Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Reunión de amigos.

En el camino de vuelta notó que la ruta ya estaba despejada. Los camiones y vehículos protagonistas del choque múltiple yacían al costado de la carretera. Solo en ese momento se percató que uno de los camiones portaba el logo de la empresa donde trabajaba. Al llegar a las instalaciones, se dirigió a la oficina de Rafaela, quien era la encargada de una de las áreas de transporte y su jefa directa, con quien mantenía una muy buena relación.

—Hola Rafaela, ¿Cómo estás?

—Hola Max, bienvenido, toma asiento. ¿Cómo estuvieron esos días de descanso?

—Se hizo lo que se pudo, —respondía éste mientras se sentaba— por lo menos fueron bien aprovechados. Y cuéntame, ¿qué pasó que me llamaron de manera urgente?

—Necesitamos un chofer para realizar el rescate de un cargamento. Como sabrás la empresa está contratando gente nueva, pero llegan la próxima semana.

—Imagino que ese "rescate" —Maximiliano hacía la seña de comillas con sus manos al decir eso— tiene que ver con el accidente que hubo por la mañana en la carretera.

—Así es, —aseguraba ésta, terminando de poner dentro de una carpeta los documentos que ordenaba, y entregándosela— Uno de nuestros camiones de la sucursal de Ciudad Dramática llegó anoche con una carga de repuestos para abastecer el taller que tenemos acá, y a su vez, llevaría de vuelta otros repuestos que llegaron por error. Ahí está la copia de la guía con las refacciones y la copia del permiso para hacer el retiro de éstos. Por desgracia el camión se vio involucrado en el accidente.

—Y necesitan que alguien se haga cargo del cargamento. —Expresaba Maximiliano, al tiempo que observaba los documentos.

—Así es. Hay que traer de vuelta la carga y no tenemos chofer disponible. Además, la policía mantiene en custodia el camión siniestrado para realizar la investigación correspondiente al motivo del choque. Solo logramos conseguir que nos liberaran el cargamento. En el casino hay tres muchachos que te ayudarán a trasladar la carga de un camión a otro.

—Pero el camión que vi era de los grandes, y yo conduzco uno de ¾. ¿Y qué pasó con el chofer que conducía?

—Por desgracia falleció camino al hospital.

—Lamento escuchar eso.

—Bueno, vamos, por motivos de fuerza mayor tendré que arruinar la sorpresa.

—¿Sorpresa?

—Así es, acompáñame.

Rafaela tomó de su escritorio un juego de llaves y ambos se dirigieron al aparcadero donde se encontraban los camiones recién llegados. Al llegar al lugar, Maximiliano notó la presencia de cuatro camiones nuevos. Dos de ellos eran de marca Kia Frontier, diseñado para transportar 1.800kgs de peso, como el que conducía él, pero de años diferentes, puesto que el suyo era un modelo bastante viejo. Los otros dos eran Ford Cargo, con capacidad para transportar 5.000kgs de peso.

—Parece que las cosas en la empresa están mejorando, —decía éste al mirar los vehículos estacionados— por algo trajeron camiones nuevos.

—Para nada, —corregía por su parte Rafaela— pero era una inversión que se vieron obligados a hacer. Tu camión no era el único de la lista que sería dado de baja.

—Ahora la pregunta del millón, ¿Cuál de los Kia será el mío? —Éste no despegaba los ojos de los camiones, en especial de los Ford Cargo— Imagino que me darán la opción de elegir aunque sea el color.

—En eso tienes razón, tienes la opción de elegir, pero en algo estás equivocado, —le aseguraba ésta— ningún Kia es para ti. Esa era la sorpresa.

—¿Supongo que es una broma? —Maximiliano la miraba incrédulo.

—Para nada. Como sabes, cada cierto tiempo hay ascensos en la empresa, y eso depende de los empleados que se jubilan. Y este año se presentaron dos vacantes, y una de ellas es tuya.

—¡Vaya, eso no me lo esperaba! —Exclamaba sorprendido éste— ¿Y la otra vacante?

—Será un traslado de otra sucursal por ahora. Ah, solo hay un pequeño problema.

—¿Cuál sería?

—Que de los muchachos que te esperan deberás escoger a dos para que sean tus acompañantes, por tiempo indefinido.

—Y bueno, eso no es problema para mí. Y me quedo con el azul.

—De acuerdo. Ya tienes los papeles que necesitas. Te enviaré a los muchachos, —Rafaela alzaba su mano derecha, en la cual llevaba las llaves de dicho camión— las llaves de tu camión, y felicitaciones.

—¿Cómo, —sin terminar de formular la pregunta, le arrebataba de las manos las llaves, en un evidente estado de emoción— así nada más?

—Mañana hacemos ese papeleo, ahora lo urgente es el cargamento, ya que nos dieron el tiempo medido para retirarlo. Debe volver para ser inspeccionado, que verifiquen el estado en el que se encuentra, y ser reenviado.

—Ya veo, creo que será una tarde larga para mí y los muchachos.

—Y muy larga, —le aseguraba Rafaela, palmoteándole la espalda— cuando lleguen acá tendrán que dejar la carga en la bodega de recepción, el grupo de turno te ayudará con eso, ya que hay cajas muy grandes. Una máquina se encargará de sacar lo de mayor tamaño.

—¿Y allá cómo lo haremos con las más grandes? —Le preguntaba Maximiliano, mientras observaba el que sería su camión.

—Un cargador los aguardará allá, ya lo enviamos en un camión. Ustedes solo limítense a traer de vuelta el cargamento. Si no me equivoco es don Ramiro quien te espera.

—Don Ramiro, es buena persona ese caballero.

—Bueno, te dejo, enseguida te mando a los muchachos. Buen viaje.

—Gracias Rafaela.

Mientras aguardaba la llegada de sus ayudantes, Maximiliano se subía a su nuevo camión, revisaba que los papeles del vehículo se encontraran en la guantera, y veía el nivel del estanque de petróleo. Una vez que constataba que todo se encontraba en regla, metió la llave en la chapa y le dio arranque al motor, disfrutando en ese momento el sonido de aquella maquinaria nueva, y aguardó la llegada de los muchachos.

Eran hombres mayores que él, pero que no habían tenido el hambre de escalar dentro de la empresa, por lo que no pasaron de ser peonetas, ayudantes del chofer a cargo, y al verlos llegar fue grata su sorpresa. Tomás era uno de ellos, de 28 años, el más joven, los otros eran Santiago y Abdón, ambos de 35 años. Se llevaba bastante bien y se sentía cómodo trabajando con ellos, al punto de dejar de lado el modo que tenía de tratar a personas mayores, formando un vínculo más de confianza. Por lo que tenía el primer problema ante ello, ya que debía escoger solo a dos para que fuesen sus acompañantes. Algo ilógico, pensaba, dado que en comparación a ellos, él era un simple joven de escasos 19 años.

—¡Dichosos los ojos que los ven amigos míos! —Exclamaba Maximiliano, descendiendo del vehículo.

—¡Hola Max, que te habías hecho! —Abdón era el primero en darle un fuerte abrazo.

—¡Como si no lo supieras, aquí tú lo sabes todo!

—¡Es mi don, es mi don! —Le aseguraba éste, tocándose el pecho mientras sonreía.

—¡Ese no es un don, si eres un metiche que le gusta saberlo todo! ¡Amigo mío, un gusto saludarte! —Exclamaba por su parte Santiago, dándole un fuerte abrazo a Maximiliano.

—Así que nuestro amigo ahora está comprometido, —decía por su parte Tomás, quien también lo saludaba de manera fraternal— o por lo menos ese rumor llegó aquí. ¿Cómo estás mi amigo, tanto tiempo?

—Por lo visto las noticias corren rápido por aquí. —Argumentaba Maximiliano.

—¿Se dan cuenta lo increíble? —Les preguntaba un emocionado Abdón— Todos trabajamos aquí, pero es raro que nos podamos ver. A ti Max te vi el primer día que llegaste aquí, pequeño, bien sumiso, no quebrabas ni un huevo.

—Y aprendí mucho de ti mi amigo, y te lo agradezco. Lo que todavía me molesta es que sigas de peoneta, tienes condiciones de sobra para estar al volante. —Le recriminaba Maximiliano, tomándolo del hombro— Imagínate, si uno de estos camiones recién llegados fuese para ti.

—¡No, para nada! —Exclamaba éste, alejándose en son de broma— Estar de chofer es una responsabilidad muy grande para mí, así que déjame jodiendo de copiloto nada más.

—Bueno, mejor nos ponemos en marcha, —les decía Maximiliano— en el camino seguiremos hablando. Mientras más tiempo perdamos, más demoraremos en llegar a casa.

—Eso es verdad. Y yo no puedo llegar tan tarde hoy. —Acotaba Santiago, disponiéndose a subir al camión.

—¿Ya te portaste mal que te tienen las riendas cortas? —Le preguntaba en tono burlesco Maximiliano, viendo como éste se disponía a subir al camión.

—¡Para nada mi amigo! —Le gritaba éste, quien ya se encontraba rodeando la cabina del camión— Mañana comienzo mi periodo de vacaciones, y con mi familia viajaremos a primera hora a Ciudad Zeta. Mi suegrita estará de cumpleaños en un par de días, y ha estado muy delicada de salud.

—Yo tampoco puedo pasar despierto toda la noche. —Decía por su parte Tomás, quien también subía al camión. ¡Mañana rindo examen! Si salgo bien, uno de esos Kia será mío.

—¡En hora buena, —exclamaba Maximiliano, quien también subía al camión— muy buena noticia la que estás dando!

—¡Y qué calladito te lo tenías bribón! —Le gritaba Santiago, dándole un golpe en la cabeza.

—Bien mis amigos, —decía Maximiliano, posando sus manos sobre el volante, quien se mostraba feliz no solo por el nuevo camión, sino también por la compañía— andando.

La noticia de Tomás en cierto modo lo tranquilizaba, pero no contaba con que Santiago comenzaría sus vacaciones. Dada la petición que le habían hecho, se vería forzado a esperar los resultados de los exámenes que rendiría Tomás para tomar una decisión, eso si es que no lo forzaban a tomarla antes, por lo que pensó en hablar con Rafaela al día siguiente. Durante el trayecto se dedicaron a conversar de cómo les estaba yendo a cada cual, por lo que el viaje lo sintieron corto, a pesar de que el lugar del accidente estaba muy cercano a la ciudad de Melaza.

Al llegar al sitio del accidente notaron que una patrulla policial se encontraba resguardando el lugar. En otro sector cercano se encontraba estacionado el camión que transportaba la máquina que les ayudaría a sacar las cajas de mayor tamaño del camión malogrado. Maximiliano estacionó delante del camión que los esperaba y se dispuso a dialogar con el policía a cargo para realizar el retiro del cargamento. Ya realizados los trámites de rigor, se dirigió donde se encontraban sus compañeros a la espera de comenzar los trabajos. Don Ramiro, quien era el encargado de la máquina, ya se encontraba reunido con el resto de los hombres.

—Don Ramiro, buenas noches, ¿Cómo le va?

—Hola mi amigo, aquí esperándote. Siento mucho lo de tu camión, —le decía éste, dándole una especie de pésame por el vehículo— sé cuánto aprecio le tenías a esa máquina.

—Y bueno, duró lo que tenía que durar. —Le aseguraba éste, dándole una mirada al camión siniestrado— Ya hablé con el policía encargado, así que podemos comenzar a traspasar el cargamento.

—Lo bueno es que aún nos acompaña la luz del día muchachos. —Expresaba un optimista Santiago, esperando que no demoraran mucho en realizar el trabajo.

—Eso es bueno para nosotros. —Don Ramiro apoyaba las palabras de Santiago, mirando el sol que aún se encumbraba— Mientras descargo la grúa ustedes vayan al camión para ver el cargamento. Veo que andas en camión nuevo Max.

—Así es don Ramiro. Ojalá esta máquina dure tanto como la anterior.

—Conociéndote mi amigo, esta máquina será eterna si la cuidas como cuidaste aquel viejo camión. —Le afirmaba éste— Hiciste magia con él, muchas veces no entendí como le hiciste para que esa vieja maquinaria funcionara cuando fallaba, pero lo lograste.

—Tengo por costumbre cuidar estas máquinas como si fuesen mías. Y aunque era viejo, creo que conmigo terminó por dar todo lo que le quedaba, ya no se le podía pedir más.

—¡Si quieren les traigo un café a los weones, —exclamaba Santiago, mirándolos con la cara llena de risa— para que sigan conversando! ¿O se les olvida que tenemos trabajo?

—¡Ya está el weón llorón! —Le gritaba Abdón.

Mientras don Ramiro descargaba la máquina en cuestión, el resto se dirigía al camión para ver el cargamento que debían recuperar. Armados con un napoleón rompieron los candados y abrieron sus puertas. La inspección visual dejaba ver una gran cantidad de cajas medianas y pequeñas, y solo seis cajas necesitaban de la ayuda de una máquina para ser sacadas, pero necesitarían sacar éstas en primer lugar y transportar el resto de manera manual, ya que las de gran tamaño se encontraban en la cola del camión.

Antes de comenzar con los trabajos que debían realizar, y sabiendo la manera tan particular de sus compañeros, Maximiliano les pedía trabajar con el mayor respeto posible, dado que el conductor del camión malogrado había perdido la vida camino al hospital. Los hombres entendieron el mensaje, por lo que trabajaron lo más silente posible. Ya finalizados los trabajos con las cajas menores, comenzaron a cargar las cajas de mayor tamaño, con la ayuda de la grúa horquilla, conocida popularmente también como Yale, por la marca de ésta. Para los operarios y trabajadores en general, les era más fácil llamarla así. Ya concluidos los trabajos, y a petición de Maximiliano, supervisados por un policía que constatara que todo estaba en regla, los vehículos emprendieron la marcha.

Para dicho cometido, debían seguir la carretera en rumbo a la ciudad de Melaza, en busca de un camino de retorno que se encontraba cercano al lugar donde había ocurrido el accidente. Durante el trayecto de vuelta, el silencio de los hombres fue quien más les hizo compañía, al punto de ni siquiera encender el radio, dado lo ocurrido con el conductor del camión malogrado en aquel fatal accidente, el cual era conocido por todos.

Una que otra pequeña conversación entre ellos se gestó durante el camino, pero siempre guardando la compostura, por respeto al compañero caído. Eran las nueve de la noche cuando estaban ya en la empresa, y aún debían realizar las maniobras de descarga. Sin embargo, antes de ello decidieron realizar una pausa para pasar al casino en busca de un buen café que les repusiera el cuerpo antes de seguir con las labores. El turno de noche estaba a cargo de don Gregorio, y el operador de la grúa horquilla disponible era don Wenceslao, un tipo de muy mal carácter, y aunque realizaba un buen trabajo, muchos se llevaban mal con él, en especial Maximiliano.

El motivo de la disputa entre ambos, era desde hace un año atrás. En aquel entonces, ambos postularon para rendir exámenes para tomar el cargo de conductor de camión, siendo Maximiliano quien obtendría mejor puntaje, y confinando a Wenceslao a estar de planta en la empresa a cargo de una grúa horquilla. Trabajo que jamás quiso, ya que sus pretensiones eran las de estar viajando al volante de un camión. Desde ese episodio, Wenceslao le había tomado rencor a Maximiliano, y cada vez que la ocasión lo ameritaba, le hacía la vida imposible. Aquella noche sería una más de tantas.

—Wenceslao, buenas noches. —Sin perder la compostura, Maximiliano saludaba a su compañero de trabajo, quien se encontraba sentado a la espera de la llegada del cargamento.

—Buenas noches, —respondía de manera fría éste, sin siquiera mirarlo— que ingrato verte aquí, como siempre.

—Gracias por tu condescendencia. Supongo que me harás la vida imposible una vez más.

—¿Qué comes que adivinas? —Preguntaba éste, alzando la mirada esta vez.

—Creo que tendré una larga noche entonces. —Argumentaba Maximiliano, cruzándose de brazos y mirándolo de igual manera.

—Y mientras más larga, —decía Wenceslao, quien se estiraba y bostezaba en su silla con total sarcasmo— mejor para mí.

—Pues mientras más larga me hagas la noche, —Maximiliano encorvaba su cuerpo y lo miraba fijamente a los ojos, y con tono irónico proseguía— más tiempo estaré aquí, fastidiándote.

—Mmm, ya. —Wenceslao se pasaba su mano derecha por la barbilla, miraba de un lado a otro, haciendo una pausa antes de responder— Me convenciste weón, no tengo ganas de pelear esta noche, hagamos el trámite rápido, pero solo por esta noche.

—Te lo agradezco. No tanto por mí, sino por las personas que ahora están trabajando conmigo. En lo personal, me da lo mismo que me estés fastidiando y me hagas perder el tiempo. Pero no por eso le vas a fastidiar el tiempo a quienes trabajan conmigo.

—Si ya me convenciste weón, no me des más argumentos, antes que me arrepienta.

—Gracias mi amigo. —Decía Maximiliano, siendo sarcástico en sus palabras, pues de amistad entre ellos, nada había.

—Nada de gracias, y para tu información, no somos amigos.

—De acuerdo, opino lo mismo.

Ya finalizados los trabajos y concluido el papeleo que conlleva esto, los hombres abordaban el vehículo que los llevaría a sus respectivos hogares. El reloj marcaba justo las doce de la noche. Tomás el más favorecido, ya que era el que vivía más cerca. Luego de él, le seguirían Santiago, Abdón, y en último lugar, Maximiliano, dada la lejanía de su domicilio. A la mañana siguiente, y como era costumbre, Maximiliano llegaba a la empresa a las 07:30hrs, pasaba al casino a tomar una taza de café, y posterior a ello, se dirigía a la oficina de Rafaela para realizar el correspondiente papeleo que ameritaba su nuevo cargo y su nuevo camión.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro