No es fácil asumirlo.
Tres meses habían transcurrido desde que la joven pareja unió sus vidas, en los cuales muchas cosas buenas pasaban con el correr de cada día, prometiendo con ello un buen futuro. Para que el amor prospere son muchas las cosas de las cuales se depende, afecto, cariño, respeto, lealtad, complicidad, dedicación, confianza, son solo algunas de las tantas que se pueden mencionar, pero por sobre todo, amor.
Sin aquel sentimiento, una relación de pareja no tiene significado alguno, si no hay amor entre ambos, son solo dos seres buscando escapar de manos de la soledad, arrebatándole con ello a tu contraparte la posibilidad de encontrar en otra persona lo que jamás tendrá junto a ti. Pero no solo de amor se vive, y la joven pareja lo tenía muy claro.
Dadas las condiciones de trabajo de cada uno, los tiempos para compartir eran muy reducidos, lo que irónicamente no mermaba el amor entre ambos. Sandy había logrado retomar sus estudios de párvulo, a los cuales dedicaba sus mañanas, mientras por las tardes seguía trabajando en el servicentro de sus padres. Por su parte, Maximiliano continuaba con sus labores dentro de la empresa, realizando diversos viajes de ciudad en ciudad, en compañía de Abdón y Santiago. Los jóvenes estaban dispuestos a sacrificar su presente con tal de forjarse un futuro juntos.
Muchas veces la pareja pasaba varios días sin poder verse, pero no por ello el amor entre ambos decaía, muy por el contrario, se volvía más fuerte. Las llamadas y los mensajes telefónicos entre ambos eran diarios. En los días en que no podían estar juntos, este medio de comunicación era su mejor aliado para sentirse cerca, siendo esto también una forma para Sandy de saber que su amado se encontraba bien.
Los peligros a los cuales cada día se exponía eran inevitables, no solo por el hecho de pertenecer a una empresa de transportes, sino también porque su labor le hacía deambular de ciudad en ciudad transportando carga muy valiosa a lugares donde las organizaciones criminales eran amos y señores de casi todo lo que podían tocar. Cada ciudad se encontraba bajo la influencia de la banda criminal de turno, siendo dueños de prácticamente todo el mundo, fuese el nivel que fuese, los infectaban con su poder, con sus amenazas compraban sus vidas.
Quienes tenían la osadía de no aceptar la oferta puesta sobre la mesa, tenían dos caminos, sufrir a manos de estas bandas cosas inimaginables por el tiempo que ellos quisieran utilizarlos como objeto de diversión, o simplemente el camino más rápido, la muerte. En las ciudades más cercanas por las que circulaba Maximiliano, un nombre en particular destacaba, un nombre simple, perteneciente a un ser que jamás había sido visto, pero que contaba con secuaces que se encargaban de esparcir el terror necesario, para que aquel nombre causase pavor… Simio…
Las ciudades de Six City y del Oeste-Otro en particular, eran donde aquel criminal concentraba la mayor parte de su extensa organización, no obstante, sus redes se esparcían por ciudades aledañas si así se daba el caso. Otras grandes ciudades eran disputadas por diferentes organizaciones, muchas de ellas a baja escala, siendo prácticamente carroñeras de lo que los grandes criminales les permitían tomar. Estas ciudades eran Melaza, Ciudad Dramática, Ciudad Carambola y Conchetumorrow, lugares por los que Maximiliano se veía forzado a recorrer debido a su trabajo.
—Hola mi amor, ¿qué tal va tu día?
—Hola mi amor, yo muy bien por acá, ¿y tú, cómo va tu viaje?
—Hasta ahora todo tranquilo mi amor. —Aseguraba Maximiliano, quien iba conduciendo el camión en compañía de Abdón y Santiago.
—Espera, ¿vas conduciendo? —Preguntaba Sandy en un tono inquietante.
—Sí, pero no te alarmes, compré un audífono de manos libres, —le decía éste para tranquilizarla, pues era evidente que mezclar la conducción y un celular podía desencadenar un accidente de tránsito— es mejor que conectar el celular a la radio del camión.
—¿Lo dices porque tus amigos siempre te están molestando cuando hablas conmigo?
—Exactamente.
—¿Y dónde estás ahora?
—Me encuentro a las afueras de Ciudad Dramática, —le respondía, pues en efecto hacía escasos minutos habían salido de dicha ciudad— en camino hacia Conchetumorrow. Vamos en busca de un cargamento de repuestos para vehículos de la marca Mercedes, están instalando una nueva sucursal en Ciudad Zeta, y contrataron nuestros servicios para realizar el transporte. Son varios viajes y a mí me tocó uno de ellos.
—¿Ciudad Zeta? ¡Pero eso es una isla en el centro de un lago peligroso, —exclamaba Sandy, pues tenía conocimiento sobre dicha ciudad, y lo difícil que era llegar a ésta, en especial para los vehículos de gran tonelaje— esa ruta es muy peligrosa! ¿Quién tendría la idea de instalar allá una sucursal?
—Solo a ellos por lo visto. —Reaccionaba éste, rascándose la cabeza, pero sin perder de vista el camino— Esa isla es muy grande y se está desarrollando muy rápido. Muchos dicen que es la isla de los millonarios, ya que varios han preferido echar raíces en ese lugar. Incluso hay un sector donde viven las personas que se encargan de las megaconstrucciones que ahí se están realizando.
—Y lo peligroso del puente que lleva a esa isla. —Le mencionaba ésta.
—Así es. Hasta ahora nadie entiende el porqué de la nada se producen marejadas que lo hacen tambalear. Solo han descubierto las horas aproximadas en las que se producen, lo que me da el tiempo suficiente para poder atravesarlo, así que no te preocupes, no te librarás tan fácil de mí.
—¡No bromees con algo así, —le alegaba Sandy, pues con solo saber al lugar hacia donde se dirigía, ya era motivo de temor para ella— no quiero que nada malo te pase!
—¡Tranquila mi amor! —Exclamaba éste entre risas, mirando de reojo las caras de sus compañeros— Si no pasará nada. De hecho, te adelantaré algo. Tengo una sorpresa para ti.
—¿Ah sí, y de qué se trata? —Sandy intuía que Maximiliano quería desviar el tema de conversación, por lo que le seguía la corriente.
—Si te lo digo dejará de ser sorpresa, ¿no te parece?
—¡Entonces no me digas que me tienes una sorpresa, ahora me tendrás pensando en ello hasta que vuelvas!
—Mmm, creo que tienes razón.
—Distinto sería si me dijeras otra cosa.
—¿Otra cosa? No te entiendo.
—¡Ay Max, no te hagas el tonto, si sabes a qué me refiero!
—Supongo que hablas de “eso”.
—¿Y de qué más?
Sandy no podía ser directa en lo que insinuaba, ya que se encontraba trabajando y se había tomado unos minutos para hablar con Maximiliano, y por su parte éste, quien ya sabía a qué se refería, tampoco podía decirlo sin caer en las garras de sus compañeros, pues ello significaría ser objeto de burla por parte de ellos durante todo el viaje.
—¿Podemos hablar de “eso” cuando vuelva mejor? Tú me entiendes.
—Si te entiendo mi amor, no te preocupes. Además debo seguir trabajando acá, me tomé solo unos minutos para hablar contigo.
—Bueno mi amor, te amo y cuídate mucho.
—¡El que debe cuidarse eres tú, tú estás viajando, no yo! —En ese momento aparecía Clarita, quien le hacía señas a Sandy— bueno amor, ya me están llamando, tengo que colgar. Cuando vuelvas hablaremos de “eso”, ¿te parece?
—Te aseguro que lo haremos, hasta luego mi amor.
Una vez que Maximiliano colgó la llamada, por escasos segundos el silencio reinó dentro de aquella cabina en el camión, a excepción de la música que en volumen bajo se escabullía por los parlantes. Silencio que fue interrumpido por las palabras de Abdón. Lo que temía comenzaba a ocurrir, y se convertía en el centro de las burlas de sus compañeros, obviamente en son de broma, dada la confianza que había entre ellos
—¡Hola mi amor, sí mi amor, también te amo mi amor, hablaremos de eso! —Entre risas, con una voz chillona y gestos con las manos, Abdón era el primero en comenzar a molestarlo.
—En verdad estás muy enamorado pendejo, —Santiago se sumaba en cierto modo a las burlas, pero en un tono más sobrio— actúas como un bobo cuando hablas con ella por teléfono.
— ¿El parcito va a fastidiarme todo el viaje acaso?
—¡Como siempre weón, así que prepárate! —Le aseguraba con una sonrisa Santiago.
—¿Y cuál es esa sorpresa, a poco le vas a contar que tienes otra? —Continuaba por su parte Abdón, sin mostrar intención alguna de terminar las jugarretas y bromas en contra de Maximiliano.
—¿Y se puede saber qué quisiste decir con hablar de eso?
—No es nada. —Se excusaba éste, sonrojándose.
—Mmm, me parece que “eso” tiene que ver con algo que estoy pensando. —Le aseguraba Santiago, mirándolo fijamente.
—Supongo que estás pensando lo mismo que yo. —Le decía Abdón a Santiago.
—¡Ustedes siempre sacando conjeturas sin saber nada! —Alegaba el aludido.
—¿A ver pendejo, dime la verdad, —Santiago no se andaba con rodeos, y le soltaba la pregunta sin anestesia— acaso eres virgen todavía?
Abdón quedaba boquiabierto al escuchar preguntar aquello a su compañero, mientras que Maximiliano se ponía rojo como un tomate. Pese a la confianza que había entre los hombres, la pregunta tan directa lo incomodaba demasiado, al punto de hacerlo perder por breves segundos la concentración al volante, lo que provocó que Maximiliano se acercara peligrosamente a las barreas de contención.
—¡Pedazo de animal, —le gritaba Abdón a Santiago, dándole un fuerte puñetazo en el hombro al ver la maniobra realizada por Maximiliano producto de su desconcentración— lo turbaste con tu pregunta baboso! ¡Busca donde estacionarte para que respires un poco y te calmes Max!
—¿Pero qué tiene de malo mi pregunta weón? ¡A cualquiera le puede pasar que todavía no tenga sexo con la pareja! ¿O estoy mintiendo acaso?
—¡Mejor cierra el hocico weón, o vas a hacer que nos estrellemos, mira como lo tienes de nervioso con tu preguntita, eres bien bruto!
—¡Ah que tanto alegas, si estamos conversando entre hombres!
—¡Pero mira como lo tienes de nervioso, le preguntas eso a un weón virgen que va conduciendo un camión weón! —Exclamaba Abdón, notando de inmediato que su comentario tampoco era acertado— ¡Puta madre, perdona Max!
—¡Ya cállense el par de weones, más adelante me estaciono! —Alegaba finalmente éste.
Unos metros más adelante, Maximiliano encontraba un espacio al costado de la carretera para poder estacionar, saliéndose de la pista de manera abrupta y frenando casi en seco, arrastrando varios metros más el tonelaje del camión. Una vez que éste logró controlar la velocidad y detener por completo el vehículo, apagó el motor y se llevó las manos a la cabeza, para luego pasarlas por sus ojos, restregándolos de forma nerviosa y respirando agitadamente.
Sus compañeros quedaron helados ante la maniobra realizada, palideciendo de nervios. Jamás habían visto a Maximiliano en ese estado, perturbado y alterado a la vez. Lo que comenzó como una simple pregunta acostumbrada entre hombres, fácilmente pudo haber terminado en un accidente de proporciones. Por suerte el joven camionero logró hasta cierto punto mantener la calma y controlar la situación.
—Perdóname amigo, —partía hablando Santiago— no creía que te pondrías tan mal con esa pregunta, no fue mi intensión incomodarte así.
—¿Te encuentras bien Max? —Por su parte Abdón necesitaba saber si estaba bien o no.
—Silencio, —murmuraba éste— denme unos segundos para calmarme.
—Tómate el tiempo necesario muchacho. —Le decía Abdón, bajando del camión para también tranquilizarse con la ayuda de un cigarrillo.
—También bajaré, necesitas unos minutos a solas, —mencionaba Santiago— mal que mal esto fue culpa mía. Te pido disculpas otra vez.
—Baja tranquilo, luego los acompaño.
Santiago se reunió con Abdón a un costado del camión, encendiendo también un cigarrillo sin emitir palabra alguna. Solo se escuchaba el ir y venir de los vehículos que circulaban por la carretera. Pasarían unos diez minutos antes que Maximiliano por fin descendiera del camión, acercándose a sus compañeros, quienes tímidamente le dirigían la mirada.
—Los camioneros en general tienen muy mala fama, —partía diciendo éste— por generaciones se nos ha tachado de mujeriegos, de tener mujeres en cada ciudad solo para satisfacer nuestras necesidades sexuales, sin tener el mínimo interés en formar una familia. Y pese a que muchos de nosotros tenemos una familia por la cual salimos día a día, de igual manera caemos en ese estigma.
—Ese peso es tan grande como lo que transportamos cada día mi amigo. —Aseguraba Abdón, levantando la mirada y arrojando lejos la colilla del cigarrillo que acababa de terminar.
—Y con ese estigma sobre los hombros, —Maximiliano daba un largo suspiro antes de continuar, convenciéndose a sí mismo que lo mejor era ser abierto con sus amigos— cuesta creer que en este mundo de grandes máquinas puedes encontrar a alguien que no cumpla con ese estigma.
—No tengas miedo de ser honesto con nosotros, —Santiago posaba sobre su hombro su mano, invitándolo a decir lo que quería decirles— para eso están los amigos.
—Tienes razón en tus palabras Santiago, yo a mi edad sigo sin cruzar esa línea, —murmuraba éste, aún dubitativo en si era lo correcto decirlo— pero creo tener con ustedes la confianza suficiente.
—Somos todo oídos mi amigo, dilo sin problema. —Abdón se sumaba a las palabras de Santiago, invitándolo también a explayarse.
—Espero hacer lo correcto.
—¡Mira, mientras no salgas con que estás enamorado de uno de nosotros! —Exclamaba en tono burlesco Abdón, para intentar distender la incomodidad de Maximiliano.
—¡Tú siempre encuentras el momento menos indicado para tus bromas! —Santiago le daba un buen golpe en la cabeza, largándose a reír los tres en el acto.
—Sin embrago Santiago está en lo correcto, aún no tengo intimidad con Sandy.
—¡Ya pero eso no es el fin del mundo muchacho! Yo sin querer le di al clavo.
—Tranquilo hombre, no eres ni el primero ni el último en pasar por ese problema, mírame a mí, hace mucho que no tengo intimidad con mi mujer, y no es porque no quiera, simplemente pasa por un tema de trabajo. —Abdón daba por sentado que ese podía ser su caso.
—Lo que tienen que hacer es darse el tiempo para que tengan sexo, crear el momento cuando están juntos. Ustedes son jóvenes y tienen mucho que disfrutar en ese sentido.
—Es que mi problema va mucho más allá.
—¡A poco no te calienta su mujer! —Santiago no era muy atinado en la forma en que le decía eso, consiguiendo con sus palabras que ambos lo miraran desconcertados— ¿Qué, dije algo malo que me miran así?
—Ambos somos vírgenes. —Murmuraba avergonzado Maximiliano.
—¡Es broma! —Al unísono le gritaban sus compañeros, asombrados por tamaña revelación.
—¿Tengo cara de estar bromeando acaso?
—Supongo que no, —murmuraba Santiago— no se juega con algo así y te felicito por tener las bolas para decirlo.
—¡El coraje weón, el coraje! —Le corregía Abdón.
—Ya pero tampoco es el fin del mundo, todos fuimos vírgenes en su momento. Aún recuerdo como perdí mi virginidad, fue con una vecina del barrio y…
—¡Mejor cállate weón, no quiero saber detalles, —le interrumpía Abdón— conociéndote, quizás qué vas a inventar!
—¡Si no es invento weón, es la pura verdad! —Le alegaba éste al no poder contar su historia.
—Bueno, ya se los dije, ¿ahora podemos continuar el viaje?
—¡Claro Max, sigamos!
—¿Seguro que puedes conducir, si quieres lo hago yo? —Santiago debía estar seguro de que Maximiliano ya se encontraba en condiciones de conducir sin problemas.
—Tranquilo hombre, lo más difícil ya pasó.
—¡Pues entonces andando! —Exclamaba Abdón, dirigiéndose a la cabina del camión.
Ya de vuelta en la ruta, pasarían largos minutos antes de que alguno tomara la palabra, por lo que solo escuchaban el sonido de la radio a bajo volumen. Sabían que era algo de lo que debían hablar, en especial Maximiliano, pues podía recurrir a la experiencia de sus amigos para recibir algún consejo de su parte, sin embargo ninguno tenía intención de tomar la palabra para tocar el tema.
En tiempo donde la juventud era empujada a saltarse etapas importantes en su vida, no era lógico encontrar a un muchacho que aún conservara su virginidad, y mucho menos una pareja que pasara por la misma situación. La mayoría a esa edad ya tenía un prontuario policial extenso, formaban parte de las organizaciones criminales y ni hablar del sexo, era el pan de cada día para ellos, sexo, drogas y alcohol.
Y en ese sentido, la experiencia de sus amigos y compañeros de trabajo, podía ser para Maximiliano un pilar de apoyo para lo que consideraba era un problema en su vida. Siempre pensaba que era un joven con suerte al tener un buen trabajo, aunque arriesgado. Pero sobre todo, se sentía afortunado de poder compartir su vida junto a una joven que al igual que él, solo buscaba ser una persona de bien y surgir en un mundo demasiado hostil y oscuro.
Finalmente, y dado la incomodidad de la situación, Maximiliano sacaba la voz, retomando ese tema que tanto le costaba hablar.
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