Ciudad Zeta.
Sin embargo, los estudios no revelaron el origen de tan extraño fenómeno, pero fueron fundamentales para que las autoridades del lugar fijaran las horas en que los vehículos livianos y de carga podían atravesar el puente para llegar a Ciudad Zeta. Solo así lograron evitar que aquel lago de aguas traicioneras y malditas siguiera cobrando vidas inocentes.
—Creo que estaremos un rato largo aquí. —Con desazón Maximiliano observaba la larga fila de vehículos que se encontraba frente a ellos.
—Max, en la fila solo hay autos, —observaba por su parte Abdón, señalando de inmediato hacia el costado, donde se encontraba el aparcadero— los camiones están en el aparcadero. ¡Santiago, despierta weón, ya llegamos! Éste de un salto se despertaba, y tras dar un largo bostezo veía la larga fila.
—¡Me vale madre, tenemos para rato aquí! ¿Es idea mía o hace mucho frío?
—Por lo visto llegamos en mala hora, miren como están las aguas. Lo mejor será que estacionemos y preguntemos como es el trámite aquí para ingresar a la ciudad. —Maximiliano se preparaba para abandonar la fila e ingresar al aparcadero.
—Con razón el clima está tan frío aquí. —Con asombro Santiago observaba las grandes marejadas, despertando por completo— Si quieres yo pregunto, mientras ustedes estacionan.
—De acuerdo, buena idea… ¡te hizo bien dormir weón! —Exclamaba Abdón, dándole un golpe en la cabeza— Y sí, razón tienes, está muy frío aquí, como que el sol que nos estaba acompañando se quedó muy atrás.
En ese sector la ruta 56 contaba con tres vías para vehículos antes de llegar al puente, una de las cuales se encontraba habilitada para el ingreso al aparcadero. Al llegar al lugar donde la carretera se fundía con el puente, se erguían casetas custodiadas por guardias, las cuales constaban de barreras que impedían el paso vehicular hasta que la hora en que se podía cruzar aquel enorme puente, solo entonces los guardias las elevaban.
Entre los vehículos que aguardaban el paso, Santiago caminó en dirección a las casetas para hacer las consultas de rigor, mientras Maximiliano ingresaba al aparcadero. Una persona le entregaba una tarjeta con un número impreso y le daba la instrucción del lugar en el cual debía estacionar. Junto a la entrada se encontraba un servicentro de similares características al que poseía don Eugenio, por lo que Maximiliano y Abdón decidieron esperar la llegada de Santiago a las afueras del local.
—Esperemos a que llegue este weón y entramos, el frío aquí es intenso. —Abdón no perdía el tiempo para quejarse por el clima que enfrentaban.
—Nadie nos avisó de esto… mira, —Maximiliano apuntaba hacia un local a un costado— ahí venden ropa abrigadora, por lo visto por aquí están preparados para todo.
—¡Dirás que están preparados para weones como nosotros, —entre risas Abdón le aseguraba lo contrario— que llegan aquí sin saber ni cresta como es el clima del lugar!
—Pues yo lo dije de manera sutil mi amigo… ahí viene Santiago.
—¡Por la cresta que hace frío aquí, —Santiago también se quejaba del inesperado clima tras llegar junto a sus compañeros de viaje— mejor entremos a tomar un café, tendremos que pasar un largo tiempo aquí!
—Antes pasemos a esa tienda a comprar algo para abrigarnos. —Decía Maximiliano, pues todos estaban tiritando por el clima tan gélido.
Luego de comprar en la tienda el atuendo necesario para capear el frío, volvieron al servicentro y buscaron donde poder sentarse para pedir algo caliente de tomar. El lugar estaba casi lleno a esa hora, puesto que todos los que viajaban en los camiones que se encontraban en el aparcadero, al igual que ellos, estaban pasando tanto el frío, como la hora en la que pudieran por fin cruzar el puente. Un muchacho que trabajaba ahí se acercó a ellos y les ofreció una de las mesas que se encontraban disponibles, junto con la carta de alimentos disponibles. Los hombres sin pensarlo dos veces pidieron café, mientras veían lo que se encontraba disponible en el menú.
—Bueno Santiago, ¿qué fue lo que te dijeron? —Mientras leían la carta, Maximiliano le preguntaba a éste lo que le habían dicho.
—Que pasaremos largo rato aquí. —Le aseguraba éste, soltando un largo suspiro— En una media hora más, las marejadas bajarán la intensidad y dejarán de cubrir el puente, el cual está diseñado para que comience a filtrar el agua posada en él.
—¿Pero cómo, —Maximiliano se sorprendía al escuchar aquello— si el puente fue construido mucho antes que comenzaran las marejadas?
—Eso le pregunté al tipo con el que hablé, —continuaba su relato Santiago— y me dijo que tiempo después le hicieron unas modificaciones para que pudiera filtrar el agua, cosa de evitar que los vehículos patinaran sobre el pavimento y evitar accidentes, más no pregunté, porque no me interesa saber qué le hicieron. Cuando las marejadas dejan de cubrir el puente, esperan unos veinte minutos para que se filtre el agua, y ahí recién dan el paso, pero por la hora en la que llegamos, nos topamos cuando lo hacen los vehículos livianos.
—¿Ya pero cuánto rato vamos a esperar aquí weón? —La extensa explicación impacientaba a Abdón, quien quería saber a qué hora podrían cruzar sin problema el enorme puente.
—La entrada y salida de los vehículos livianos tarda como dos horas. —Le aseguraba Santiago, quien notaba el estado de ánimo por parte de su compañero— Cuando finalizan las dos horas, cortan el paso de los vehículos, ya que las marejadas comienzan otra vez. Duran alrededor de dos horas más, y en ese lapso aquí hacen todo un cambio con los automóviles y camiones, ya que cuando las marejadas vuelven a bajar, despejan el camino por cuatro horas.
—Suficiente para que los vehículos de gran tonelaje puedan cruzar, —expresaba Maximiliano, comprendiendo la situación y los tiempos a los cuales debían atenerse— ya que deben transitar a menor velocidad que un vehículo liviano.
—¡Exacto! El tipo me dijo que al otro lado del puente el proceso es el mismo. Por lo que estaremos varados varias horas aquí. —Aseguraba Santiago.
—Ahora entiendo por qué al entrar a estacionar nos entregaron un ticket con un número.
—El número es el orden en que los camiones deben estacionar para poder cruzar el puente.
—¿Y si no alcanzamos a cruzar tendremos que esperar otra ronda de autos? —Abdón lanzaba una interesante pregunta, integrándose a la conversación luego de terminar de leer el menú.
—Algo así. El tipo me dijo que aquí en el casino hay una sala de juegos para pasar el tiempo, y que como veinte minutos antes de que terminen de pasar los vehículos pequeños, dan el aviso para preparar los camiones para el cambio, y viceversa.
—Pues no queda de otra, —Maximiliano asumía que mucho no podían hacer ante la situación, resignándose a lo que en mala suerte les tocaba enfrentar— las reglas ya están establecidas, tendremos que esperar nuestro turno.
—Con razón anda caminando tanto guardia afuera. —Acotaba Abdón.
—Ellos son los encargados de organizar el orden de los vehículos que deben cruzar el puente y los que deben esperar. —Sentenciaba Santiago.
La sala de juegos con la cual contaba el casino del servicentro estaba provista con ocho mesas de pool, tres de tenis de mesa, cuatro sectores para diversos juegos de mesa, y un sector donde se podía ver televisión. Mucha gente se encontraba ya en el lugar, matando el tiempo en espera de poder cruzar el puente. Mismo tiempo que tendrían que destinar ellos. Luego de comer algo, se mantenían en la mesa tomando otra taza de café, observando alrededor.
—Creo que tendremos que conformarnos con ver televisión amigos. —Tras observar el lugar y la cantidad de gente, Abdón daba por sentado que no tenían otra alternativa.
—Creo que tomaré otro café mientras tanto. —Argumentaba Maximiliano ante la situación, buscando con la mirada al muchacho que los atendía— Iré a pedirlo mejor, así aprovecho de salir para llamar a la oficina.
—Si el café te dura unas cuatro horas —le decía Abdón al verlo— me avisas, para tomarme uno de esos también.
—¡Sí claro, como si existieran! Aprovecharé de dar aviso a la oficina para que estén al tanto del tiempo aproximado en que estaremos aquí.
—¡De seguir así, estaremos todo el maldito día! —Exclamaba por su parte Santiago.
Luego de hablar con el muchacho y pedirle otra ronda de cafés, Maximiliano salía a las afueras para llamar a la oficina y dar las noticias de rigor, Abdón y Santiago se disponían a buscar lugar para ver televisión, en espera que por lo menos una mesa de pool se desocupara. Tardarían varios minutos en enterarse de que las mesas se reservaban, por lo que tendrían que conformarse con ver como el resto se divertía, mientras ellos estaban atados al televisor. Pasarían horas antes de que les dieran el aviso a los choferes de los camiones que debían comenzar a preparar sus vehículos para cruzar el puente.
—¡Ya era hora, —Santiago era el primero en reincorporarse tras el aviso, recién había despertado de un largo sueño— tengo mi trasero acalambrado en este asiento!
—Por lo menos sientes algo en tu trasero, —Abdón por su parte, y luego de bostezar y rascarse la cabeza, se quejaba de inmediato con su compañero— no dejaste descansar con tus malditos ronquidos.
—¿Ronquidos? ¡Si yo no ronco viejo, son solo suspiros de un corazón enamorado!
—¡Enamorado mis pelotas!
—Bueno, andando, es hora de preparar el camión. —Maximiliano hurgueteaba su bolsillo en busca del ticket que le habían dado— Tenemos el número treinta y tres. Solo espero que contemos con tiempo suficiente para poder cruzar ese bendito puente. ¿Alguien sabe cuánto tarda uno en cruzar?
—Ni idea. —Santiago buscaba con su vista el baño, dando con él en pocos segundos, tras su largo sueño lo necesitaba de manera urgente— Le preguntaré a alguno aquí, mientras aprovecho de pasar al baño.
—De acuerdo, te esperamos en el camión mientras tanto. Vamos Abdón.
Minutos más tarde los hombres se reunían en el camión. Santiago daba la información sobre el tiempo que tardaban los camiones en cruzar el puente, que en promedio bordeaba los treinta minutos a una velocidad de 50 kilómetros, no podían exceder ese límite de velocidad por seguridad. Intervalos de un minuto separaban la salida entre camión y camión, para asegurar una distancia prudente entre cada uno.
—Pues si así son las cosas, y considerando el número que nos tocó, —pensaba en voz alta Maximiliano mientras observaba el entorno— creo que podremos cruzar, si mis cálculos son correctos… déjenme pensar un poco…
—¡A la mierda con pensar tanto hombre, —Abdón no se caracterizaba por tener mucha paciencia, era más del estilo de hacer las cosas y ya— vamos a cruzar, eso es lo importante!
—No quiero ni pensar en cuánto nos tardaremos en volver a cruzar este puente. —Santiago era un tanto más sereno, él prefería distraerse escuchando algo de música en el radio y respetar los tiempos que les habían dado.
—No creo que logremos cruzar hoy. —Les aseguraba sin embargo Maximiliano— Todavía debemos dar con la dirección donde debemos llevar el cargamento, y creo que ninguno de nosotros conoce este lugar.
—Pues espero que ninguno de ustedes tenga planes, —expresaba Santiago— claramente se fueron al carajo con este viajecito.
—¡Y que lo digas! —Acotaba Abdón.
Lo que los hombres desconocían por completo, y un dato que Santiago había olvidado preguntar, era que durante la noche el puente se cerraba para el paso de cualquier tipo de vehículos, ya que las marejadas se presentaban durante la mayor parte del tiempo y de forma errática, por lo que era en extremo peligroso intentar cruzarlo. Cuando por fin terminaron la entrega del cargamento que transportaban, no tuvieron más opción que trasladarse al aparcadero habilitado a las afueras de Ciudad Zeta, y esperar pacientemente la mañana siguiente para poder cruzar de vuelta el puente.
Aquella noche, no tuvieron ni siquiera la oportunidad de comunicarse con sus seres queridos, puesto que otra cosa que ignoraban, y de la que tuvieron conocimiento una vez que se encontraban ya estacionados en el aparcadero, era que las marejadas durante la noche interferían la señal de los aparatos celulares. Y para peor de sus males, tampoco lograron llegar al servicentro que se hallaba en el sector, el cual era de similares características al de la entrada del puente, pues éste cerraba sus puertas a cierta hora de la noche.
No tuvieron opción alguna que buscar en las cercanías un lugar abierto donde poder comprar algo para comer, de preferencia comida para llevar, para volver lo antes posible al aparcadero para conseguir un buen número, con la intensión de estar dentro de los primeros en salir. Entre el ir y venir, para su fortuna lograron conseguir el número quince, una vez que llegaron de vuelta al aparcadero, esto dado que la gran mayoría de los camiones que junto a ellos cruzaron, no llegaron de vuelta durante la noche a aparcar en el lugar.
—Y bueno, creo que será una noche larga, larga y fría. —Maximiliano observaba en dirección al bendito puente que no alcanzaron a cruzar.
—De este lado siento que hace más frío que del otro. Extraño mi camita. A esta hora estaría en ella viendo televisión tranquilamente, ¡y no pasando tanto frío aquí, y menos con ustedes!
—¡No nos queda de otra compañero, no nos queda de otra, de no ser que quieras cruzar el puente a esta hora! —Exclamaba en forma burlesca Abdón, a sabiendas que aquello era imposible.
—¡Ni loco lo cruzo compañero, ni loco! Es cosa de ver cómo están las aguas, es peor que en el día, por lo poco que se ve. Además, el paso está cerrado por si no lo notaste.
—La noche aquí es demasiado oscura, —pese a su juventud, Maximiliano se mostraba sereno ante la situación que para nada era favorable— aunque tiene buena iluminación, el puente se pierde de vista en la oscuridad. Mejor será que comamos algo, antes que se nos enfríe lo que pudimos comprar, mañana será un viaje largo.
—Es lo mejor, comer y tratar de dormir. Ojalá dentro del camión no se sienta tanto el frío, aunque más me afligen los ronquidos de este weón. —Abdón le daba una mirada a su compañero tras sus palabras.
—¡Bah, ahora resulta que soy yo el culpable de que no puedas dormir!
—No eres tú mi amigo, son tus benditos ronquidos.
—Una vez que crucemos el puente deberemos dar aviso de que vamos en camino, —acotaba Maximiliano, preparándose para probar algo de lo que habían comprado para comer— y que la entrega se hizo sin problemas.
—¡Dirás que llamarás a tu novia —le gritaba burlescamente Santiago— para que no te mate por tener el teléfono apagado!
—No seas idiota, además el teléfono está encendido, —se defendía éste— que no tengamos señal por culpa de estas malditas marejadas es otra cosa. ¿A poco tú no estás afligido por no poder comunicarte con tu esposa?
—Pues no. —Le aseguraba éste con un grado de satisfacción.
Unos minutos de silencio acompañaron a los hombres, mientras comían algo para saciar el hambre, eso hasta que Maximiliano recordó algo, lanzándole la pregunta a Santiago.
—¿A todo esto, no que tu suegra vive acá?
—Pues sí. —Le aseguraba éste de mala manera.
—¡Idiota! ¿Y por qué cresta no lo dijiste antes? —Abdón no perdía tiempo para increpar a su compañero por guardar aquella información— Podríamos haber hablado con ella para pasar la noche allá, y no estar aquí pasando frío.
—¿Qué, no supieron? Si al final no viajamos, de hecho la vieja volvió a su casa allá en Conchetumorrow.
—No entiendo.
—Pues yo menos.
—Resulta que la doña solo estaba trabajando acá, —explicaba Santiago— y nos había invitado a pasar unos días. Pero ese día que me dieron las vacaciones llamó a mi señora para decirle que la habían desvinculado del trabajo, según ella por motivos de fuerza mayor. Así que la vieja iba a estar en sus trámites para viajar de vuelta, y como ya conocemos donde vive, cambiamos sobre la marcha los planes de vacaciones.
—¡Ah bonita, ahora resulta que por culpa de la vieja estamos aquí muertos de frío! —Como siempre, Abdón se quejaba, esta vez del relato de Santiago— ¿Saben qué? Mejor me voy a dormir antes que termine por darle una paliza a este weón.
—¡Pero weón! ¿Acaso crees que soy tan maldito como para hacerlos dormir aquí si tuviera otro lado donde llegar?
—¡Mejor cállate weón!
Iban a dar las siete de la mañana cuando uno de los guardias del aparcadero les golpeaba la puerta para despertarlos, dándoles el aviso de que a las ocho el paso del puente sería abierto. Luego de despertar a sus compañeros, Maximiliano echaba a andar el motor y esperaba su turno para estacionar el camión en el lugar indicado, mientras tanto Abdón se dirigía al servicentro por café caliente para que los hombres pudieran tomar algo para espantar un poco el sueño y cansancio que aún cargaban en sus cuerpos.
Una vez que cruzaran el puente, buscarían estacionamiento del otro lado y pasarían a tomar un desayuno como corresponde, puesto que el viaje sería largo y las horas que les esperaban dentro del camión, muchas.
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