Incluso su aroma le quitaba el aire, quedando atónito ante su belleza, su modo de caminar y su mirada penetrante pero dulce a la vez. Hace escasos días había cumplido los 18 años. Aún no volvía en sí, cuando Sandy se acercó a la barra con una bandeja entre sus delicadas manos.
—Buenos días señor, —le decía cordialmente Sandy, acercándose a su costado y dejando la bandeja frente a él, pasando a rozar su brazo con su movimiento— aquí tiene su desayuno, tal y como Clarita me dijo que le gustaba. Café con tres de azúcar, pan amasado caliente y tres huevos y un poco de sal. Espero sea de su agrado, cualquier cosa que necesite me avisa.
—¿Eh, eh? Mu, muchas gra, gracias señorita. —Tartamudeaba éste, quien aún se encontraba atónito ante la presencia de Sandy.
—Disculpe señor, ¿es usted tartamudo acaso? —Preguntaba Sandy, posando una de sus manos sobre el hombro de Maximiliano, y mirándolo con ternura— Eso Clarita no me lo dijo.
—¿Eh, eh? No, para nada. —Respondía de inmediato, intentando reaccionar ante la situación un tanto bochornosa para él.
—Parece que nuestro amigo se puso un tanto nervioso. —Aseguraba don Eugenio, quien se encontraba del otro lado de la barra, observándolos con detención, en especial a Maximiliano.
—Sandy, que bonito nombre, —reaccionaba un tanto ido aún éste— Sandy.
—Muchas gracias por el cumplido señor.
—Maximiliano, —le respondía sin perder tiempo— o si lo prefieres solo dime Max.
—De acuerdo Max, un placer conocerte. —Le aseguraba Sandy, sin retirarle ni la mirada ni la mano de su hombro.
—De ninguna manera, ha sido todo mío el placer, y no voy a compartirlo con nadie, —decía un tanto nervioso, sin embargo, aprovechando el momento llevó su mano izquierda hacia su hombro, depositándola justo sobre la de Sandy— espero verte más seguido, digo, vernos más seguido.
—Esto me huele a romance. —Lanzaba Clarita al aire, quien pasaba en dirección a la cocina.
—¡Clarita, no lo molestes, no ves que lo pones más nervioso de lo que está! —Exclamaba por su parte don Eugenio, quien en ese momento se percataba del ingreso de nuevos clientes— Sandy, acaba de entrar gente, ve a tomarles el pedido por favor.
—Claro papá, vuelvo en un rato Max. —Le decía a éste, apretándole un poco el hombro con su mano, en señal de que debía retirarse.
Sandy caminó hacia la mesa para atender a los recién llegados. A lo lejos Maximiliano observó que ya los había visto en ocasiones anteriores, pero aquello lo tenía sin cuidado, sus ojos estaban centrados en mirar a Sandy, en la forma que su cabello se deslizaba por sus hombros, en su modo de mirar a la gente, su tono de voz, dulce, pero con energía, su manera de caminar. La forma en que tomaba el bolígrafo para anotar lo que uno de los sujetos pedía para desayunar. A ojos de quienes lo miraban, era muy evidente que no perdía detalle alguno, el mundo se había detenido para él, y sus ojos no sabían hacer otra cosa que encontrarse perdidos en aquella hermosa mujer.
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